martes, 31 de enero de 2012

Necesarias precisiones


ACLARACIONES  SOBRE
Cabildo

A propósito de una entrevista


El domingo 29 de enero, en la sección Enfoques del diario La Nación (p.1-3), se publicó una larga e interesante entrevista de Ricardo Cárpena al Dr. Vicente Massot.

Siempre es bueno entrar en contacto con el pensamiento de Massot, sea por la caballerosidad de su estilo como por la solvencia de sus estudios. Pero si lo transcripto en la mencionada entrevista —tanto por las preguntas y comentarios del periodista como, principalmente, por las respuestas del entrevistado— fuera fidedigno, hay  una serie de juicios que se han vertido sobre la revista Cabildo que necesitan justicieras aclaraciones.

1º) Durante los años ’70 y hasta hoy, Cabildo no predicó ni practicó jamás la agresividad “en términos de la reivindicación de determinados tipos de violencia tan acusadas como las de la izquierda revolucionaria”. Esta simetría que se establece diciendo que “todos reivindicábamos la violencia” es, por lo menos, errónea y confusa. A quienes aún hoy formamos parte de Cabildo no se nos ha pasado por la cabeza buscar algún refugio indulgente en esta presunta homologación de violencias.

Cabildo predicaba la guerra justa contra el terrorismo marxista, precisamente en franca oposición a la estrategia criminal de la violencia ejecutada cruelmente por “la izquierda revolucionaria”. Las cosas se especifican por su fin. El nuestro era el reclamo de los argentinos cabales, para que las Fuerzas Armadas de la Nación libraran limpia y frontalmente la necesaria Guerra Contrarrevolucionaria. El fin de “la izquierda revolucionaria” era el opuesto, en consonancia con los planes del Comunismo Internacional a los cuales aquellas bandas partisanas respondían. Hablar de una genérica “violencia” que habría sido reivindicada por todos, comporta una ligera simplificación.

Precisamente porque es cierto que “la idea es que había una guerra”, no resultan analogables los que anhelábamos en ella el triunfo de la causa de Dios y de la Patria, con los que respondían a los planes de tres Estados Terroristas: el cubano, el soviético y el chino. Proponer una suerte de exculpación sobre la totalidad del espectro ideológico porque “todos reivindicábamos la violencia”, supone una grave indistinción filosófica, política y filológica de aquel invocado término. Bien ha dicho De Maistre que la Contrarrevolución no es una Revolución de signo contrario, sino lo contrario de una Revolución.

2º) No es cierto que “todas las revistas políticas de la época, como Cabildo, El Descamisado, El Caudillo, Militancia, tenían un común denominador: nadie creía en la democracia”.

Cabildo, ciertamente —de la mano segura de los clásicos y de los pensadores tradicionalistas más preclaros de todos los tiempos— sigue repudiando esta forma corrupta de gobierno. Pero el resto de las publicaciones mencionadas no sólo creían en la democracia,insertos como estaban en las aguas purulentas y ambiguas del peronismo, sino que la necesitaban, la sostenían y la usaban para la posesión y el usufructo del poder. De Marx y de Engels es la frase: “el primer paso de la Revolución Obrera es la conquista de la Democracia”. De Lenín aquella otra, según la cual, “la República Democrática es el acceso más próximo a la Dictadura del Proletariado”. Y hasta Rosa Luxemburgo se permitió decir que la Dictadura del Proletariado “consiste en el sistema de aplicación de la democracia, no en su abolición”. La intangibilidad de la democracia —teórica y práctica— no estuvo nunca en discusión desde las páginas populistas de las mencionadas publicaciones. Sólo Cabildo se manifestó políticamente incorrecto en tema tan crucial.Y en esto, como en el conjunto de nuestra doctrina, nos place seguir siendo consecuentes.

3º) Es verdad que Cabildo “no era pluralista”, ni se expedía a favor de “la tolerancia”, o que no estaba “en las filas de los moderados”.  Lo primero porque de la Filosofía Perenne aprendimos la primacía de la unidad de la Verdad por sobre la adición disgregante de las opiniones múltiples. Lo segundo, porque bien dijo un ingenioso francés que, para practicar la tolerancia, hay “casas”, y no son precisamente las que queremos frecuentar. Lo tercero, porque creemos con Gómez Dávila que para moderado está el demonio, siempre pronto a respetar todas las creencias.

Pero nuestra posición no admite ser definida como de “ultraderecha” o “de contenido antisemita”. Ni mucho menos que este último juicio se sostenga en el hecho que, desde nuestras páginas, se “alertaba sobre la conspiración judía mundial o la complicidad del judaísmo con el comunismo”. Son ya muchos y prestigiosos los autores judíos —dentro y fuera del país— que han probado la veracidad de este complot, así como la explícita y alegre connivencia del judaísmo y el comunismo. Esto último, además, se ha presentado en decenas de tratadistas hebreos como un honor antes que como una mácula. Tendrá, pues, que buscarse otro argumento para sostener tan trillada inculpación. Para hallar las causas de nuestra confrontación con el judaísmo —quienes realmente quieran conocerlas— tendrán que remontarse a la teología católica, no a la panfletería antisemita, fabricada muchas veces por los mismos israelitas.

Cabildo es expresión del Nacionalismo Católico, tan reacio a dejarse rotular con las categorías del pensamiento único dominante, como impugnador de las hemiplejias rotativas con las que el sistema se autoconserva. Ni ultraderechas ni ficciones lingüísticas similares definen nuestro ideario. La vaina enmohecida de la guerra semántica hace largo rato que no nos corre.
     
4º) Es una lástima —y lo decimos sin sombra de sarcasmo alguno— que el Dr. Massot haya llegado a la conclusión de que “las lecturas militantes no servían para nada y había que meterse con Aristóteles, Hobbes, Marx. Al estudiar esos temas me di cuenta de las barbaridades que reivindicábamos. Lo que hacíamos era militar, no pensar”.

Se comprende que el término militancia se encuentre hoy entre los más pasibles del desprecio, por el manoseo indecoroso que han hecho de él los esbirros del kirchnerismo. Pero al margen de que abusus non tollit usum, la verdad es que para estudiar a los autores que menciona, el Dr. Massot no necesitaba apartarse de nuestras lecturas militantes. Hasta para adentrarse críticamente en su “personaje preferido de la historia, el príncipe de Bismarck”, tenía a uno de nuestros grandes maestros, Don Rubén Calderón Bouchet, quien sobre el alemán escribió en el nº 3 de Restauración, la continuadora provisoria de Cabildo, cuando ésta fue cerrada por López Rega.

Una sencilla repasada a los antiguos ejemplares de Cabildo —y esto para acotar la referencia— le permitirá advertir a cualquiera que la formación que pregonábamos en nuestros lectores, amigos y camaradas, incluía forzosamente el conocimiento y el análisis minucioso de aquellos autores mencionados por Massot. Va de suyo que cada quien consagraba al estudio lo que sus dones, talentos o posibilidades le permitían. Pero contraponer dialécticamente la militancia al pensamiento, es un cargo que no puede aplicársele al Nacionalismo Católico sin cometer una penosa injusticia. Pensadores de fuste —y consagrados a todas las áreas del pensamiento, desde la teología y la metafísica hasta las letras y las artes, pasando por la historia y las ciencias— fueron a la par esforzados militantes nacionalistas. Algunos de ellos, como Genta y Sacheri, pagaron el alto costo de su sangre derramada por esta doble y honrosa condición de pensadores militantes.

Por último, la revista Cabildo, no apareció en 1972, sino el 17 de mayo de 1973. El Dr. Vicente Massot no “tenía entonces 18 años” sino 21. Sus datos curriculares asentados en su prolífica obra, datan su nacimiento en 1952.

Se me crea o no, lamento con un dolor lacerante y creciente, haber tenido que rectificarlo. Porque los recuerdos de su juventud lúcida y combativa, de su prosa acerada y vehemente, de su fe en la Tradición de la Iglesia y en los grandes arquetipos del Nacionalismo Universal, seguirán siendo para mí y para quienes otrora fuimos sus camaradas, un testimonio vivo que hasta los mismos e irreconciliables cambios de rumbo se niegan a borrar.

Antonio Caponnetto

lunes, 30 de enero de 2012

Activemos la Memoria

VOLADURAS SIN
“MEMORIA”
  
  
Todos los aniversarios de ambos atentados, “Memoria Activa” condena con razón las voladuras de la Embajada de Israel y de la DAIA/AMIA. Con amnesia parcial, sin embargo, la comunidad judía local como la del resto del mundo jamás rememora ni —mucho menos— repudia sus setenta cruentos atentados terroristas con explosivos en Palestina durante 1946, asesinando cuarenta y cinco soldados británicos, como tampoco su voladura del hotel “Rey David” de Jerusalén (sede de la Secretaría del Gobierno mandatario) el 22 de julio de ese año, masacrando a otros noventa y un súbditos de SMB, ni su reincidencia al volar otro hotel, el “Semíramis” el 5 de enero de 1948, dejando otros veinte occisos, por no detallar otras explosiones.
  
Al igual que dicha comunidad, es evidente que las autoridades nacionales —incluyendo las educativas, que hacen dar clases acerca de los dos atentados mencionados— padecen de memoria selectiva o amnesia parcialísima al no recordar ni incluir en el calendario escolar otras voladuras anteriores como lo fueron —entre otras muchas “menores”— la del Comedor Policial el 2 de julio de 1976 con veintiún muertos (más de sesenta y seis mutilados y quemados); la de la Subsecretaría de Planeamiento del Ministerio de Defensa, el 15 de diciembre de 1976, asesinando a otras dieciséis víctimas (e hiriendo gravemente a otras veinte), así como la destrucción total de dos edificios de departamentos en Melo 1959 y 1965/69, perpetrada el 1º de agosto de 1978 para atentar contra la familia del Almirante Lambruschini, asesinándole a su única hija —Paula— de quince años.
  
Las dos primeras de estas tres voladuras de edificios perpetradas todas por marxistas “montoneros” fueron de autoría intelectual y responsabilidad mediata denunciada y nunca rebatida del hoy muy homenajeado (plazas, calles, cátedras, premios, etc.) Rodolfo Jorge Walsh.
  
La bomba (“mina vietnamita” o “Claymore”) dejada en el Comedor abierto a todo el personal policial, sus familias e invitados en Moreno 1547, la colocó el ex agente José María Salgado según el testimonio publicado por el periodista Eugenio Méndez en su libro “Confesiones de un montonero” en las páginas 159/60 (notas 6-7) que transcribimos:
  
(Salgado) “Tuvo una reunión con su responsable, el oficial Esteban (Rodolfo Walsh) que lo había infiltrado en la Policía Federal… Deciden colocar la bomba el 4 de junio de 1976. Se posterga porque en la Policía lo dan de baja. Esteban le indica que no devuelva la chapa. Ingresa a la Superintendencia con paquetes tentativos. No lo controlan. Considera que el comedor es el lugar apropiado. La bomba se la entrega Esteban y el Monra le indica cómo hacerla detonar, que va a tener veinte minutos para escapar. El 2 de julio de 1976 ingresa y la coloca, cubriéndola con su sobretodo. Se retira. Cambia de vehículo en Loria y Rivadavia, encontrándose con Esteban que le manifiesta: «El operativo salió perfecto»”.
  
Si bien se aclara entre paréntesis la verdadera identidad de “Esteban”, no se da la del “Monra”, alias del célebre Marcelo Daniel Kurlat, jefe de la Columna Norte de la banda, abatido en Boulogne el 9 de diciembre de 1976.
  
Lo mismo hizo “el escritor desaparecido” (abatido en un tiroteo que él inició en plena Avenida Entre Ríos entre Humberto I y Carlos Calvo, Capital Federal, el 25 de marzo de 1977, ante numerosos transeúntes) para la segunda voladura sin “Memoria Activa” (ni pasiva siquiera), perpetrada por el sociólogo José Luis Dios contra quienes fueron sus compañeros de trabajo durante nueve años reunidos en el microcine de su Subsecretaría. Para entonces ya había caído con su compañero y otros secuaces en el combate urbano (requirió artillería) para tomar la Jefatura de Inteligencia de la banda en Corro 105 esquina Yerbal, Capital Federal, el 29 de septiembre de 1976, la hija del instigador, María Victoria Walsh (a) “Isabel”, cuya hermana Patricia aún insiste en conquistar el poder por las urnas.
  
Ya que nadie recuerda estas voladuras —quizá discriminadas por haber causado únicamente víctimas cristianas— nosotros lo hacemos, repudiando a la vez toda forma de terrorismo.
  
Adolfo Muschietti Molina
  

domingo, 29 de enero de 2012

Meditaciones dominicales

PARA LAS CALENDAS PATRIAS
  
  
El patriotismo es algo que debemos: amor y servicio a la Patria. Como deuda, en sentido estricto, debemos colocarlo como parte de la justicia. Así lo concibieron los romanos, Santo Tomás y la doctrina católica.
  
Por su abolengo latino, patriotismo viene de pater, padre. El concepto de patria no es solamente territorial, sino que comprende todo lo que recibimos de los padres: costumbres, tradiciones, bienes espirituales y materiales; todo lo heredado de nuestros mayores.
  
Al decir que no es solamente territorial, no queremos subestimar la integridad territorial; el patriota no entrega parte de su casa al enemigo.
  
“Por el patriotismo ofrecemos —dice Cicerón— un servicio y culto diligente a quienes estamos ligados por la sangre y el amor a la patria” (Ret., 2, 53).
  
El motivo por el cual ofrecemos este servicio es la deuda de justicia inherente a la filiación: somos hijos de quienes nos han dado el ser. Dice Santo Tomás: “El hombre se hace deudor de los demás, según la excelencia y los beneficios que de ellos ha recibido” (“Suma Teológica”, IIa. IIæ., 101, 1).
  
El patriotismo, y los deberes para con la patria, están vinculados a la justicia. Es una virtud, no un simple sentimiento. El sentimiento viene y se va, no compromete nuestro modo de obrar. En cambio, la virtud es algo permanente, y compromete nuestro modo de obrar.
  
El patriotismo obliga. Pero al contemplar el panorama de nuestras tradiciones históricas, bienes recibidos de nuestros mayores, beneficios y también maleficios, no podemos tener un criterio acumulativo, sino selectivo. La madurez del patriotismo debe saber y reconocer a qué podemos tributar honor, exaltar y transmitir a las generaciones venideras: y lo que la misma piedad exige enmendar, frente a los errores del pasado.
  
En la hora actual, el patriotismo nos exige recoger y actualizar el catolicismo tradicional de nuestro pueblo, plantado por misioneros y soldados en la primera etapa de la colonización hispánica. Es el catolicismo que debemos defender contra el laicismo inveterado, y contra la invasión de las sectas protestantes, amparadas por la inacción e incuria de nuestras autoridades civiles y eclesiásticas.
  
No hay argumento válido, ni conciliar ni preconciliar, ni antiguo ni moderno que justifique el tomar posesión de mi casa al enemigo de la Fe y de la Patria. Más claro: No podemos abrir las puertas a la herejía por un falso concepto de la libertad religiosa. El signo de la paz no es la presencia del enemigo en mi casa.
  
Reitero lo que alguna vez se dijo, que somos un país ocupado: invasión de mormones, locales de cultos de sectas norteamericanas, música en las radios, letreros en inglés, reiteradas peregrinaciones de nuestras autoridades a los Estados Unidos, el yugo de los usureros impuesto por la avaricia apátrida, la bandera de un pacifismo sin honor: todo revela que somos un país ocupado.
  
Eso es lo que vemos en estas calendas mayas. Pero la mano de Dios construye y construirá más con el “resto de Israel” (Isaías, 4, 3).
  
No queremos ser del todo pesimistas. Venimos arrastrando una larga tradición de desaciertos; hay muchas cosas que enmendar en silencio; tampoco podemos pactar con un conformismo suicida. La Patria, mejor la Providencia, nos llama a afrontar una tarea heroica.
  
En un terreno más conocido para nosotros, es seguro que no podemos pactar con la difusión de la herejía, obra de las sectas, o bien con la apostasía inculcada desde nuestras aulas universitarias. La docencia naturalista de nuestras casas de estudios, es una docencia apóstata, al negar la totalidad de la Revelación.
  
Hemos sabido combinar para la muerte excelentes valores de vida. Entre la paz, la “civilización del amor”, los “chicos de la guerra”, etc., hemos creado una mentalidad blandengue, timorata, apátrida, destruyendo la conciencia de nación, y los deberes para con la Patria.
  
Lo contrario de la paz no es la guerra. La guerra puede tener causas justas, y realizarse por hombres pacíficos que se ven agredidos en sus derechos. Es lo que ocurrió en las Malvinas. Lo opuesto a la paz, es el desorden interior en la persona, o el mismo desorden en el interior de los pueblos: ambición de riquezas, de poder, egoísmo. La lucha contra estos desórdenes trae la paz, o sea la tranquilidad en el orden, según la clásica definición de San Agustín.
  
Contra aquella realidad del 25 de mayo, teñido por los postulados de la Revolución Francesa, hemos visto surgir muy cerca nuestro, la limpia empresa de los Cursos de Cultura Católica de Buenos Aires (1920-1930), que sometieron a examen los postulados de un libertinaje político, social y económico que pedimos a Dios desaparezca de la realidad argentina. Como dice Donoso Cortés: “Por el catolicismo entró el orden en el hombre, y por el hombre en las sociedades humanas”. Y después añade: “El orden pasó del mundo religioso, al mundo moral y al político”.
  
Agreguemos por nuestra cuenta: esto es cierto, pero el mundo religioso tiene que ser católico, no pluralista. Entonces pasa el orden, sin gérmenes patógenos.
  
Fray Alberto García Vieyra, O.P.
  

viernes, 27 de enero de 2012

Editorial

LA CICATRIZ


Suele hablarse corrientemente de malos y buenos enfermos, entendiéndose por estos últimos a aquellos que cooperan con sus médicos, que ponen tesón para salir del trance, y que —sin demasiadas quejas— son dóciles a las indicaciones requeridas, aunque resulten exigentes y dolorosas. No es una caracterización completa, pero resulta adecuada.

Cristianamente hablando, sin embargo, el buen enfermo posee otras cualidades, principalmente si el daño que lo aqueja puede poner en riesgo su vida. Por lo pronto se pondrá en paz con Dios, pedirá sacramentos y plegarias que lo encomienden y, sobre todo, aceptará con humilde resignación su condición de creatura transitoria, vulnerable y frágil, como somos todos los mortales. Quien estudie —como lo ha hecho, por ejemplo Emilio Mitré Fernández en su La muerte vencida— la actitud que solía tener el hombre medieval frente a la infirmitas y al desenlace fatal de la misma, se hallará con la prevalencia de un talante piadoso, que todo lo contemplaba sobrenaturalmente.

Es que para un católico serio, que aplique el principio de la analogía, el primer grado de salud lo ocupa la sobrenatural; el segundo, la espiritual o mental, y recién el tercero la salud corporal. Si la enfermedad de la primera es el pecado y el de la segunda el error, el de la tercera lo es cualquier morbo que ande causando daño al organismo. Pero como bien ha notado el Padre Basso, de la mano de Santo Tomás, el desorden y la desproporción consisten en preferir esta última salud a las anteriores. Así como en desaprovechar la enfermedad del cuerpo para no meditar en las otras que tanto más necesitan de nuestra cura. Es el eterno tema tratado en el episodio del paralítico, y resuelto, claro, por la palabra veraz de Jesucristo. Lo más importante es salvarse, no abandonar la camilla y regresar caminando a la casa.

Como era previsible, tratándose de una mujer vulgar e irreligiosa, ninguna de estas consideraciones se hizo presente en Cristina de Kirchner desde el instante en que anunció su dolencia. Y si no ha titubeado en capitalizar ideológicamente la muerte de su propio esposo, tampoco dudó en hacerlo con su afección. Aquel campamento brutal y simiesco,instalado ante las puertas del Hospital Austral durante los días de su internación,y los comunicados del vocero oficial —quien con tono de relator futbolístico iba narrando la goleada contra el cáncer,celebrada por los barras— quedará grabada a fuego en las crónicas de la abyección y del grotesco.

 En rigor,la actitud personal y politica de la presidenta ante el achaque  fue tan degradante como la que suele ostentar de ordinario. Para ella y ellos —exhibicionistas de éxitos mundanos y de vanaglorias terrenas— no existe nada parecido a la contemplación de las postrimerías, al ofrecimiento del dolor, a la situación límite del alma contrita y suplicante. La democracia es el carnaval, con mascaritas obligadas a fingir esplendor aunque estén carcomidas por dentro. Y Cristina, claro, en el núcleo más infamante del corso, debe conservar esa burlona risa de acróbata, de la que habla Bergson, para hacerle creer a la plebe que tras mil acrobacias nada puede pasarle. Sea la suya un alma sin Cuaresma, sin atrición, sin anonadamiento, sin genuflexión ante el Autor de la Vida y de la Muerte, y que sepa Él donde alojarla cuando traspase los lindes de la tierra.

Pero faltaba lo peor y sucedió. En su primera aparición pública —tras el rescate de la tiroides del tumor maligno que la amenazaba— Cristina Kirchner habló de un “milagro”, le agradeció a Dios y a la gente, y sostuvo que el amor puede más que el odio. Porque necesitada de quien gritara “¡viva el cáncer!”, y no hallándolo, era menester inventar, no una gesta, como suponen algunos, sino una nueva variante de la lucha de clases: la del pueblo que quería su saneamiento contra los monopolios destituyentes que clamaban metástasis. La ficción no cesa nunca, ni siquiera ante lo que merecería mayor compostura.

Ahora bien; se puede llamar milagro a un mal diagnóstico, que no habrá ninguna voz eclesial que pida respetar la integridad de los términos. Al contrario, no faltará prete que sostenga que ella merece hasta la suspensión de las leyes naturales, o que, al fin,la mediación de Néstor ha entrado en franca competencia con la del Gauchito Gil. Se puede invocar al amor,con rostro atrabiliario y voz furente, en una sala atestada de odiadores profesionales, de rencorosos de oficios, de artesanos del resentimiento y de la venganza, que nadie osará tampoco marcar la contradicción flagrante. Pero nos perturba e indigna el agradecimiento a Dios, y no queremos guardar silencio cómplice frente a tamaño desafuero.

¿A qué Dios agradece Cristina? ¿Al que ultraja aprobando el matrimonio contra natura, violando el Decálogo, promoviendo ideas y personajes enrolados en el ateísmo militante, befando a la Iglesia, dejando impunes a los incendiarios de pesebres, retirando imágenes marianas o crucifijos de los lugares públicos? ¿A qué Dios agradece? ¿Al que ignora y pisotea en cada acto de su tiranía, en cada gesto altanero, en cada palabra petulante y frívola? ¿Al que ataca con sus programas y textos de estudio plagados de materialismo, al que despoja de su cetro a cada paso de su modelo “nacional y popular”, para sumarse a los intereses de los deicidas, al manifiesto regocijo de los masones, y al acompañamiento de legiones de crápulas sin Fe? ¿A qué Dios agradece esta mujer,en cuyo pecho los pecados capitales nadan a sus anchas? Es simple y trágica la respuesta: al que profanó  públicamente, con horrible sacrilegio,el día que asumió su segunda presidencia, y decidió jurar por una divinidad  potencialmente demandante en paridad de condiciones con Kirchner. Su agradecimiento, en suma, tiene un sólo nombre y es blasfemia.

Cuando Shakespeare trazó el perfil glorioso de Coriolano, en su obra homónima, recordó que el honroso guerrero se había negado a mostrar a la plebe sus cicatrices recibidas en combate, tal como le exigían los demócratas para ganar los votos del gentío. “Preferiría que mis heridas estuvieran por curar, antes que oír decir cómo las recibí. No puedo ponerme la toga de candidato para desnudarme y rogarles que, en obsequio a mis cicatrices, me den el voto. Os suplico: ¡dejadme prescindir de esta costumbre!”. Después Beethoven le regalaría una obertura en su homenaje, que todavía hoy escuchamos estremecidos.

Cristina hizo exactamente lo contrario. Con un lenguaje tilingo —que recuerda al que Landrú sabía poner en boca de dos señoritas banales y futiles— blandió impúdicamente su cicatriz para victimizarse, como lo hace con su viudez o con su luto y su duelo. Porque en personajes de su catadura cualquier recurso es válido para captar sufragios o alimentar los espejismos de la masa. La virtud de la gravitas le es ajena. Otrosí la de la circunspección y el recato. La noción romana de decus no podría aplicársele jamás. Si no Beethoven, de seguro Boudou le pondrá música mañana a esta nueva barrabasada de su mandante.

Era Anzoátegui el que decía que las únicas condecoraciones válidas para un soldado debían ser sus cicatrices; y que la tragedia moderna consistía en  que ahora no quedan más cicatrices que las de alguna apendicitis de urgencia. He aquí toda la gloria que puede exhibir esta mujer que vive imaginando confrontaciones contra supuestos enemigos: el tajo horizontal del que extrajeron su tiroides.

Marechal supo cantar algo superior al respecto. “El dolor de la patria me atravesó el costado. La cicatriz me dura”.

Permita el Señor de la Salud que esta cicatriz nuestra, y de todos los patriotas cabales, cauterice algún día.Que nos sea suturada con el agua, con la sangre o con el fuego. Con el rocío de algún ceibo o el fulgor de alguna estrella argentina. Con el aire sanante de una patria nueva, surgido del soplo mancomunado y altivo de quienes todavía no se rinden.

Antonio Caponnetto 

miércoles, 25 de enero de 2012

La Guerra Justa


MALVINAS: TREINTA AÑOS
  

    
Próximos a cumplirse los primeros treinta años de la Reconquista de Malvinas, parece propicia la ocasión para asentar algunos enunciados.
   
Sirva el inicial de plena ratificación a lo que desde siempre venimos afirmando; a saber, que fue aquella una guerra justísima, cuyos resultados temporariamente adversos no anulan ni opacan la recta decisión de librarla y el honor de quienes supieron protagonizarla con gallardía. Sigan pensando pacifistas, ignorantes y descastados de todo jaez, en las hipótesis mezquinas que habrían motivado la contienda, sosteniendo entonces —contestes con su miopía— que la rendición fue el escarmiento y el fracaso que nos merecíamos. Para nosotros, el 2 de abril sigue siendo la fiesta de la dignidad nacional, y el 14 de junio la cifra de todas las claudicaciones que aún perduran, aborreciblemente potenciadas.
  
De sobra sabemos que la Argentina de 1982 era una época sombría y decadente, bien que por motivos antagónicos a los que hoy esgrime la historia oficial, subsidiada y ficticia. Como de sobra sabemos que hubo quienes condujeron las operaciones o se condujeron a sí mismos, asidos al pellejo, sopesando cálculos antes que pálpitos, midiendo las armas por sobre el coraje, diagramando estrategias diplomáticas cuando debían soñar asaltos a campo traviesa. Sólo cabía el triunfo, que sigue siendo tal —o empieza por ser tal— si se triunfa sobre el afán de conservar la vida, y el corazón se alista en la brigada de los mártires; en ese último pelotón spengleriano, dueño de todos los arrojos y de la osadía de donarse sin reservas. Pero llegó la batalla legítima en el abril de la patria, y la patria tuvo héroes. Sangre fecunda de los muertos y de los combatientes cabales, ante la cual cualquier homenaje es pequeño, cualquier gratitud insuficiente, cualquier admiración escasa. Paradójicamente, ha sido un inglés lúcido, Carlyle, el que dijo que “no se necesita solamente lo que solemos llamar un alma grande para ser un héroe; lo que se necesita es un alma creada a imagen y semejanza de Dios y que sea fiel a su origen”. Tuvo la nación estas almas durante los días que duró la hazaña. Ennoblece reconocerlo.
  
Era justa la guerra, quede en claro, precisamente por su hondo e irrenunciable significado teológico. Porque como bien lo ha columbrado Alberto Caturelli, se lidiaba contra Albión, que es la apostasía; contra Leviatán, que es la Serpiente; contra Gog, que es la usura. Porque se luchaba por una soberanía, que no es únicamente señorío sobre el paisaje, sino y ante todo restauración de la Principalía de Jesucristo: La que el hereje desterró de nuestras Islas, desde el mismo día que las poseyó por la fuerza. No fue obra de la casualidad sino de la Providencia, que el operativo militar que restituyó aquel terreno austral injustamente arrebatado, llevase por nombre el de Nuestra Señora del Rosario. Para que el mundo entero supiera que la única reina de aquel territorio insular no estaba en Buckingham, sino en el Cielo. Quienes otrora y después, hasta este hoy de espanto y de vergüenza, no han comprendido o han traicionado esta honda significación religiosa de la lucha, merecen nuestro repudio. Tan simétricamente como merecen nuestra piedad y observancia, los que ataron escapularios a sus fusiles y desgranaron Avemarías al son de cada disparo.
  
El segundo enunciado que aquí queremos asentar, es el que también entonces supimos, pero que luego corroborarían los interesados con explícita grosería. Ante todo, que pudimos haber vencido, infligiéndoles a los intrusos una inolvidable paliza. Lo han reconocido, entre otros, los gringos Charles Koburger, Anthony Simpson, Bruce Schoc, y el mismísimo Secretario de Marina de Estados Unidos, John Lehman, en su Informe ante el Subcomité de Armamentos de la Cámara de Representantes de su país, el 3 de febrero de 1983. Si no vencimos, no fue por nuestra falta de agallas para la lid, como se insiste en acomplejarnos desde hace treinta años, sino por la incalificable traición a la patria consumada por el Generalato y la Partidocracia, con la anuencia y la instigación del embajador Schlaudemann. Cuando el general Llamil Reston le dijo a Galtieri que “Yalta existe”, indicándole con el funesto laconismo que era obligatorio acatar sus inicuos mandatos, hablaba por él toda una clase de jefes castrenses de oprobiosa conducta. Cuando Alfonsín, Menem, Duhalde o De la Rúa, cada uno a su turno, reconocieron que gracias a la derrota en las Malvinas fue posible la instauración de la democracia, no hacían sino coincidir deliberadamente con las gozosas declaraciones que al respecto formularían David Steel, ministro del Foreign Office, en 1985, y la mismísima Margaret Thatcher después, en 1994. El sátrapa Néstor Kirchner ha llevado hasta el paroxismo, y cumplido a rajatabla, esta endemoniada dialéctica de los traidores. Nadie como él se ha hecho cargo de esta endemoniada pedagogía de los traidores, según la cual, de la rendición brotó la democracia, y de la democracia el hundimiento definitivo de las Fuerzas Armadas. Quien jugaba ante la ordinariez de su hinchada a presentarse como adalid del antiimperialismo, no era sino su dócil peón, su manso usufructuador y turiferario.
  
No ha de cerrarse este homenaje con amargura, sino con esperanza. Porque si la Argentina ha de salvarse, será con hombres de la talla de aquellos que pelearon bravamente, algunos de los cuales son ahora prisioneros de guerra de este Régimen monstruoso. Con hombres como aquellos de la talla de Giachino, Estévez, Falconier o Cisneros. Hombres singulares, para quienes la existencia y la muerte no eran concebibles sino como actos de servicio por Dios y por la Patria. Hombres impares, naturalmente decididos y arrojados, caídos gloriosamente entre el hielo y los albatros. Hombres —que tal vez sin saber que repetían las viriles palabras con que Palafox rechazó la rendición de Zaragoza— levantaron su misma consigna en el vértice austral de esta patria doliente: No sé capitular, no sé rendirme, después de muerto hablaremos. Como a aquel estupendo hispano, les cabe a todos ellos —parafraseadas de Pérez Galdós— una sola y confortadora promesa: Siempre habrá entre las tumbas una lengua que grite: ¡Las Malvinas no se rinden!
  
Antonio Caponnetto
  
    
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martes, 24 de enero de 2012

Como decíamos ayer


LA MASACRE DE GAZA:
¿OTRA GUERRA PREVENTIVA?
(apuntes escritos en medio del conflicto)
  
  
En su nota “La victoria del terrorismo” (“La Nación”, 31.12.08), el filósofo Santiago Kovadloff realiza una sugestiva evaluación de los sucesos que ensangrientan a Gaza. Señala en conclusión, que Israel está cayendo en la trampa de la guerra tendida por el terrorismo de Hamas. Y advierte que al golpearlo “es imposible no golpear a quienes no coinciden con él, pero se ven forzados a convivir con él”. Lo cual equivale a prever matanzas indiscriminadas y masivas. Algo todavía peor, si cabe, que los “asesinatos selectivos” ya practicados abiertamente.
  
También cabe hacer una respetuosa precisión en cuanto al término “guerra” (sin aditamentos), utilizado generalmente para encuadrar este acontecimiento doloroso. Estrictamente considerada, la guerra es en la esfera mundial un enfrentamiento bélico entre naciones o pueblos hostiles… y hasta se podría agregar con alguna paridad fáctica de fuerzas y probabilidades. No es el caso de un aplastamiento colosal, como ya se conoció en Afganistán.
  
ESCLARECIMIENTO
 
Pero para corroborarlo categóricamente, bastan las recientes y exactas palabras del primer ministro israelí, Ehud Olmert. Al expresar que la invasión terrestre de la Franja de Gaza iba dirigida contra Hamás, porque “Israel no está en la lucha con los palestinos que viven en Gaza. Ellos no son nuestro enemigo”. Y aclaró  que la operación estaba “destinada a establecer nuestra aspiración de cambiar la realidad de la seguridad en el sur” (cfr. “Aurora. Todo sobre Israel y judaísmo en español”, 4.1.09). Por supuesto, no hace falta una configuración más exacta de la “guerra preventiva” aceptada de hecho por el concierto de las Naciones Unidas, sellando la agonía del derecho de gentes.
  
No se trata en esto de un preciosismo conceptual, sino de un problema de equidad. Porque en rigor no parece justo adjudicar —aún con las más elevadas intenciones— las mismas responsabilidades a las dos naciones; ni parecen apropiadas las amonestaciones por igual a deponer actitudes. Frente a semejante circunstancia surge oscuramente la gravísima responsabilidad de las Naciones Unidas y grandes potencias; tan celosas en otros casos y en el presente inoperantes hasta la sensación de indiferencia.
  
SOSPECHAS MORTALES
  
El terrorismo es tan abominable como cobarde y bien lo conoce la Argentina, con su inagotable padecimiento en grado extremo. De tal manera no merece justificaciones ni comprensión alguna. Pero tampoco la encuentran los abusos pretextando combatirlo. Tal el castigo por la simple sospecha. De suyo tanto o más criminal que el mismo crimen, en cuanto se hace a nombre de la civilización y del derecho de gentes. Para peor extendiendo terribles sanciones a familiares y vecinos del sospechado. Sin duda se ha olvidado, por ejemplo, una atrocidad difundida hace justamente 20 años en el mismo diario “La Nación”, del 14 de julio de 1988.  La noticia rezaba así: Jerusalén 13 (AP) “Soldados israelíes dinamitaron hoy las viviendas de dos palestinos sospechosos de lanzar bombas incendiarias contra patrullas militares en la margen occidental ocupada, y el sonido de las explosiones fue transmitido por radio Israel, del ejército. La acción dejó un saldo de cuatro palestinos muertos. Las demoliciones, efectuadas antes del amanecer en las aldeas de Ras Karkar y Janyeh, cerca de Ramallah, al norte de Jerusalén, fueron ordenadas por el general Dadi Ofir, el comandante israelí en la zona, como castigo contra sospechosos de atentados dinamiteros”. Huelgan los comentarios. También se han borrado otros sucesos por el estilo, como los campos minados y el fósforo blanco arrojado en El Líbano.
  
ÚNICO CAMINO
  
Estos recuerdos enfrentan cierta igualación quimérica de los ataques y contraataques, con descuido de la probada irritabilidad de los mandos israelíes, absolutamente ajena a los sentimientos humanitarios de la población judía. Sería fundamental animar a la mayoría israelí a contener los excesos de su propio Gobierno, al modo que lo hicieran no hace mucho dieciocho nobles aviadores que se negaron a ejecutar agresiones de lesa humanidad. O como lo hizo el valiente ciudadano Mordechai Vanunu, cuando denunció —a costa de larga prisión— la elaboración de material atómico en Israel. El ciudadano judío Mordechai Vanunu informó desde el diario Sunday Times sobre la existencia de una fábrica clandestina de armas nucleares en Israel, con el objeto de que se discutiera públicamente semejante actividad. De qué sirve la democracia, pensaba, si se puede esconder tanto peligro para la nación y el mundo. A raíz de su actitud, fue condenado a 18 años de prisión —doce en confinamiento aislado— en medio del gran silencio general. Fue secuestrado en Londres por el Mossad —la policía secreta israelí— y llevado a Israel pasando por Roma. Ninguno de los respectivos países protestaron por la violación de fronteras (cfr. “La Nación”, 14 de octubre de 2003).
  
Tiene razón el autor comentado al expresar que las declaraciones estentóreas hechas desde podios rutilantes de nada sirven a la causa de la paz. Bien señala que “se parecen demasiado a las manos que Pilatos se lavó”. Y siguiendo su propio razonamiento, cabe subrayar que urge recorrer el único camino hacia la concordia, sin odio ni  hipocresías, de regreso a la Verdad.
  
SARCASMO
  
Resulta sorprendente que nadie o muy pocos pongan el acento sobre la acechanza que nos abruma. Tal vez como nunca, la Mentira se ha enseñoreado de la historia. Al viejo sonsonete de la brujería: “el bien es mal, el mal es bien”, se va estableciendo la sentencia del Gran Hermano, “la guerra es paz”. Por tal camino ocurren los “explicables” errores humanos a costa de inocentes víctimas y los asesinatos selectivos imprescindibles. Más las “técnicas agresivas de interrogatorio” y largos etcéteras. Mientras (por ejemplo) yacen hacinados sin juicio ni sentencias en Guantánamo y en nuestra propia tierra, los “sospechosos” por delitos de lesa humanidad. La Mentira campea triunfante entre el cinismo y la hipocresía, con todas las secuelas de maldades que van destruyendo la convivencia humana en “el nuevo orden mundial”.
  
DESPROPORCIÓN
  
Más allá de cualquier disquisición sobre sus verdaderos orígenes, en la tragedia de Gaza hay cosas indiscutibles, aunque sufran oscurecimientos intencionales. De un lado algunos muertos y heridos, casi todos soldados. Del otro, centenares de muertos y miles de heridos, casi todos pobladores civiles. Ancianos, mujeres y niños. En el primer sector el arrasamiento total, por anidar terroristas que viven agrediendo con pedradas o cohetes. Como demostrándolo, “La Nación” del 9 de enero muestra en la página 4 la estela de un cohete aparentemente lanzado desde una azotea de la ciudad de Gaza hacia el sur israelí. Al costado, otra foto con “la respuesta de Israel” (sic): las fulgurantes llamaradas de un incendio de vastas proporciones y una inmensa humareda negra desde un foco más atrás. En otro lugar se consigna que “una serie de cohetes lanzados desde el Líbano dejó dos heridos leves en el norte de Israel”.
  
FALACIAS
  
Es necesario subrayar lo principal.  Conforme lo señala una crónica desde Israel, la invasión de Gaza a sangre y fuego, en trece días “ha cobrado la vida de más de 770 personas dejando cerca de 3300 heridos”. En nota aparte, Bernard Henry-Levy —severo crítico de Hamas— reconoce que también se siente “perturbado por las imágenes de los niños palestinos muertos”. Y comenta que aunque el ataque de Hamas provocara “tan pocas bajas” (sic), ello no significa que sus misiles sean artesanales, inofensivos ni nada por el estilo…
  
Todas estas crónicas (hacia la historia-ficción) donde se mezclan acotaciones de intención evidente, con tétricos relatos de cadáveres hallados entre los escombros, van revelando cierto sedimento falaz. Por ejemplo —y sólo como un ejemplo elegido al azar— un gran título a toda página anuncia: “Gaza: no hay tregua y la ONU se retira”. Pero está precedido por la siguiente anotación: “Guerra en Medio Oriente - Hamas rechazó un alto al fuego”. No es precisa labor de mucha inteligencia, para advertir a quién se hace responsable. Obviamente al pueblo palestino, para peor identificado con Hamas.
  
Una grave incongruencia agudiza más el desánimo. En otra parte, el mismo periódico explica que la agencia de la ONU de Ayuda a los Refugiados, suspendió sus actividades “tras la muerte de uno de sus integrantes, que conducía un convoy alcanzado por fuego israelí”.
  
INERCIA
  
Cunden las noticias de horribles sucesos y los resortes internacionales siguen a la expectativa, lejos de reacciones otrora más briosas en distintas partes del Globo. Mientras “sotto voce”, se percibe en casi todo el mundo la perplejidad y el rechazo de tanta violencia indiscriminada con desproporción en grado extremo.
  
Llama la atención frente a esto, que el embajador israelí cuestionara en la AMIA “las calumnias (sic) que recibió su país a raíz del conflicto”; aunque más adelante “admitió que hubo errores en la ofensiva que causaron víctimas civiles palestinas”. Para añadir una revelación todavía más sensacional, sugiriendo graves interrogantes sobre el manejo de la ofensiva y supuestos “enfrentamientos”: “La mitad de los soldados nuestros que murieron en Gaza cayeron con fuego amigo”… (“La Nación”, 9 de enero de 2009, pág. 4).
  
Juan E. Olmedo

domingo, 22 de enero de 2012

In memoriam

LA MEDIANERA UNIVERSAL
DE TODAS LAS GRACIAS
 
  
En agosto de 1996, con oportunidad de celebrarse en Czestochowa, Polonia, el XIIº Congreso Mariológico Internacional, la Santa Sede pidió que se “…estudiara la posibilidad y la oportunidad de la definición de los títulos marianos de «Mediadora», «Corredentora» y «Abogada», como  actualmente solicitan a la misma Santa Sede algunos grupos…” (cfr. “L’Osservatore Romano”, nº 24, 13 de junio de 1997, pág. 12).  A tal fin se le constituyó una “Comisión Teológica”, “…escogiendo 15 teólogos específicamente preparados en la materia…” (ibid.)  que, en definitiva, llegó a las siguientes conclusiones: “Los títulos, tal como son propuestos, resultan ambiguos, ya que pueden entenderse de maneras muy distintas…” “…su definición en el momento actual no sería teológicamente” “clara, pues esos títulos y la doctrina contenida en ellos necesitan” “aún mayor profundización en una renovada perspectiva trinitaria” “eclesiológica y antropológica.  Los teólogos, finalmente y de modo especial los no católico, se manifestaron sensibles a las dificultades ecuménicas que implicaría una definición de dichos títulos” (sic).  A esta declaración, que aunque resumida hemos transcripto literalmente de su publicación en “L’Osservatore Romano”, siguen las firmas de los miembros de la Comisión, que incluyen un anglicano, un luterano, y tres ortodoxos de Constantinopla, Siria y Grecia, respectivamente.  Está fechada el 24 de agosto de 1996.
 
Bien, allá ellos.  Allá los señores “teólogos” y “mariólogos” con su “miscredenza” (palabra italiana con que se designa la falta de fe religiosa, intraducible al castellano), con su fe “light” o su mariologismo empecatado de segunda.  Podríamos ponerles delante de los ojos los fundamentos que ellos no encuentran, o no quisieron encontrar, posiblemente por no resultar “oportuno” que los buscasen y —menos aún— que los hallasen.  Escondidos no estaban: en la “Lumen Gentium”, por citar un documento tan entrañablemente caro al tipo de mariólogos y teólogos reunidos en Czestochowa, allá por 1996, pueden encontrar una “pista” para mencionar, de una manera suave, el “despiste” de los que no la encontraron, de puro “despistados” nomás…  No es que la “Lumen Gentium” haya sentado doctrina en esto, por cierto.  Se limita a reproducir y repetir lo que la Iglesia enseñó acerca de la Santísima Virgen durante siglos.  Por lo menos en el pasaje del documento a que aludimos (cap. VIII, puntos 52 a 69: en particular, nº 62, “Mediadora”).
   
Pero pasemos por alto toda esta miseria.  Vamos a hablar de Nuestra Señora, Madre de Dios y Madre nuestra.  Abogada nuestra, como le decimos en la Salve, Medianera Universal de Todas las Gracias y Corredentora del género humano. Vamos a hablar por todo lo alto y —en particular— del segundo de estos títulos: “Medianera Universal de Todas las Gracias”.
  
Y vamos a olvidarnos de los efugios dialécticos y de las hipocresías de los que, como dice San Luis María Grignion de Montfort, “con pretexto de escrúpulo, temen deshonrar al Hijo honrando a la Madre, rebajar a Aquel exaltando a Ésta” (“Tratado de la Verdadera Devoción”, cap. III, art. 1; 34, pág. 60, Ed. Roma, 1973, Bs. As.)
  
Como dijimos en otra oportunidad, algunos se opusieron a conferirle este título, argumentando el texto de San Pablo (I Tim., II, 5, 6) que declara: “Único Mediador entre Dios y los hombres” a Jesucristo Nuestro Señor.  Dijimos entonces y repetimos ahora (porque no se ha inventado nada nuevo al respecto) que los “opositores” no tenían idea de la profundidad de las aguas donde habían ido a pescar sus argumentos.  Precisamente de este texto paulino se sigue que “María Santísima, no sólo tiene derecho al título sino que, de hecho, desde su Inmaculada Concepción hasta su gloriosa Asunción a los cielos y desde entonces hasta nuestros días y hasta el fin de los tiempos, ha ejercido, ejerce y ejercerá este sublime oficio de Corredentora y Mediadora” (“Signum Magnum”, nº 10, julio de 2001).
   
La razón que damos para esta afirmación rotunda es lógica y teológica, a saber:
   
- María se encuentra, de hecho, inescindiblemente asociada a la Redención que obró su Divino Hijo y a la gracia santificante que nos mereció por su Muerte y Resurrección;
  
- Ergo, por participación de la obra redentora de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, es “Corredentora del género humano”, en cuanto es Redentor Nuestro Señor Jesucristo y es “Medianera universal de todas las gracias” en cuanto es Único Mediador, Jesucristo Nuestro Señor.
 
Este sencillo razonamiento (“sencillo” pero no simple, porque cada una de sus afirmaciones admite un desarrollo muy superior al espacio de que disponemos), este razonamiento, repetimos, es la base de los “fundamentos” que no encontraron los congresistas de Czestochowa, y desde este punto de partida sabemos que es justo y legítimo conferir a María Santísima estos títulos que la asocian a las obras y beneficios recibidos de su Divino Hijo, Nuestro Señor.
  
Desde aquí también afirmamos, reiteramos, que ésta es una discusión bizantina, en cuanto sólo se sostiene con los que se apoyan en las parihuelas de su “ecumenismo” desaforado.  A ningún fiel, a ningún hombre sencillo y prudente le chocan estos títulos: los acepta con la misma “sobrenaturalidad” con que su naturaleza de hijo de María Santísima acepta y afirma las verdades de fe, definidas y proclamadas por la Iglesia, después, mucho después de haber sido aceptadas y recibidas universalmente por toda la Cristiandad.  El dogma de la Inmaculada Concepción (proclamado en 1854) es un ejemplo de lo que decimos.  El otro, el de la Asunción de María Santísima a los cielos, en cuerpo y alma, fue definido en 1951.
   
Hubo disputas y disensiones a lo largo de los 19 ó 20 siglos en que la Iglesia retuvo como verdades estos dogmas, sin definirlos, y sin embargo los enseñó a los fieles y celebró solemnemente sus fiestas.  Los que argüían “en contra” no eran “cualquiera”, entre otros, respecto de la Inmaculada Concepción, nada menos que el mismísimo Santo Tomás de Aquino y San Bernardo.  La diferencia consiste en que sus argumentos, si bien imperfectos, estaban llenos de amor y devoción a María Santísima, mientras que estos “mariólogos” de la Comisión Teológica del Congreso Mariológico de Czestochowa se hacen los “distraídos” para no chocar a sus “hermanos separados”.  No es novedad.  El Padre Royo Marín, en su obra “La Virgen María” (B.A.C., Madrid, 1968), dice literalmente: “Aunque por su constante preocupación ecuménica el concilio Vaticano II, evitó la palabra «Corredentora», que podía herir los oídos de los hermanos separados, expuso de manera clara e inequívoca la doctrina de la corredención tal como la entiende la Iglesia Católica…” (op. cit., cap. 7, pág. 148).
   
Y más adelante, en la misma página citada, abundará este autor en los textos de la constitución dogmática de la Iglesia (“Lumen Gentium”) en que, de haberlos buscado, los mariólogos hubieran encontrado fundamentos especialmente significativos.
   
Hemos querido escribir esta colaboración sin rozar siquiera el debido respeto y consideración a la figura  del Santo Padre, que fue quien consultó sobre la “oportunidad” y “fundamentos” de la proclamación.  No nos apartaremos de este propósito, porque nuestra oposición frontal y absoluta de canto vaya en detrimento de la sana doctrina, no nos hace declinar nuestra actitud de sometimiento a Padre, en cuanto es el Papa reinante su legítimo sucesor.  Y es por amor a la Verdad y por amor al Papa que la respuesta de los congresistas de Czestochowa nos llena de profunda tristeza.  Tristeza, por la verdad preterida, conculcada, despojada y desplazada del sitial que le corresponde por una consideración oportunista y aneja a una ideología equívoca y ambigua, extraña al espíritu apostólico y católico de la Iglesia fundada por Nuestro Señor Jesucristo.
   
Nos llena de tristeza ver la sal que se desaliniza, nos llena de tristeza ver que se use el Nombre Santo de la Madre de Dios, llamando “Mariano” y “Mariológico” a un congreso en que, dolorosamente, se oculta su grandeza y su gloria por razones de “oportunidad”.
  
Y nos llena de orgullo, de santo orgullo, que miserables como somos, seamos nosotros, este puñado de fieles de la Tradición, los que salgamos a defender los fueros de Nuestra Señora, poniendo las cosas en su lugar.
   
La Virgen Santísima, Madre y Señora nuestra como lo es de Jesucristo, Nuestro Señor, es Medianera Universal de todas las gracias por gracia de participación, como es Corredentora del género humano y Abogada nuestra, “…merced a la cooperación que prestó a la Redención objetiva (de Cristo) y Abogada dispensadora de todas las gracias por cooperar a la Redención subjetiva (de Cristo)” (“Signum Magnum”, nº 20, mayo de 2002).  Esta doctrina no es nueva ni la inventamos los que nos ocupamos de difundirla.  Para dar una idea de esto, en la misma obra citada del Padre Royo Marín (cap. 7, “La Madre Corredentora”, página 149, punto 112) dice este autor: “El magisterio de la Iglesia en torno a la corredención se apoya —como hemos visto— en el testimonio implícito de la Sagrada Escritura y en el del todo claro y explícito de la tradición cristiana…  Basta decir que desde San Justino y San Ireneo (siglo II) hasta nuestros días apenas hay Santo Padre o escritor sagrado de alguna nota que no hale en términos cada vez más claros y expresivos del oficio de María como nueva Eva y Corredentora de la humanidad en perfecta dependencia y subordinación a Cristo”.  Como nota al pie, agrega que “quien desee una información amplísima sobre el argumento de la tradición consultará con provecho la obra de J.B. Carol, “De corredemptione B.V.Mariæ disquisitio positiva” (Ciudad del Vaticano, 1950) y la de Roschini (o.c., vol. I, págs. 502-533).
  
¿Qué sentido tendrían las palabras de la Santísima Virgen en La Salette, en Lourdes, en Fátima, si no fuera “Medianera universal de todas las gracias”?  ¿Cómo no extrañarnos de los contenidos de los mensajes de la Virgen Santísima a Máximo y Melania, a Bernardita, a Francisco, Jacinta y Lucía, si no es mandato de Dios y designio de Dios el que la dicta?  ¿Qué profeta, qué vidente, qué hombre inspirado por el Espíritu Santo se atrevió a decir y anunciar sobre el futuro contingente de los pueblos y las naciones, personalizando sus profecías y ofreciéndose a sí mismo como solución de los problemas de la humanidad?
     
Lo dijimos muchas veces y vamos a repetirlo una vez más: “…por la Santísima Virgen Jesucristo ha venido al mundo y también por Ella debe reinar en él” (“Tratado…”, Introducción, San Luis María).  No se trata de una frase bonita de este santo mariólogo, si los hay, ni un piropo supererogatorio a María Santísima.  Esta sencilla verdad teológica es como el eje, el quicio, el gozne del que dependen todas las demás verdades que él expone y defiende en su Tratado.  Este asunto pide más espacio del que disponemos: concluyamos estas consideraciones con una nueva exhortación a los que buenamente dispensan atención a esta hojita: contamos con un arma poderosa, con una especie de “ametralladora automática” que —indefectiblemente— acierta en el blanco: el Corazón Inmaculado de María y el Sagrado Corazón de su Divino Hijo, Nuestro Señor.  Hablamos del Santo Rosario, por supuesto.  En esta guerra contra el mundo, el demonio y la carne, nos toca hacer cosas aparentemente contradictorias: por una parte, descubrir y denunciar los planes del Enemigo, y por otra, honrar a Aquella contra la que se dirigen esos planes.  Y esto, sin dejar de rogar por la conversión de los que se han dejado seducir por los engaños del enemigo.  No es fácil, no es nada fácil.  Esta oración nuestra será como el “calcañar” de María, el talón con que aplastará la cabeza de la sierpe que asecha su descendencia.  Ella, por el poder divino de su Hijo, Nuestro Señor, por su misión de Corredentora y Medianera universal de todas las gracias, a pesar de nuestra indignidad, se valdrá de nuestras oraciones, de nuestros sacrificios, de toda obra buena y santa que por gracia nos inspire Dios Nuestro Señor para aplastar definitivamente, de una vez para siempre, la cabeza del Enemigo que quiere devorarnos a nosotros, sus hijos.
  
Jorge Mastroianni
 
  
NOTA:
 
En el día de hoy se cumplen nueve años del fallecimiento de nuestro querido camarada Jorge. Lo recordamos volviendo a publicar una de sus tantas páginas escritas en honor de la Santísima Virgen María, a la que tan entrañablemente amó y sirvió durante su larga y fecunda vida.
Que su alma, y la de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.
    

viernes, 20 de enero de 2012

Defensa de la vida


REPUDIO A LOS ABORTISTAS
  
  
Ante la bestial tentativa del crimen del aborto que en estos días se ha conocido, reproducimos una antigua declaración del Centro de Investigaciones de la Problemática Familiar (CIDEPROF), con sede en San Rafael y presidido por el Dr. Ricardo S. Curutchet, que nos place hacer nuestra, adhiriendo a todos y a cada uno de sus vigorosos términos.
  
  
El crimen del aborto es el asesinato más vil y repugnante, pues se perpetra en perjuicio de la persona más inocente y, por añadidura, de la persona más dependiente de protección.
  
En los recientes casos de La Plata y de Mendoza, los hechos, cometidos en perjuicio de dos personas inocentes y absolutamente indefensas, por quienes tienen a su cargo el velar por ellos y por su salud, como son su madre y sus parientes más próximos, los médicos y las autoridades, violan escandalosamente la ley y el orden natural y la Constitución Nacional, los Tratados internacionales incorporados a ella y las leyes vigentes.
  
Violan primeramente la ley natural, que es la ley de Dios impresa en la mente de los hombres y en virtud de la cual éstos pueden discernir el bien y el mal, ya que nunca, bajo ningún pretexto, es lícito matar a una persona inocente. Violentan el orden natural porque quienes tienen principalmente el deber de custodia y cuidado —la madre, primero que todos, y sus representantes si ella es incapaz— son quienes practican a quienes deben proteger el mayor daño posible, privándolos de la vida.
  
Violan la Constitución Nacional que ha incorporado a su texto normas que expresamente mandan la tutela del niño desde el momento de su concepción. Violan las leyes, entre ellas las mismas sancionadas por este Gobierno, como la Ley 26.061, de abril de este año, que encomiendan a las autoridades la protección integral de los derechos de los niños y que, en caso de omisión de la observancia de esos deberes por parte de los órganos del Estado, habilitan a todo ciudadano a interponer las acciones administrativas y judiciales a fin de restaurar el ejercicio y goce de tales derechos, a través de medidas expeditas y eficaces. Los jueces no sólo no han procurado la tutela de esos niños sino que han negado legitimación a quienes han actuado en su defensa.
  
Los asesinatos son particularmente escandalosos y comprometen nuestra responsabilidad como pueblo y como Nación, desde que han sido promovidos y facilitados por las autoridades que nos representan y gobiernan.  Estos crímenes se acumularán y pesarán sobre sus cabezas, estos crímenes claman contra ellos hasta el cielo.
  
No se trata de unos crímenes más, de los tantos que se perpetran en nuestros días. En estos abortos recientes hay algo que trasciende los alcances de un delito individual, de un asesinato particular, de un acto de cobardía, de acciones personales originadas en la miseria humana y en nuestra condición pecadora.
  
Son actos públicos, impulsados, promovidos y financiados por el Estado y por organizaciones que crecen al cobijo del Estado; actos que comprometen a toda la Nación y por los que toda la Nación debe reparar. Son actos ejecutados por el concierto de las autoridades de la Patria y que —bajo el pretexto hipócrita de humanitarismo sentimentalista— están inspirados en un profundo odio a la Fe, a la Religión, a la Moral y a la Iglesia; actos que directa e intencionalmente atacan el orden natural; acciones cuyo fin último es degradar a la sociedad, hacerla cómplice y partícipe del mal, actos contra la Verdad y la Vida hechos ex-profeso buscando conculcarlas y no sólo obtener las mezquinas y supuestas ventajas de un acto individual; actos, en definitiva, diabólicos, cuya inspiración y origen vienen del Homicida y Padre de la Mentira.
  
Por eso, no sólo se debe actuar sino reparar, porque está toda la Nación comprometida ya que, en todos los órdenes y poderes, son sus autoridades, —es decir, quienes nos representan y encabezan— las que explícitamente y con la confesada intención de apartarse de la ley de Dios y del orden por Él impuesto a las cosas, las responsables primeras o principales de estos crímenes que desafían el Poder de Dios y que claman al cielo.
  
Nosotros como argentinos debemos reparar por los actos de nuestros gobernantes, por nuestros pecados que nos han hecho merecedores de ellos y por nuestras omisiones. Y desagraviar, porque es el Autor de la vida y la Vida misma el primer ofendido. Y debemos actuar.
  
Estos crímenes publicitados y alabados desde las más altas esferas del Gobierno, hasta el punto de que el Ministro de Salud (¡precisamente él!) ha declarado que al practicarse estos homicidios ¡se ha cumplido con la ley!, son el globo de ensayo de una política tendiente a introducir el aborto como una práctica lícita y como una opción válida para la regulación de la natalidad.
  
No perdamos de vista los actos legislativos ya consumados o a punto de consumarse: la ley de esterilización quirúrgica, que tiende a despojar al sexo de su principal objeto, que es la procreación, para dejarlo como un mero instrumento de placer; y la ley de educación sexual que avanza sobre el derecho de la familia y que impondrá, como ya puede verse en los contenidos publicados y repartidos desde el Estado, una concepción puramente genital del sexo, despojado de todo sentido moral y de toda relación con el amor, como acto de donación y de dación de vida.
  
Y todo lo demás que se cocina en las marmitas del poder instalado en la Argentina y cuyo tufo hediondo ya se percibe. Los gobiernos que dictan, sancionan, ejecutan o aplican leyes inicuas, y éstas son leyes inicuas, pierden su legitimidad y los ciudadanos no están obligados a obedecerlos. Es más, los ciudadanos están obligados en conciencia a oponerse y a no cumplir las leyes que violan la moral. Aún a costa de la propia vida.
  
Los niños asesinados son los nuevos y verdaderos desaparecidos, como señala una justa e indignada publicación: “Llevados con vida a la muerte.  Asesinados por orden del Estado (jueces, ministros y legisladores). Muertos en centros clandestinos, sin posibilidad de defenderse, mediante el anonimato de sus verdugos. Ocultados sus cadáveres”. Preguntamos con ella: ¿Su gobierno es derecho y humano, Dr. Kirchner? ¿Habrá CONADEP para ellos?
  
Sin embargo y con seguridad, porque han sido muertos en estas circunstancias, en medio y por causa del odio a la Fe, a la Iglesia y a su Fundador y Maestro, ellos alcanzaron la suerte de los Santos Inocentes y están contemplando cara a cara la gloria de Dios y gozando de la dicha de los bienaventurados. Ellos intercederán por nosotros ante la Misericordia del Dios Vivo y rogarán por sus madres y sus asesinos ante la Omnipotencia Suplicante de la Madre de Dios.
  
A nosotros nos toca velar y luchar para que esos crímenes no se cobijen bajo la tutela de las leyes y de los jueces de nuestra Patria; para que los médicos no traicionen su misión y trastroquen su arte en el arte de la muerte; para que las familias sean el santuario de la vida y en ellas y desde ella crezcan para el futuro, para el bien de la Patria y la gloria de Dios, hombres y mujeres sanos e íntegros en el cuerpo pero, sobre todo, en el alma.
  
El Centro de Investigaciones de la Problemática Familiar, a la vez que condena enérgicamente estos crímenes y —sin eludir la propia responsabilidad por su omisión, desidia o inoperancia— hace responsable de estos crímenes a las autoridades nacionales y provinciales que los hicieron posibles; y convoca al combate, en el frente que sea, en defensa de la vida y de los inocentes, de los débiles y de los desvalidos; y en defensa de las leyes y los derechos de Dios.
  
Para ello recurrimos a Su protección y auxilio y a la mediación de la Santísima Virgen María, nuestra Madre y nuestra Reina, elevando sin temor y con gozosa esperanza el estandarte del glorioso Arcángel San Miguel: ¡Quién como Dios!
  
Ricardo S. Curutchet, Presidente
Ricardo Prado, Vicepresidente