martes, 30 de agosto de 2016

Paralelismos



LOS POLÍTICOS
Y EL “FLY FISHING”

Acarreo desde muy joven la frustración de ser un mal pescador, a pesar de contar con la principal condición que caracteriza a estos deportistas: la paciencia.

Puedo estar (y he estado) pesadas horas con la caña en la mano en un muelle, embarcado o en la playa y solo conseguí (como se dice en el medio) “bañar lombrices” (que ningún pez se digno comer).

Leí todo lo que se puede leer sobre carnadas, cañas, riles, faces de la luna, mareas y un montón de cosas más, sin resultado alguno: solo pesqué resfríos.

A fuerza de leer artículos sobre el tema, descubrí lo que se denomina “fly fishing” (“pesca con mosca” en criollo). Es una actividad muy interesante y en cierta manera algo extraña, pues el pescador con “mosca” lleva por lo general más tiempo preparando su equipo que pescando efectivamente.

Permítanme compartir unas consideraciones. Antes de adentrarnos al mundo de la “mosca”. Debemos aclarar que en la “pesca tradicional”, lo que atrae al pez (futuro pescado) al anzuelo, es el alimento que se le propone al mismo (p.e. lombrices, camarones, mojarras, filet de dientudo, morenas e infinidad de cebos extraídos de la naturaleza). Es comida lo que se le ofrece (de la que el pez se alimenta de ordinario) y este habitante de las aguas, en su afán de comer, termina enganchado en el anzuelo.

En cambio en la “pesca con mosca”, básicamente se pretende atraer al pez con un señuelo artificial que imita, a ninfas, pupas o insectos, de una manera muy natural y delicada.

Según Wikipedia, “Esta modalidad de pesca requiere gran habilidad y conocimiento, por lo que la pesca con mosca se considera por sus fanáticos como un «arte» o pesca «intelectual». Este tipo de pesca es una de las más puras y desafiantes en que pez y hombre se enfrentan”.

¿Ahora bien: que es una “mosca”?

Como dijimos, es un señuelo con la forma de aquellos insectos de los que se alimenta el pez.

Como no es posible “atar” al anzuelo un “verdadero insecto”· (p.e. mosca, larvas, etc.). El hombre de la caña se dispuso a fabricar (“atar”) sus propios insectos con hilo, cerda de animales, plumas de aves y materiales sintéticos.

La “mosca” es el producto de un delicado trabajo que consiste en elaborar un insecto que resulte una copia fiel del insecto real que encuentra el pez en su hábitat. Para ello se necesita estudiar el lugar donde se lanzará la caña y descubrir qué tipo de “bichos” hay en la zona y cuáles integran su menú.

Hecho esto, se elegirá la mosca a emplear para cumplir con el objetivo de hacerle creer al pez que está frente a un alimento cuando en realidad es solo un artificio (aunque elaborado con mucho esfuerzo).

Cuando se le ofrece al pez como carnada, un verdadero alimento (p.e. las nunca bien valoradas lombrices), estamos ante un duelo entre el pescador y su presa, en el que las reglas son parecidas para ambos: se tienta al pez con un alimento real y este lo acepta o rechaza.

En cambio, podría decirse que la fly fishing es una suerte de “fraude” contra la naturaleza, ya que el éxito de la pesca dependerá de lo bien que se hayan atado las moscas y la precisión de las mismas para imitar el insecto que el pez quiere comer y que definitivamente engulle clavándose el anzuelo.

Pero no confundirse. Este arte de atar moscas con éxito, es una tarea para iniciados, para especialistas en el enmascaramiento que consigue engañar al pez y concretar el fraude aludido.

Cómo se logra una “mosca” que cumpla con el objetivo de engañar al pez y hacerlo clavar en el anzuelo?

El pescador, antes de “atar” una mosca, debe agudizar el ingenio e imaginar qué insecto estaría dispuesto a engullir el futuro pescado y estar dispuesto a fabricarlo idéntico al bicho que nos brinda la madre naturaleza. Todo un engaño, en el que cae el pez al aceptar, sin saberlo, la mentira del pescador.

Para cumplir ese fin, se debe recurrir a los elementos más extraños: plumas de gallina y gallo; colas de ciervo; fibras de pavo real; fibra de la cola de faisán; fibra de perdiz teñida de marrón; pelo de ciervo natural; pelo de alce; pluma de gallo marrón; plumas rígidas de gallo marrón; pelo de mascarilla de liebre; pavo moteado marrón; fibra de cola de faisán de collar; perdiz húngara; pelo de ternero blanco; pelo de cola de zorro ártico púrpura; pelo de cola de zorro ártico negro; fibras de pavo real de la pluma que lleva cerca del ojo; etc. Esta enumeración no tiene fin.

El secreto consiste en averiguar que le gustaría comer al pez y (mediante la mentira) hacerle creer que se le está danto lo que desea. Cuando el ahora pescado se da cuenta del engaño, ya es tarde! El pescador ha vencido.

Existe numerosa bibliografía y tradición oral sobre este interesante y deportivo modo de pescar. Existen escuelas y tradición oral en la que abrevan quienes gustan de esta actividad (que es muy atractiva) y lo que se aprende desde el primer momento de abordar esta práctica, es que el éxito de la pesca estará en relación directa con la habilidad de embaucar al pobre pez.

No existen entre estos pescadores enfrentamientos por la calidad de las moscas que cada uno confecciona. Eso no interesa. En cambio se jactan de los éxitos en sus excursiones pesqueras, atribuyendo el mismo a su habilidad para engañar peces.

El mejor pescador es aquel que logra ser exitoso en el timo; aquel al que más peces creen en sus artilugios tan bellos como mentirosos.

Dicho todo esto, uno debe preguntarse: ¿existen similitudes entre un buen pescador de “fly fishing” y un político profesional? Veamos.

¿Acaso los políticos no cuentan con asesores de imagen que les aconsejan desde cambiar su peinado hasta ponerse nueva dentadura y sonreír permanentemente para brindar una figura agradable y aceptable; alzar niños, tomar mate con vecinos y otros gestos espontáneos destinados a demostrar su humana sensibilidad?

¿Acaso las encuestadoras no se encargan de informarle a los candidatos qué espera la gente de ellos, para así hacer precisas promesas?

¿No es cierto que para ganar la voluntad del pueblo dicen mentiras, con el impostado convencimiento de quien pone en juego su honor para respaldar sus promesas?

¿No fue lo bastante sincera la confesión de un Presidente argentino que dijo: “si hubieran sabido que haría lo que estoy haciendo, no me habrían votado”?

¿Acaso los políticos no cambian los perfiles de sus discursos y promesas a medida que van conociendo lo que quieren o temen los votantes?

Circula el comentario que en su momento, Kennedy aventajó a Nixon en el debate televisivo presidencial por haberse presentado con su rostro descansado (producto del reposo en las vísperas), frente a un contrincante con signos de cansancio.

Estos ejemplos (y muchos más que todos conocemos) nos permiten responder la pregunta. ¿Existen parecidos entre un pescador con mosca y un político?: entre un buen pescador con mosca y un buen político no existe diferencia alguna. Pero una cosa es practicar un apasionante deporte y otra muy distinta es “pescar” seres humanos (aunque muchos estén encantados de cambiar “moscas” por verdades).

EGG

viernes, 26 de agosto de 2016

martes, 23 de agosto de 2016

Eclesiales



La “Amoris Laetitia” como “evento lingüístico” y las guerras del Papa Francisco


En esta nota espigo algunas ideas de dos artículos del sobresaliente profesor italiano Roberto de Mattei publicados en su portal Corrispondenza Romana (www.corrispondenzaromana.it). El primero de ellos se titula “Exsurge, quare obdormis Domine?” (Levántate, Señor, ¿por qué duermes?) del pasado 18 de mayo que, entre otros temas, se refiere a la polémica desatada en torno a la Amoris Laetitia. Es claro que al parafrasear los párrafos del autor manifiesto mi adhesión a lo que allí se expresa.

“Evento lingüístico” es la expresión que ha empleado el cardenal Christoph Schönborn, Arzobispo de Viena, para definir la Amoris Laetitia, exhortación apostólica postsinodal “sobre el amor en la familia” del Santo Padre Francisco, publicada el pasado 19 de marzo. Y ha sido el mismo Papa Francisco quien no sólo recomendó leer la presentación que de dicho documento hiciera el purpurado el 8 de mayo del corriente sino que le atribuyó la interpretación auténtica.

No es nueva la fórmula utilizada por Monseñor Schönbron puesto que la ha empleado también un hermano de religión del Papa, el jesuita John O´Malley, de la Universidad de Georgetown (Washington), pero para referirla a un hecho más lejano. En efecto, y relatando la historia del Concilio Vaticano II, lo ha definido como “un evento lingüístico” (John O’Malley, Che cosa è successo nel Vaticano II, traducción italiana, Vita e Pensiero, Milano 2010, p. 313). Consistió dicho “evento” en un nuevo modo de expresarse que, según el historiador jesuita, “significó una rotura definitiva con los Concilios precedentes”.

Decir “evento lingüístico” no implica minimizar el alcance revolucionario del Vaticano II sino más bien comprender que el lenguaje es en sí mismo un mensaje. Bien se sabe que la elección de un estilo de lenguaje con el cual comunicar expresa un modo de pensar y un modo de ser y de allí que el estilo pastoral del Vaticano II no sólo expresase el carácter propio de ese Concilio sino que puso en marcha “un modo de pensar y un modo de ser”. “El estilo –recuerda el P. O´Malley– es la expresión última del significado y por esa razón es significado, no sólo ornamento, y herramienta hermenéutica por excelencia”. Todo eso para argumentar que el carácter “pastoral” del Vaticano II fue sin duda un “medio” deliberadamente escogido para comunicar el mensaje (la doctrina) pero que con el tiempo ese “medio” devendría principio, mensaje o doctrina irrenunciable.

Leyendo estas consideraciones del jesuita O´Malley no pude dejar de recordar una de las preclaras enseñanzas del canadiense Marshall McLuhan, gran estudioso de la comunicación, de los medios y del lenguaje, cuando afirmó que no el contenido sino que “el medio es el mensaje”. Puede ponerse en marcha una revolución no sólo en lo que se dice sino también en cómo se dice lo que se dice. Lo que estamos comentando no nos consuela porque confirme la tesis de McLuhan; nos entristece porque confirma que una revolución lingüística y de contenidos se ha puesto en marcha en la Iglesia desde hace décadas.

El propósito de elevar a principio la pastoral dando la impresión de que no se toca la doctrina está presente en la explicación que diera el Cardenal Walter Kasper al comentar la exhortación post-sinodal Amoris Laetitia. “La exhortación apostólica del Papa no cambia nada en la doctrina de la Iglesia o en el derecho canónico pero cambia todo” (Vatican Insider, 14 Aprile 2016). En buen romance, no cambiará la doctrina sobre la indisolubilidad del matrimonio pero sí es probable que auspicie cambios en la pastoral respecto de los divorciados y vueltos a casar. Y es posible también que los cambios en la praxis de la Iglesia, por omisión, debilidad o convicción, comportarán una difuminación de la doctrina, aunque se proteste que no sea esa la intención.

Concluye de Mattei que “la brújula del Pontificado del Papa Francisco y la clave de lectura de su última exhortación apostólica post-sinodal está en el principio de un cambio necesario, no en la doctrina, pero sí en la vida de la Iglesia. Sin embargo, para sostener la irrelevancia de la doctrina, el Papa ha escrito un documento de más de 250 páginas en el cual se expone una teoría del primado de la pastoral”.

La “guerra de religión”
y el asesinato del Padre Jacques Hamel

“La verdadera palabra es «guerra» (...) Cuando yo hablo de guerra, hablo de guerra en serio, no de una guerra de religión, no (...) Alguno puede pensar: «está hablando de guerra de religión». No. Todas las religiones queremos la paz. La guerra la quieren los otros. ¿Comprendido?"

Estas son algunas de las palabras que dijo el Papa Francisco a los periodistas mientras viajaba en el avión que lo transportaba hasta Cracovia, Polonia, para participar de la Jornada Mundial de la Juventud. La ocasión fue, precisamente, el asesinato del P. Jacques Hamel en su iglesia parroquial de Saint-Etienne-du-Rouvray (Normandía), acuchillado por dos terroristas islámicos mientras celebraba la Santa Misa. El asesinato se produjo el martes 26 de julio y las palabras del Papa un día después.

El Papa dijo haberse sentido “particularmente turbado por este hecho de violencia que ha tenido lugar en una Iglesia durante la liturgia de la Misa y ha implorado la paz de Dios sobre el mundo”. Turbado, sí ciertamente, pero da la impresión de que no ha querido definir las cosas por su nombre. No ha querido llamar por su nombre a los terroristas ‒¿acaso por temor a que el Islam asuma posiciones más enconadas ahora que ha consumado su primer sacrificio en tierra europea?‒; no ha querido llamar ´martirio´ al asesinato del Padre Hamel, cuando sí ha hablado de mártires con ocasion de las incontables matanzas de católicos en Medio Oriente a manos de musulmanes también. No ha querido, por último, referir los categóricos términos “guerra de religión”.

No son omisiones inocuas que ahorrarán vidas o que mantendrán la ilusión del ecumenismo con el Islam. El Islam, y lo ha de saber bien el Papa Francisco, es un enemigo histórico del Cristianismo y de la Iglesia y la ha perseguido cuanto ha podido. Y hoy lo está haciendo sino con más saña sí con mayor ventaja pues cuenta a su favor con la indefensión voluntaria del Catolicismo. Los asesinos han sacrificado al Padre Hamel no por cuestiones políticas, estratégicas o por el "dominio de un pueblo sobre otro". A ellos los anima una inspiración religiosa, tan tenaz cuanto perversa, que no acaba de cristalizar en guerra abierta porque la contra-parte no replicará los ataques.

Pero el Islam está en guerra contra el Catolicismo y en “guerra religiosa” desde hace siglos. Es necedad o defección no ver claramente esa realidad. Las omisiones del Papa Francisco se conjugan, lamentablemente, con las presuntas y oscuras intenciones de las autoridades religiosas del Islam que no han denunciado ‒ni parece que lo harán‒ con voz clara, firme y unánime las atrocidades cometidas en nombre de Alá por parte de sus correligionarios.

Ninguna voz del Islam se ha alzado para declarar con firmeza que los degüellos de cristianos nada tienen que ver con la pacífica religión del profeta Mahoma y del grande Alá. “Si el Papa Francisco anunciase el inicio del proceso de canonización del padre Hamel daría al mundo una señal inequívoca, vigorosa y elocuente, de la voluntad de la Iglesia de defender su propia identidad”, ha dicho con lucidez y valentía Roberto di Mattei en su artículo “I primi martiri dell´Islam in Europa” (Il Tempo, 27/07/2016, reproducido en “Corrispondenza Romana” del mismo día).

Mientras tanto sigo confirmando que la revolución del lenguaje no consiste solo, ni principalmente en ocasiones, en la transmutación de los significados sino en la omisión de palabras que evocan significados que debieran estar pero que no conviene que estén presentes.

 Ernesto Alonso
 
Ernesto Alonso