viernes, 29 de enero de 2010

Poesía que promete


ROSA, ROSA


Oración del año nuevo (fragmento)

“Señor, para estos días
de Año Nuevo te pido
antes que la alegría,
antes que el gozo claro y repetido,
antes que la azucena y que las rosas,
una curiosidad ancha y serena,
un asombro pueril frente a las cosas…”

José María Pemán


Poema del silencio

Aún no peinaba estrellas la luz de la mañana
perdida por las selvas de niebla del ensueño.
Ignorante del pájaro era el aire sin dueño.
No vertía su clara sombra la voz humana.

Antes que el ruiseñor esparciese la vana
semilla de su trino en la noche y el sueño.
Planetas sin pareja, sin amor, sin empeño,
cuando no era rosario de sudor la semana.

No existían fronteras entre bienes y males,
ni la espuma ni la onda tentaban con sus sales
de aventura los labios de San Juan de la orilla.

Antes de la sirena, del pámpano y la rosa,
en el nombre del Padre que fizo toda cosa,
fueron en el principio el silencio y Castilla.

Agustín de Foxá

martes, 26 de enero de 2010

Testigo de cargo


EL SURGIMIENTO DE
LAS LIBERTADES MODERNAS


Año 1776. Mientras en Boston los colonos insurrectos declaran la independencia de los Estados Unidos, en Londres un oscuro profesor publica un libro que lo haría universalmente famoso “Una investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones”. La tesis central de Adam Smith en esta obra era, contra la percepción de la mayoría de sus contemporáneos, que lo que hace rica a una nación no es la posesión de metales preciosos sino la industriosidad de sus habitantes.

Y agregaba la famosa metáfora de la “mano invisible”. Una persona que se propone obtener ganancias de su industria o su comercio actúa como si una mano invisible transformara su empeño egoísta de enriquecimiento personal en beneficio para todos.

Conclusión inevitable que sigue siendo hoy el lema central del liberalismo económico: dejen en libertad al hombre industrioso. Él se hace rico y haciéndolo, nos hace más ricos a todos. No perturben con leyes, reglamentos e intromisiones lo que es la clave de la riqueza de una nación y el bienestar de sus habitantes. Este credo esencial tendría su correlato en la teoría liberal del Estado: para que el poder político no avance sobre las libertades de los ciudadanos (y la primera es la de crear riqueza) partamos ese poder en tres poderes (ejecutivo, legislativo y judicial). Ya que es el Estado el que puede limitar la libertad y es el mismo Estado el que debe vigilar que eso no suceda, resolvamos la paradoja haciendo tres “Estados” que se controlan entre sí.

Puede explicarse entonces que setenta años más tarde Marx escribiera, en el Manifiesto Comunista, que la burguesía había “sustituido las numerosas libertades tan firmes y tan costosamente adquiridas por la única, implacable libertad de comercio”. En 1848 Marx tenía la experiencia de las primeras etapas de la revolución industrial, la ausencia casi total del Estado y los capitalistas reinando sobre un mundo cada día más rico en mercancías pero más pobre en la nueva clase proletaria surgida de esa experiencia. Con todo, Marx era injusto: podía escribir en Inglaterra porque ésta, sede de la revolución industrial, era al mismo tiempo la pionera de otra libertad que se extendería durante el siglo XIX a Europa y buena parte de América: la libertad de expresión, que tomaría también los nombres de libertad de opinión, de pensamiento y de imprenta.

Este impulso de libertades, este afán de hacer todo lo que se puede hacer, de decir todo lo que se pueda decir, sin cortapisas, es característico del hombre moderno desde los tempranos tiempos del renacimiento. Fue tomando diversas facetas hasta que se inscribió como uno de los grandes “derechos del hombre y el ciudadano”, durante la Revolución francesa.

Así decía el artículo 10 de esa declaración: “Nadie puede ser molestado por sus opiniones, siempre que su manifestación no perturbe el orden público establecido por la ley” y el artículo once repetía, en un rapto de entusiasmo: “La libre comunicación de pensamientos y opiniones es uno de los derechos más preciosos del hombre. Todo ciudadano puede, pues, hablar, escribir e imprimir libremente. A salvo de responder por el abuso de esta libertad en los casos determinados por la ley”.

Obsérvese cómo, en ambos artículos, el derecho no es absoluto. Se halla limitado por el orden público y la posibilidad de responder por los abusos. Desde fines del XVIII a la fecha han pasado más de dos siglos. En el camino, este “segundo derecho” ha ido ampliándose y haciéndose cada vez más absoluto.

En el siglo XX, por ejemplo, se logró que el manto de la libertad de expresión cubriera la pornografía. Y esto aún en la Argentina, donde lo que la Constitución garantizaba era “la publicación por la prensa de las ideas, sin censura previa”. Los fallos judiciales otorgaron a los muslos y las glándulas mamarias de las señoritas desprejuiciadas la dignidad de “ideas” cuya comunicación no se podía impedir. Completando ese proceso, se está despenalizando en todo el mundo la calumnia y la injuria cuando se comete por medio de la prensa. La clase dominante de periodistas, docentes y gentes de letras se asegura sus privilegios: en adelante podrán calumniar libremente, usando los instrumentos culturales que dominan, a los pobres ciudadanos de a pie que sólo por casualidad logramos que la gran prensa nos publique una carta de lector.

LA TERCERA LIBERTAD

La libertad de los liberales, ese afán prometeico de hacerlo todo, de ensayarlo todo, de gustarlo todo, encierra una paradoja. Que es la terrible discordancia ente lo que el corazón humano puede anhelar y lo que la realidad permite hacer. Ese estallido de ilusiones de la Revolución Francesa con lo primero que tropieza no es, como ellos creían, con la autoridad de un Estado que prohibe. Es con la simple, dura y cruel realidad. Por eso, cuando aún no estaba seca la tinta de la grandiosa Declaración de Derechos revolucionaria, el Pontífice reinante, Pío VI, advirtió contra la “insensatez de esa igualdad y libertad desenfrenadas que parecen ahogar la razón”. Es, en efecto, la razón la que controla las imaginaciones desatadas, las ilusiones de poder hacerlo todo.

Así lo han comprobado los hombres una y otra vez, tanto en sus experiencias personales como en sus estallidos colectivos. En el siglo XX hubo por lo menos tres de esos instantes de borrachera universal. La revolución bolchevique, la “victoria” de 1945 y la década del 60. Si uno se asoma a los relatos de los protagonistas de esos momentos advierte con claridad ese estado de ánimo “fundacional”, esa sensación de que se han derrumbado cortapisas a la libertad y que desde ahora en adelante todo, todo será posible.
Ay, esa embriaguez terminó como terminan todos los abusos: con una colosal resaca, desilusión y depresión. La realidad golpeaba más brutalmente que el enemigo reaccionario, mostrando los límites de lo que el hombre puede hacer. ¡Qué bien revoloteábamos mientras duraba la droga! ¡Cómo brillaban los colores de las cosas, cómo todo parecía al alcance de la mano! Pero vino el despertar y todo se convirtió en cotidiano, gris y pedestre. Mañana hay que ir a la oficina a hacer oficios atrozmente chatos y sin sentido. El sueño de la libertad se convierte en pesadilla.

Pero hay un terreno que podemos reservarnos, dirán los hombres sabios. Un terreno en el que seguimos siendo como dioses aunque sea en el instante fugaz pero repetible del orgasmo. Es nuestro cuerpo, su calidad sexual. Allí, inclusive, dirán los intelectuales, podemos prescindir de todos los abalorios de la sociedad industrial: no se necesitan más que los cuerpos desnudos para tocar el cielo con las manos. (La sociedad de consumo se ríe socarronamente. Sabe que es capaz de convertir en dinero cualquier cosa, literalmente cualquier cosa. Y monta en un santiamén el negocio fenomenal de los anticonceptivos, de los sex shops, de la pornografía, de las clínicas abortivas).

Dicen que Lenín comparaba el acto sexual con “tomar un vaso de agua” y pronosticaba que el hombre nuevo soviético usaría de su sexo con la libertad y la falta de dramatismo con que se bebe el agua. Una vez más las ilusiones resultaron fallidas, porque olvidaban que el sexo humano está en la raíz de una institución que no hay forma fácil de suprimir: la familia. Y que banalizar la sexualidad traería, indefectiblemente, la crisis de la institución familiar.

Pero eso no detuvo al progresismo. Lo sexual sigue siendo su mejor baza y la institución familiar le parece una antigualla del pasado que el progreso barrerá. Nada que implique una relación necesaria y permanente entra en los cálculos del progresismo. Una relación de ese tipo disminuye la libertad individual del que se somete a ella.

Y ESTO PASA

Desde muchos lugares voces autorizadas hablan, últimamente, de la tiranía del relativismo. Comencemos con un pequeño ejemplo de la manera en que esa tiranía está montando su cárcel a nuestro alrededor sin que haya una reacción de signo contrario pero de fuerza equivalente. En muchas partes del mundo se está enseñando a los niños y jóvenes una materia titulada “educación sexual” que viene a ser como la coronación de la enseñanza progresista, una especie de frutilla del postre delicioso que es hoy (que quisiera ser hoy) la educación. La sustancia de la materia (anatomía y técnica sexual) se enseña con media docena de clases. Pobres docentes que tendrán que llenar años y años con tan escaso bagaje.

Ese par de inútiles y de pésimos periodistas que son Santo Biassati y María Laura Santillán mostraron en el noticiero de canal 13 del miércoles 7 de octubre un caso sucedido en una escuela de la provincia de Corrientes. Los docentes encargados de la educación sexual preparan un cuestionario destinado a alumnos de 12 a 15 años, en el que se formulan preguntas sobre sexo con un lenguaje crudo, tan crudo que provocó la reacción airada de los padres. Y también de los citados periodistas.

Vimos las excusas balbuceadas por la directora del establecimiento y las preguntas del par de periodistas. Solo faltó que alguien dijera lo inevitable: ¿qué se imaginan? ¿que estos protagonistas modernos y posmodernos de una “educación sexual” para adolescentes se van a detener en algún punto de racionalidad o sentido común? Si se tira por la borda la vergüenza, el pudor y la limpieza de alma ¿dónde se pondrán los límites?

Pero sobre todo ¿alguien cree en serio que la matera “educación sexual” tiene como meta principal educar la sexualidad? Es obvio que se trata simplemente de un paso más en la edificación del hombre nuevo del nuevo milenio. Del relativismo en los principios se pasa al relativismo en las conductas. Del “sapere aude” (atrévete a saber) de Kant se pasa al “agere aude” (atrévete a actuar). Y de esa experiencia salen hombres y mujeres absolutamente incapaces de afrontar un matrimonio y una familia. La promiscuidad y el hedonismo como programa de vida hacen imposible ni siquiera pensar en la fidelidad, el sacrificio, la responsabilidad. Y sin ellos no hay matrimonio posible, no hay familia que dure.

Y lo sexual se convierte en el lenguaje común, en instancia unificadora de la modernidad. En “Crítica” del 16 de octubre nos cuentan este asombroso cuento: En la Facultad de Arquitectura de la Universidad de La Coruña (España) un profesor encargado de los cursos de ingreso incluyó en dichos cursos a un par de señoritas que se desvestían y hacían contorsiones. ¿Un strip tease? No, dice el docente: “no se trataba de un strip tease sino de un espectáculo didáctico relacionado con los trabajos que los alumnos habían realizado durante una semana” a lo que agrega que se siente orgulloso de su iniciativa que “ayudará a los estudiantes para desarrollar mejor su trabajo”.

¿Escandalizarse? ¿tomarlo en solfa? Cuidado, que el minúsculo episodio esconde una opción trascendental, una lengua franca que se está forjando ante nuestros ojos. La caída de todas las reglas, restricciones y límites en materia sexual es el camino que se utiliza para introducir a los jóvenes en la mentalidad moderna y mantenerlos en ella. Gramsci se quejaba de que los católicos tenían un discurso que podía ser entendido por una viejecita y por Santo Tomás, mientras que la doctrina moderna carecía de ese elemento unificador. ¡Eureka! Ahora lo han encontrado y lo utilizarán sin demora. Lo sexual es un lenguaje que todo el mundo entiende y todo el mundo practica. Es cuestión de conquistar a la juventud prometiéndole una vida de continuo goce. Una vez que entró por esa puerta automáticamente rechazará toda opción que implique sacrificar ese horizonte.

UN LIBRO ESTREMECEDOR

No es una gran novela. La anécdota es mínima y los personajes están pintados con cuatro trazos gruesos. Y sin embargo, es uno de los libros que más me ha impresionado en muchos años. Es como si revisando viejos papeles de mi abuelo de pronto me encontrara con un mensaje destinado a mis ojos, un mensaje escrito en un lenguaje que yo imaginaba que mi abuelo no dominaba.

Me refiero a “La última escapada”, la novela de Michael O’Brien que editó en castellano la editorial Libroslibres de España y que me acaba de regalar mi buen amigo ARP. El autor es canadiense y uno de los poquísimos novelistas católicos que quedan. Porque cuesta dar ese título a personajes como Brian Moore o Piers Paul Read, que son más bien católicos que escriben novelas en las que su fe no es la raíz de su literatura y solo está presente en algunos temas.

O’Brien, autor de “El Padre Elías” (que aún no he leído) es un católico en serio que tiene perfectamente en claro todo lo que implica hoy identificarse como tal. ¿Cuál es el mérito de esta novela? La claridad y profundidad con que el autor entiende la situación actual del mundo. ¿Por qué me impresionó tan hondamente? Por la similitud de sus planteos y la situación que vivimos en la Argentina quienes sostenemos principios religiosos y nacionales. El protagonista debe enfrentar el asedio del Estado en la educación de sus dos hijos y oponiéndose categóricamente al Nuevo Orden Mundial y su proyecto educativo, decide huir. No contaré cómo ni cómo culmina su intento por razones obvias, pero además de esas razones porque en realidad no es ése el tema central de la novela.

Lo esencial que se relata es la situación del mundo, el relativismo convertido en religión y la minuciosidad del ataque a todo lo que pretenda escapar a ese esquema.

Pero hay algo más, clamoroso en el libro de un católico de formación tradicional que enfrenta ese tema. Es la estrepitosa ausencia de la Iglesia. En las últimas páginas hay un sacerdote (enfrentado con la jerarquía) que ayuda a los fugitivos. Y eso es todo. Uno quisiera saber si la Iglesia oficial con sus obispos, sus edificios, sus bienes, tuvo algo que hacer —o por lo menos decir— en el caso de un católico perseguido tan malignamente, tan injustamente. Nos quedamos con las ganas. ¡Esto sí que es “brillar por su ausencia”! Éste es, en mi opinión, el rasgo más contundente, más llamativo y más terrorífico del libro. Un católico en lucha a muerte contra el sistema moderno, un hombre en situación de martirio, no puede contar con la ayuda de la institución fundada por Cristo para cumplir ese papel, con dignatarios que deberían ser los servidores de los fieles. De eso trata este libro sin decir una palabra sobre ello. Ese “hueco”, esa dolorosa ausencia es lo primero que el lector debe explicarse.

El meollo del libro (en cuanto es más ensayo que novela) está en la conversación del protagonista con su padre, un convencido socialista, entre las páginas 129 y 154. Hay allí, entre otras cosas, una evaluación del fenómeno fascista que no es la mía, pero que no alcanza a oscurecer las identidades más profundas. Por ejemplo, esta descripción de la educación actual: “Estáis jugueteando con la interioridad de una criatura misteriosa, la persona humana. Médicos brujos os han convencido de que sus teorías sobre el funcionamiento del ser humano en realidad son hechos… Casi todas sus teorías son pura mitología… pero mientras tanto funcionan como sistemas de fe, con sus propios textos sagrados y liturgias y chamanes. Es un culto, una secta que se ha apoderado de una cultura por entero en una o dos generaciones. Sale victoriosa a vender sus dogmas como ciencia. Todo el mundo los toma así, al final…” El padre le dice: “Por supuesto, te refieres a tu odio principal, la psicología”. Y el protagonista responde: “Y a la sociología y a la antropología”.

LA DECADENCIA DEL INTELECTUAL

¿Y qué pasa con una cultura dominada por intelectuales que han perdido el rumbo? Primera objeción ¿han perdido realmente el rumbo? Veamos los tres disparates mayúsculos de la cultura actual que prueban la desorientación de esos brujos que menciona O’Brien.

La educación sin autoridad. En cualquier sistema educativo nos encontramos con alguien que viene a reclamar a ese sistema que se le proporcione algo que no tiene: conocimientos. No los tiene el sujeto pasivo de la estructura, el alumno y tampoco los tiene el padre que lo anota en un colegio.

Eso crea inevitablemente una relación de jerarquía entre quienes dan conocimientos y quienes lo reciben, donde hay dos cosas inevitables: confianza y autoridad; sin confianza nadie entrega la formación de su hijo a otro; sin autoridad el sistema no funciona pues hay una relación desigual que la exige. Se puede desear —y lograr— que esa autoridad se ejerza con inteligencia y moderación, pero no se puede manejar un colegio sin autoridad. Rota la autoridad se rompe la confianza, los padres se ponen del lado de sus hijos en la disputa con autoridades sin autoridad y el resultado es el colapso de la educación.

La justicia garantista. Esta es una aberración que tiene todo el aspecto de esas pesadillas con apariencia lógica, pero una lógica dañada en sus supuestos más elementales. Se parte de una comprobación: los delincuentes se reclutan en su mayoría en las capas pobres de la población. La represión de la delincuencia se pinta entonces como un sistema por el cual los ricos oprimen a los pobres. Se olvida, claro, que no los reprimen en tanto pobres sino en tanto delincuentes. Pero se olvida sobre todo algo elemental: que la represión del delito es algo exigido por la convivencia y que no hay manera de evitarla. La prueba de ello es que nadie —ningún régimen político— ha podido escapar de ese dilema. Se puede mejorar la situación de los pobres y se pueden humanizar los sistemas represivos, pero en todos los caso habrá que tener en cuenta la defensa de los inocentes de frente a la agresión de los culpables.

El estallido de la familia. Todas las reivindicaciones de la modernidad suponen la elevación de los problemas a normas. El divorcio como fracaso del matrimonio, el aborto como fracaso de la paternidad, la homosexualidad como fracaso del sexo normal. En cada caso, se razona a partir del fracaso y se defiende ese fracaso como engendrador de la norma. La consecuencia inevitable es el estallido de la familia monógama, con un padre y una madre con funciones imprescindibles e irremplazables. Y una sociedad es tan feliz como lo son sus familias.

Nuestra sociedad actual está edificada sobre estas tres aberraciones y una media docena más. Lo grave es que tener la razón cuando es contraria a los errores del conjunto desemboca en la situación descripta por Poe en su famoso cuento en el que un manicomio es administrado por los locos que se han apoderado de los controles. Esta sensación es particularmente vívida en la Argentina, en la cual todas las clases dirigentes parecen haber elevado a los niveles de conducción a una pandilla de dementes dignos del chaleco de fuerza. Seamos justos: las sociedades europeas también están en manos de locos, solo que estos son más educaditos y limpitos que los nuestros. ¿O no? Las hazañas de Zapatero, Berlusconi y Sarkozy parecen a veces emular las de nuestra presidenta, su cónyuge y acólitos.

SOBRE DUEÑOS Y ESCLAVOS

En “La Nación” del 13 de septiembre de 2009 una señorita llamada María Fernanda Mugica opina a toda página en la sección “Espectáculos” que “los teenagers toman el poder”. He aquí como describe el asunto: “Desde que miles de chicas se desgarraban en gritos histéricos por los Beatles en la década del 60, el negocio del entretenimiento preadolescente y adolescente fue cambiando hasta convertirse, en el presente, en una millonaria industria multiplataforma (sic). Ya no basta con sacar un disco o estrenar una película: las ideas y los personajes se convierten en verdaderas marcas que son explotadas de distintas maneras. Así, una chica o chico de hoy puede ver su programa de televisión favorito, asistir al espectáculo teatral basado en el mismo, comprar el CD de la música, leer las noticias sobre sus ídolos en la página web y llevar al colegio una cartuchera decorada con sus personajes favoritos”. Lo crea Usted o no, este fenómeno le permite a la señorita Mugica sostener que los pibes (es decir los teenagers) “han tomado el poder”.

Es evidente que la señorita Mugica no ha dedicado ni cinco minutos de su valioso tiempo a pensar un poco sobre lo que escribe. Voy más allá: nadie pretende que una periodista de algo tan frívolo como son los espectáculos de la era de la diversión, escriba un tratado de Ciencia Política. Pero este testigo fiel de nuestra época se siente obligado a reaccionar cuando se escribe una “contraverdad” tan flagrante, una afirmación tan diametralmente opuesta a lo real. Porque como más de una vez hemos dicho, el sistema liberal capitalista no se caracteriza por aplicar una política económica determinada sino precisamente por la distribución del poder en la sociedad. Lo que pasó en el siglo XVIII no fue simplemente la irrupción de ciertas libertades sino sobre todo el comienzo de una reducción del poder político en beneficio de poderes económicos y culturales emergentes.

Y sucede que el crecimiento del negocio de la diversión adolescente es un fenómeno que encuentra su explicación en una tendencia generalizada de ascenso del poder cultural y económico. Todas esas maravillas que explica Mugica: el programa de TV, el teatro, la web, no las han creado ni dispuesto los teenagers sino que la industria del show las ha ideado para ganar dinero. Pero, un momento. ¿No es acaso verdad que los directivos del show business han tenido que plegarse a los gustos de la chiquillada?

Tanto como el marketing de las otras industrias explora los gustos de su clientela por el método de prueba y error pero cocina sus productos sin otra pauta que la de la aceptación mayoritario. Esa es la prueba de fuego. Lo que se hace, en el mundo del negocio del espectáculo, está ordenado no por el bien de los consumidores sino por las exigencias del negocio. Los teenagers, mal que le pese a Mugica, no tienen ningún poder en esa decisión final que es la que importa. Son sujetos pasivos de un formidable negocio que ha aprendido que los pesos de los chicos valen tanto como los que gastan los grandes.

SOBRE LENGUAS Y DESLENGUADOS

¿Qué quiere que le diga? A mí me causa una gracia enorme ver cómo se rasgan las vestiduras los cronistas con la catarata de guarangadas que se desató en octubre y tuvo como protagonistas principales a Reutemann, Maradona y de Narváez. No es, claro, que yo defienda o justifique ese desagradable torneo de malas palabras y alusiones a las partes pudendas. No, mi risa viene de otro costado. Vamos a ver. Si Usted entrara a un prostíbulo ¿se quejaría de que las hetairas mostraran más o menos centímetros de su epidermis? ¿No sería un poquito ridículo? Si lo hiciera, le podrían objetar que Usted desconoce las reglas del juego que se juega en una casa de tolerancia.

Bueno, aquí también. La TV está basada en el escándalo, vive del escándalo, respira escándalo, se alimenta con escándalo, no existiría sin escándalo. Y el escándalo implica sorprender, hacer algo capaz de conmocionar, de romper en apariencia las reglas para obedecer más completamente fiel a las reglas verdaderas. Que son las del negocio. La TV vive del rating y el rating se consigue con escándalo. Justamente la amenaza que se cierne en el futuro de la caja boba es el momento en que ya nada escandalice. Pero todavía falta.

El 18 de octubre pasado en “La Nación” se publicó un largo artículo de Pablo Sirven cuyo título anunciaba el contenido: “Algo huele a podrido en los deslenguados”. ¡Santo Dios! No se cuál lenguaje es peor: si el de Diego Armando o el de Pablo. Veamos una breve antología de lo que dice este último: “vómito verbal”, “verba (propia) de baños de estaciones ferroviarias”, “estilo carrero”, “fascismo andante”, “groserías defecadas por el ex crack”, “ordinarios depredadores que vienen haciendo un aporte fundamental a la involución integral de este país”, “ortografía de infradotados y cero ideas”, “aluvión de creciente escatología y procacidad”, “publicitarios que no dejaron de anunciar sus marcas en medio de charcos pestilentes”, “contaminación del lodazal que se nos viene encima”, “lenguas desmañadas (que) vuelven minando el territorio que pisamos todos”.

¿Qué tal? El fascismo, claro, no podía faltar. Es como un avisito que quiere decir “yo critico la TV pero estoy de este lado ¿eh?” Mucha palabrita violenta pero —quiere decir Sirven— yo no aceptaría jamás una censura que nos privara de vómitos verbales o estilo carrero. Un Estado que cumpliera con su deber es fascismo. Un Estado que sabe quién manda en verdad eso es democracia liberal.

CUESTIÓN DE PACKAGING

Últimamente me sentí muy mal. Estoy coincidiendo con gente con la que hubiera jurado que no iba a coincidir jamás. Por ejemplo, cuando Lilita Carrió sostiene que la esencia de los Kirchner es que son jefes de una banda de ladrones que disimulan su verdadera faz haciendo política. No se trata de tremendismo ni de epater ningún burgués. Es una conclusión racional inevitable si se analiza la historia del matrimonio felizmente reinante.

El 14 de octubre pasado sufrí otro sobresalto cuando me encontré coincidiendo con la Señora Moria Casán. Que ese día declaró, a un periodista de “La Nación”, que ella era “una intelectual, pero con otro packaging”. ¡Vea Usted por dónde! Sí, en el mundo actual todo es cuestión de marketing y de packaging. Es decir, todo es cuestión de vender lo más posible y para eso todo es cuestión del modo en que el paquetito queda envuelto. Claro que en el caso concreto de Moria podría objetarse que se trata de un modelito un tanto demodé, pero eso aquí no viene al caso.

El periodista quiere saber algo sobre la participación de Moria en una obra teatral de Copi, ese desdichado fantasmón homosexual que han convertido en un dramaturgo a la altura de Lope de Vega. Y ella arremete sin miedos. “La gente tiene tantos prejuicios con los espacios culturales que todo se transforma en una cosa de pseudo intelectuales, pseudoculturales (sic), pseudo artistas”. Muy, muy claro no está pero ella sigue adelante: “Yo soy una intelectual. No creo que haya tanta diferencia, es que tengo otro packaging… porque esto es como un under, pero jeraquizado, europeo…”

Bravo, Moria, así se habla. Lo que pasa no es que Moria se haya intelectualizado. Es que los intelectuales se manejan con la misma solvencia que Moria y entonces las diferencias, salvo las de packaging, tienden a diluirse. Por ejemplo: Juan Pablo Feinmann manosea a los filósofos en las noches de domingo por la pantalla de TV. ¿Qué lo diferencia de Moria? Obviamente, el packaging. Y nada más.

POESÍA QUE PROMETE

En un reportaje publicado el 30 de julio pasado en “Alfa y Omega”, la revista de la Conferencia Episcopal española, le pregunta el cronista a O’Brien (el autor de la novela arriba comentada) “¿Por qué hay tan pocos escritores católicos de éxito?” Y contesta: “Un gran número de escritores católicos ha decidido no expresar los temas cristianos en su trabajo. Como el joven rico del Evangelio, rechazan la llamada a ir por un camino más peligroso y también más bello. Olvidan que ese camino lo recorrerán con Cristo y con el poder del Espíritu Santo, ante quien caerán barreras imposibles. En última instancia es una cuestión de fe y de esperanza. La revolución materialista neutraliza más eficazmente la disidencia no por la violencia sino por la negación de espacio en el que crecer”.

Importante cuestión que se vincula con la retirada de la Iglesia de los espacios culturales, con la casi desaparición de una novelística y una poesía de inspiración cristiana. Y esto desde la segunda mitad del siglo XX, después de haber tenido decenas de grandes escritores, de Claudel a Bernardez, de Chesterton a Papini, de Tolkien a C.S. Lewis. Alrededor de la fecha del Concilio Vaticano II esa fuente se agotó. Sobreviven un puñado de novelistas que tienen que enfrentar el más absoluto silencio de los suplementos culturales y el desprecio de los jurados de premios y concursos.

José Antonio Primo de Rivera dijo que “a los pueblos no los mueven más que los poetas y ay de quienes no sepan levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete”. Profunda verdad que debería hacer llorar a nuestros obispos. Porque la Iglesia también necesita la poesía que promete.

En una noche del fin de semana porteño se presentan docenas de piezas teatrales. Las páginas culturales de los diarios se llenan de noticias de libros que día a día se escriben, publican y difunden. Y no hay en toda esa producción, la mayor parte de las veces, ni una línea que prometa y muy pocas que no sean explícitamente destructivas de todo lo que los cristianos amamos y respetamos. En sus palabras, O’Brien apunta también a un fenómeno que denunciara Solyenitsin en su famoso discurso de Harvard: la decadencia del coraje. Quienes pudieran poblar nuestra imaginación de metáforas y seres que enciendan la esperanza han retrocedido porque no se atreven a enfrentar al monstruo, a la cultura vigente que ya ha dejado de ser no cristiana para volverse explícitamente anti cristiana.

El progresismo, es decir el modernismo resucitado, ha contribuido a esta situación catastrófica tratando de achicar la distancia entre poesía profana y poesía sacra, entre novela católica y novela mundana, sin lograr más que unos pocos híbridos sin valor. Lo cierto es que así estamos, navegando a oscuras, vacíos de promesas y cercados por la destrucción.

Aníbal D’Ángelo Rodríguez

sábado, 23 de enero de 2010

Como decíamos ayer


SOMBRAS NADA MÁS

La realidad es ésta: la patria en tinieblas y ensangrentada. Síntesis trágica y exacta a la que sólo cabe agregar la traición de los centinelas, la cobardía de los custodios, la ceguera de los vigías… La ciudad está indefensa. Ha sonado la hora de las sombras y de la muerte, de los alejamientos y de las reformas.

Física y metafísicamente la Argentina está ciega y se mueve, temulenta, entre tinieblas cerradas que ni Segba ni Alfonsín pueden disipar. Y en ellas camina el Enemigo. ¿Quién es el Enemigo? Todos lo ocultan y él se oculta entre todos. ¿Quién armó y blanqueó a Baños, a sus ideólogos y sus cómplices? ¿Sus amigos de “arriba” o de afuera? Interrogante terrible porque lo primero que se ha de determinar en política —la política en serio, no una expresión de la picaresca— es “el enemigo”. Es preciso tenerlo bien en claro desde el comienzo y para siempre, para no confundirse jamás, no engañarse cualquiera sea el ropaje, el rostro o el nombre que utilice. Llámese Coordinadora, Derechos Humanos, Teología de la Liberación, Sandinismo o Democracia, el Enemigo aparece —encuentro de Jano y Leviathan, de Hobbes y de Mao, de Rousseau y de Castro, de odio místico y de terror teorético y táctico— plástico, viscoso, fluido, reptante, destructor y contradictorio oscila entre la biología animal y el humanismo, y se pierde en el crimen clandestino y se expresa en productos estéticos sin belleza o que tienen la del nihilismo aniquilador. Éste es el Enemigo con el cual, durante los ya largos años de su insoportable gestión, nuestros gobernantes han colaborado de forma más o menos desembozada pretendiendo hacernos creer —suprema estrategia del demonio— que no existía. Ahora la sangre de nuestros soldados y policías muertos, heridos, mutilados, ha estallado como la verdad, la única verdad de la que los argentinos pueden hoy estar plenamente seguros. A pesar de los apagones, de las crisis, de los fracasos, esa sangre de héroes y mártires resplandece con una luz propia e imperecedera que no necesita de los diarios, de las tribunas, de las cátedras, del teatro ni del cine ni del humanismo internacional para hacerse ver y para permanecer entre nosotros como un testimonio, como una acusación y como un arma.

En la Argentina ha ocurrido un fenómeno que no es de este mundo: han revivido los fantasmas del pasado, esos mismos que una propaganda astuta pretendió hacernos creer que ya no existían o que, en realidad, nunca habían existido; esas consejas populistas y —según las cuales los asesinos de ayer eran mártires y víctimas y que la represión fue una fuerza del mal casi abstracta, que giraba en el vacío, sin explicación ni racionalidad— se evaporaron, todo el tinglado se desplomó al calor de la presencia de estos estrategas del mal. Ya los jóvenes saben, y no deben ni pueden seguir creyendo en el empacado magisterio de Sábato ni en las sofocantes histerias de la Bonafini. La Tablada es una divisoria de aguas que le pone fin a la etapa de la mala memoria, de deformación y de desinformación a que los medios de comunicación, la clase política, los escritores y cineastas, los cantaautores, los locutores de televisión, los jueces —toda esa runfla que se conoce como “intelligentzia”— todos aquellos especialistas en forjar slogans como quien fabrica puñales, nos habían acostumbrado y sometido, casi sin posibilidad de respuesta ni de reacción. Se estaba levantando para consumo de los nativos —así como antes se había vendido el producto en el exterior— una dogmática implacable, una dogmática que determinaba que en la Argentina se había llevado a cabo un genocidio y que éste no admitía explicación y no se permitió a nadie dudar de su existencia ni de su evidencia. Habíamos sido gobernados por asesinos cebados en jóvenes frecuentadores de parroquias y de villas-miserias y en cándidos idealistasque se habían limitado a pedir el boleto estudiantil o se habían dedicado a tareas tan higiénicas como esa. Pues bien, toda esa farsa —enseñada por Alfonsín, proclamada por Molinas, comprobada por Sábato, condenada y trocada en sentencia por los D'alessio, Gil Lavedra, y otros que nadie recordará, descripta por Antín, bendecida por curas casi apóstatas y usufructuada por tantos— ya es insostenible porque el pueblo entero pudo comprobar —con sólo oír radio o ver televisión— que los perseguidos eran, en la realidad, perseguidores, y que los apóstoles de la paz y del amor no eran más que homicidas feroces.

En el ínterin y junto a este cuidadoso ejercicio por disimular y ocultar la verdad, el gobierno radical se dedicó a imaginar, que es lo contrario a gobernar. Se soñó con la inserción en el mundo y con el ingreso al siglo XXI pero —como acaba de ocurrir con la brutal reaparición de la guerrilla escondida en los pliegues del poder— ello no fue. Se cortó la electricidad y elpaís, en una supuesta plataforma de despegue, retrocedió con igual brutalidad al siglo XIX. Y así como no queda espacio para la mentira, tampoco queda para la utopía. La realidad se impone, tarde o temprano y a cualquier precio: a veces, como éste que nos toca pagar a los argentinos, a uno muy alto. Alto, humillante y ridículo.

Tanto daño, tanto perjuicio, tanta mala fe y mala intención, tanta falta de idoneidad, tanto ocultamiento y complicidad, deberán castigarse. ¿Cómo? ¿Quién? Esto la República deberá determinarlo alguna vez y pronto. Y si el sistema se muestra incapaz de hacerlo deberá ser reemplazado, porque la democracia no está por sobre todo, como lo cree el Dr. Raúl Ricardo Alfonsín, el dueño de las sombras y el señor de los silencios, de las farsas y de las deformaciones.

Nota: Este editorial al número 128, año XIII, segunda época, de enero-febrero de 1989.

jueves, 21 de enero de 2010

Literarias


MILITAR ES CONDUCIR LA VIDA

Luis Eugenio Togores Sánchez:
“MILLAN ASTRAY LEGIONARIO”,
Madrid, La Esfera de los Libros, 2005, 495 páginas.

El autor, Doctor en Historia Contemporánea, es Decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad San Pablo CEU de Madrid. A su pluma debemos además la notable biografía de Agustín Muñoz Grandes, Héroe de Marruecos y General de la División Azul, que comentáramos en el número 75 de “Cabildo”.

En esta oportunidad nos encontramos también ante un libro que sorprende y atrapa, ya que el lector de las disciplinas biográficas o narrativas conoce que no es infrecuente cuando abre uno de estos trabajos encontrarse con lucubraciones o amaños insinceros de episodios no experimentados y menos aun probados. Aquí, desde las primeras páginas se asienta la regla de oro de la Verdad que se acata como las obligaciones de la sangre y los compromisos del honor.

Y tales virtudes emanan desde la misma personalidad humanísima de José Millán Terreros, nacido hace ciento treinta años en La Coruña, un 5 de julio de 1879, en el hogar formado por el abogado José Millán Astray y Pilar Terreros.

En 1928 firmaría con sus dos apellidos paternos (Millán Astray) por el orgullo que sentía por él y como forma de reivindicarlo ante la difamación de la que fuera objeto durante años. Días terrenos transcurridos con pasión en el lapso histórico que va desde su bautismo de fuego en Filipinas en 1896 hasta su fallecimiento el 1º de enero de 1954. Allí está la hermosa filosofía de la obediencia que es la pura formulación del heroísmo. Y eso es militar porque es conducir la vida por el único cauce. Tal como escribía Quevedo:
“Vibre la mano el rayo fulminante
castigando soberbias y locuras
y si militas volverás triunfante”.

El Doctor Togores comienza la excelente biografía con un capítulo que titula: “Los once días que decidieron el futuro de España”. Corrían las primeras semanas de la Cruzada. España estaba dividida entre la Nacional y la Roja. El falangista Comandante Yagüe marchó sobre Badajoz con varias Banderas de la Legión. El ataque se realizó a bayoneta calada y fue un vía crucis de horas interminables. Finalmente una de las columnas logró alcanzar el Ayuntamiento desde donde informó a su Jefe: “Atravesé la brecha. Tengo catorce hombres. No necesito refuerzos”.

Mientras tanto, José Antonio ofrecía a Dios su holocausto en la mazmorra marxista. El 27 de septiembre era liberado el Alcázar de Toledo luego de 78 días de asedio. En el mundo resonaban las palabras del Coronel Moscardó, cuyo hijo había sido fusilado porque su padre rechazó la rendición: “Mi general. No hay novedad en el Alcázar”.

El 1º de octubre Francisco Franco Bahamonde, en Burgos, con cuarenta y cuatro años, asumía como Generalísimo y Jefe del Estado español. Su exaltación como Dux estaba en la línea que marcaba Alfonso el Sabio en las Leyes de Partida: “Acaudillamiento es la primera cosa que los hombres deben hacer en tiempos de guerra, porque nacen de hecho tres bienes: que los hace unos, el segundo que los hace vencedores, el tercero que los hace tener por bien andantes y de buen seso…”

Comenzaban por entonces los cuarenta años de una etapa extraordinaria en la vida española que contó, en esas horas de decisiones irrevocables, con el apoyo patriótico de los militares africanistas encarnados en Millán Astray. Guerrero de valor indoblegable que al frente de la Legión en 1921 y dando ejemplo de “vivir peligrosamente” perdiera el brazo izquierdo. El muñón, con las terminales nerviosas al aire, lanzaba descargas de dolor a cada roce. En 1924 otro disparo enemigo le produjo la pérdida de un ojo, partiéndole la mejilla y astillándole la quijada. Una cefalagia ceñía sus sienes “como el laurel de un César del martirio”. Numerosas eran las cicatrices de su pecho que cubrían las condecoraciones. Todo muestra un guerrero íntegro que en aquel 1936 se incorporaba de lleno a la Gloriosa Cruzada de Liberación.

En 1929 había realizado un viaje a Montevideo y Buenos Aires. Cuánto honor para la Patria Grande ser visitada por héroes como éste, que llegaban a corazón abierto a dictar diversas pláticas.

En Montevideo adoctrina con la conferencia dictada en el Ateneo de la Plaza Libertad. En Buenos Aires, igual éxito en el Club Español, alojándose en el Gran Hotel España de Avenida de Mayo 942. El mundo rioplatense no estaba frente al Millán Astray que vivió inmerso en la Europa liberal de los años que rodeaban los cambios del siglo XIX al XX. El liberalismo es un precedente de la anarquía. El bolchevismo lo mostraba en esos años. El caos democrático que estalló luego de 1918 lo expresaba.

Superar la “gran fatiga” de la civilización con sus síntomas de decadencia en las costumbres e impotencia de la autoridad estatal llevó a la élite de la Europa tradicional a la convicción de que en los hombres y la sociedades debían restaurarse las virtudes heroicas: Valor, Fuerza, Energía, Ascetismo. Es decir, valores religiosos, jerárquicos y militares que se expandían desde la Roma Cesárea de Mussolini y a los que se llamó Fascismo, pero de los que se puede afirmar con Verdad que vienen desde el fondo de los siglos porque son chispazos de Dios.

En esa línea estaba el pensamiento del General Millán Astray cuando honró, por dos veces consecutivas nuestras tierras, que son las del eterno Sacro Imperio Hispano Romano y Germano.

Ése fue el Guerrero que el 20 de septiembre de 1920 vio corporizarse la Legión, de la que fue Fundador con los “primeros cien que seguían las Águilas del César”. En “La forja de un rebelde”, Arturo Barea escribió: “Realizó Millán Astray la tarea que se había propuesto al infundir en sus soldados un espíritu afín al que en el siglo XVI llevó a los conquistadores y a los Tercios de Flandes a insospechados niveles… Su éxito se debió a los principios que iluminaron sus ideales: acometividad en el combate, amor fraternal hacia camaradas y oficiales, resistencia física y voluntad de lucha, sumisión a la más férrea disciplina, desprecio a la muerte y espíritu de Cuerpo...”

Pero hubo otras fuentes donde abrevó Millán Astray y fueron el Código Bushido de los Samurais del Imperio Nipón y las obras de Cervantes sobre “Armas y Letras”. Ambas estaban sobre su “mesilla nocturna” y eran, dice su biógrafo, “de lectura constante”. Cuando el Código Imperial japonés fue traducido, Millán Astray lo prologó (en 1941). De esas páginas que en parte trascribe el Dr. Togores entresacamos algunos aspectos:

“El Bushido es el Código de moral ascética de los Samurais… Se ajusta a las virtudes del alma japonesa: caballerosa, guerrera, sencilla, de culto profundo a los antepasados… Los cuatro principios fundamentales del Bushido son: No dejarse sobrepasar por nadie en sus ideales. Servir al Jefe Supremo. Ser fiel a los Padres. Ser Piadoso y Sacrificarse en Bien de los Demás. Los cuatro votos que impone el Bushido son: La Fidelidad, la Dignidad, la Prudencia y la Muerte. El Camino de los Caballeros es: Culto del Honor, Culto del Valor, Culto a la Cortesía y Culto a la Patria. Las pestes del Bushido son: el Sueño, la Disipación, la Sensualidad y la Avaricia”.

Poco después de la publicación, declaraba el General: “Es un interesantísimo libro y muy provechoso para las juventudes de un pueblo que después de larga decadencia renace… En el Bushido inspiré gran parte de mis enseñanzas a los Cadetes de Infantería en el Alcázar de Toledo… Y también en sus páginas apoyé el credo de la Legión con su espíritu de combate, de amistad, sufrimiento, disciplina y dureza al acudir al fuego…”

La obra de Millán Astray fue lo que en lenguaje heroico se llama “hacer Patria”. La hizo en batallas y formando generaciones. Siempre dando ejemplo y predicando. Poco antes de fallecer definía el Valor: “Es la causa por la cual los hombres arrostran el peligro y llegan a sacrificar su vida, exaltándose con el nombre de Virtud cuando se emplea en nobles ideales: Dios, Patria, Honor, Caridad y Libertad con Justicia”.

Por el momento un punto suspensivo. Y como a nosotros no nos es posible tratar exhaustivamente las documentadas páginas del Doctor Eugenio Togores Sánchez vamos a volver sobre la personalidad del homérida mostrando en recensión aquellos años. Durante ellos abordaremos en lo posible su sentencia: “Muera la intelectualidad traidora”, culpable de la tragedia española y profecía del Gramscismo.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

martes, 19 de enero de 2010

Indigenismo


CARTA A UN INDIGENISTA

Estimado amigo:

Me quedé pensando en lo que dijiste de millones y millones de indios muertos y del “exterminio”. Entiendo que —a juzgar por tu apariencia y la de tus nietos tan rubios— tú no tienes ninguna parte de indio. Yo, en cambio, como todos los argentinos de muchas generaciones, tengo parte de indio.

Mis antepasados eran carios del Guairá, algo agricultores y cazadores, que a la llegada de los españoles (1536…) estaban siendo exterminados por la invasión de los carios del litoral atlántico, feroces y caníbales, que marchaban hacia el oeste desde c. 1430, no se sabe bien porqué. Como sabrás, estos antropófagos feroces llegaron hasta la selva boliviana y se instalaron para comerse a los charcas, que tenían asentamientos y cultivos: por eso los charcas les pusieron “chiri-guanos”, es decir “sucios de caca”, que era lo peor que decían. Los carios mansos y trabajadores, que se salvaron aliados con Irala, forman hoy el Paraguay y el noroeste argentino.

Entre los años 1536 y 1810, entraron y se afincaron por aquí no más de 3.000 españoles (TRES MIL en más de 270 años). Es que no había tantos nobles aventureros: estos segundones habían ganado nobleza y fortuna en las guerras de Alemania, Francia, Italia o Flandes, y venían a gastarse esas ganancias.

Mal negocio: aquí no había nada, absolutamente nada que compensara la inversión. Algunos se volvieron, pero es de creer que la mayoría se quedó: si no, sería inexplicable la presencia de sangre blanca en el mestizaje argentino. (Nuestra costumbre de llamar “don” a cualquiera, viene de que todos los que vinieron eran nobles: en España no se usa el “don” sino exclusivamente para los títulos, de nobleza o académicos y eclesiásticos). Cuando quieras te muestro un montón de blasones de mis antepasados criollos, venidos entre 1536 y 1750.

Lamentablemente, los yaganes amigos de mi bisabuelo Francisco Villarino, como pasó a tehuelches y pehuenches, fueron exterminados hace poco por los invasores ranqueles y araucanos que nos mandaba Chile, y que son tan extranjeros que hoy se denominan “mapuches” en vez de araucanos, cuando “mapuche” es un idioma, la lengua franca de los diversos pueblos del sur, y no un pueblo o raza con sede en Londres.

Y si no, ¿por qué te crees que la llamada “conquista del desierto” se hizo con un ejército compuesto en su enorme mayoría por indios locales, patagónicos, que se defendían del invasor transcordillerano? Todos nuestros ejércitos han tenido mayoría de indios y mestizos, con muy pocos negros o blancos puros (¿No les viste las caras a los Menéndez, por ejemplo?). ¿De dónde crees que Cortés sacó 40.000 guerreros (CUARENTA MIL) para derrotar a los aztecas de Moctezuma? Son los pueblos miztecas, zapotecas, etc. que hasta hoy lo llaman “el Libertador” porque los libró de la tiranía de los mexicas antropófagos, que ellos solos no se animaban a sacudir. (Yo me los encontré en congresos internacionales, y escuché sus tradiciones, casi siempre prohibidas por el gobierno de allí).

Como es fácil ver en el color de la piel y en las facciones, aún después del aluvión inmigratorio de los siglos XIX y XX, la mayoría de los argentinos somos medio indios, un cuarto indio o tres cuartos indios.

Desde el comienzo, muchos de los nobles capitanes de las tropas españoles, aquí y en Europa, eran mestizos, como el Inca García Lasso de la Vega, o mi tío Don Rui Díaz de Guzmán (el primer historiador, que escribió en 1613: “La Argentina Manuscrita”, así llamada porque recién se imprimió en tiempos de Rosas).

Rivadavia era medio negro, pero muchos próceres, los Cabrera, los Cabanillas de Córdoba, como la Beata Madre Tránsito, y los grandes propietarios de campos, eran mestizos. Es que era política de la Corona hacer casar a las niñas con indios: como la famosa heredera Doña Juanita Ortiz de Zárate y las de Torres de Vera y Aragón. (Si lo miras bien a mi amigo el Profesor homónimo, te darás cuenta por qué en Inglaterra le dirían “negro”). Y los varones españoles no necesitaban tanta política para casarse con indias o mestizas, sobre todo si eran nobles y ricas herederas. Si no, ¿de dónde sacamos el sobrenombre “negro” o “negrita”, que se usa tanto y familiarmente entre nosotros? En la misma Buenos Aires, que tiene el mayor aporte de inmigración europea, todavía el mayor número de habitantes (dicen 53 %) tiene ADN indio.

¿Te acuerdas del presidente Castillo, bastante morocho? Perón debe haber tenido algo de blanco. Y Evita —la conocí— no era tan morocha como él, pero contrastaba mucho el pelo teñido de amarillo (entonces las tinturas no hacían rubio natural). Entre los amigos militares, a más de uno le dicen “mor-nueve” (“más que mor-ocho”). En Buenos Aires muchos les dicen “provincianos”, por el color.

Te dije los Cabanillas: si vas al santuario de la Beata Tránsito Cabanillas en San Vicente (López y Planes 2936), verás sus blasones y el color oscurito y las facciones aborígenes. Y si no lo crees, mira a mi consuegro el Dr., cuando venga a visitarme: no es gratis que le digan “Negro”.

¿Y los Paz? Desde el José María, hijo de padre europeo, creo, ya vienen mixturados. ¿No conociste al famoso “Inca Paz”, tan conocido por su fealdad y negrura como por sus “dotes” de magistrado cordobés? Date una vuelta por los Tribunales y comprenderás por qué los juicios de antaño contaban con asesores letrados que tradujeran al español todo el proceso, que se instruía en la lengua de las partes: el idioma español recién se extiende con los gobiernos liberales, después de la independencia. Nuestros archivos son bastante sorprendentes, para los no argentinos, como los catecismos o la liturgia trilingüe de las celebraciones religiosas latín-castellano y guaraní, o quechua, etc.

En fin: no conviene dejarse llevar por las cifras espectaculares de las leyendas gringas: eso sirve para los que no saben o no tienen ojos para ver. Es suficiente subir al colectivo o ir a la cancha, para averiguar qué fue de los indios.

Un abrazo.

Edmundo Gelonch Villarino

lunes, 18 de enero de 2010

Llamado a la España eterna


¡DESPIERTA, ESPAÑA!

Mientras nuestra Patria subsiste adormecida y anestesiada, a los españoles parece importarles muy poco, permaneciendo en silencio, mudos sin pronunciar palabra, unos porque quizás no se han dado cuenta que España agoniza y otros por temor a despertarla. España se hunde y nadie dice nada. España se pierde en el tiempo y la gente calla.

España ha entrado en el quirófano del cambio para ser despedazada. Primeramente se la desposeyó de su Unidad Católica, precisamente por los que tenían el deber de defenderla y conservarla, y se la humilló abriendo las puertas al comunismo, después se la chuleó con una Constitución atea, que eliminó el Crucifijo de la Cortes al tiempo que se nos pronosticaba que a España no la iba a reconocer ni la madre que la parió. Después se sacó del hogar a las esposas para que se “realizasen” y se defenestró la autoridad paterna hasta llegar al amancebamiento, adulterio y consecuentemente al divorcio, mientras se cambiaba la inocencia de la juventud por litronas, droga y sexo, hasta llegar al aborto, la guinda que parecía el último adorno de la tarta democrática, pero cá, aún faltaba el maridaje de los homosexuales y el colmo de la desvergüenza nacional: la supresión de crucifijos en los centros públicos, primer paso hacia la implantación de la nueva religión masónica.

Ha llegado el momento de gritar fuerte y claro: Despierta, Patria, y yérguete sobre tu bandera, sobre tu digna historia, sobre tus tradiciones nacionales, sobre tus valores eternos: Dios y lo de Dios. Despierta, España, y levántate sobre tus valores raciales: valor y sobriedad. Ellos son tu vida. Despierta, y en tu despertar, despierta lo hispano, lo nuestro, porque ellos somos nosotros, y nosotros ellos; y forma la gran Hispania, que se levante sin miedo, ría a la mañana, rinda al día con mesura y ponderación, cante a la noche y rece siempre, porque en su corazón no hay más verdad que Dios y justicia.

¡Despierta, despierta, Patria de mi alma! Y sal al paso de un marxismo esclavizante, bien sea el comunista monstruoso y asesino de libertad, bien sea el socialista manilargo y sin capacidad creadora del bien. Despierta, Patria, y frena al capitalismo extraño que asoma en el horizonte, que ya tocas, subyugante para despersonalizar al ser de lo sublime haciéndolo masa oprobiosa e indigna. ¡Despierta, España! Y con tu corazón, con tu nobleza, con Dios en tu ser, que ilumina tu alma, grita fuerte, muy fuerte: ¡Basta!

Sea tu grito fuerte y tan potente cual voz de justicia, que proclama que Dios es, que tú eres, que todos somos hermanos. Grita tan fuerte que las estrellas te oigan para que la luz del cielo venga en tu magna tarea a ayudarte. Grita con voz bronca y segura la mentira de los derechos humanos, que hablan de dignidad y bestializan al hombre, convirtiéndolo en masa amorfa sin dignidad, ni honor, ni vergüenza.

Despierta, Patria, y grita a los cuatro vientos la verdad de tu pretendido derrumbamiento, informa, para que el mundo sepa, que esa pretensión no es otra cosa que la consecuencia de la pérdida del alma patria en maniobras nacidas de intereses criminales de genocidas patrios secundados por canallas, miserables y repugnantes apátridas. Grita, para que tu voz quede escrita y no pueda cambiarse la historia. Que se sepa la verdad, que el mal hoy imperante en tu solar patrio, no es precisamente porque lo ganaran en lucha abierta, sino que unos perjuros y traidores canallas les abrieron las puertas ofreciéndoseles todos los canales de comunicación para que sus falsedades, sus engaños y sus mentiras confundieran al noble, bueno y sufrido pueblo español.

Despierta, Patria, y grita a esos imbéciles del universo oculto, que pretenden eclipsar a la luz del mundo. ¿Acaso creéis posible apagar el sol con vuestras miserables manos? ¿Acaso creéis posible que los españoles me dejarán de amar y dejarán de amar a lo suyo, a los suyos, al ayer por ellos mismos realizado, al mañana que ha de ser por su propia sangre vivido y al presente que es su responsabilidad? Estáis locos, ignorantes ciudadanos del mundo. Lo que es indivisible, el ser de la Patria, no puede romperse, y si está destrozado y herido de muerte, sabremos recuperarlo, no para recibir, sino para dar, para que sea dimensionado a sus fronteras obligadas de sangre, historia y alma.

¡Oh, Patria! Lo más grande después de Dios. ¿Qué respeto merecen quienes tratan de destruirla? Porque realmente hay que respetar al que sea respetable y hay que condenar al que es condenable, y no por venganza, sino por justicia de derecho obligado para defendernos del mal y del malvado, puesto que por Derecho Natural tenemos la obligación inexcusable de defender todo lo nuestro: los hijos, la mujer, la seguridad, el trabajo, la Patria, el pan, la justicia y a Dios.

Precisamente por todo ello, y porque estamos en el último peldaño de la escalera de bajada, movilicémonos y gritemos para despertar a España y para que no consienta que los apátridas o ciudadanos del mundo descuelguen de nuestras vidas el Crucifijo, símbolo de nuestro ser patrio y garantía de nuestra Civilización Cristiana.

José Luis Díez Jiménez

domingo, 17 de enero de 2010

Santo Cura de Ars


SOMOS MUCHO Y NO SOMOS NADA:
LA HUMILDAD DEL
SANTO CURA DE ARS


“¿Qué quieren ustedes?, lo escuchó el Reverendo Raymond, yo no tuve estudios; mosén Balley (hablaba del párroco de Ecully, que lo preparó para entrar al seminario) se esforzó, durante cinco o seis años, en enseñarme algo. Pero perdió su latín y no pudo meterme nada en mi torpe cabeza”.

Siempre fue consciente de sus limitaciones, pero también fue siempre consciente de su misión: debía ser roca, apoyo sólido, sacerdote, párroco, instrumento de Dios para la conversión. La conclusión le resultaba evidente: yo no soy nada, son indigno; Dios quiere lo que quiere, me ha hecho sacerdote suyo; por lo tanto, tengo que unirme a Dios por la oración, en la Santa Misa, en la cruz y en los sufrimientos, para que sea Dios quien haga todo lo que quiere hacer a través de mí.

Esta humildad no la perdió nunca. Cuando los peregrinos llevaban dibujos con su retrato, con humor decía: “Efectivamente soy yo; fíjate qué aire de bruto tengo”. Cuando los peregrinos fueron muchos, hizo construir una capilla dedicada a Santa Filomena, y los envió a la Santa para que le pidiesen lo que quisieran, y a ella le atribuía los dones especiales que recibían: quería esconderse y se parapetaba en esta Santa.

Humanamente hablando, ser párroco de una aldea de 230 habitantes no parece ser gran cosa. Pero, ante la humilde mirada sobrenatural, aquello se trataba de una gran responsabilidad: ser sacerdote…, “tener que dar cuenta de una parroquia ante Dios…, es muy duro”, repetía con frecuencia.

Porque era humilde era osado, atrevido, soñador: “Dios lo hará todo si estoy unido a Él. Va en directo a hacer lo que es bueno hacer; no se conforma con lo lógico, con lo «posible»: Dios puede hacer lo imposible”. Así vivió.


LO QUE DIJO E HIZO

“La humildad es el gran medio para amar a Dios. Es nuestro orgullo lo que nos impide ser santos. No se concibe que una criaturita como nosotros se pueda enorgullecer de algo. Un puñado de tierra del tamaño de una nuez: en eso nos convertirmos tras la muerte. No hay motivos para estar orgullosos”. Por eso consideraba que cuando nos humillan nos hacen un favor: “Los que nos humillan son nuestros amigos, y no los que nos alaban”.

El Santo Cura de Ars se creía muy ignorante: “¡Qué queréis que os diga, solía repetir, yo no tengo estudios!” Y, exagerando de lo lindo, añadía: “Cuando estoy con los demás sacerdotes, soy el Bardin (era éste un idiota de aquella comarca). En todas las familias, hay un hijo más torpe que sus hermanos y hermanas; pues bien, entre nosotros yo soy este hijo”. Esta desconfianza excesiva en sus propias luces lo hubiera paralizado y, quizás, anulado del todo. Pero él no se apoyaba en sus cualidades, ni hacía lo que hizo por afirmarse a sí mismo, para demostrar a los demás de lo que era capaz. Era el amor de Dios y del prójimo lo que lo llevaban a su acción, lo que lo obligaba a actuar.


¡Cuánto tiempo solemos dedicar todos a disimular nuestras limitaciones! El Cura de Ars se mostraba tal cual era. No quería que lo siguiesen a él, sino al Buen Dios, a Jesucristo. Por eso, ¿qué más le daba parecer torpe? Tampoco quería que se formasen un alto concepto de su persona. Así, algunas veces, cuando iban a escucharlo, buscaba la manera de mostrar su torpeza, temeroso de que no se tuviese de su persona una opinión demasiado favorable. “En el confesionario, decía la baronesa de Belvey, hablaba correctamente el francés (yo tuve ocasión de experimentarlo); mientras que en las explicaciones del Catecismo, dejaba escapar algunas faltas, sobre todo cuando entre el auditorio había personas de consideración”.

Le gustaba contar esta historia: “El diablo se apareció un día a San Mauricio y le dijo:
— Todo lo que tú haces, lo hago también yo. Tú ayunas, y yo no como nunca; tú velas, y yo jamás duermo.
— Una cosa hago yo que tú no puedes hacer, le contestó San Mauricio.
— ¿Y cuál es?
— ¡Humillarme!”
Y añadía: “La humildad es en las virtudes lo que la cadena en los rosarios: quitad la cadena, y todos los granos caen; quitad la humildad, y todas las virtudes desaparecen”.

“La humildad es como una balanza; cuanto más nos abajamos de un lado, más subimos del otro”.

“Una persona orgullosa piensa que todo lo que hace está bien hecho; quiere dominar sobre todos, siempre cree que tiene razón; ella cree que su opinión es mejor que la de los demás. Por el contrario, cuando a una persona humilde y santa se le pide su opinión, la da siempre con serenidad, después de haber escuchado la de los demás. Tenga razón o no, no replicará nada. San Luis Gonzaga, cuando era escolar y le reprochaban algo, no buscaba nunca excusa; decía lo que pensaba, y no se preocupaba de lo que pensaban los otros. Si se equivocaba, se equivocaba; si tenía razón, decía: «Otras muchas veces me he equivocado»”.

Muchos orgullos y vanidades tienen su raíz en fijarse mucho en el cuerpo, en lo que se tiene, en las apariencias… y olvidar el alma. Por eso a San Juan María Vianney le gustaba contraponer cuerpo y alma, lo poco que es el cuerpo en comparación con el alma: “Somos mucho y no somos nada. No hay nada más grande que el hombre, y nada más pequeño que él. No hay nada más grande que mirarse el alma, nada más pequeño que mirarse el cuerpo. Uno se ocupa de su cuerpo como si eso sólo fuera lo único a cuidar, cuando en realidad es algo que en ocasiones hemos de menospreciar”. El alma es para siempre; el cuerpo pasa enseguida: “Estamos en la tierra sólo para un instante. Parece que nos movemos y caminamos a grandes pasos hacia la eternidad, como el vapor”.

Empleaba la parábola de la cesta para hacer ver lo absurdo, inútil e infructuoso de la vida del que cree ser algo: “El orgulloso se parece a aquel hombre que pretendía sacar agua del pozo en una cesta”.

“Señor Cura, cuando se sabe tan poca teología como usted, no se debe uno sentar en el confesionario”. Estas palabras las leyó en una carta dirigida a él. El pobre Cura de Ars, tal vez para desahogar su preocupación, fue a confiar su pena a un feligrés que le era particularmente querido: el viejo señor Mandy, el antiguo alcalde de Ars.
— Esta carta —le contestó— viene sin duda de una persona grosera. No hay, pues, que darle importancia.
— ¡Ah, no, es de una persona instruida! Y acabó por confesar que la había escrito un sacerdote. Y añadió: Pero no me daría ninguna pena, si estuviese seguro de que Dios no ha sido ofendido por mi ignorancia.
Después se dirigió a su habitación, tomó su pluma, él que casi nunca escribía, y abrió su corazón al joven sacerdote con esta sencilla respuesta:
“Mi querido y venerado compañero: ¡Cuántos motivos tengo para amarlo! Sólo usted me ha conocido bien. Puesto que es tan bueno que se digna interesarse por mi pobre alma, ayúdeme a conseguir la gracia que pido desde hace tiempo, a fin de que sea relevado de mi cargo, del que no soy digno a causa de mi ignorancia, y pueda retirarme a un rincón para llorar allí mi pobre vida. ¡Cuánta penitencia he de hacer, cuántas cosas he de expiar, cuántas lágrimas he de derramar!”

José Pedro Manglano
(tomado de su libro “Orar con el cura de Ars”)

viernes, 15 de enero de 2010

Ocultamientos


LAS APARIENCIAS
ENGAÑAN


A veces pienso por qué somos cómo somos. Son las ocasiones en las cuales voy rápidamente en busca del Hamlet de Shakespeare, para concluir en el famoso “to be or not to be”.

Pongamos algunos ejemplos de este desconcierto.

¿Por qué, una persona cuyo verdadero nombre es Mauricio Goldfarb lo cambió por el de “Mauro Viale”? ¿Por qué un político candidato a presidente por el Partido Obrero, se hace llamar Jorge Altamira, cuando su verdadero nombre es José Saúl Wermus? A nadie se le ocurrió por ahora, preguntarles a estos dos señores el motivo del “cambio” de identidad.

El particular tema de “Altamira” es que no se trata de un nombre artístico… aunque Mauro Viale tampoco es artista. ¿Que pasaría en el hipotético y fantasioso caso de que Altamira ganara las elecciones y se consagrara presidente de la república?… ¿Cómo juraría, como Altamira o como Jose Saúl Wermus?

La firma de los giros de dinero recibidos del Estado al Partido Obrero, dice: “autoridad responsable, Jorge Altamira”. ¿Esa firma, tiene valor legal? Por otro lado, el “señor Altamira” es un comunista trostkista confeso, ama la Dictadura del Proletariado, habla de la austeridad y de repartir los bienes. Da como ejemplo, la austera vida de Osvaldo Pugliese y de su famosa orquesta, a la cual transformó en una cooperativa.

Pero como todo se sabe en esta vida, parece ser que Altamira suele comer en ciertos restoranes de la Recoleta como “Tono Rojo”, en Eduardo Schiaffino 2183, o “Rigoletto”, de Rodríguez Peña 1291. Lo pueden ubicar durante la semana, generalmente después de las 15:00 hs. en la confitería del hotel “Sheraton Libertador” de Maipú y Córdoba. Se traslada en su 4x4 BMW azul marino modelo 2008.

“Mauro Viale” también tiene un origen “proletario”, cuando hablaba de Mao Tse Tung, de la izquierda ideal como la que existía en Israel, allá lejos y hace tiempo, cuando integraba el equipo de la Oral Deportiva “Edmundo Campagnale” de José María Muñoz por Radio Rivadavia, en su calidad de reportero vestuarista. Mauro Viale es quizá el periodista más criticado, odiado e insultado en vivo en la historia de la televisión argentina. Sobrador y prepotente, se ganó el premio “limón” por un parte importante de la sociedad.

Pues bien, “Mauro Viale”, fue una de las víctimas del asalto “boquetero”, al Banco de Crédito Argentino, de Callao y Las Heras, donde de su caja de seguridad le robaron más de un millón y medio de dólares entre dinero, valores al portador y joyas.

Carlos Nelson

miércoles, 13 de enero de 2010

Psicológicas


NOSOTROS,
LOS MANIÁTICOS

Continuando con la “planificación educativa” de alcance nacional —y que en sentido estricto no cumple con ninguno de los dos términos enunciativos—, a partir del año próximo parece que se comienza “fuerte y en serio” a trabajar en todas las escuelas del país con el último descubrimiento del Ministerio de Salud que es la cuestión sexual. En realidad, pase lo que pasare, las conclusiones de todo este montaje ideológico estatal llegaron antes que el material enviado a las escuelas, simulando algún modo de encuesta o sondeo de opinión entre los docentes.

De todos modos, eso es lo de menos: preocupan más las graves cuestiones de fondo que las crecientes desprolijidades administrativas. Habrá que prepararse porque el totalitarismo de hoz y martillo sigue avanzando; totalitarismo que tantas víctimas ha cobrado con tal de llevar adelante sus planteos, ahora va por las almas. Más específicamente, por la pureza de las almas.

Una vez más nos tildarán de paranoicos o exagerados, dando por sentado que somos retrógrados y conservadores. Pues entonces vayamos a los textos, veamos los lineamientos que están escritos y circulando en los colegios, las preguntas e indagatorias para “sondear a las instituciones”, las pautas de acción que se han “bajado” desde las instancias gubernamentales. Vamos honesta y dócilmente a los hechos, que es lo que las ideologías no hacen. Esos hechos son un manifiesto rotundo del materialismo más craso. No es el “sexo explícito” lo que nos indigna, sino el materialismo explícito sobre la cuestión sexual.

Ante tamaño atropello, deberíamos estar más preocupados aún que por la ley de los medios, porque el problema aquí es la ley de los fines. Y una vez más, si no reaccionamos, pasaremos de la tolerancia de ciertos males a la obligatoriedad de los mismos por decreto de necesidad y urgencia.

Todo es artificial en estos papeles públicos, como la ideología que los sustenta. Todo es endeble, viciado de raíz, contradictorio. Se ha tomado este tema con afán positivista, sin fe y sin espíritu. Pero —como siempre pasa— se termina actuando con una sumisión ciega y escandalosa a un conglomerado de principios, postulados y estadísticas, que tampoco son ciertos. Otra vez estamos ante la rigidez de los dialoguistas insuperables; y el dogmatismo de los apologetas del “pensamiento libre” queda en evidencia para todo el que tenga ojos para ver.

Con absoluta inescrupulosidad estos peritos en didáctica sexual manejan sus marionetas, y quieren manejar nuestras inteligencias y las de nuestros hijos. E invariablemente atacarán la Nave de la Iglesia, tergiversando y omitiendo todo lo que Ella enseña al respecto. Nadie como la Santa Madre Iglesia ha tenido la comprensión, la hondura y la delicadeza para ocuparse del tema sexual. Nadie como Ella ha hecho las sutiles distinciones que mueven a la conmiseración y la caridad del hombre sano y del hombre enfermo. No entienden nada ni quieren entender. Nosotros al menos entendemos esto: lo que está en juego es el destino de la Patria, el bien de las familias y la salvación del alma.

Y es preciso recordar que no se trata de optar por la razón o la fe, falsa disyuntiva que ha resultado una excelente estrategia para confundir las inteligencias. Ya que los ideólogos de la Revolución son el monumento a la apertura y al diálogo, entonces discutamos, demos razones, justifiquemos, demostremos.

¿Que harán los sofistas de turno con aquellas cosas que no pueden comprar, tan acostumbrados a ponerle precio a las voluntades y las decisiones? ¿Qué harán sin la censura selectiva como estrategia o con la regla de la verdad?, porque, claro, en la discusión que proponemos no vale mentir.

Pero no queremos que discutan los políticos ni el sistema, porque no nos representan. Ni la plebe, que en el decir de Lugones “impone su bajeza inevitable”. Que discutan los que saben como primer requisito, y aquellos que han demostrado que quieren y buscan el bien común, como segunda condición. ¿Será esto discriminar?

No perdamos el sentido común. Seamos fieles a la experiencia cotidiana y sencilla. No es cierto que haya que hablarles de sexo a los alumnos desde el Jardín, porque lo que quieren es jugar a la pelota —los varones— y a las muñecas —las mujeres—. No es cierto que todos tienen las mismas inquietudes y que hay que “hablarles claro” a todos (por cierto, ¿qué sería “hablar claro”, hablar procazmente?). No es cierto que en estas cosas la información pueda presentarse con prescindencia del aspecto moral. No es cierto que la juventud quiera placer, lujuria y desenfreno, salvo que esté pervertida. Lo que sí es cierto es que el vicio deja muy buenos réditos a quienes explotan ese rubro.

Celebremos al padre preocupado por las amistades del hijo, y a la madre que viste decentemente a la hija. A la familia que el mundo llama tradicionalista, a la escuela que logró inmunizarse contra las sucesivas ideologías camufladas de propuestas educativas. Celebremos al joven que cuida su pudor y al hombre común que llama a las cosas por su nombre. Demostremos que no estamos dispuestos a negociar porque no nos hemos prostituído.

Que los sexólogos se guarden sus marionetas didácticas. No las necesitamos. Se necesitan padres santos, docentes testigos de la verdad, educadores en el bien. Y que cada alma sea un alcázar de Dios, defendido con lucidez y coraje. Que los ideólogos beban su propia medicina en lugar de intoxicarnos a nosotros.

Por cierto, ¿cuándo vendrá la ideología del páncreas o de la odontología con sus respectivos especialistas, así descomprimimos un poco esta moda y manía sexual que asfixia? Si no es mucho pedir, además del aparato reproductor, quisiéramos hablarles a nuestros hijos y alumnos de las gestas que prefiguran la Belleza y de la poesía que promete un nuevo amanecer.

Jordán Abud

lunes, 11 de enero de 2010

Actualidad


EL DÍA QUE LOS CIRCOS CERRARON

Pocos escritores del pasado mantienen la vigencia y la actualidad de Dostoievski, acaso él haya sido de los primeros en relatarnos cómo era en realidad, una clase distinta de hombres. Hablaba de los fanáticos, devotos de sectas apenas racionales y adictos a crueles ideologías que suponían revolucionarias.

Él los llamaba los endemoniados, esto es, aquellos que creían tener conversaciones con los demonios. La psiquiatría moderna más tarde diría que en definitiva se trataba de particiones del yo, pero cualquiera fuese la especie que alojasen en sus conciencias, se tratase o no de espectros, los personajes del ruso sentían continuamente el tormento de percibir en su interior las voces discordantes de otros seres.

Ahora bien, si enfrentamos la descripción de Dostoievski, con un repaso de la actual situación del país, no podríamos sino preguntarnos ¿estaremos viviendo algo similar? ¿Cohabitaremos con espectros endemoniados?

No es posible ocultar que la respuesta produce cierto estremecimiento, porque todos conocen qué tribulación acompaña a quienes conviven con endemoniados.

De todos modos, aunque espante, los hechos de todos los días, nos dicen que sí, que están entre nosotros. Obran de manera tal que la contradicción quedó instalada como modo de vida y de gobierno. Hay una búsqueda incansable, podríamos decir una pasión, endemoniada pasión, en hacer siempre lo opuesto al sentido natural de las cosas.

No faltan datos que apoyen esta afirmación, tal el caso tan divulgado en los días de octubre, de que a cargo de la salud del gremio bancario, ¿de muchos más? figura no un médico sino un abogado. Mientras algunas prepagas son como bancos, donde el lugar central está ocupado menos por los enfermos, que por el dinero.

Todo el tiempo vemos diputados y senadores que en lugar de sus obligaciones legislativas trabajan de actores. Se meten en el lugar de la apariencia, lo suyo es pura escenografía republicana. Son figurantes, deletreando los guiones del libretista único. Aparecen matones de armas llevar, atareados tras el trigo, la leche y las vaquitas y los chacareros por el contrario, están al costado de las rutas como policía caminera.

Hay antiguos asesinos de bombas poner, encargados de los derechos humanos, y las mamás más tiernas y muy dulces abuelitas, ejercitan sus amorosos afanes desde la secretaría del odio (dependiente del Poder Ejecutivo).

La defensa de los derechos de los trabajadores está a cargo de ricos empresarios agrupados dentro de una organización que llaman CGT de los gordos y los obreros a veces se enteran de lo que pasa, cuando los mandan a la plaza o al paro.

Las Fuerzas Armadas se dedican de lleno a la música, y con sus bandas tocan en los actos en que se recuerda el lejano fin de la milicia. Los músicos en tanto hacen canciones llamando a la guerra.

Jueces sabios despenalizaron el consumo de drogas para que especialmente los jóvenes, gracias al paco y a la marihuana, en lugar de ir a rehabilitarse vayan derecho al cementerio.

Desde el Ministerio de Defensa, colaborando con el bien común y la Corte, retiraron los pocos radares que quedaban en la frontera, para que los aviones narcos vuelen sin ser discriminados. La AFIP se ha especializado menos en los impuestos que en la persecución de disidentes ideológicos. Los intelectuales llamados K, se ocupan… vaya uno a saber.

Y aún podríamos continuar. En el mismo sentido no debe extrañarnos que por obra de esta duplicidad de la conciencia, el país tenga no uno sino dos presidentes. Uno que no es, pero que hace y sobre todo des-hace y otra que es, pero cuenta para nada.

La presidente insiste a cada momento, durante los dobles discursos, acerca de los pobres, en este sentido, y a fin de alejarse lo más posible de esa penosa posibilidad la pareja de presidentes aumenta día a día su millonario patrimonio y ahora es muchísimo más rica que al comienzo de su gestión. El singular fenómeno es llamado redistribución. Al mismo tiempo, en el mismo país, y por el mismo “modelo”, los pobres son cada vez más numerosos y más pobres.

En el Indec, donde deberían estar los estadígrafos, hay magos e ilusionistas.

Los payasos están por todas partes, mientras que los encantadores de serpientes, los equilibristas, los tragasables y tramoyistas ejercen en los ministerios. Los circos naturalmente cerraron, por falta de personal.

El lugar del trabajo ha sido ocupado por los “Planes Trabajar”, y los planes de viviendas ya han sido reemplazados por discursos.

Son pocos, pero siempre hay “algunos/ as” que de acuerdo a la visión presidencial ponen piedras y hasta se quejan de cierta dificultad para trabajar y vivir adentro de un anuncio…

Supuestos obreros se ocupan de la política sanitaria nacional y supuestos médicos reparten condones y abortivos.

A los enfermos de cáncer los medican con agua cuidadosamente destilada y a los chicos sanos los sumergen en las drogas pesadas.

A fin de proteger la libertad de opinión, legalizan la censura de los medios.

Ciertamente es difícil responder cuánto tiempo una sociedad, un país como el nuestro, puede resistir este fiero tironeo entra la vida normal y la demencia destructora.

Pero a veces, en ciertas mañanas de sol, volvemos a escuchar la intensa advertencia de Quevedo al mal gobernante y por un instante, es como si respirásemos mejor:

“Tú, ya, ¡oh ministro!, afirma tu cuidado / Dejas espada y lanza al desdichado / y poder y razón para vencerte / no sabe pueblo ayuno temer muerte / armas quedan al pueblo despojado”.

Miguel De Lorenzo