domingo, 15 de diciembre de 2013

Sermones para el Adviento


EL EXAMEN DE CONCIENCIA

Juan era verdaderamente un hombre extraordinario. Su nombre corría de boca en boca, lo mismo que sus virtudes y sus obras. Se hablaba de él como de un profeta, como del Mesías. El Sanedrín decidió despachar enviados para pedirle explicaciones: “¿Tú quién eres, entonces?” Juan, no siendo iluso o distraído de su propia realidad, confesó quién era.
 
Tan agitados siempre por inquietudes y preocupaciones terrenales, necesarias o a menudo triviales, ¡qué oportuna sería para muchos cristianos  una severa y estricta embajada que nos obligara a una minuciosa revisión profunda, real de nosotros mismos y de nuestras obras!
 
Mas, si prestamos humilde atención, advertiremos que hay muchas voces suscitadas por Dios ocultas en los pliegues de nuestras conciencias, o en los serios golpes de ciertos contratiempos, o en las expresiones de quien nos critica y embiste, o en las varias circunstancias de la vida. Son éstos verdaderos “enviados” que, interrumpiendo los encantos de la vida, con frecuencia nos interpelan: “¿Quién eres tú? ¿Por qué haces esto? ¿Eres digno? ¿Sabes lo qué haces?”. Si fuésemos nosotros mismos los que nos preguntáramos, y supiéramos contestar con franqueza, ¡cuánto provecho sacaríamos en nuestra vida moral!
 
Y justamente, el preguntarnos y el sabernos contestar acabadamente, es lo que hacemos cada vez que realizamos, cuidadosa y reflexivamente, nuestro examen de conciencia. Este examen es de capital importancia para conocernos y para corregirnos.

Es admirable el modo con que San Juan Bautista contesta a sus interlocutores. Su conciencia es un libro abierto, ordenado, edificante. Su respuesta es sincera, clara y de típicas humildad y verdad: “No soy el Cristo; le preparo el camino. Bautizo, con agua. No más. Es sólo el preludio del gran Sacramento. No soy ni Elías, ni un profeta, sino una voz y nada más. ¡Ajá! El Mesías está entre vosotros y no le conocéis.” En el Bautista, esta cabal y pronta respuesta es fruto de un exacto examen.
 
1] El examen de conciencia, entonces, es necesario para conocernos.
Se ve en muchos cristianos una señal de gran descuido moral al no ponerse frente al propio “yo”. Sienten tal repugnancia, que les parece que morirían si se detuvieran un momento a reflexionar sobre sus vidas y sus obras. No reflexionan, porque no quieren que muera aquella ficticia personalidad que se han formado de sí mismos, poco a poco, desde su niñez.
¡Qué diferencia entre esta clase de cristianos y los paganos! Son los mismos paganos quienes nos dan una gran lección, pues consideraban el examen de conciencia como un medio valiosísimo de adquirir la sabiduría. En varias partes y hasta en sus templos esculpían la frase: “Conócete a ti mismo”.
El gran Séneca decía de sí mismo: “Cuando la luz está apagada y los sirvientes duermen, yo me esfuerzo en pensar sobre mi responsabilidad cotidiana. Considero y mido mis palabras y obras, y no disimulo nada, y me castigo cuando he faltado, para no recaer.”
Ésta es sabiduría antigua que ha sido perfeccionada por el Cristianismo. San Pablo recomendaba mucho a los Gálatas: “...Cada uno examine sus acciones”. San Agustín después de su conversión, con la luz de la verdad que le iluminaba, repetía esta oración: “Conocerte a Ti, Señor, es conocerme a mí.” ...Oración que deberíamos repetir también nosotros, si aspiramos a un poco de perfección…

2] El examen de conciencia también es necesario para corregirnos.
En algunos atlas antiguos se señalaban ciertas áreas con palabras tales como “Tierras desconocidas”, “Incognita terra”. ¡Cuántos podrían describir así su conciencia! ¡Cuántos repliegues de nuestro corazón aún inexplorados!
Vivimos toda una vida. Cada día, poco a poco, nos estamos acercando inexorablemente a los umbrales de la tumba... ¡pero sin habernos conocido lo suficiente!
No son pocos aquéllos que se jactan de ser hombres de bien a pesar que tienen la conciencia llena de falsas ideas y de prejuicios sobre su carácter, en materia de religión o sobre los deberes de su estado, sobre la necesidad de las buenas obras, o acerca de la obligación de instruirse en la doctrina cristiana.
Y cuando no se conoce una zona: ¿Cómo se la podrá evaluar, mejorar, conseguir más rendimiento? Si el médico no examina bien al enfermo, no le será fácil curarlo. Es una insensata pretensión querer corregirse y adelantar en la virtud, sin examinarse.
  
Algunos elevan la ignorancia a la categoría de “octavo Sacramento”, pues dicen que salva a muchos cristianos... En realidad, no se puede afirmar con seguridad “que la ignorancia salva, o excusa”, sin ver primero “si la ignorancia vale en el caso individual” y “cuándo la ignorancia vale en el caso individual,” particularmente luego de tantos llamamientos del Señor, que no son sino una verdadera embajada que nos sitia.
 
No es tan sencillo clamar ignorancia… Hay enfermedades tan severas que no es extraño que nos hagan muy difícil el rezar. San Ignacio de Loyola, dice que la enfermedad que nos dispensa de la oración cotidiana no nos exime del examen de conciencia. San Juan de Ávila, verdadero maestro espiritual, declaró abiertamente “Si vosotros hacéis con constancia el examen de conciencia, vuestros defectos no podrán durar mucho tiempo.” De manera que podemos afirmar que cuanto más conocemos las condiciones de la conciencia, tanto más elevada será nuestra perfección; y de hecho, conocemos nuestra conciencia a través del Examen.
 
Comúnmente se distinguen tres tipos de examen de conciencia: a) El Examen Particular, b) el Examen Cotidiano y c) el Examen para la Confesión.
 
a) Por ser bastante específico, no se pretende siempre de todos los fieles el Examen Particular. El Examen Particular es un breve examen que se cumple cada tanto en el día, p.ej. al mediodía, y por la noche, antes de irse a dormir. Versa sobre una falta dominante o sobre una virtud: “¿Cuántas veces he caído en la murmuración y en la crítica (etc.) hoy por la mañana en mi trabajo? Voy a redoblar la vigilancia sobre mí mismo cuando vuelva a trabajar por la tarde… Pésame Dios mío…”
“Pequeñas cosas” lo llamarán algunos. “Trivialidades. Sonseras de estos curas. ¡Pequeñeces de sacristía!”, dirán los atrevidos de siempre, aquéllos cuyo mayor logro apreciable en esta tierra es el haber hecho el culto del enquistamiento en la mediocridad.
Ahora bien, el precioso trabajo de bordado de una costurera, ¿no está hecho, acaso, de pequeños puntos? ¿No es con breves movimientos de sus alas que el ave se eleva al cielo? ¿No es debido a diminutas explosiones en el motor, que un auto se desplaza aun cuando circula a gran velocidad?

b) Examen Cotidiano: Si, durante el día, el trabajo nos absorbe, es también apropiado y justo para el cristiano el doblar la rodilla por la noche y el abrir la propia conciencia como libro en mano, y releer en ella, aunque fuera brevemente, aquello con lo que a lo largo del día se ha cumplido y con lo que no. Ante las faltas, al principio se va viendo que difícilmente disminuyen; pero con el tiempo la voluntad asistida por la Gracia las trabajará con fruto.  Como no sólo hay que evitar el mal, sino que es necesario también hacer el bien, hay que sinceramente preguntarse si no se ha malgastado tiempo precioso al no haber realizado suficientes obras buenas.
Si uno está muy cansado, es mejor acortar las oraciones que dejar el Examen Cotidiano de conciencia.
La ventaja del Examen Cotidiano por las noches hará más fácil el:

c) En el Examen para la Confesión seremos más diligentes y serios. Aquéllos a quienes poco les importan los exámenes de conciencia, son quienes tienen tantos problemas para confesarse. Tan a menudo el confesor percibe que vienen mal preparados a la Confesión, y hasta con fastidio, pues ellos mismos advierten sus propios engaños y falencias. Están arrodillados en el Confesonario, pero como “queriéndose ir...”

Verdaderamente aquéllos que jamás se examinan, que jamás se ayudan de alguno de los exámenes de conciencia que están en los misales o devocionarios, son los que no consiguen encontrar pecados en su conciencia.
 
Los Santos, al contrario, acostumbrados a escrutar luminosamente su conciencia, descubrían siempre imperfecciones y defectos, haciendo más resplandeciente su espíritu por tanto. De aquí que el gran Arzobispo de Milán San Carlos Borromeo siempre fuera acompañado por su confesor para poderse confesar muy frecuentemente y así no dejar que nada se le escapara, aun cuando salía de visita pastoral a sus parroquias, resplandeciendo siempre a los ojos de Dios.

Como conclusión digamos que la sinceridad nos debe guiar constantemente tanto en lo referente a Dios, como en lo que hace a nosotros mismos. El examen de conciencia, además, nos será muy útil ayudándonos a tener siempre el oído atento a los llamados de la Ley de Dios, de nuestros deberes y aun de los rectos juicios de nuestros allegados.
 
Y cuando alguien nos aporte justa crítica, observación o reproche, es como si se nos preguntara “¿Y tú quién eres?” Así como la pesquisa de los fariseos para nada confundió a San Juan Bautista, tampoco nos ocurrirá a nosotros si examinamos los hechos, pensamientos, palabras y omisiones de nuestra vida a la luz de estrictos exámenes de conciencia.
 
Así como San Juan Bautista, con su ejemplo y predicación, dispuso a los hebreos para la venida del Mesías, nosotros, a través de un santo examen de conciencia, nos prepararemos a la venida del Niño Dios, en esta Navidad que se acerca.
 
“¡Enderezad los caminos del Señor!” truenan incontestadas las palabras del Precursor desde hace veinte siglos. Allanemos, pues, los caminos de nuestro corazón con el frecuente examen de conciencia, y el Salvador bajará a ellos para concedernos Sus protectoras gracias.
 
Que la escena de la embajada de los fariseos a San Juan Bautista siempre nos recuerde el capital deber del examinar nuestra conciencia puntual y exactamente.
 
Architriclinus

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Una de las cosas mas difíciles en el exámen de conciencia es evitar las propias trampas y autoengaños, las justificaciones baratas. Yo me las he hecho de a miles.
PACO LALANDA

Anónimo dijo...

Hermoso sermon!! Quien es el autor? Sin duda un hombre de Dios.

Pehuen Cura.

Anónimo dijo...

Juan - o mejor dicho Jokanaan ben Zacharia, era un gran hombre y profeta. Pero era consciente que estaba preparando el camino a su Glorioso Primo, Nuestro Rey y Señor.

Como Juan, debemos darnos cuenta que debemos preparar el camino a alguien superior. No al "otro" como lo llamo Nuestro Señor, sino a El, en su Gloriosa Vuelta para juzgarnos definitivamente.

¡Gloria in excelsis Deo!!!

Pehuen Cura.