jueves, 18 de agosto de 2011

Editorial del Nº 91

LA VACA SAGRADA
  
  
Como en una incontenible cascada de fango, varios hechos se precipitan últimamente contra el gobierno, mostrando su naturaleza inmoral y desnudando la esencial degeneración de sus protagonistas.
  
El desmadre —y valga el juego de palabras— cobró fuerza inusitada cuando ya nadie pudo ocultar que la entente Bonafini-Schoklender no era sino una de las tantas asociaciones oficiosas dedicadas a la estafa y al latrocinio. Quedará para el resarcimiento espiritual de los argentinos de bien, la imagen de los obreros congregados en Plaza de Mayo para repudiar airadamente a las Madres, espetándoles, en la misma cosa que usa por cara, a Hebe, el ilevantable insulto de ladrona. La mitología setentista de estas rondas maternales, sobre la cual el kirchnerismo construyó parte sustantiva de su poder tiránico, ya no resiste la realidad. Trabajadores explotados rodearon e insultaron a las portadoras de pañuelos blancos, mientras “policías represores” evitaban que el proletariado llegara a las manos. El Manifiesto Comunista, avergonzado, se escondía en los anaqueles de la Bilioteca Nacional.
   
Casi paralelamente, grupos perfectamente coordinados de piqueteros —a todos los cuales prohijó y alentó el oficialismo durante años, tras la divisa garantista de no criminalizar las protestas sociales— tomaban por asalto territorios jujeños, salteños y tucumanos, provocando heridos de gravedad y algún muerto, ante la incompetencia homicida de los distintos gobernadores kirchneristas que, asediados por el incómodo mundo real, ignoran qué hacer con sus esquemas ideológicos. A palos y latigazos, las presuntas fuerzas de seguridad locales intentaron vanamente contener a las nada inofensivas huestes de okupas, mientras los spots publicitarios de la Casa Rosada nos aseguraban que la inclusión social ya es todo un logro. El episodio, tan frankensteiniano como el que comentamos en el párrafo precedente, vuelve a mostrar la monstruosidad de este modelo, cuya impudicia pugna con su hipocresía, y su tiña compite con su indecencia.
  
Al fin, y para no prolongar una lista llamada a ser infinita, el nervudo Zaffaroni —juez predilecto de los K, si los hay— exhibía una faceta sorpresiva de su impenetrable curriculum, consistente la misma (amén de la capacidad almacenadora de algún penique en bancas suizas) en el mágico don de concertar casualidades múltiples. Así fue que, casualmente, de la mañana a la noche, una media docena de sus propiedades se llenó de busconas y de proxenetas, sin que el togado tuviera noticia de ello. Ni la ninfa Perséfone, por cierto, puede empalidecer tanto candor.
  
Pero para ser rigurosos en nuestro análisis, no son estas evidencias de vicios horribles y de corrupciones sin cuento lo que más nos indigna, sino las tretas inverosímiles del oficialismo para preservar de responsabilidades a Cristina Fernández de Kirchner. Suceden las peores cosas a causa de ella, pero siempre hay un “filósofo” de guardia en su tocador, o un salvaje Aníbal en el excusado, que le dicta el pretexto circunstancial. Son los campesinos destituyentes, o los citadinos asquerosos, o los medios hegemónicos, o los conjurados que hostigan.
  
Como una vaca sagrada a la que nadie puede rozar, así esté deponiendo sobre el santuario, Cristina es la causante última del sinfín de iniquidades a la vista. Pero en vez de asumirse como eficiencia del desquicio, convocará siempre a algún komisario de la intelligentzia para sostener sin rubores que se trata de una campaña de hostigamiento contra “el núcleo ético del kirchnerismo”. No es ella la máxima proterva que ejecuta una política de exasperantes iniquidades. Tampoco “Él”, a quien continúa fielmente, y que descansa impoluto en patagónica cripta. No son los tangibles hechos de perversión y los hombres concretos que los protagonizan, el problema. No. La culpa es de los agresores del núcleo ético, como farfulló el burdégano Gonzalito.
  
Tamaño nominalismo ha llegado al ridículo extremo de que los imputados se anticipan a dar a luz sus antiguas o nuevas fechorías, pero en vez de enmendarlas o de someterse al castigo correspondiente, lo hacen acusando a los hostigadores del núcleo ético de querer darlas a conocer a la brevedad. Nos avisan de haber delinquido, pero no por arrepentimiento que clama sanción, sino para que se vea cuán insidiosos son lo que, al poco tiempo, darán a conocer la noticia. Este es justamente el famoso núcleo ético del kirchnerismo: la falta absoluta de una ética privada y pública fundada en las virtudes. La ausencia de todo decoro, de toda justicia, de toda veracidad, de todo honor, de toda grandeza. La deyección hecha política. La purulenta secreción de las almas rencorosas, con palabras de Ortega. La fecalidad, si se nos permite el eufemismo.
  

Que tengan cuidado los sofistas de Carta Abierta con la teoría de la vaca sagrada. Puede durar un tiempito. Pero no estamos en la India, y a más de una res y un mulo la sociedad argentina los carneó para el proverbial asadito gaucho.
  
Antonio Caponnetto
  

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