lunes, 31 de enero de 2011

Ecología

LA CONTRAPRUEBA DE LAS IDEOLOGÍAS
                
           
Como enseña el Catecismo de San Pío X, las obras de misericordia son aquellas con las que se socorren las necesidades corporales o espirituales de nuestro prójimo. Compromiso  ciertamente desconocido por las ideologías (liberales o de izquierda, lo mismo da) por la simple razón de que para ellas no hay ´prójimo´. Hay números, estadística, votos. O bien, hay medios u obstáculos para la obtención de algún fin intraideológico, que es como lo anterior pero puesto en acción.
           
Para entender la raíz del flagelo político de nuestro Patria es preciso captar la esencia y dinámica de las ideologías. Ellas son ideas desencajadas de la realidad,  planes personales —abierta o solapadamente caprichosos— hasta el desprecio de la verdad y el orden. Constituyen el programa curricular del hombre hecho rebelión decidido a romper con la armonía y atentar contra su Autor con tal de satisfacerse. Por eso, según el trascendental desde el cual quiera verse, las ideologías siempre están transidas de irracionalidad y contradicciones (contra la verdad), de perversidad y malicia (contra el bien) y de fealdad y ridiculez (contra la belleza).
          
Así es que las ideologías son tan frías como el infierno. Y eternamente irreconciliables con la verdad y el bien. Claro —y aquí ya comenzamos a padecer uno de los frutos podridos de las ideologías— ¿qué sucede cuando al mundo ya no le interesa la verdad, sino el propio parecer hecho regla y medida; ni el bien, sino la arbitraria opción personal —expresión preocupantemente instalada en ciertos ámbitos— hecha valor intocable?
          
Cuando sucede esto, pasa lo que está pasando. ¿Qué diría el querido padre Castellani si viviera, con su fino genio delator de las ridiculeces del liberalismo moderno? ¿Qué ironía le quedaría por trazar, en una nación que ahora tiene policía ecológica por un lado y políticos abiertamente aborteros por otro? En un mundo así, ¿podremos llegar a afirmar tímidamente que 1 + 1 nunca será 3 sin que algún tribunal pida nuestra cabeza?
           
Y esto, que suena tan abstracto, ¿cómo se constata y se comprueba en el campo político -que debiera ser el del bien común-? En principio, la receta es muy sencilla: vamos a los hechos. Ciertamente, se complica cuando la consigna se extiende al requerimiento de ´saber observar´. ¿Cómo? ¿Podemos tener los hechos delante y no arribar a conclusiones acertadas —es decir, realistas—? Por supuesto, porque si nuestra cabeza se ha ideologizado, tendremos la verdad ante nuestras narices y no la veremos.
          
Pero la constatación es inobjetable: viendo el descuido y el desprecio concreto al hombre real, de carne y hueso, en fin, al prójimo.
           
Insistamos: la prueba de fuego de la falta de realismo de las ideologías es su despreocupación por el hombre concreto.
            
Todo lo contrario a la delicada arquitectura de virtudes necesarias para ser bueno y a la precisa exigencia del hombre cristiano, a quien se le pide practicar las obras de misericordia, que es una manera de decir: amemos con las palabras pero también con los hechos. En ellas vemos el realismo de la Iglesia, tantas veces acusada de descuidar los problemas temporales. Ni tercermundismos ni teologías horizontales: ocupación maternal de la Iglesia del hombre real, que es el que se salvará o condenará, pero es también el que se enferma y tiene hambre.
        
Sí, este es un signo patente de los humanismos de toda laya: la falta de verdadera humanidad. Ya conocemos los frutos del humanismo con soporte ateo y liberal. Ya conocemos el alcance de los insignes defensores de los derechos humanos. ¿Hay que aclarar que el actual sistema ha pisoteado todas y cada una de las obras de misericordia?, ¿es preciso recordar las tareas de dar de comer al hambriento, visitar a los presos, enseñar al que no sabe, perdonar las injurias, rogar a Dios por los vivos y difuntos, para contrastarlas con la actual maquinaria de poder?
      
En una estructura subversiva y marxista, las obras de misericordia se invierten y se hacen satánicas, en contra de Dios y en contra del hombre. Porque esto es lo que el mundo debe entender: el hombre alejado de Dios, se autodestruye. Previa alocada exaltación frenética y desquiciada de aquello en lo que ha puesto la mira: el feminismo destruyendo la mujer, el liberalismo la libertad, y el humanismo al hombre.
           
¿Cuáles son entonces las obras de misericordia (si se nos permite la penosa ironización del término) pasadas por el tamiz de la actual ideología subversiva? Asesinar al niño no deseado, acortar la vida del inútil, sostener parásitamente al avivado (mientras sea de utilidad), mentir y hacerlo interminablemente, enseñar al niño todo aquello que lo distrae de lo esencial, organizar la venganza e institucionalizar el resentimiento. En fin, usar al hombre en todo lo que haga falta para los propios intereses.
             
¿Quién puede dudar que la declamada libertad de expresión ha asfixiado cualquier manifestación que se aparte del pensamiento único; que el falazmente planteado ´derecho a decidir´  ha promovido el aborto y las leyes contra natura; que la libertad religiosa y el liberalismo pedagógico ha consolidado el ateísmo y a la postre ha embrutecido la niñez y la juventud, originando la pobreza académica más vergonzosa?  ¿Qué más hace falta para percatarnos de que la participación política (entiéndase: voto universal y obligatorio, y participación popular y demagógica) nos ha convertido en reos masificados del sistema, convencidos de que el sacrosanto deber de las urnas salda nuestra obligación de no desentendernos del bien común o que tiene alguna relación con él? ¿Cómo negar que la falacia de la no discriminación se ha convertido en el instrumento del sistema más eficaz para perpetrar todo tipo de injusticia y avalar la contranatura?
          
Eufemismo más, eufemismos menos, todo se da de espaldas a la cosa concreta. Ni la creación de edificios escolares ni la donación de computadoras abordan el problema educativo. Ni las estadísticas alimentan el alma, ni la cotización del dólar marca el rumbo de una Nación.
        
Las ideologías no tienen corazón porque su corazón es la idea artificial enfrentada insolente a la verdad, y como tal, destinada a destruirse sí misma. Por eso, la irracionalidad y la estupidez parecen no tener precedentes. Las corrientes ecologistas se han fortalecido y uno podría quedar detenido si agrede a un perro, pero la legalización del aborto es una amenaza y hay que soportar a opinólogos de toda laya haciendo apología del asesinato de inocentes en cualquier medio y con total impunidad.
         
El mejor triunfo del sistema no ha sido que nos domine, sojuzgue y humille, sino que demos gracias por ello.
       
Es imperioso tomar entre manos la ardua tarea de pensar rectamente. No sólo para combatir el error sino principalmente para asirnos con fuerza de las verdades de salvación en las cuales nos jugamos la vida.

             
Jordán Abud
                

sábado, 29 de enero de 2011

Literarias

EL PEQUEÑO MUNDO
DE DON CAMILO
         
                  
LA PROCESIÓN
               
  
Todos los años, al celebrarse la feria del pueblo, se llevaba en procesión al Cristo crucificado del altar. El cortejo llegaba hasta el dique y allí se efectuaba la bendición de las aguas para que el río no hiciera locuras y se comportara decentemente.
       
Como en otras ocasiones parecía que también en ésta las cosas funcionarían con la acostumbrada regularidad, y Don Camilo estaba dando los últimos toques al  programa de la fiesta, cuando apareció el Brusco en la rectoral.
        
— El secretario del comité —dijo el Brusco— me manda a hacerle saber que el comité participará en la procesión en pleno con bandera.
      
— Agradezco al secretario Pepón, contestó Don Camilo. Me alegraré de que todos los hombres del comité estén presentes. Sin embargo, es necesario que tengan la  amabilidad de dejar la bandera en casa. No debe haber banderas políticas en cortejos sacros. Estas son las órdenes que tengo.
        
El Brusco se marchó y poco después llegó Pepón con la cara congestionada y los ojos fuera de las órbitas.
        
— ¡Somos cristianos como todos los demás!, gritó Pepón entrando en la rectoral sin pedir siquiera permiso.  ¿En qué somos distintos de los otros?
      
— En que cuando entran en casa ajena ustedes ni se quitan el sombrero, respondió Don Camilo tranquilamente.
        
Pepón se quitó el sombrero con rabia.
        
— Ahora eres igual a los demás cristianos, dijo Don Camilo.
       
— ¿Por qué no podemos venir a la procesión con nuestra bandera? —gritó Pepón.— ¿Qué tiene de particular nuestra bandera?  ¿Es la bandera de los ladrones y los asesinos?
        
— No, compañero Pepón, explicó Don Camilo mientras encendía su toscano.  Es una bandera de partido y aquí se trata de un acto religioso y no político.
        
— ¡En ese caso tampoco deben ustedes admitir las banderas de la Acción Católica!
         
— ¿Por qué?  La Acción Católica no es un partido político, tanto es así que yo soy su secretario.  Precisamente te aconsejo que te inscribas con tus compañeros.
       
Pepón soltó una carcajada.
      
— ¡Si quiere usted salvar su alma negra, deberá inscribirse en nuestro partido!        
Don Camilo abrió los brazos.
       
— Procedamos así, repuso sonriendo, cada cual queda donde está y amigos como antes.
         
— Yo y usted nunca hemos sido amigos, afirmó Pepón.
       
— ¿Tampoco cuando estuvimos juntos en los montes?
        
— ¡No!  Era una simple alianza estratégica. Por el triunfo de la causa uno puede aliarse hasta con los curas.
        
— Bueno, dijo Don Camilo con calma. Pero si quieren venir a la procesión deben dejar la bandera en casa.
      
Pepón rechinó los dientes.
        
— ¡Si cree usted que podrá hacerse el Duce, se equivoca, reverendo! —exclamó—. ¡O con nuestra bandera o no hay procesión!
       
Don Camilo no se impresionó. “Se le pasará”, dijo para sí.  Y en efecto, durante los  tres días que precedieron al domingo de la feria, no se oyó hablar de la cuestión. Pero el domingo, una hora antes de Misa, llegó a la rectoral gente asustada. La víspera, la escuadra de Pepón había recorrido todas las casas para advertir que quien concurriese a la procesión daría a entender que no le importaba su salud.
      
— A mí nada me han dicho, observó Don Camilo. Por  lo tanto la cosa no me preocupa.
      
La procesión debía realizarse al término de la Misa. Y mientras en la sacristía Don Camilo estaba vistiendo los paramentos usuales, llegó un grupo de parroquianos.
    
— ¿Qué se hace?, preguntaron.
      
— La procesión, contestó Don Camilo tranquilamente.
     
— Esos son muy capaces de arrojar bombas sobre el cortejo, le objetaron. Usted no debe exponer a sus feligreses a tal peligro. En nuestra opinión, la procesión debe suspenderse, avisar a la fuerza pública de la ciudad y realizarla cuando hayan llegado los carabineros en suficiente cantidad para garantizar la seguridad de la gente.
      
— Bien pensado, observó Don Camilo. Entre tanto se podría explicar a los mártires de  la religión que obraron muy mal al comportarse como se comportaron y que en vez de ir a predicar el cristianismo cuando estaba prohibido, debieron esperar que llegasen los carabineros.
       
Seguidamente Don Camilo les indicó a los visitantes dónde estaba la puerta.  Se marcharon rezongando. Poco más tarde entró en la iglesia un grupo de ancianos y de ancianas.
    
— Nosotros venimos, Don Camilo, dijeron.
      
— ¡Ustedes se van a su casa enseguida!, ordenó Don Camilo. Dios tomará en cuenta sus piadosas intenciones. Esta es una situación en que los ancianos, las mujeres y los niños deben permanecer en sus casas.
        
Delante de la iglesia había quedado un grupito de personas; pero cuando se oyeron algunos disparos de armas (era simplemente el Brusco, que con fines demostrativos le hacía hacer gárgaras a su ametrallador, disparando al aire), también el grupito se hizo humo, y Don Camilo, al asomarse a la puerta de la iglesia, vio el atrio desierto y limpio como una mesa de billar.
      
— ¿Y, Don Camilo, vamos?, preguntó en ese momento el Cristo del altar. Debe estar magnífico el río con este sol. Verdaderamente lo veré de buena gana.
      
— Sí, vamos, contestó Don Camilo. Pero fijaos que esta vez, desgraciadamente, estaré solo en la procesión. Si os basta.
      
— Cuando está Don Camilo ya hay de sobra, dijo sonriendo el Cristo.
       
Don Camilo se colocó rápidamente la bandolera de cuero con la cuja para el pie de la cruz; bajó del altar el enorme Crucifijo, lo apoyó en el soporte y suspiró:
       
— Con todo, podían haber hecho más liviana esta cruz.       
— Dímelo a mí, repuso sonriendo el Cristo, a mí, que debí llevarla hasta la cima y no tenía tus espaldas.
         
Algunos minutos después Don Camilo, sosteniendo el enorme Crucifijo salía solemnemente por la puerta de la iglesia. El pueblo estaba desierto; la gente se había encerrado, corrida por el miedo, y espiaba a través de las celosías.
        
— Debo producir la impresión de aquellos frailes que andaban solos con la cruz negra por las calles de las ciudades despobladas por la peste, se dijo Don Camilo. Luego se puso a salmodiar con su vozarrón baritonal, que se agigantaba en el silencio. Atravesó la plaza y siguió por el medio de la calle principal, en la que también reinaban la soledad y el silencio. Un perrito salió de una calleja, y se puso a caminar quietito detrás de Don Camilo.
      
— ¡Fuera!, masculló Don Camilo.
      
— Déjalo, susurró desde lo alto el Cristo. Así Pepón no podrá decir que en la procesión no se veía siquiera un perro.
      
La calle torcía en el fondo, donde concluían las casas, y de allí partía el sendero que conducía al dique. Apenas dobló, Don Camilo halló de improviso la calle obstruida. Doscientos hombres la bloqueaban mudos, con las piernas abiertas y los brazos cruzados. Al frente de ellos estaba Pepón, en jarras. Don Camilo hubiera querido ser un tanque. Pero no podía ser sino Don Camilo, y cuando llegó a un metro de Pepón se detuvo, sacó el enorme Crucifijo del soporte y lo alzó blandiéndolo como una clava.
     
— Jesús, dijo, teneos firme, que empiezo a repartir.
        
Pero no fue necesario porque, comprendida al vuelo la situación, los hombres retrocedieron hacia las aceras y como por encanto se abrió un surco en la masa. Solamente Pepón quedó a pie firme en medio del camino, puesto en jarras y con las piernas abiertas. Don Camilo afirmó el pie del Crucifijo en el soporte y marchó derecho hacia Pepón. Éste se hizo a un lado.
      
— No me aparto por usted sino por él, dijo señalando el Crucifijo.
       
— ¡Y entonces quítate el sombrero!, gritó Don Camilo sin mirarlo.
       
Pepón se quitó el sombrero y Don Camilo pasó solemnemente entre sus hombres. Cuando llegó al dique se detuvo.
     
— Jesús, dijo en voz alta, si en este inmundo pueblo las casas de los pocos hombres de bien pudieran flotar como el arca de Noé, yo os rogaría enviar tal crecida que arrase el dique e inunde todo el pueblo. Mas, como los pocos hombres de bien viven en casas de ladrillos iguales a las de tantos canallas, y no sería justo que los buenos debieran sufrir por las culpas de los pillos del tipo del alcalde Pepón y de toda su chusma de bandoleros sin Dios, os ruego salvar al pueblo de la inundación y concederle toda clase de prosperidades.
     
— Amén, murmuró la voz de Pepón detrás de Don Camilo.
       
— Amén, repitieron en coro los hombres de Pepón, que habían seguido al Crucifijo.
      
Don Camilo tomó el camino del regreso y cuando llegó al atrio y se volvió para que el Cristo diese su última bendición al río lejano, se vio delante al perrito, a Pepón, a los hombres de Pepón y a todos los habitantes del pueblo. También al boticario, que era ateo, pero que, ¡caramba!, un cura como Don Camilo, capaz de hacer simpático al Padre Eterno, no lo había encontrado nunca.
    
Giovanni Guareschi
   

viernes, 28 de enero de 2011

Evangélicas

¡RAZA DE VÍBORAS!
     
       
Aquel episodio suscitado en torno de la carta que el Ordinario Castrense, Monseñor Baseotto, dirigió al entonces Ministro de Salud Pública, en ocasión de unas declaraciones de este último a favor de la despenalización del aborto, desnuda hasta el fondo —es decir, el abismo— nuestro pavoroso estado de postración espiritual y moral. Sin duda, la argentina es una sociedad profundamente enferma y desquiciada.
     
La desembozada promoción del aborto por parte de un alto funcionario del Gobierno es, por sí sola, un hecho de inusitada gravedad. Pero nadie ha reparado en ello. Ni siquiera, al parecer, la propia Conferencia Episcopal que, hasta ahora al menos, se ha mostrado más preocupada en tomar distancia de las incómodas manifestaciones de Monseñor Baseotto que de denunciar las graves declaraciones del funcionario. Éstas, por otra parte, no fueron desautorizadas por el entonces Presidente ni por su Jefe de Gabinete ni han motivado el rechazo (ni siquiera la menor reserva) de ningún personaje del mundo oficial.
   
Resulta, pues, pertinente preguntar: ¿cómo reacciona la Argentina “oficial” (gobierno, prensa, formadores de opinión, eclesiásticos, exégetas bíblicos al uso, etc.) cuando un ministro de la Nación anuncia su claro propósito de despenalizar el aborto y frente a semejante crimen, un Pastor recuerda, con dureza evangélica, la más elemental doctrina moral? Y la respuesta es tan sencilla cuanto dolorosa: todos los dardos apuntan contra el Pastor. Vuelven a oírse las consabidas voces. ¡Maten al testigo! ¡Que desaparezca de la faz de la tierra! ¡Redúzcanlo a silencio! ¡Ha promovido la violencia! ¡Ha reivindicado los métodos aberrantes y los crímenes de la dictadura! ¡Ha blasfemado contra la Nueva Deidad de la Opinión Única! ¡Que sea arrojado fuera de la Ciudad! ¡Crucifíquenlo!
          
El Gran Sanedrín se rasga las vestiduras. Los sumos sacerdotes conspiran, mueven al populacho ignorante y voluble. Pedro niega tres veces frente a la sirvienta de Caifás. Eterno drama que hemos visto desarrollarse ante nuestros ojos en tantos días aciagos.
      
Pero Monseñor Baseotto ha respondido con serena firmeza: “yo quiero ser fiel a Dios, a Cristo que me ha dado esta misión y desde luego a quien Cristo ha dejado como representante suyo, que es el Papa” (“Infobae”, 25 de febrero de 2005). Quiero ser fiel, ¡magníficas palabras!, ¡estupenda lección de quien sabe que ha sido elegido para enseñar, gobernar y santificar al pueblo de Dios, no para agradar al mundo y rendirse a su poder!
    
Todo esto ha venido a ser un hecho perfectamente providencial; y más providencial aún porque ha ocurrido en plena Cuaresma, cuando la contemplación de la Cruz se hace más penetrante, más cotidiana, más próxima.
     
Cristo ha sido, otra vez, crucificado en la persona de un Obispo humilde, fuerte e intrépido. Fides intrepida.
       
Enfrente, la dolorosa cobardía de los cristianos. Y los eternos fariseos contra los que, nuevamente, se vuelve la palabra severa del Señor: ¡Raza de víboras! (San Mateo, XXIII, 33).
      

Mario Caponnetto
     

jueves, 27 de enero de 2011

Cantando he de llegar al pie del Eterno Padre

ARGENTINA TIENE HÉROES




ARGENTINO, NO TE RINDAS

miércoles, 26 de enero de 2011

La ira de Dios

EL PADRE AGUIRRE CONTINÚA
SU PRÉDICA DE CONFUSIÓN
        
          
El  martes 25 de enero de 2011 el citado sacerdote publicó un artículo en “La Voz del Interior” cuya lectura puede provocar dudas en los católicos con respecto a cuando comienza la existencia de las personas. En efecto, sostiene:
         
1) Que las autoridades eclesiásticas no deben “afirmar que Dios infunde el alma espiritual racional para ser persona en el instante de la concepción”.
     
2) Que Pío XII en su encíclica “Humani generis”, “no afirma el momento de tal infusión, ya que el mismo Tomás de Aquino opinaba que «podría ser cuando el feto tuviera forma humana», es decir, probablemente, desde la implantación del embrión”.
    
3) “El Papa actual sólo recomienda que se trate al embrión como si ya fuera persona, en forma pedagógicamente tutelar” (no cita la fuente).
         
Tenemos derecho a deducir que el Padre Aguirre actúa de mala fe, pues omite mencionar el último documento de las autoridades eclesiásticas sobre bioética, que es la Instrucción “Dignitas personae”, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que fuera aprobado expresamente por Benedicto XVI el 20 de junio de 2008.

En el documento mencionado se define con precisión el tema que analiza el Padre Aguirre:
       
“El cuerpo de un ser humano, desde los primeros estadios de su existencia, no se puede reducir al conjunto de sus células. El cuerpo embrionario se desarrolla progresivamente según un «programa» bien definido y con un fin propio, que se manifiesta con el nacimiento de cada niño.
“Conviene aquí recordar el criterio ético fundamental expresado en la Instrucción Donum vitæ para valorar las cuestiones morales en relación a las intervenciones sobre el embrión humano: «El fruto de la generación humana desde el primer momento de su existencia, es decir, desde la constitución del cigoto, exige el respeto incondicionado, que es moralmente debido al ser humano en su totalidad corporal y espiritual. El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida»”.
        
“Esta afirmación de carácter ético, que la misma razón puede reconocer como verdadera y conforme a la ley moral natural, debería estar en los fundamentos de todo orden jurídico. Presupone, en efecto, una verdad de carácter ontológico, en virtud de cuanto la mencionada Instrucción ha puesto en evidencia acerca de la continuidad del desarrollo del ser humano, teniendo en cuenta los sólidos aportes del campo científico.
“Si la Instrucción «Donum vitæ» no definió que el embrión es una persona, lo hizo para no pronunciarse explícitamente sobre una cuestión de índole filosófica. Sin embargo, puso de relieve que existe un nexo intrínseco entre la dimensión ontológica y el valor específico de todo ser humano. Aunque la presencia de un alma espiritual no se puede reconocer a partir de la observación de ningún dato experimental, las mismas conclusiones de la ciencia sobre el embrión humano ofrecen «una indicación preciosa para discernir racionalmente una presencia personal desde este primer surgir de la vida humana: ¿cómo un individuo humano podría no ser persona humana?». En efecto, la realidad del ser humano, a través de toda su vida, antes y después del nacimiento, no permite que se le atribuya ni un cambio de naturaleza ni una gradación de valor moral, pues muestra una plena cualificación antropológica y ética. El embrión humano, por lo tanto, tiene desde el principio la dignidad propia de la persona”.

         
Es de lamentar que los sacerdotes de Córdoba puedan contradecir públicamente la doctrina católica, sin que las autoridades eclasiásticas adopten ninguna medida al respecto, o, al menos, aclaren a los fieles la recta doctrina.
     

Mario Meneghini
Córdoba, enero de 2011
        

martes, 25 de enero de 2011

Siga el corso

NUNCA MENOS:
LA MURGA DEL MUERTO
         
        
¿Habrá sido por amor? O acaso fue la mucha tristeza por el muerto, no sé. Vaya uno a saber porque desinteresada y noble razón a un tal Bouchoux se le ocurrió el Nunca menos, canción dedicada al finado Néstor Kirchner.
          
No nos atreveríamos a juzgarlo desde el punto de vista estético, eso sería inapropiado porque se trata de algo rigurosamente alejado de la belleza.
        
Poco, más bien nada, encontraremos de poético ni de verdadero es esas líneas, es inútil, no busquemos arte por ahí, estamos en  el esquivo territorio de la obsecuencia. Y esa zona halla en la vulgaridad su manera de expresión más afín.
        
De todos modos debemos reconocerle dos aciertos. Uno es el título, en realidad Nunca menos nos parece un logro, logro parcial y algo gastado si ustedes quieren pero logro al fin, el Nunca menos, en cierta forma nos está  diciendo algo.
             
Nos dice por ejemplo  que nunca hubo alguien menos digno para ejercer la presidencia del país, que nunca como durante el ciclo K fueron menos respetadas las instituciones de la república, que nunca fue menos cuidado el bien común del pueblo argentino, desde este ángulo el Nunca menos estaría bien.
         
El otro en cambio es un acierto con todas las luces. No es posible imaginar un cierre más definitorio y ajustado a la triste realidad del país K, que representándolo a través de  un coro murguero.
              
El ciclo K termina como debe ser, con una murga. Aunque ni siquiera lo hace con esa especie de gracia elemental y hasta salvaje de las murgas, no, ni siquiera eso,  lo que escribe es  adulación de la peor y mal gusto.

Todos sabemos que el tiempo de las murgas es el carnaval, y como el carnaval  es la estación que  mejor  define a los K, tal vez ese sea el momento exacto para cantarla.
           
Como es previsible habrá coro de murgueros que tampoco serán los auténticos sino apenas las caricaturas, de esas truchas que cantan e imitan por amor si pero amor a la guita y a los negocios del poder. No es imposible adivinar quienes serán algunos de los componentes. En cuanto a la murga habría que darle  nombre, se nos ocurren  varios, ahí van: Los Piojosos de Olivos, o Los Felpudos de Cristina, pero quien quiera que le ponga la cursilería  que prefiera, no errará.
        
Murga y carnaval y poder arrasan mal en esta querida tierra nuestra, hoy poblada de tilingos adormecidos y traficantes y asesinos. Pero nadie espere ser firme lo que es pasajero hace apenas tres meses, lo comprobamos dramáticamente. No hagamos del nuestro un dolor sin horizontes, en la angustia en la soledad desesperada en la pobreza vivieron patriotas, que supieron rescatar a la patria de otros carnavales.
         
Miguel De Lorenzo
       

domingo, 23 de enero de 2011

Espiritualidad

ORACIÓN UNIVERSAL DEL PAPA CLEMENTE XI
PARA DESPUÉS DE COMULGAR
          
         
Creo, Señor, pero afirma mi fe; espero en Ti, pero asegura mi esperanza; Te amo, pero inflama mi amor; me arrepiento, pero aumenta mi arrepentimiento.
         
Te adoro como primer principio; Te deseo como mi fin último; Te alabo como mi bienhechor perpetuo; Te invoco como mi defensor propicio.
        
Dirígeme con tu sabiduría, conténme con tu justicia, consuélame con tu clemencia, protégeme con tu poder.
        
Te ofrezco, Dios mío, mis pensamientos para pensar en Ti, mis palabras para hablar de Ti, mis obras para actuar según Tu voluntad, mis sufrimientos para padecerlos por Ti.
        
Quiero lo que Tú quieres, porque Tú lo quieres, como Tú lo quieres, y en tanto Tú lo quieras.
              
No me inficione la soberbia, no me altere la adulación, no me engañe el mundo, no me atrape en sus redes el demonio.
            
Concédeme la gracia de depurar la memoria, de refrenar la lengua, de recoger la vista, y mortificar los sentidos.
            
Te ruego, Señor, ilumina mi entendimiento, inflama mi voluntad, purifica mi corazón, santifica mi alma.
           
Que llore las iniquidades pasadas, rechace las tentaciones futuras, corrija las inclinaciones viciosas, cultive las virtudes necesarias.
          
Concédeme, oh buen Dios, amor a Ti, odio a mí, celo del prójimo, desprecio del mundo.
          
Que procure obedecer a los superiores, asistir a mis inferiores, favorecer a mis amigos, perdonar a mis enemigos.
            
Que venza la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la generosidad, la ira con la mansedumbre, la tibieza con la devoción.
             
Hazme prudente en las determinaciones, constante en los peligros, paciente en las adversidades, humilde en la prosperidad.
          
Haz, Señor, que sea en la oración fervoroso, en las comidas sobrio, en mis deberes diligente, en los propósitos constante.
             
Que me aplique a alcanzar la inocencia interior, la modestia exterior, una conversación edificante, una conducta regular.
          
Que me esfuerce por someter mi naturaleza, secundar a la gracia, observar Tu ley y merecer la salvación.
                
Dame a conocer cuán frágil es lo terreno, cuán grande lo celestial y divino, cuán breve lo temporal, cuán perdurable lo eterno.
                 
Haz que me prepare para la muerte, que tema el juicio, que evite el infierno y que obtenga el paraíso.
                 
Por Cristo Nuestro Señor.  Amén.
           

sábado, 22 de enero de 2011

In memoriam

JORGE MASTROIANNI
(2003 - 22 de enero - 2011)
        
        
Hace hoy ocho años nos dejó nuestro querido amigo y camarada Jorge Mastroianni, gravemente enfermo y perfectamente preparado para su tránsito, con los sacramentos de siempre y el auxilio espiritual de sus amigos de siempre y un santo sacerdote.
             
Preferimos recordarlo con uno de los tantos artículos que escribió en homenaje a la Santísima Virgen María.
           
                
LA MADRE CORREDENTORA
               
               
El título de Corredentora es uno de los más gloriosos para la Santísima Virgen María y, al mismo tiempo, uno de los más queridos al corazón de sus verdaderos devotos.  Uno de los más gloriosos, por la plena y perfecta semejanza que establece entre Nuestra Señora y su Divino Hijo; uno de los más queridos al corazón devoto, por la filial confianza y por el vivo estremecimiento de gratitud que instintivamente despierta.
               
Corredentora significa cooperación, consorcio o asociación de María con Cristo Redentor en la obra de la redención humana.
                 
El demonio, conocedor de estas realidades, trata de menoscabar dicho título mariano, e incluso de desposeer a la Madre Corredentora de su gloria y a sus hijos del consuelo que les reporta.
                 
Por lo tanto, con fervor y amor, hemos de desagraviar a la Madre ofendida, a la par que nos consolamos saboreando, con confianza y gratitud, la parte maternal de María en nuestra salvación.
                
Consideremos, pues, la cooperación de María a la obra de nuestra redención realizada por Cristo en el Calvario, por cuya cooperación conquistó dignamente el título gloriosísimo de Corredentora de la humanidad.
                
María Santísima es Corredentora:
             
a) por ser la Madre de Cristo Redentor, lo que lleva consigo la Maternidad Espiritual sobre todos los redimidos, como ya hemos visto el mes pasado.            
b) por su compasión dolorosísima al pie de la Cruz, íntimamente asociada al tremendo sacrificio de Cristo Redentor.             
Los dos aspectos son necesarios y esenciales: y por eso la llamamos Madre Corredentora: la Corredención es una función maternal.  María es Corredentora por ser Madre.
                   
La muerte nos vino por una mujer, y por una Mujer nos vino la Vida: Mors per Evam, vitam per Mariam.  ¿Y dónde brotó la vida, sino en la cumbre del Calvario y al pie de la Cruz?  Por lo tanto, a Jesús, autor de la Vida, lo llamamos Redentor; y a María, por quien viene la Vida, con razón la llamamos Corredentora del linaje humano.  Subamos en espíritu al monte Calvario y contemplemos…
                         
En sentido etimológico, la palabra redimir significa volver a comprar una cosa que habíamos perdido, pagando el precio correspondiente a la nueva compra.
               
Aplicada a la redención del mundo, significa, propia y formalmente, la recuperación del hombre al estado de justicia y de salvación, sacándolo del estado de injusticia y de condenación en que se había sumergido por el pecado, mediante el pago del precio del rescate: la Sangre Preciosísima del Cristo Redentor ofrecida por Él al Padre.
                
La Redención se divide en objetiva y subjetiva.  La Redención objetiva consiste en la obra de Cristo, consumada en su Pasión y Muerte, con la que satisfizo a Dios por nosotros, nos le volvió reconciliado y propicio y nos mereció de Él todas las gracias.  La Redención subjetiva consiste en distribuir y aplicar a cada uno de los hombres los frutos de la Redención.
                   
Jesucristo es Redentor, propiamente dicho, por la Redención objetiva.  Por la Redención subjetiva, Cristo es propiamente Abogado nuestro.  Ambos oficios, de Redentor y de Abogado, constituyen a Jesucristo en Mediador entre Dios y los hombres.
                   
Ahora bien, conforme al concepto de Redentor debe determinarse el concepto de Corredentora, pues así como Cristo es Redentor por la Redención objetiva y Abogado por la Redención subjetiva, y por ambos oficios principalmente queda constituido Mediador, del mismo modo la Santísima Virgen María es Corredentora merced a la cooperación que prestó a la Redención objetiva, y Abogada dispensadora de todas las gracias por cooperar a la Redención subjetiva; y de esta doble cooperación le resulta el oficio de Mediadora, en un doble estadio, a saber, en el de la corredención en la tierra y en el de la actual intercesión en los cielos.
                   
Existen ciertamente profundas diferencias entre la acción de Cristo como único Redentor de la humanidad y la de María como asociada (Corredentora) a la obra redentora de Cristo.  La Redención de Jesucristo fue principal, suficiente por sí misma, independiente y absolutamente necesaria; mientras que la Corredención mariana fue secundaria, insuficiente por sí misma, dependiente o subordinada e hipotéticamente necesaria.
               
Y entonces, podrá tal vez alguien preguntarse: ¿por qué quiso Dios que el precio de nuestra redención estuviese como integrado por los méritos y satisfacciones de María Santísima, siendo suficientísimos por sí mismos los méritos y satisfacciones de Jesucristo?  Solamente lo quiso así Dios, no para añadir nada a los méritos y satisfacciones de Cristo, no para completarlos, sino por la armonía y la belleza de la obra redentora.  Como nuestra ruina había sido obrada no por Adán solamente, sino por Adán y Eva, así nuestra redención debía ser realizada no sólo por Cristo, como nuevo Adán, sino por Cristo y María, la nueva Eva.
                  
Con la Corredentora, algo divinamente delicado, tierno, amable, entra en la obra grandiosa de la redención del mundo.  Por medio de la Corredentora, la salvación nos llega en forma de beso materno.  Por medio de la Corredentora la Madre hace su en-  trada, la sonrisa de la Madre, el corazón de la Madre, la tierna asistencia de la Madre… LA MADRE CORREDENTORA.
                       
Para terminar este artículo, estimado lector, nos parece apropiado transcribir la parte final de la magnífica ponencia del Padre Leonardo Castellani para el Congreso Mariano de 1946:
                  
“Eva se postró en el suelo en un total reconocimiento de su error, en una conciencia traspasadora de su infatuación y su ignorancia.  Ya era tarde.  Pero ella sabía que la justa e irrevocable sentencia estaba unida a una misteriosa misericordia, cuyo signo eran esos mismos hijos que diéransele en lugar del Paraíso, uno de los cuales aplastaría un día a la poderosísima serpiente.  Miró de nuevo su doloroso paraíso.  De la boca de Abel surgió de nuevo el gemido, sordo, articulado en las sílabas ma-ma, el fonema misterioso que la penetraba, la palabra que ella nunca había dicho a nadie.
               
“Un inmenso anhelo de decirlo a alguien surgió de su soledad infinita.  Sintió el deseo absurdo de decírselo al Dios lejano y perdido, pero decírselo en medio del éxtasis antiguo en que su boca lo tocaba; decirlo y que él lo tragara; el deseo de ser hija chiquita de alguien, de esconder como Abel en un regazo su pequeñez y su desolación infinita, de resignar  por un momento la carga insoportable de ser madre de todos los vivientes, responsable única de toda la vida.  Todos aquellos que habían de ser sus hijos, serían hijos bastardos de Dios al mismo tiempo, hijos de mala madre, inficionados de más en más por la tara de su cuerpo maculado.  Tuvo un deseo inmenso de ser madre otra vez, pero madre de un ser absolutamente puro, más intacto que ella en su perdida virginidad paradisíaca; el deseo disparatado de ser madre de Dios mismo, o por obra de Dios.
                   
“Y sintió con horror que ese deseo imposible y casi sacrílego era más fuerte que ella, y que la arrastraba vertiginosamente hacia la pasividad de otrora, hacia el estado antiguo, en que se bañaba, en el seno de la Deidad, como en un mar aniquilante de delicias.  Sintió que su cuerpo se levantaba en el aire; o, por mejor decir, no sintió más su cuerpo, como si estuviese por encima del mundo entero y al lado de aquella solitaria estrella, el lucero de la tarde, Venus.  Tembló.  Entonces en su exceso quiso temblando decir a Dios las dos sílabas ma-ma.  Gimió su alma, mareada como quien se siente trastabillar en un abismo.  Pero, en vez de decirle a Dios las no acostumbradas sílabas, con un gran temblor de su cuerpo y sin saber lo que decía, lo llamó Hijo” (El desquite de la mujer, ensayo religioso publicado en Cristo, ¿vuelve o no vuelve?, Biblioteca Dictio, vol. 5, páginas 184-188).
                      
(Tomado de “Signum Magnum” nº 20, de mayo de 2002)
                

viernes, 21 de enero de 2011

Testigo de cargo

ENSALADA… ITALIANA
        
En varias ocasiones hemos traído al señor Umberto Eco a nuestro sillón y le hemos hecho barba y bigote para delicia de nuestros lectores.  Así demostramos, por ejemplo, que escribía sobre la lujuria sin saber qué era. Hace un tiempo escribió en “La Nación” un artículo que tituló “Cuando lo feo es hermoso” en el que hizo una ensalada rusa (a la italiana) mezclando conceptos con el desparpajo de un argentino.
     
Comenzó hablando de Hegel, quien habría escrito que fue el cristianismo el que introdujo “el dolor y la fealdad” en el arte, con sus Cristos sangrantes y sus Santos torturados. Error, dijo Eco, ya en el arte clásico había infinidad de rostros terribles y de escenas escalofriantes. Pero ya comenzó a meter la pata porque metió muy alegremente en el mismo saco a dos cosas por completo diferentes.
    
Este desprejuiciado escritorzuelo italiano no entiende que puede haber dolor muy bellamente representado y que el dolor forma parte de las experiencias elementales del hombre y de las experiencias que el sabio hace positivas. Bueno, se podrá objetar, pero también la fealdad forma parte de nuestras experiencias. Claro, pero es antagónica con el arte, que es belleza y que sólo puede apropiarse de la fealdad si la embellece. Y entonces deja de ser fealdad.
     
El problema del arte actual es, justamente, que pretende hacer arte con lo feo, sin transformación ni sublimación alguna. Es el culto de lo feo por ser feo. Según Eco, el actual afán por la fealdad (el dolor se perdió en el camino) proviene de una elección “de lo que en siglos pasados habría sido considerado horrible” o —en otros casos— “la fealdad es elegida como el modelo de una nueva belleza”. Lo cual sucede porque “en la posmodernidad toda oposición entre belleza y fealdad se ha disuelto” principio que apenas enunciado es puesto en duda por el mismo Eco. Con un párrafo final en el que la pluma se le ha escapado de las manos y escribe sola: Tal vez todas esas manifestaciones de horror y fealdad “sean expresiones superficiales exhibidas en los medios de comunicación de masas”, porque “de esa manera exorcizamos una fealdad mucho más profunda que nos asalta y nos asusta, algo que desesperadamente deseamos ignorar”.
     
Sí, querido: un adarme de verdad. En efecto, el arte moderno es feo porque el mundo moderno es feo, de una fealdad de fondo que no puede sino ser resultado de su maldad.
     
Aníbal D’Ángelo Rodríguez
      

miércoles, 19 de enero de 2011

Memoria histórica




EL COMIENZO DE UN MARTIRIO ATROZ
         
         
El 19 de noviembre venidero se cumplirán 37 años del nunca recordado holocausto, a manos de uno de sus captores, del Teniente Coronel Jorge Roberto Ibarzábal, asesinado segundos antes de ser hallado, tras diez meses cabales de torturas por sus secuestradores e incesantes búsquedas por parte de las autoridades.
       
Fue “tomado prisionero” (secuestrado y desaparecido) la noche del 19 de enero de 1974, durante una incursión de más de un centenar de terroristas del “PRT-ERP” en la zona de cuarteles de Azul, compartida por el Regimiento 10 de Caballería al mando del Coronel Gay y el Grupo de Artillería Blindado 10 a su mando. Dado que podían sorprender a una mayoría del personal y sus familias durmiendo, luego de degollar a un centinela —el soldado conscripto Daniel Osvaldo González— comenzaron su ataque por el barrio de viviendas. Avistados por otro centinela e iniciados los disparos, ametrallaron al Coronel Camilo Arturo Gay cuando salía de su casa para encabezar la defensa y —como modelo para los delincuentes comunes de fin de siglo— tomaron como rehenes a la Sra. Hilda Casaux de Gay y a sus hijos de 14 y 16 años.
       
Estos desdichados adolescentes, que acababan de ver morir a su padre, tuvieron que presenciar rato después cómo los “jóvenes idealistas” (así los calificó Sábato) asesinaban también a su madre cuando ya no les servía para cubrir su retirada. La hija del matrimonio —Patricia Gay Casaux— perdió la razón en 1984 cuando leyó que “el retorno de la democracia” había puesto en libertad a los asesinos de sus padres; debió pasar los últimos años de su corta vida internada hasta que la truncó por mano propia el 5 de octubre de 1991, suicidio no imputable a esa desdichada mujer de 31 años sino a quienes le destruyeron su familia y su salud mental cuando tenía sólo 14.
        
El no menos infortunado Tte. Cnel. Ibarzábal —reducido e inmovilizado por superioridad numérica— fue cargado en uno de los camiones en que huyeron los terroristas y trasladado por distintas “cárceles del pueblo” durante diez meses. Fue “condenado a muerte” por ser lo que era —un militar— con la “ejecución en suspenso” a la espera de ser canjeado por una suelta de presos que no lograron. Más tarde, se supo que fue mantenido todo el tiempo con fuertes ligaduras que dejaron sus huellas en su torturado cuerpo, como también las dejaron el hambre y la sed que le hicieron padecer. Otro de los tormentos infligidos fue el encierro en un estrecho armario de oficina colocado en la parte trasera de una camioneta a la cual llamaban “cárcel del pueblo móvil”. En esa cámara de torturas rodante, traqueteando a su víctima durante días enteros, se sumaron el entumecimiento y falta de aire, la suciedad acumulada y ulceraciones en la piel.
     
El 19 de noviembre de 1974 a las 19:30, la “chatita del horror” fue interceptada para un control de automotores en las avenidas San Martín y Donato Álvarez de San Francisco Solano. Su conductor —Sergio Gustavo Lincowsky (a) “El Polaco”— se apeó según le ordenaron pero extrajo un arma y alcanzó a impactar varios disparos contra el armario mientras era a su vez abatido. Así concluyó la vida terrenal y el martirio prolongado del Tte. Cnel. Jorge Roberto Ibarzábal sin que —desde entonces— ni “Madres” ni “H.I.J.O.S.” ni garzones a su servicio se hayan dignado jamás condolerse por sus suplicios e injusta muerte.
     
Quien comandó el ataque a Azul y lo secuestró no escarmentó con aquella derrota e hizo atacar (por otros) los cuarteles de La Tablada: se llamaba Enrique Haroldo Gorriarán Merlo.
       
Adolfo Muschietti Molina
        

martes, 18 de enero de 2011

Tiranuelos

TIRANÍA SEMÁNTICA
                 
                
La tiranía del Pensamiento Único se  ha agudizado de tal forma que ni siquiera permite el uso de ciertas palabras, aunque nada tengan que ver en el contexto con  los judíos. Ello ocurre precisamente en un mundo de brutales permisiones, donde se ha llegado a insultar sacrílegamente a lo más santo —Nuestro Señor Jesucristo y su Santísima Madre— como lo hizo hace poco la televisión israelí sin que se levante el condigno reclamo y la exigencia de la correspondiente reparación.
               
En estos días la ex candidata republicana a la vicepresidencia de los Estados Unidos ha sido acusada de antisemita, por una frase dicha en respuesta a acusaciones relacionadas con los incidentes ocurridos en Arizona.  La señora Sarah Palin expresó entonces, que “periodistas y expertos no deberían fabricar libelos de sangre que sólo sirven para incitar al odio y a la violencia que pretenden condenar”. Nada apartado del caso concreto. Pero, según repite “La Nación” (del 13 de enero de 2011),  la han criticado diciendo que se trata de una frase “utilizada para justificar el antisemitismo” y representa una ofensa para los judíos (sic). “Libelo de sangre”, explica, es el término que se utilizó en la Edad Media para referirse a la acusación que se hacía contra los judíos de matar a niños cristianos para usar su sangre en rituales religiosos.
                                 
Es notable que la ridiculez de semejante susceptibilidad, extendida al repudio de palabras absolutamente ajenas a dobles intenciones, venga a servir como un boomerang. En primer lugar para recordar históricos crímenes cometidos por fanáticos judíos. Como lo reconociera recientemente el investigador israelí Ariel Toaff, autor del libro “Pasque di Sangue” (Pascua de sangre), declarando que tienen fundamento algunos libelos que acusaban a los hebreos de emplear sangre de niños cristianos en sus rituales. En su obra, Toaff sostiene que en la Edad Media extremistas judíos de las comunidades de Europa oriental (ashkenazíes) se habrían valido de la sangre, según acusaciones cristianas de la época, incluso reducida a polvo y empleada como medicina. Precisamente el libelo más conocido de aquella época, ocurre cuando al llegar la semana de Pésaj (Pascua), los judíos mataban a un niño cristiano y bebían su sangre como si fuese el vino con el cual celebran la liberación de la esclavitud en el Egipto faraónico.
                                         
En segundo término irrumpe el interrogante: ¿Acaso es antisemitismo acusar los asesinatos más aberrantes? Y da la respuesta implícita el valiente investigador judío: “Yo no renunciaré a mi devoción por la verdad ni a la libertad académica aunque el mundo me crucifique”; expresada en declaraciones recogidas por el diario israelí “Haaretz”.
              
Y en tercer lugar cabe una reflexión muy preocupada. Lo que está ocurriendo tiene una importancia gravísima, porque el avance de la extorsión denominada “antisemitismo” —aplicada ya sobre el uso de las palabras— sin duda no se va a detener frente a las severas palabras de Nuestro Señor Jesucristo, de San Pedro y San Pablo, de San Esteban y los seguidores cristianos, que figuran con absoluta precisión en las Escrituras. No falta mucho para que se exija su supresión. Y son predecibles muchos acomodamientos…
                
Juan E. Olmedo Alba Posse
Enero de 2011
                  

lunes, 17 de enero de 2011

Aves de rapiña

LOS BUITRES Y LOS DINERILLOS
    
El terrorismo marxista, ése que organizado desde Cuba asoló nuestro país, el mismo que fue reivindicado constantemente por Néstor Kirchner, tuvo dos productos principales: la sangre y el dinero.
          
La sangre fue la que hicieron derramar a todos los argentinos, adultos y niños, civiles y militares, sindicalistas y docentes, con sus brutales asesinatos. El dinero fue el que obtuvieron mediante secuestros extorsivos y asaltos a bancos y particulares. Junto con la sed de sangre, hay pues en estas bestias una innegable sed de dinero. Por eso el móvil del enriquecimiento ilícito personal marcará a fuego a los integrantes de las bandas delictivas terroristas y a las organizaciones de superficie que utilizan la cobertura de defensa de los derechos humanos.
           
Por eso asimismo, los escándalos financieros se suceden ininterrumpidamente; ayer fue la Asociación de Madres de Plaza de Mayo, donde el “rector” de su “Universidad Popular” (sic), Alfredo Zito Lema denunció a la profetisa del odio y del insulto, Hebe de Bonafini; y su parricida administrador, de irregularidades en el manejo de los fondos. Hoy le toca el turno a la abuela que nunca fue abuela, Estela Barnes de Carlotto.
    
La presidente de la Comisión Provincial de la Memoria —según informaron oportunamente los diarios— dimitió en medio de un escándalo financiero porque se ha evaporado cerca de un millón de pesos. En la lucha por la pitanza se enfrenta con el vicepresidente y Premio Nobel de la Paz, Pérez Esquivel (¡qué devaluados están los Nobel!) y con la moralizante periodista Gabriela Cerrutti, habitual acusadora del Capitán Astiz. En este jaleo, la Cerrutti, está acusada nada menos que de: “falsificación de firmas para solicitar dinero, gastos excesivos y sueldos onerosos”.  A la Carlotto, por su parte, la acusan de querer poner a todos bajo la órbita de su hijo Remo, quien logró el anhelado puestito en el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires como Secretario de Derechos Humanos (Derechos Humanos sí, acomodo de la parentela también).
     
Hay otros escandaletes con el vil metal; el del Gobierno Nacional por ejemplo, que guarda como el más preciado secreto la lista de los que cobraron los 244.000 dólares como indemnización por ser familiares de desaparecidos y sus abogados patrocinantes, el no reclamo a Cuba de los fondos depositados en ese país por las bandas y que fue producto de sus delitos, etc. etc. La francachela subversiva-oficial parece ser muy onerosa, la lucha por los dinerillos se hace cada vez más feroz, hay que vivir bien y viajar por todo el mundo.
       
Compatriotas: ¡sigan cinchando que con su esfuerzo e impuestos hay que mantener a los buitres carroñeros! ¡Vivan los derechos humanos y la buena vida!
       
Fernando José Ares
       

domingo, 16 de enero de 2011

Espiritualidad

PETICIONES DE SAN JUAN CRISÓSTOMO
      
    

Las doce oraciones para cada día
     
            
01. Oh Señor, no me prives de tu bendición celestial.
   
02. Oh Señor, líbrame del tormento eterno.
   
03. Oh Señor, si yo pequé por pensamientos, palabras o acciones, perdóname.
   
04. Oh Señor, líbrame de toda ignorancia, de la mezquindad del alma y de la dureza del corazón.
   
05. Oh Señor, líbrame de toda tentación.
   
06. Oh Señor, ilumina mi corazón oscurecido por los deseos del maligno.
   
07. Oh Señor, siendo yo un ser humano, soy pecador; siendo Tú el Señor Dios, perdóname en Tu Amor, pues Vos sabéis que mi alma es débil.
   
08. Oh Señor, envía tu gracia en mi auxilio, para que yo pueda glorificar tu Santo Nombre.
   
09. Oh Señor Jesucristo, inscríbeme a mí tu siervo fiel en el Libro de la Vida y concédeme un buen fin.
   
10. Oh Señor mi Dios, aunque no he hecho nada bueno delante de Ti, sin embargo concédeme, de acuerdo con tu gracia, que pueda comentar a hacerlo.
   
11. Oh Señor, rocía mi corazón con tu gracia.
   
12. Oh Señor del Cielo y de la tierra, acuérdate de mí, tu siervo pecador, impuro y frío del corazón, en tu Reino.
   
    

Las doce oraciones para cada noche
    
           

13. Oh Señor, acepta mi arrepentimiento.
       
14. Oh Señor, no me abandones.
    
15. Oh Señor, sálvame de la tentación.
      
16. Oh Señor, concédeme pensamientos puros.
      
17. Oh Señor, concédeme las lágrimas del arrepentimiento, el recuerdo de la muerte y compunción.
      
18. Oh Señor, concédeme la humildad, la caridad y la obediencia.
    
19. Oh Señor, concédeme la confesión de los pecados.
     
20. Oh Señor, concédeme la tolerancia, la magnanimidad y la dulzura.
     
21. Oh Señor, sitúa en mí la fuente de todas las bendiciones: el temor de Ti en mi corazón.
     
22. Oh Señor, concede que pueda amarte con todo mi corazón y toda mi alma, y que pueda obedecer siempre tu voluntad.
    
23. Oh Señor, defiéndeme de ciertas personas y también de los demonios, de las pasiones y de todos los errores.
     
24. Oh Señor, sabes que haces de acuerdo con tu voluntad, sea cumplida también en mí, pecador, porque bendito eres por los siglos de los siglos. Amén.
       

sábado, 15 de enero de 2011

Te lo juro yo

¿PERJURO YO?
           
             
Que Dios y la Patria os lo demanden…
       
          
¡Cuántas veces hemos oído repetir estas palabras! Cuántas demandas en el Cielo. En la tierra, pocas. Ya no hay quién demande; porque no hay Nación. Felizmente en la fórmula de juramento, se han cambiado los términos: yo no se está en deuda con la Patria, lo cual, sí, sería durísimo. El concepto de nación es hoy tan antojadizo, que cambia según quién lo esgrima. No se sabe ya si lo constituyen las Instituciones, los partidos políticos, los tres Poderes o alguno de ellos, la deslucida y maltratada Constitución, los gremios, los piquteros, los desempleados, la clase media alta, la baja, la media, o las cacerolas. De este modo, el juramento se diluye, porque ¿a quién va a ir uno a dar explicaciones? Por lo menos acá abajo, pues arriba, la cosa se les va a poner bastante fea a los perjuros.
        
La sociedad argentina mira, asombrada, la placidez con que estos señores que ponen su mano sobre la Biblia, ni siquiera se dignan esbozar un tímido “mea culpa” ante la desventura, la soledad, la impotencia, en que han dejado a su Patria, sin hablar de la miseria, la inseguridad, la marginalidad, que claman al Cielo pidiendo castigo para los culpables.
        
Pero si estos juramentados han dejado postrado materialmente al país, cuánto más lo han hecho moralmente. Lo primero se recuperará después de muchos sacrificios y dolores, pero la moral necesitará varias generaciones para recomponerse, ya que la semilla de la corrupción y la perversión están enquistadas en una clase política de gran y nefasta influencia, que arrasa con los valores éticos que llevaron a nuestros próceres a respetar sus juramentos hasta las últimas consecuencias.
       
Esta es la era del palabrerío inútil, en la que el Himno Nacional se entona con fines políticos y con tal desgano que produce vergüenza ajena por la degradación del Símbolo Patrio, en que la “marchita” se canta descamisadamente para atraer a la “gilada” y hasta con cacerolas se bajó a un presidente inoperante. Esta es la era en la que las cárceles de los poderosos son meras vacaciones de conciliábulos oscuros. En esta era digo: que Dios se los demande.
        
La Nación no existe y la Patria llora escondida en las tumbas de Malvinas.
         
María Delicia Rearte de Giachino
        

jueves, 13 de enero de 2011

Decesos

MARÍA ELENA WALSH

    
Murió en estos días, y como era previsible, el inmenso abanico del puterío vernáculo —al que prestó largos y reiterados servicios— le rindió homenaje hasta la náusea.
     
Elogiaron lo peor de ella, que lo tuvo en abundancia. Desde su militancia contranatura hasta sus ñoñerías para los chicos. Desde su exilio ficto y mendaz hasta su opción por el alfonsinismo y otras plagas depredadoras.
      
Nadie quiso ni querrá decir que, en algún momento lejanísimo de su vida, en plena adolescencia, fue católica. Y que entonces, como cuadra,  el servicio a la Verdad y al Bien se tradujo en el cultivo a la Belleza. Su talento poético esplendió otrora, con el mismo volumen con que se abajó después, infidelidad mediante.
      
De esta época juvenil son los dos poemas que abajo transcribimos. Si no nos falla la memoria, están en su primer libro, Otoño Imperdonable, escrito en 1947, cuando tenía 17 años y la Fe.
      
Son dos plegarias hermosas.
      
Las rezamos por su alma, dolorosa y seriamente. El resto lo hará Dios.
        
               
       
Qué harán de mí el amor, el sufrimiento,
los días, las pasiones de la tierra.
A qué ganada paz subir intento
con tanta desesperación y guerra.
        
Sólo sé que una duda me destierra
de mi perdida eternidad y siento
que es Dios esta tristeza que me encierra,
que es Dios este llorado descontento.
        
Qué harán de mí la súplica y el canto,
el corazón enceguecido y tanto
color de muerte y sed que no termina.
        
Mi razón a otras luces encomiendo:
que me deslumbren en lo que no entiendo
Pablo, Agustín, Teresa, Catalina.
             
             
              
Mis lágrimas amaron la madera,
tu confortante olor a cruz, Dios mío.
Alguien y yo somos un mismo río
corriendo hacia tu sed que nos espera.
     
Mis huesos veneraron el rocío,
Tu misericordiosa primavera.
Alguien y yo somos la misma cera
Que Tú desciendes a librar del frío.
         
Alguien es condición de mi amargura,
sustancia de mi júbilo. Reparte
así la compasión que de Ti fluye.
        
Y yo te amo en esa criatura
ignorada que solo por amarte
sirve a mi soledad y la destruye.