domingo, 26 de octubre de 2014

Sermones y homilías


LA REALEZA DE CRISTO
 
  
Pío XI instituyó la festividad de Cristo Rey pensando en el bien que traería al mundo entero, esperaba “su renovación”. Tenía una triste experiencia. La Primera Guerra Mundial terminó con un tratado de paz, para el cual no se pidió la colaboración del Papa. Funestos “pactos de paz” en que ni siquiera se menciona el nombre de Dios. Y continúan las asambleas por la paz, pero nadie pronuncia el nombre de Dios.
 
De ahí los resultados que vemos. No vivimos en paz y no estamos tranquilos. Nuestro mal está en que no somos lo bastante cristianos. Al Papa le incumbe mostrar el camino. Es el que mejor conoce cómo está la salud espiritual del mundo. ¿Qué es lo que nos está diciendo el Papa al publicar la festividad de Cristo Rey? No tenéis paz, porque la buscáis por caminos errados. Prescindís de Cristo, cuando Él es el punto céntrico de toda la Historia. Se ha desencadenado la peste en el mundo, la peste que destruye las conciencias y la vida moral. Os contagiáis cuando desterráis de vuestra vida a Cristo. De seguir así, pereceréis. Y nosotros ni siquiera nos asustamos al oír su grito de alarma.
 
La enfermedad de la sociedad no puede ocultarse por más tiempo; aparecen ya las pústulas; pero nadie se asusta. ¿Dónde está el mal? ¿Es que acaso se persigue a la Iglesia? ¿Es que le espera al creyente el cadalso? No, ya no existen tales persecuciones, como la de los Nerones. La peste actual obra de distinta manera. Sus bacilos enrarecen el aire en torno de Cristo y no permiten que en la vida pública seamos católicos.
 
El mundo es un libro inmenso. Todo libro gira en torno de un tema fundamental; si quisiéramos resumir en una palabra el pensamiento fundamental del mundo, habríamos de escribir este nombre: ¡Cristo! Ahora no lo vemos aún con toda claridad; tan sólo lo comprenderemos cuando aparezca en el cielo la señal del Hijo del Hombre. Entonces veremos sin nubes que Él fue el principio y el fin. Aunque ahora no lo veamos con claridad, creemos; creemos que donde falta la señal del Hijo del Hombre, allí reina la oscuridad, allí se eclipsa el mundo espiritual. Pero confesamos a Cristo. Nos consideramos católicos. Sí: quién más, quién menos. Pero ¡son tan pocos los que viven a Cristo! Cristo es Rey en mi corazón, es verdad; Cristo es el Rey en mi hogar, es cierto, ¡pero no basta! Cristo es Rey también en la escuela, en la prensa, en la fábrica, en el Congreso.
 
Pasemos nuestra mirada por el mundo: ¿Dónde impera la Santa Cruz de Jesucristo? La vemos en las iglesias, sobre la cama de algunos católicos. Pero en la vida pública, ¿dónde impera la Cruz de Cristo? No la vemos.
 
¿Comprendes, pues, cuál es el objetivo de la fiesta de Cristo Rey? Hacer patente esta terrible verdad: que Jesucristo, el Sol del mundo, no brilla en este el mundo.
 
Nadie persigue la religión de Cristo. Hoy no se persigue, acaso, a Cristo, pero, no hay lugar para El. ¿En dónde se puede hallar hoy a Cristo? Tan sólo en la iglesia. Pero esto no basta. Él nos lo pide todo, porque le pertenece. En el momento de salir de la iglesia ya no tenemos la impresión de vivir entre cristianos. Cristo es Rey, pero le hemos despojado de su corona, y así no puede reinar.
 
¿Cómo hemos llegado a tal extremo? Sufrimos una enfermedad radical; la sociedad moderna sufre una aguda crisis. No se respeta la autoridad, se falta el respeto a la ley. No se respeta el saber, la virtud, la experiencia. Se da una increíble contradicción: a la vez que hay un enorme progreso técnico, el hombre es cada vez más desdichado. Se ha desarrollado la ciencia, la técnica, pero no se ha progresado en integridad moral.
 
¿Qué es la historia del último siglo sino una triste apostasía, cada vez más notoria?
 
En la Edad Media, todas las manifestaciones de la vida estaban enseñoreadas por Cristo. Hoy no ocurre lo mismo, desde que el desarrollo de la ciencia y de la técnica nos ensoberbeció; desde entonces nuestra mirada se clavó exclusivamente en la tierra. En aquel tiempo, los hombres creían que la Tierra era el centro del universo, y, no obstante, sabían mirar al cielo. Hoy sabemos que la Tierra no es más que un punto en el universo, y, sin embargo, a ella se limitan todos nuestros deseos y nos olvidamos del cielo.
 
De repente una catástrofe mata a centenares de hombres. Entonces se agita por un momento el hombre en su pequeñez al ver la mano poderosa de Dios; pero no es más que un momento, porque en medio del estertor de los moribundos, el hombre sin Dios sigue jactándose de sus proezas.
 
Si Cristo bajara de nuevo a la tierra volvería a ser rechazado. Toca en los estudios de los artistas. “El arte no tiene por qué verse influido por la moral”. Toca en las redacciones de los diarios; en los cines y teatros. No le dejan entrar. No hay lugar para Él. Toca a las puertas de las fábricas. ¿Estás inscrito en el sindicato? ¿No? Entonces, ¿a qué vienes?
 
Hace siglos que los bacilos de la peste de la inmoralidad se han infiltrado solapadamente en la sangre de la humanidad; iba diluyendo cada vez más la doctrina de Cristo, ahora nos encontramos que está todo corrompido.
 
El destierro de Cristo empezó en el mundo de las ideas. Día tras día pensábamos en todo menos en Dios. Nuestra fe se debilitaba cada vez más. ¿No lo crees? ¿En qué piensan los hombres? Los pensamientos de muchos cristianos durante el día; ¿son diferentes de los que pudieron tener los paganos honrados antes de la venida de Cristo? Un poco de bondad natural, una honradez exterior; pero, en el fondo del alma un mundo sin Cristo.
 
Y la gran apostasía se continuó en el hablar. Hablamos de las cosas en que pensamos, de las cosas que llenan nuestro corazón. No pensamos en Cristo, en sus leyes, en su Iglesia; por este motivo, tampoco entran en nuestros temas de conversación. ¡De cuántas cosas se habla hasta entre los católicos! Deporte, veraneo, diversiones, modas, política, viticultura, del dólar, del cine, de la salud, dietas, estudios; pero ¿y de Cristo? No hablamos de Él, porque no pensamos en Él. Estamos dispuestos a charlar de cualquier tontería; pero nos sonrojamos de hablar de Dios. Hacemos una lista de los propios méritos y, cuando llega el momento de hablar de Nuestro Señor nos sentimos encogidos. ¡Oh pobre Rey desterrado!

Esta es la triste situación de la sociedad moderna. No queremos que éste reine sobre nosotros. La política dijo: ¿A qué viene aquí Cristo? La vida económica: El negocio no tiene nada que ver con la moral. En las ventanillas de los Bancos: Vete, nada tienes que buscar entre nosotros. En las universidades: La fe y la ciencia se excluyen. Y, finalmente, hemos desembocado en la situación actual, que parece escribir: ¡Cristo no existe! ¡El Rey ha muerto!
 
Pero Jesucristo no ha muerto. ¡Aquí está el Rey! ¡Cristo vive y reina por los siglos de los siglos! ¡Lejos de nosotros un cristianismo diluido! Nosotros pregonamos que Cristo tiene derecho absoluto sobre todas las cosas: derecho sobre el individuo, sobre la sociedad. Todo está sujeto a Cristo.
 
Sí, Cristo es Rey de todos los hombres. ¡Es el Rey de los reyes! ¡El presidente de los presidentes! ¡El Juez de los jueces! El estandarte de Cristo ha de ondear por doquier: en la escuela, en el taller, en la redacción, en el Congreso. ¡Viva Cristo Rey!
 
Ha de repetirse el milagro de Caná: Señor, no tenemos vino, estamos bebiendo aguas pútridas por tanto materialismo. Haz que tengamos otros ojos, otro corazón y otros deseos; que vivamos un cristianismo auténtico.
 
¡Señor, acompáñanos al orar, para que sepamos orar como Tú rezaste!
 
¡Señor, quédate con nosotros cuando trabajamos, para que sepamos trabajar como Tú trabajaste!
 
¡Señor, te queremos presente cuando comemos y nos regocijamos, cómo Tú te regocijaste con los hombres en las bodas de Caná!
 
¡Señor, acompáñanos cuando vamos por la calle, como Tú ibas con tus discípulos por los caminos de Galilea!
 
¡Señor, te queremos presente cuando estamos cansados y sufrimos, para que Tú nos consueles y alivies como lo hacías con los enfermos!
 
¡Señor, vuelve a ser nuestro Rey!
 
Mons. Thiámer Toth
 

jueves, 23 de octubre de 2014

Históricas


A CIEN AÑOS DE LA GRAN GUERRA
 
 
GUERRA Y CÓDIGOS MORALES
 
“La historia según se escribe en forma cotidiana en realidad consiste en una narración ininterrumpida de guerras. El sociólogo de la historia Jacques Novicow ha calculado que en los tres mil últimos años ha habido mucho más de una década de guerra por cada año de paz”.
 
Las guerras prehistóricas creaban desiertos y a eso llamaban paz. Las guerras de hoy crean ruinas, dice el escritor inglés Veale, y también a eso se le llama paz. A la Era de los Bush en Irak —y es un ejemplo muy cercano— también, con fariseísmo, se le llamó pacificación y desarme.
 
Pero no tema el amigo lector; vamos a hablar pero poco de las guerras y de cómo, en el transcurso del tiempo ellas fueron civilizándose un poco. Desde los ejemplos presentados por el Deuteronomio, cuando los hebreos invaden Canaán llevando como consigna que en caso de rechazar su paz se “debía destruir a los varones con la punta de la espada y también a las mujeres y los niños, al ganado y a todo lo que hay en la ciudad incluso el botín que teníais que llevaros vosotros”; o cuando el caso del tártaro Tamerlán levantando gigantescas pirámides con cabezas de sus enemigos vencidos.
 
La influencia cristiana mostró sus frutos con las Treguas de Dios, el surgimiento de la Caballería, y los cambios en el espíritu del hombre castrense. Baste mencionar, por ejemplo, al jurista cristiano suizo Emeric Vattel que publicó en 1758 su obra clave “La Ley de las Naciones”.
 
Desde entonces se consideró formalmente que deberían llamarse de otra forma a las guerras llevadas a cabo con un objetivo limitado y que eran asunto exclusivo de los ejércitos sin que estos asesinaran a los no combatientes. No se consideraba el sufrimiento de los civiles como forma de influir en la moral del enemigo para provocar su rendición.
 
Es muy conocido el episodio de la batalla de Fontenoy entre franceses e ingleses. He aquí el ilustrativo gesto. Con banderas desplegadas y sus vistosos uniformes avanzaron ambos contendientes hasta ponerse a tiro de fusilería. Fue entonces que cuatro oficiales franceses caminaron hacia sus adversarios alejándose de sus tropas. Uno de ellos, cortésmente expresó a viva voz: “¡Caballeros de la Guardia inglesa, tirad vosotros primero!” ¿Fantasía?  No lo aceptamos. Lo creemos a pies juntillas ya que hay muchísimos episodios similares. Era el ambiente caballeresco heredado de la Cristiandad medieval.
 
Al gran Luis XIV le costó el predominio en Europa su orden de quemar la región germana del  Palatinado. Esto significaba que la Caballería Cristiana y Militar tenía un código ético igual en toda Europa. Sin embargo en menos de doscientos años todo cambió.  Primero la subversión masónico-francesa de 1789 con sus brutalidades “populares” (baste el ejemplo de los crímenes cometidos contra La Vendée). Luego la Guerra Civil norteamericana (1861-65), durante la cual, el arrasamiento de regiones enteras por el diabólico terror desatado por los generales norteños Sherman y Grant con la anuencia de Lincoln, quemaron los códigos caballerescos  europeos que mantenía el sudista General Lee. Y sentaron las bases de crímes norteamericanos posteriores como los de Hiroshima y Nagasaki (1945), ordenados por Harry Salomón Truman.


EL DESENLACE

Ahora, vayamos a nuestro tema: la Guerra de 1914-18 de cuyo inicio se están conmemorando cien años. Y hablamos así porque en realidad comenzó con los viles asesinatos en Sarajevo (Bosnia) del Archiduque Francisco Fernando y su esposa, siendo el primero heredero de la Corona del Imperio Austro-Húngaro. Era el 28 de junio de 1914. El criminal, un serbio eslavo llamado Gavrilo Prinzip integrante de la esotérica “Mano negra” que buscaba lo que finalmente consiguió. Esto era, ni más ni menos, que el estallido de un conflicto europeo al que se agregaron dos potencias extra continentales: Estados Unidos y el Japón que destruyeron Europa (recordar Versalles ) y con ella el último bastión de la Cristiandad Medieval Romano Germánica: el Imperio Austro-Húngaro.
 
Sus primeros mártires fueron los ya citados: el Archiduque Francisco Fernando y su esposa la Condesa Sofía. El julio de ese año trágico, tuvo su hito el 23 de ese mes cuando Viena presentó el ultimátum que exigía que funcionarios imperiales estuvieran presentes en las investigaciones de los magnicidios.
 
La indiferencia serbia provocó mayores reacciones que la prensa escrita aprovechó atizando el enfrentamiento que finalmente estalló el 4 de agosto con la guerra ya declarada. La prensa popular que comenzó su vida sirviendo de informativo se trasmutó en lo que también es hoy: sembradora de cizaña, pornógrafa y simuladora para manejar como títeres a lo que se llama “libre opinión pública”. Wingfried Stratford en “The Victorian Sunset” [Routledge, London 1932, pág. 268] escribió: “Una enfermedad estaba infectando toda la civilización haciéndose que se elevase una fiebre que amenazaba el colapso final. El odio era engendrado mediante las sugestiones en masa científicamente preparadas”.
 
¿Penetración subliminal? No. Odio puro salido de las esotéricas camarillas belicistas de Londres y Paris que empujaron al bueno del Czar y a los serbios enceguecidos de orgullo. Ya no estaba en la Cancillería del Reich el genial Bismark, que luego de la derrota de Francia en la batalla de Sedan (1871) y la caída de Napoleón III, había conseguido mediante juegos de equilibrios darle a Europa 43 años de tranquilidad. La “Belle Epoque” de seguridad y bienestar agonizaba ahora por horrores internos.
 
Ejemplos claros son las tres causas fundamentales de la guerra de 1914-18. La primera: el anhelo de los rusos por los Estrechos que llevan al Mar Negro. En segundo lugar la herida francesa que estaba abierta desde la pérdida de Alsacia y Lorena incorporadas al Segundo Reich luego de Sedan, cumbre de las victorias bismarckianas y el orgullo inglés que no soportaba al Segundo Reich como potencia competidora en lo naval y comercial. Lo que pudo ser solucionado por la diplomacia no lo fue. Las cosas estaban así a la muerte del Kaiser Federico III (1888) que permitió el acceso al trono de los Hohenzollern a su hijo Guillermo II que reinaría hasta 1918.
 
Guillermo, nieto por su madre de la Reina Victoria, era un hombre impulsivo, obstinado, piadoso, algo teatral y ultranacionalista. Apenas llegado al trono proclamó que el Segundo Reich había dejado de ser una potencia continental para ser mundial. La nueva welpolitik implicaba un desarrollo de las flotas del Reich ya poderoso por su desarrollo industrial y el aumento de su población. La agresión inglesa a los holandeses Boers Sudafricanos despertó hostilidad contra Gran Bretaña que se encontró sola, obligándola a buscar el apoyo de Francia y del Imperio Ruso. Se gestaba entonces, un entramado con los imperios centrales por un lado y por el otro las masónicas Francia e Inglaterra, junto a la tradicionalista y leal Rusia que mantenía prohibida a la siniestra Sociedad desde los tiempos de Alejandro I. Fatal alianza: jacobinos y masones con la Santa Rusia. Era la tumba del cristiano y ortodoxo Imperio de los Romanoff. La bomba de tiempo estaba instalada en los Balcanes y la mecha era Bosnia y su capital Sarajevo.
 
En 1908 Austria anexó a la corona su protectorado de Bosnia frente al peligro turco en ese momento remozado por la presencia de la agrupación de los Jóvenes Turcos, grupo Militar que controlaba el gobierno de la Sublime Puerta con el Sultán prisionero. El proyecto de su Jefe, el masón Kemal Ataturk era recuperar la antigua grandeza turca comenzando por dominar Bulgaria, Serbia, Bosnia y Herzegovina.  Ante tal peligro el Kaiser Francisco José, Emperador Austrohúngaro, ordenó la anexión de Bosnia. “Austria —dice el historiador Frank Simonds— poseía muchos títulos sobre ese territorio. Allí llevó la civilización, el desarrollo industrial, amén de carreteras y ferrocarriles a una de las regiones más atrasadas del mundo”.
 
El Segundo Reich apoyó totalmente a Viena y la entente que unía a Londres, París y Moscú permaneció imperturbable. Esto significó una derrota para la diplomacia de Viena y Berlín, porque la ruptura que esperaban del frente plutocrático y zarista no se produjo. Mientras tanto la pérfida Albión aguardaba. Tal como dice el ya citado Simonds en su primer tomo de “Historia de la Guerra del Mundo”: “Ellos no renunciaban a la idea que Inglaterra debía ser suprema en el mar”. Las guerras balcánicas que estallaron en 1913 y que terminaron con la victoria serbia favorecieron a Londres y París. Se levantaba una cuña dúctil a la influencia rusa en el flanco de la Bosnia de Austria-Hungría. Nicolás Romanoff, mal aconsejado por la infiltración liberal, vio la oportunidad no sólo de llegar al Adriático sino de movilizar millones de eslavos que integraban el Imperio Habsburgo. De ahí la presencia en Sarajevo del Archiduque y su esposa quienes simpatizaban con los eslavos e iban en búsqueda de soluciones.
 
En Estados Unidos se preparaban como siempre para defender sus intereses financieros estilo Shylock, ya fagocitada Cuba, las Filipinas y gran parte de México, amén de haber arrebatado a Colombia Panamá por la importancia de su futuro canal. Ya tenían puestos los ojos en Hispanoamérica “tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”. Algo parecido al “Maine” se preparaba. Al tartufo Wilson mejor lo dejamos para otra oportunidad. Faltaba un lustro para las orgías de Versalles.
 
Luis Alfredo Andregnette Capurro
 

domingo, 19 de octubre de 2014

Afirmaciones

“LO QUE TENGAS QUE HACER, HAZLO PRONTO”

Por Antonio Caponnetto

SIGNIFICADO DE LA TRAICIÓN

Reunidos en el Cenáculo, Jesús y los apóstoles cenan por última vez, celebrando la postrimera Pascua con el Señor de los Cielos en la tierra.
 
Escena conocida si las hay, y plasmada en palabras o en lienzos, en frisos y en poemas por los grandes artistas de signo cristiano.
 
Paradojas del existir en el Evangelio: aunque el centro de aquella reunión era el gozo eucarístico, San Juan nos cuenta que “Jesús se entristeció en el espíritu y protestó exclamando: «en verdad, en verdad os digo, que uno de vosotros me traicionará»” (San Juan, XIII, 21-30).
 
¿Cómo se explicaba aquella tristeza inefable de Dios? Varias respuestas caben. Desde la de San Agustín que,frente el gesto humano y legítimo de la pena divina,vio rodar por el piso los argumentos estoicos sobre la inmutabilidad del sabio, hasta la de Chesterton que sostuvo que —excepto la risa y por ser tan grande, reservada entonces a los tiempos parusíacos— el Redentor no ocultó ninguno de los sentimientos que brotaban de su naturaleza humana.
 
La mejor respuesta,sin embargo,nos sigue pareciendo la de San Juan Crisóstomo.
 
“Cuando una causa urgente —escribe— obliga a separar,antes de recogerse la mies, a algunos de los falsos hermanos, no puede hacerse esto sin que la Iglesia se entristezca”.
 
Hay una pena inmensa en la Iglesia cada vez que los hermanos que la integran caen en falsía, perjurio o deslealtad manifiesta. ¿Cómo no ha de tener esa pena la insondabilidad de un pozo sin fondo visible, cuando entre los hermanos felones se cuentan muchos de los herederos de los apóstoles y el mismísimo sucesor de Pedro?
 
Pero sigue distinguiendo el Crisóstomo. El quebranto de Jesús no lo sufrió en la carne cuanto en el alma y antes en el alma que en la osamenta. Porque en tamaña ocasión de escándalo, como lo es la evidencia de la traición, el Señor se turba por la caridad no por el remordimiento. Por la caridad hacia el buen trigo entreverado con la cizaña, y corriendo el riesgo de verse arrancado con aquélla. El Señor se turba por su propia voluntad misericordiosa, no por debilidad. Nadie lo obliga a afligirse —que nadie tiene imperio sobre Él—; su aflicción es voluntaria y consoladora, para cargar sobre sí las debilidades de quienes no pueden sobrellevar tamaña artería y vileza manifiesta.
 
Es la Revelación de la Tristeza, que nos cantara José María Fernández Unsain:
 
“Mira cómo lo adorna la divina
tristeza con que luce su belleza…
Mira,Señor, ya baja la neblina,
ya muere, ya nos hiere la tristeza”.
 
No queremos ocultar nuestra tribulación ante esta Iglesia traicionada por quien debiendo comportarse como el Vicario del Esposo, emula al oscuro desertor de Keriot. Y no trepida en contemporizar desde Roma con los cultores de las costumbres nefandas o del vicio contra natura. Los mismos que provocaron el derrumbe justiciero de aquellas ciudades edificadas sobre el Valle de Sidim, cuando el Dios de los Ejércitos estalló en justificada cólera.
 
Sólo queremos pedir que nuestra compunción halle sostén en la de Cristo, que para eso nos la ofreció. Que nuestras lágrimas sean un coágulo de cielo en las pupilas, al buen decir de Anzoátegui; asociadas a Aquél que tuvo que llorar ante los muros del lugar sagrado.
 
Sólo queremos recordar, en suma, que hasta la traición ocupa su lugar en la Pedagogía Divina, y por eso está prevista en las Escrituras, como cuando David se angustia por la deslealtad de Aquitófel, y el salmo canta: “el que come el pan conmigo, levantará contra mí su calcañar” (Salmo 40, 10).
 
David es el tipo de Jesús, Aquitófel el de Judas. Los dos traidores, los dos dándose muerte por su propia mano. Pero ante sendos casos —acíbar duro de ingerir y hasta de oler— es la invocada Pedagogía Divina la que resuelve el drama. Así lo juzga el Cardenal Gomá: “Desde ahora os lo digo, antes de que acontezca; a fin de que viéndole víctima de la traición villana, no le tengan por imprevisor a Dios y disminuya su fe; antes, por el contrario, el cumplimiento de la profecía sea un motivo más de credibilidad para ellos. Para que cuando aconteciere, creáis que Yo Soy”.
 
El cumplimiento de las Profecías: el Pastor Insensato, la Fiera de la Tierra, el Preludiador de la Bestia, el Propagandista del Anticristo, la Iglesia de Laodicea. Nada de esto nos quita la Fe ni la Esperanza. Nos la confirman; y anticipan la Felicidad tras la última batalla, que ya es difícil y cruenta, y lo será todavía más.

EL VÉRTIGO DEL TRAIDOR
 
Volvamos a la escena del Cenáculo. Todavía falta un desenlace más conmovedor y más tenso del que ya mentamos.
 
Señalado el traidor por su nombre, Jesús le dice: “Lo que tengas que hacer, hazlo pronto”.
 
También estas perícopas han dado lugar a reflexiones concurrentes. Orígenes se pregunta si no eran palabras dirigidas antes al demonio, que ya había entrado en el Iscariote, que al Iscariote mismo. Puede ser. Pero San Agustín en esto, parece sacarnos más provecho con sus comentarios.
 
El Señor, por lo pronto, está provocando al adversario a la lucha: No te quedes quieto. Sigue cuanto antes con tu maldito propósito. Yo sé bien cuál es el mío y lo cumpliré acabadamente.
 
El fruto de ese “hacer pronto” lo inicuo que planeaba era la misma redención, “lo que no quería se retardase ni evitarse, sino que se apresurase cuanto fuera posible”, prosigue Agustín. La prontitud pedida al felón no es para cooperar con su malicia, ni siquiera para precipitar la caída del pérfido, al que tantas veces había invitado a recapacitar. Sino teniendo en cuenta ante todo la salud de los fieles, la salvación de los leales.
 
Hazlo presto equivale a decir que no se teme a lo que sobrevendrá tras la traición aborrecible. El Redentor vigila, aguarda; oblativamente espera el desenlace.
 
Hazlo presto, comenta Straubinger,es la misma urgencia salvífica ya puesta de manifiesto cuando le dice a los suyos: “un bautismo tengo para bautizarme, ¡y cómo estoy en angustias hasta que sea cumplido!” (San Lucas, 12, 50).
 
Entonces —y aquí llegamos— aterra en principio que quien ocupa hoy la silla petrina parezca ir tan presuroso por el derrotero de la deslealtad a Jesucristo. Y que para andar por tan espinoso sendero, no sólo no reciba plata judaica, sino que sea él quien les pague a los deicidas. Con concesiones doctrinales inauditas, por un lado, que ya habían hecho sus predecesores inmediatos; y con dinero abultado, por otro. Como sucedió en los primeros días de octubre del 2014 con la entrega de cien mil euros a la Fundación Auschwitz-Birkenau, que no es precisamente una de las periferias existenciales, sino de las más abigarradas usinas de la “industria del holocausto” que oportunamente desenmascarara Norman Finkelstein. El Iscariotismo moderno tiene aún este agravante sobre el antiguo: que paga para traicionar, y ningún Campo de Aceldama parece aguardar al contrito.
 
Este hazlo presto que vemos desplegarse ante nuestros ojos,entre indignados y dolientes,debe ser sobrenaturalmente vivido. Mi vida, nadie la toma, quiere decirnos el Señor. Soy Yo quien la ofrece y la inmola gratuitamente. No te detengas. Pero sábelo Iscariote; y que lo sepan contigo tus aquiescentes mitrados y purpurados, que cuanto antes obres la iniquidad, antes completaré la batalla redentora.
 
Dios nos permita la gracia de no quedarnos dormidos mientras sigan arreciando los aires desventurados de la conjura.
 
ERA Y ES DE NOCHE
 
El texto joánico que estamos glosando —capítulo trece,versículos veintiuno a treinta— termina retratándonos a Judas que, una vez identificado como vil por el mismo Salvador, huye del Cenáculo a cumplir su cruento cometido. Y acota el fragmento, no sin hondo simbolismo: “y era de noche”.
 
“La noche sensible —escribió al respecto San Gregorio— es la imagen de la confusa noche que había invadido el alma de Judas. Por la cualidad del tiempo se expresa el fin de la acción. Judas, que no había de implorar el perdón, aprovecha la noche para la perfidia”.
 
Es Iscariotismo es hijo de la sombra y alimento amarescente que se cuece en las tinieblas. La sinonimia noche traición es un tópico cargado de razones. Excepto “la Noche Amable más que la alborada”, que no se hace patente, por desdicha, en la presente negritud o lobreguez que nos llega de Roma.
 
No debe subestimarse ni omitirse esta explosión de Iscariotismo en la Barca, que aunque ya se había manifestado otrora, estalla de manera rotunda con la llegada del Cardenal Bergoglio.
 
“Judas es el prototipo del traidor” —escribió Alberto Caturelli en “La Iglesia Católica y las catacumbas de hoy”—; es decir, de aquel que quebranta, viola y en cierto modo invierte lo que debe cuidar y trasmitir”. La raíz etimológica de traición es la misma que la de palabra tradición; y paradójicamente y por contraste “significa también lo opuesto: no cuidar, no trasmitir fielmente, quebrar la lealtad o fidelidad al depósito recibido […]. A esta infidelidad radical —aunque guarde astutamente todas las apariencias de la fidelidad— llamo Iscariotismo, porque tiene su modelo en Judas Iscariote”.
 
El Iscariote de todos los tiempos y de este tiempo, predica un Anti Verbo, de ese que no custodian los ángeles pero resulta gratísimo a los oídos del mundo, y en plena conformidad con sus crepusculares anhelos. No quiere palabras limpias ni verdades recias ni mucho menos confrontaciones con el siglo o contradicciones con las mayorías. No se nutre de los maestros de la Fe Sapiente sino del discurso estulto de los hábiles; y llama teología de rodillas a la que se labra en estado de genuflexión frente al Maligno.
 
El Iscariote somete a discusión lo indiscutible,cuestiona hasta las verdades inconcusas, ultraja el sentido común, mediatiza el idioma unívoco de lo obvio. La contranatura puede encontrarlo aquiescente, el adulterio presto a una convalidación gradual, la sodomía se torna pasible de bienvenidas eclesiales, el corrupto goza de una hospitalidad especial y repetida, las mujerucas rencorosas e hipócritas se sientan a su mesa, no para recibir severas y afables reconvenciones sino para intercambiar ofrendas.
 
La familia, para el Iscariote, ha dejado de ser sólo la unión ante Dios, de uno con una y para siempre; varón y mujer abiertos a la vida y vasallos del Ordo Amoris. Puede seguir siendo eso, claro; pero también otra cosa y antagónica, invocando una misericordia sin justicia, una flexibilidad sin el límite del Decálogo, y un concepto de Iglesia que recibe a todos, como si fuera una playa nudista, sin el mínimo requisito de la pudicia o del respeto a sus códigos bimilenarios. Si abro las puertas del hospital de campaña es para sanar a los heridos, y por caridad hacia sus cicatrices. No para convalidar sus purulencias o para hacer pasar por cuerpo sano la gangrena que lo carcome.
 
San Clemente de Alejandría lo supo explicar mejor en “El Pedagogo”, cuando remitiéndose al Libro del Éxodo (34, 16), sostiene: “Vendaré la perniquebrada y curaré la enferma, traeré la extraviada y la apacentaré en mi santa montaña”. No dice que la pierna enferma y rota permite caminar del mismo modo que camina aquél con sus piernas sanas.
 
Reconocerán los discursos de Judas porque no contienen voces de vida eterna. Como no las contuvieron cuando el Evangelio registra su primera confrontación con el Señor, en suelo de Betania. El Iscariote reprende a la mujer que derrama “ungüento puro de gran precio” sobre los pies divinos, para enjugarlos después con sus cabellos (San Juan 12, 3). Invoca a los pobres, pero piensa en la bolsa. Tal vez era el perfume de príncipes lo que más lo alteraba. Su olfato plebeyo estaba hecho para el corral, la cochiquera o la boyeriza.
 
Es notable que Santo Tomás, comentando el Evangelio de San Mateo, que registra el ominoso arreglo entre Judas y la Sinagoga para entregarles al Señor, observa que el precio inicial convenido era el de aquel ungüento de nardos que no había podido impedir que se “malgastase” como tributo al Unigénito. Pero al final, cierra el tráfico más inicuo de los siglos con un “Dadme lo que queráis” (San Mateo, 26, 15).
 
¿Hay una Iglesia de Judas?, se preguntó hacia 1970, Bernard Faÿ, cuando el estado de descomposición se hacía evidente.
 
Se respondió en un libro homónimo, “L’Eglise de Judas”, diciendo que sí, aunque sin faltar a la caridad ni a la esperanza. Lo peor,sostenía entonces, es que los Iscariotes ponen cuidado “en mantenerse en la Barca de la Iglesia, en aferrarse a ella aún cuando la profanen, en no descuidar ningún esfuerzo, ningún ardid, ninguna mentira para que los hombres y el clamor falaz de los periódicos les declaren todavía miembros y parte inherente de esta Iglesia, que ellos tienden a arrastrar con ellos en su reniego, de manera que sea consumada la obra de Judas, y que pueda abandonarse, completamente, a las fuerzas del mal, el cuerpo terreno del Cristo profanado”.
 
Sí; era de noche cuando el indigno abandonó el Cenáculo sin comulgar. Sigue pesándonos esa tiniebla y esa fuga. Aterradora vigencia del misterio de iniquidad. Y sin embargo o por lo mismo, en tales circunstancias, la consigna del Señor es que no tengamos miedo. Mucho más marcial todavía: “erguíos y levantad la cabeza porque se acerca vuestra redención” (San Lucas, 21, 28).
 
Nos es imposible imaginarnos la escena sin pensar sensiblemente en la procesión del Cristo de la Buena Muerte, que llevan a pulso, reciamente, los herederos de Millán Astray, en los hondones de la España Eterna.
 
LO QUE ES CATÓLICO HACER

Arribados a este punto —con la congoja propia del hijo ante el padre amado a quien se ve perder la vertical y el quicio— sobrevienen las preguntas, que son múltiples, como múltiples también sus procedencias.
 
Se cuentan por racimos, y cada vez mayores y de pesares más inconsolables, las familias lastimadas, divididas y perplejas por el actual magisterio, que no cesa de traicionar la Verdad, el Bien y la Belleza. Padres que no saben qué decirles a sus hijos, cuando constatan la inverecuncia y la heterodoxia en Roma. Hijos ya grandes y bien formados, que no saben cómo sosegar a los ancianos, atónitos ante cada dislate diario que se propala desde Santa Marta.
 
Es extraño que tamaña desolación coincida con la convocatoria de un largo Sínodo dedicado a la Familia; y que durante el mismo —por expresa permisión de Francisco y de sus kasperianos socios— se esté disponible para resguardar el derecho de los fornicarios, o los “dones” de los invertidos, o los propiciadores de de la perspectiva del género, pero no se atienda al deber de llevar al seno de los hogares católicos el perpetuo sí, sí; no, no que los sustraería de tantas reyertas y les restituiría la paz de saber que la Iglesia ha sido, es y seguirá siendo semper idem.
 
Somos simples laicos bautizados, sin respuestas para todos los interrogantes. Mucho menos para quienes interrogan con arrogancia, soberbia y anónima cuanto cobarde malicia.
 
Somos meros sarmientos de la Vid,que si algún mérito tenemos es el de haber advertido,casi en soledad y varios años antes de que el gran mal sucediera, quién era el hombre particularmente dañino y dable a las herejías al que finalmente eligieron para ocupar la Silla de Pedro. Pero no somos el Cónclave, ni el Paráclito, ni los redactores, aplicadores o intérpretes autorizados de la Bula “Cum ex apostolatus officio” del Papa Paulo IV. No tenemos potestad jurídica ni sacramental para decir más de lo que decimos, y así fuera constatable la tesis de Antonio Socchi, en su inquietante “Non é Francesco”, a nosotros nos toca rogar para que el Espíritu Santo convierta a los desencaminados o ubique a los desubicados.
 
Frente a la dura encrucijada apenas si podemos recordar, para nuestra seguridad, consuelo y esperanza, lo que es católico hacer:
 
- Es católico saber que la infalibilidad ex cathedra no supone impecabilidad de conductas ni de enseñanzas pontificias personales; ni siquiera de enseñanzas religiosas o morales. Ergo, si desde el sitial de Pedro se enseñara el error; si se heretizan proposiciones intangibles o se debilita la inconmovilidad de la Fe y de las costumbres, hay obligación de protestarlo, de confrontarlo y de suspender la ligazón de la obediencia. Porque nunca es legítimo seguir al que me lleva al error. El súbdito, en estos hirientes casos, está facultado a resistir con fundamento, respeto, responsabilidad y seriedad.
 
- Es católico ilustrarse con la historia de la Iglesia y con las consideraciones de teólogos santos que han alcanzado los altares. No sólo para que la crónica de las tempestades nos ratifique en la certeza de la ininundabilidad de la Barca, sino para constatar que, a muchos de esos teólogos, no causaba escándalo alguno afirmar lo que afirmamos. El admirado Medioevo conoció un florilegio de esos doctos varones de sapiencialiedad teológica, a quienes nunca se les hubiera ocurrido la desviación papolátrica moderna, construyendo el dogma peligroso y absurdo de la omni-inerrancia de todo pontífice y de toda palabra suya.
 
- Es católico saber que “el humo de Satán ha entrado en el templo de Dios”, constituye sentencia proferida por un Papa. Por quien le siguió esta otra, igualmente grave, según la cual, la Iglesia está “cercada por propias e internas herejías”. De su siguiente sucesor es el lamento rotundo: “Señor, en tu Iglesia, parece que la cizaña prevalece sobre el trigo”. Y hasta es apotegma de Francisco, salido de su boca el 10 de marzo del 2014, que “con Satanás no se puede dialogar”; lección redonda que debería aplicarse a sí mismo y a sus actos. Y que si vemos incumplida ostensiblemente, nos autoriza a la admonición y al grito desde los tejados.
 
- Es católico lo que hizo el Dante, al suponer que un par de Papas podían estar merecidamente en el Infierno, a causa de sus pecados y deberes incumplidos. Siendo Paulo VI, en 1965, cuando termina el Concilio Vaticano II, el que regaló a cada uno de los padres conciliares una espléndida edición de “La Divina Comedia”, amén de ensalzar al preclaro poeta con su diáfano documento “Altissimi Cantus”.
 
- Es católico saber que la Iglesia admite varias semejanzas, y que no cierra sus puertas. Pero entre las semejanzas que eligió Su Divino Fundador, está precisamente la de la puerta estrecha, a la que es preciso esforzarse mucho por ingresar, porque “una vez que el dueño de la casa haya entrado y cerrado la puerta, os quedaréis afuera y empezaréis a golpear la puerta, diciendo: Señor, ábrenos. Y os responderá: No sé de dónde sois” (San Lucas, 13, 24).
 
En uno de los textos patrológicos más cargados de símbolos, el Pastor de Hermas compara a la Iglesia con un gran sauce mimbrero, cuyas ramas son muy resistentes, porque aún cuando arrancadas del árbol madre, parecen secas, vuelven a brotar si se las planta en el suelo y se las mantiene húmedas. Sólo brotan y reverdecen bajo estas condiciones y requisitos. No porque sí.
 
Dios no es un cantor de tangos, enseñaba el Padre Castellani. De esos que, en un arranque de melancolía sensiblera, le dicen a la antigua barragana o al amigote desleal: “está bien; ya que volviste, pasá nomás”. No. Dios es un padre exigente, justísimo y sopesador infalible de premios y de castigos, con la mano de azúcar de su misericordia y la de hiel de su rigor. Por eso, puede arrogarse la decisión de decir “No; no entrarás esta noche. La puerta se ha cerrado para ti”. Eso sí, agrega Castellani. Cuando eso ocurre, Dios no se alegra y puede oírsele cantar esta coplilla gitana:
 
Algún día has de llamar
y no te abriré la puerta
y me sentirás llorar…
 
- Es católico lo que dice el “Catecismo de la Iglesia”, en su párrafo 675: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el «misterio de iniquidad» bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2Jn 7; 1 Jn 2, 18.22)”.
 
¿Por qué callar entonces ante la impostura religiosa? ¿Por qué simularla, omitirla, desterrarla de nuestras homilías, de nuestras conferencias o simples conversaciones? ¿Por qué fingir una hermenéutica de la continuidad si la ruptura se ha hecho patente, atravesándonos el costado como un lanzón artero?
 
- Es católico lo que predicó el ilustre benedictino Dom Prosper Guéranger: “Cuando el pastor se muda en lobo, toca desde luego al rebaño el defenderse. Por regla, la doctrina desciende de los obispos al pueblo fiel y los súbditos no deben juzgar a sus jefes en su fe. Mas hay en el tesoro de la revelación ciertos puntos esenciales de los que, todo cristiano, por el hecho mismo de llevar tal título, tiene el conocimiento necesario y la obligación de guardarlos. El principio no cambia, ya se trate de ciencia o de conducta, de moral o de dogma. Traiciones semejantes a la de Nestorio, son raras en la Iglesia; pero puede suceder que los pastores permanezcan en silencio, por tal o tal causa, en ciertas circunstancias en que la religión se vería comprometida.
“Los verdaderos fieles son aquellos hombres que, en tales ocasiones, sacan de su solo bautismo, la inspiración de una línea de conducta; no los pusilánimes que bajo pretexto engañoso de sumisión a los poderes establecidos, esperan, para correr contra el enemigo u oponerse a sus proyectos, un programa que no es necesario y que no se les debe dar”.
 
- Es católico hacer penitencia, ofrecer sacrificios y pedir perdón por los pecados propios; y pedirlo incluso por aquellos que los cometen teniendo las mayores responsabilidades en la práctica de la vida virtuosa.
 
Sí, Señor; te pedimos perdón por el mal ejemplo que da la mayoría de nuestros pastores, cuando decide estar, servilmente, en comunión de errores y de pusilanimidades con el Obispo de Roma. Los enemigos de la Iglesia encuentran en tamañas inconductas motivos de envalentonamiento para multiplicar su contumaz actitud blasfema y sacrílega. Lo vemos en la patria, y lo vemos en el resto de las naciones. Duele, Señor,tanta ofensa. Perdónanos.
 
- Es católico, a la par, dar gracias por los pastores fieles. Especialmente por aquellos, que con motivo del Sínodo sobre la Familia, han defendido el honor del hogar católico, acechado por la marejada ruin de hipótesis heréticas y de proposiciones abisales. Y que por tan gallarda defensa han sido menoscabados, marginados o destratados por la máxima autoridad eclesial.
 
- Es católico rezar y eso hacemos. A San Pedro, de la mano segura de Francisco Luis Bernárdez:
 
Ya que en la piedra inmortal de tu nombre
quiso el Señor afirmar nuestra vida
y edificar con su mano escondida
la verdadera morada del hombre;

Ya que tan sólo las llaves seguras
que Jesucristo te puso en las manos
pueden abrir a los seres humanos
la bendición de las puertas más puras;

Ya que tu barca es el único leño
que en el naufragio de todas las cosas
flota feliz en las aguas furiosas
para salvar a las almas sin dueño;

Ya que en las olas que el mundo levanta
sobre el dolor de la humana conciencia
sólo es posible esperar con paciencia
en la virtud de tu red sacrosanta;

Pídele a Dios que nos dé con tu llanto
la contrición con que hollaste a la muerte,
antes que el gallo final nos despierte
con el reproche sin fin de su canto;

Que con tu fe que ante nadie se arredra
nos asegure en la tierra cambiante
para que nuestra virtud se levante
con la firmeza de un muro de piedra;

Que nos dispute al abismo del mundo
con el afán de tu red milagrosa
y que en la paz de tu barca gloriosa
tenga lugar nuestro amor vagabundo;

Que nos infunda tu inmensa esperanza
y tu confianza robusta y sencilla
para buscar en tu barca la orilla
que solamente a su bordo se alcanza;

Y que tu barca segura y certera
siga en la noche el mejor derrotero
para llegar por el mar traicionero
a la ribera en que Dios nos espera.