sábado, 31 de octubre de 2009

Guiones de estilo




SIGNIFICADO DE
LAS FLECHAS Y EL YUGO


No sé lo que hay detrás de esa camisa ni entiendo lo que significan las flechas y el yugo. Pero debe ser algo muy grande, cuando se le convierte en sonrisa la mueca de dolor a un pobre muerto.

Muy grande, sí —contestó Víctor, aprovechando la ocasión para abrir uno de los frecuentes arrebatos de su temperamento apasionado—. Significa nada menos que el obrero educado en el odio, ha muerto en el amor. Que ha entendido toda la angustia, que no es angustia sólo de problema económico, sino también —y quizá más— de problema sentimental. Que ha sabido leer en el cielo y el idioma todo el destino único y maravilloso de la Patria, que no es sólo la redención económica del pobre, sino la aspiración de Imperio de todos. Significa que él y yo, distantes en la vida por mundos de prejuicios y siglos de lucha, nos hemos encontrado corazón a corazón, en una encrucijada, para vivir esta camaradería nueva en la Vida y en la Muerte. Él, obrero; yo, señorito estudiante; él, instrumento manual de la Historia y el progreso; yo, camino intelectual de ese mismo progreso y esa misma Historia, hemos borrado por nuestra voluntad todo un falso mundo de lucha de clases o espíritu de castas que nos separaba. Eso significa que Ud. acaba de perder un hijo, y de ganar otro, que llevará a su casa alientos de otro mundo para fundirlos con los del suyo. Yo he bebido con Enrique las preocupaciones de los obreros, y él ha sentido a mi lado la inquietud de los intelectuales.

Él me proyectaba hacia un universo de máquinas y angustias sociales —que yo por nacimiento desconocía—, y yo le llevaba como de la mano a otro universo de sueños y quimeras que, a su vez, ignoraba. Si yo he ido con él al taller, al horno, a la fragua, a la caldera, a todo ese infierno rojo donde vive el obrero y he sudado el mismo sudor que ellos sudan, él ha venido conmigo al Museo, a la Música, a la Historia y al Verso, a todo ese paraíso donde vive el intelectual y ha gozado el mismo goce que ellos gozan. Esa camisa azul nos ha igualado en goce y en dolor, y nos ha hecho ver a los dos la vida con los dos ojos abiertos y ansiosos, no a medias como antes, mientras él ignoraba nuestro goce angustiado y yo su angustia gozosa. Esta camisa nos igualaba en el servicio a España y en el sacrificio. Él, más afortunado, por llevarla, ha muerto en estado de gracia: sin odios ni rencores. Esa camisa es y será en España como un viento ligero que borre las tormentas. Ni clases ni odios, ni parias ni privilegios. Representa esa cosa tan sencilla y tan difícil a la vez: una Humanidad con camisa limpia que ponerse, frente a esta sociedad absurda donde algunos pocos tienen camisas de seda y de sport y de etiqueta, mientras los más no tienen camisa que ponerse. Una sociedad en que los de la camisa bien planchada se apartan del que va en camiseta sucia para no mancharse, en vez de darle —no una de sus camisas, que sería limosna y no se trata de eso— ocasión de llevar una camisa. Contra esa sociedad van ustedes y vamos nosotros. Por distintos caminos, pero ustedes creen que esa sociedad es España y las confunden en su odio ciego, y nosotros sabemos que esa sociedad es una costra sobre la carne limpia de España —ríos que saltan, trigo que crece, agua que alumbra, madres que engendran, minas y bosques, viejas ciudades, catedrales, talleres, fábricas, Universidades y una Historia rota que reanudar—, costra que hay que arrancar para que pueda circular la sangre. Si ustedes los marxistas creen que es necesaria la violencia para arrancarla, a nosotros no nos asusta la violencia, que nos parece sagrada. Cueste lo que cueste cumpliremos nuestros juramentos, hechos bajo el viento de España y sobre cuerpos de España, de dar a cada español para cada día de su vida y de la vida de sus descendientes, Pan, Paria y Justicia, que es lo único que vale la pena de dar y de ofrecer al que padece hambre de pan y sed de justicia, y no le han enseñado a ver en la Patria más que a todo cuanto le niega el pan y le dificulta la justicia, cubriéndolo con una bandera que no puede respetar y tapando sus gritos de protesta con chinchines grotescos, invocaciones destempladas y nostalgias incoherentes para esos hambrientos y sedientos. Queremos el Imperio, pero construido con hombres libres, de voluntad imperial, no con esclavos famélicos y torturados. Concebimos el Imperio como la más gigantesca democracia: la voluntad de todos los españoles alzando el brazo para afirmar que quieren a España una, grande y libre. Sin candidaturas ni colegios electorales. Sin partidos ni coaliciones. España, una y sola, arma al brazo y velando a la luz de las estrellas. Para ello sólo tendremos dos instrumentos: Trabajo, miles de horas de trabajo cada uno, y Disciplina, que no es tiranía sino conciencia del deber y de la jerarquía. Y un solo pensamiento: España. Y una sola misión: España. Y una sola preocupación: España. Y una sola alegría: España. Y una sola ambición: España. Una España de todos y para todos, hecha por el esfuerzo —diferente de calidad y exacto de intensidad de todos—, tanto del rico como del pobre, que a todos impondremos al arco de luz de la verdad nacionalsindicalista. ¿Comprende lo que significa la camisa azul que lleva Enrique a la tumba?

Empiezo a comprender, repuso el padre limpiándose dos lágrimas a lo popular, con el dorso de la mano.

Juan daba cabezadas en el rincón. Andrés, Manolo, Antonio y Pepe, no se movían en su centinela. Enrique parecía que sonreía más abiertamente, y por la ventana entreabierta al cielo de verano, un resplandor como de brasa de rosas anunciaba que en España empezaba a amanecer.


Felipe Ximénez de Sandoval
                             

viernes, 30 de octubre de 2009

Denuncias

                              

LAS POLÍTICAS DEL LENGUAJE


LENGUAJE E IDEOLOGÍA

La ideología del género está metiéndose en los entresijos de la conciencia nacional.  Avanza tenazmente y como ejército de ocupación no deja espacios sin devastar.  Una legislación que la sostenga, reformas educativas que desde el aula la legitimen, y la infaltable faena cultural de persuasión y penetración casi irresistibles llevada a cabo por los medios de comunicación social.

El lenguaje es un enclave de capital importancia que atraviesa aquellos tres territorios, la legislación, la educación y la comunicación.  Cualquiera sabe que la ideología opera también en el lenguaje.  Éste forma parte de la llamada “super-estructura” de dominación burguesa que, al mismo tiempo, oculta y devela una realidad tan sórdida como desigual.  Marx diría que el lenguaje también sirve para falsificar las “reales” condiciones de dominación y así continuar reproduciéndolas bajo la apariencia de una “ilusión” engañosa y anestesiante.

Los medios de comunicación social, y en particular la prensa gráfica, son un instrumento siempre eficaz para esas operaciones de ocultamiento y develamiento de la ideología.  Ese terrible iconoclasta que fuera Michel Foucault escribió que “cada sociedad tiene su régimen de verdad, su «política general» de la verdad —comillas del autor—; es decir, los tipos de discurso que acoge y hace funcionar como verdaderos o falsos, el modo como se sancionan unos y otros; las técnicas y los procedimientos que están valorados para la obtención de la verdad; el estatuto de quienes están a cargo de decir lo que funciona como verdadero” (“Un diálogo sobre el poder”, Alianza, Madrid, 1981, pág. 143).

Actualmente, los medios de comunicación social son, en gran medida, los constructores de la realidad social.

Por ejemplo, la expresión políticas del lenguaje ha sido acuñada por los lingüísticas críticos para señalar la presencia poderosa e invisible de la ideología en el uso público que los medios de comunicación hacen del lenguaje.  La lingüística crítica es tributaria del marxismo y no hace sino repetir sus códigos cuando pretende explicar el  funcionamiento de los diversos signos lingüísticos.

Por eso, para todo crítico que se precie de tal será preciso desmontar las operaciones de la ideología detrás del uso de las palabras.

Así, por ejemplo, nos hemos acostumbrado a hablar de “hombre” y “mujer”.

Pues no, nos dicen ahora.  Eso sería hacer política del lenguaje, es decir, continuar reproduciendo en nuestro modo de decir y referenciar lo que ha pretendido que digamos y creamos, por centurias, el Aparato Ideológico de la Iglesia aliada con la Burguesía.  Con el propósito, claro, de mantener invisibles las “reales” relaciones de dominación y asimetrías de poder, del hombre sobre la mujer, que tienen lugar en el seno de la familia y en el mundo del trabajo.

El uso político del lenguaje en torno al género consistiría en un doble juego.  Por una parte, el lenguaje de “hombre”  - “mujer” no sería sino la creación de una ilusión, de un espejo deformado, de una falsa conciencia cuyo propósito sería tornar invisible una asimetría atroz en las relaciones de poder.

Esto es, la esclavitud de la mujer detrás del telón de acero de la familia burguesa, con la asignación ruinosa de los roles de esposa y madre.  De allí que hombre y mujer sean designaciones políticas impuestas a designio, legitimadas y reproducidas, cuyo propósito es ideológico; esto es, naturalizar un estado de cosas.  Naturalizar para los lingüísticas críticos es hacer ver el mundo social actual como si fuera natural, como si así debiera ser.

En realidad, para estos nihilistas es exactamente lo opuesto.  La naturalización del mundo social es una operación discursiva de la ideología.  Por eso, para estos personajes, el lenguaje —aún en nuestros modos cotidianos y banales de referir las realidades y las relaciones— está transido de ideología.  La ideología desde el lenguaje define todo el mundo social.  Más aún, necesita del lenguaje, lo utiliza a fin de que —¡vaya paradoja!— se cumpla cabalmente aquello que profetizaba el viejo Marx: “las ideas de la clase dominante son en cada época de la historia las ideas dominantes”.

El segundo juego consistiría en “deconstruir” dichas relaciones “hombre-mujer” —largamente naturalizadas por las prácticas de la ideología— denunciándolas como relaciones socialmente construidas a partir del y en el discurso.

El uso de las palabras, “hombre - mujer” - revela y oculta.  Revela la estructura de dominación y al mismo tiempo la mantiene oculta.  Tal como pasaría con los actos fallidos dogmatizados por Sigmund Freud que liberarían ciertos contenidos del inconciente pero manteniendo intacta la estructura y el funcionamiento de este último.

Con el lenguaje sucedería otro tanto: las palabras son ideológicas pues revelan, engañando, relaciones que no debieran conocerse en sus reales condiciones.  Pero al revelar están señalando, de paso, el camino para comenzar la obra de demolición del lenguaje, y con ello, la demolición de las relaciones asimétricas de dominación.

Antonio Gramsci viene a darles una mano en esta tarea de deconstrucción.  ¿Por qué?  Porque es imperioso hacer con el lenguaje una tarea demiúrgica en la medida en que la revolución en los significados es la vía regia para deconstruir el sentido común “cristiano-burgués”.  Así se irá instalando el nuevo sentido común de la filosofía de la praxis, que es como el fundador del Partido Comunista italiano denominaba al marxismo.

Esto es lo central.  Por eso el lenguaje y los usos cotidianos del lenguaje son un enclave capital en el nuevo proceso revolucionario instalado a partir de los últimos decenios.  Cambiando el modo de decir y el modo de significar, habrá de cambiarse el modo de pensar.  De allí que si es verdad aquello de que “la revolución está en el lenguaje”, luego, la batalla metafísica hay que darla en el lenguaje, recuperando y sosteniendo las diversas epifanías de la verdad en el hablar, en el decir.


“VISIBILIZAR A LAS MUJERES”

En esta ocasión, quiero ocuparme de una noticia periodística que apareció publicada en octubre del año pasado.  Fuera de hora se dirá.  Pero vale la pena el ejercicio.  El asunto era la media sanción de una ley que impulsa el uso de lenguaje no sexista por parte del Estado.  Dos medios recogieron el tema.  “La Nación”, el jueves 23 de octubre y “Página/12” el viernes 24 de octubre.  Mientras “La Nación“ dice “proyecto de ley que obligará a la administración pública nacional a aplicar y promover la utilización de un lenguaje no sexista”; “Página/12”, Mariana Carbajal mediante, despeja la tiniebla ideológica diciendo que se trata de “un proyecto de ley que busca visibilizar a las mujeres a través del lenguaje de la administración pública nacional”.  Como pareciera que decir “lenguaje no sexista” conserva resabios todavía modernos, será conveniente el toque foucaultiano, posmoderno, y expresar que lo que se quiere es “visibilizar la otredad”.  En este caso, la otra, la mujer.  “Las mujeres”, todas, variadas, diferentes, pues no existe, escribas nominalistas de los arrabales porteños, el substantivo “mujer”.

Será útil hacer un sumario análisis de la noticia publicada por “Página/12”.

Lo que valen las palabras es el titular.  La volanta, arriba, dice Media sanción para la ley que impulsa un lenguaje no sexista.  La bajada, debajo del titular, reza así: Después de siete meses, el Senado aprobó el proyecto para que en la administración pública rija un Manual de Estilo con perspectiva de género.  También buscan eliminar el sexismo en los medios de comunicación.  Ahora pasa a Diputados.  En una noticia el titular puede resumir el contenido más bien descriptivo.  O bien puede proponer una interpretación que se juegue mucho más allá del aspecto relativamente neutral de la información que desarrolla la noticia.

“Página/12” suele escoger invariablemente esta segunda estrategia.  “La Nación” había titulado El estado deberá usar un lenguaje no sexista.  Está bien.  La elección léxica se ajusta más al liberalismo mitrista de lo políticamente correcto en torno a los temas de género, identidad sexual y derechos de las minorías.

Y ha de ser así, pues aunque lo desmientan las estadísticas, “las mujeres” son la minoría desclasada de los tiempos que corren.  La Tribuna de Doctrina de De Vedia no desentona de la izquierda cultural dominante.

¿Cuánto valen las palabras?  Todo, pues “con este proyecto de ley buscamos una salida de este lenguaje tan masculinizado que se usa tanto en la administración como en las relaciones personales”, cita Carbajal a la kirchnerista Marita Perceval, impulsora del proyecto.

A renglón seguido, glosa a Silvia Ester Gallego, que es la presidenta de la Comisión de Población y Desarrollo Humano, al decir que el hecho de que quedara relegado no es casual.

Y cita a ésta última: “el lenguaje es parte de la construcción del poder y esto que nos ha pasado, que este dictamen demorara tanto tiempo en bajar al recinto, tiene que ver con ello”, fin del discurso directo de la Gallego.

Carbajal vuelve a citar a Perceval para que no se nos vuelva invisible (ella, ¿no?).  “El lenguaje tiene que expresar no solo la realidad existente sino, también, la sociedad que queremos construir”, destacó.

Aquí está Gramsci de cuerpo entero, casi con sus palabras.  La deconstrucción del lenguaje sexista y la imposición del lenguaje del género habrán de crear un nuevo sentido común y, por lo tanto, un nuevo ordenamiento de identidades y de relaciones.

¡Manes hodiernos del viejo Prometeo!  Como fin y remate de aquella pregunta imaginaria que yo me formulara, cuánto valen las palabras, se luce Carbajal al citar a Daniel Filmus, hermano de raza y compañero de ruta de Adorno, Horkheimer y Marcuse, quien adelantó su voto positivo al proyecto y posteriormente pontificó: “quiero decir que no es un tema feminista ni que solo incumba a las mujeres.  La discriminación por el lenguaje es un tema ideológico que nos incumbe a todos porque se trata de un asunto vinculado con los derechos humanos, que es algo central y fundamental para nuestra cultura”.

Ojo que volvemos aquí a los tópicos del marxismo decimonónico, ortodoxo y moderno.  El del joven Marx que veía con tan buenos ojos el proyecto de liberación universal del Iluminismo de la Revolución Francesa.  Desde luego, entiéndase, que la Carbajal no hace uso de ninguna de estas citas directas para tomar su propia distancia sino para refrendar su propia posición y la línea editorial de “Página/12”.  Digo, por las dudas.

Estos maestros del revés no están desmitificando la ideología para dar a luz la verdad oculta.  No están descubriendo ninguna verdad pero si están imponiendo una ideología.  No son los apasionados partidarios de la igualdad, no los insobornables buscadores de justicia, sino los delirantes totalitarios del pensamiento único y de una nueva sintaxis de la hegemonía.

No están desatando ninguna atadura; al contrario están aherrojándonos con un lazo duro, frío y gris como los viejos cementos socialistas de la Rusia Soviética.  Releyendo “¿Qué hacer?” deberían reconocer con Lenin que “la única elección posible es, o bien la ideología burguesa o la ideología socialista.  No hay vía intermedia.  Por lo tanto, debilitar la ideología socialista, apartarse de ella en el más mínimo grado, significa, al mismo tiempo, fortalecer la ideología burguesa”.  Para eso trabajan los políticos clasistas, la izquierda cultural de “Página/12” y los ex ministros de educación.  Para “meter a muerte”, en el alma de la Nación argentina, el odioso socialismo.
Tendrían que ser capaces de admitir que trabajan con buena paga, con envidiables subsidios estatales e internacionales para una ideología que promueve a la fuerza la igualdad de los otros, pero nunca la de ellos, ostensibles detentores de buenas jerarquías, mejores estipendios y óptimos premios y reconocimientos.  ¿El socialismo feminista y no sexista?  Para las mujeres de la casa.  Para nosotros —exclamarían— los buenos capitales del dinero, de los premios y la gloria de este mundo.


Ernesto R. Alonso
                              

miércoles, 28 de octubre de 2009

El hombre de la Providencia



XXVIII OTTOBRE

EVVIVA IL DUCE!

martes, 27 de octubre de 2009

In memoriam


JORDÁN BRUNO GENTA
A 35 años de su martirio
1974 - 27 de octubre - 2009

- I -

Se llamaba Jordán Bruno Genta, aunque algunos todavía no sepan escribir ni pronunciar su nombre. Y otros —recién llegados curiosamente a su tributo— lo hayan ignorado o rechazado por extremoso; mientras nosotros, nacionalistas y católicos, lo homenajeábamos año tras año, a veces en la soledad de una catacumba eclesial amiga, a veces en algún fogón provinciano siempre hospitalario, y cada día desde la clase, el libro o la conferencia.

Éramos jóvenes cuando lo mataron y cuando despedimos sus restos con nuestro inconfundible estilo. La memoria registra ojivas caudalosas de brazos en alto mientras su féretro avanzaba hacia la tierra postrimera, los gritos multiplicados de ¡Presente! ante su nombre coreado con bravura, y la consigna legionaria lanzada al viento como un desafío: ¡Viva la muerte!

Fuimos envejeciendo, pero por la gracia de Dios, aquellos ideales juveniles no resultaron abandonados ni torcidos.

Jordán, palabra aguda de resonancias graves y luminosas, como el río en el que recibió el bautismo Nuestro Señor Jesucristo. Bruno, fuerte como coraza o armadura, en antigua semántica germana.

Dios se las ingenió para que se cumpliera el poema: mira que al dar un nombre se recibe un destino.

- II -

Enseñó la Verdad Católica, Apostólica y Romana, en plena y continua comunión con la Cátedra de Pedro. Mas no ignoraba la presencia de los lobos revestidos con las apariencias de corderos. Sufría con el Vicario de Cristo el humo de Satán enseñoreado en el lugar sagrado.

No aprobó jamás los procedimientos castrenses irregulares y clandestinos para combatir al marxismo. Clamaba por la guerra justa, limpia, frontal y varonilmente librada: la guerra contrarrevolucionaria, de la que fue su más esclarecido doctrinario.

Distinguía entre el testigo y el verdugo, el partisano y el guerrero, el soldado patrio y el guerrillero apátrida. Nunca se le hubiera ocurrido homologarlos en un sincretismo contrario a la justicia. La unidad de las derechas y las izquierdas no aparecía en sus discursos. O se honraba a los gauchos de Obligado, o se aplaudía —como los unitarios— la usurpación extranjera. Pero gauchos y usurpadores no resultaban materia de forzadas reconciliaciones mediáticas.

Será prudente aclararlo. Guerra fratricida y dolorosa fue la de nuestra Independencia, porque al fin de cuentas eran los contendientes todos hijos de España. Guerra fratricida y tensa, si se quiere, la de nuestra pugna entre los ponchos celestes y las vinchas punzó. Pero la invasión planificada del Marxismo Internacional contra La Argentina, con la anuencia de una clase nativa al servicio del Aparato Subversivo Mundial, no es contienda de hermanos. Es el programa endemoniado que entonces supo lanzar la Unión Soviética y sus satélites contra las naciones cristianas.

Bien está que pidamos para que la clemencia de Dios alcance a Caín, a Ismael y a Esaú. Pero sólo Abel, Isaac y Jacob son figuras de Cristo.

Bien está que la muerte nos llegue a todos y en las cenizas nos iguale, instándonos por eso a la caridad y deponiendo rencores torvos. Pero uno es el “polvo enamorado”, y otro el destino de los que tendrán que abandonar toda esperanza cuando les llegue su Juicio. De unos seguirán cantado los versos de Foxá: “para la muerte, hermano, te vestirás de fiesta”. De los caínes se apiade el Señor de la Misericordia y nosotros no le dejemos de rezar.

“Allegados son iguales”, decía Jorge Manrique respecto de los muertos que se homologaban unánimemente al tener que comparecer ante el Tribunal del Altisimo. Pero también distinguía entre quien se presentaban con villanía y bajeza, y el varón singular que podía ser rotulado como “maestro de esforzados y valientes”.

- III -

Genta sostuvo una enemistad firmísima con el comunismo, pero también —y simétricamente— con el liberalismo en todas sus variantes. El liberalismo sigue siendo un pecado, y lo sabía.

No fue democrático. Admiraba a los grandes monarcas santos, a los varones jerárquicos instauradores de gobiernos fuertes, a los jefes aristocráticos, a los Caudillos de la Patria y de Occidente; y hasta respetaba cristianamente a los grandes conductores nacionales a quienes aplastó la conjura aliada en 1945.

La Realeza Social de Jesucristo era su opción política. El Omnia Instaurare in Christo, su lema y su norte. Su divisa flameante e izada bien al tope.

Jamás fundó un partido ni aconsejó formarlo o integrarlo. Jamás creyó en la unidad de los opuestos, ni en la coyunda con liberales y populistas, ni en la acción conjunta con quienes no existe previamente la unidad en el Ser, ni en la concordia entendida como irenismo o rendición. Repetía con Santa Teresa: “es preferible la Verdad en soledad al error en compañía”. Y con Aristóteles: “en toda juntura entre lo malo y lo bueno, sufre lo bueno”. No mixturaba los contrarios, así como evitaba mezclar el agua con el vino.

Se atrevió a decir lo que otros callaban y aún callan: que hay una culpabilidad judeomasónica tras el drama de la Argentina y tras la derrota de la Civilización Cristiana. Ni el pulso ni la voz tremaron en su cuerpo cada vez que fue necesario opugnar con la Sinagoga de Satanás. Pero tampoco faltó la caridad siempre que un prójimo, fuere quien fuese, se aquerenciaba hasta su puerta.

Denunciaba con bizarría al Imperialismo Internacional del Dinero, y con mirada sobrenatural alertaba contra la acción del Anticristo.

- IV -

Señaló la naturaleza crapulosa del peronismo, y una por una marcó a fuego las canalladas múltiples de Perón, artífice de la subversión , cohonestador de sus primeros crímenes, y propugnador hasta el final del mundialismo masónico, previo paso por el continentalismo y el socialismo nacional, como repitió hasta el hartazgo. El mito de la expulsión de la Plaza de Mayo de los montoneros no pasó por su magín. Perón murió carteándose cortésmente con Mao, Castro, Dorticós y Allende. Y los jefes montoneros hicieron la “v” de la victoria ante su féretro. Extraño caso de unos “echados” que rinden honores al “echador” y le prometen proseguir la lucha.

Las tónicas del pasado no son las medias verdades sino la metafísica, la teología y la honesta historiografía.

Expresamente repudió la falsa línea ideológica “San Martín - Rosas - Perón”. Sus arquetipos no eran los incendiarios de iglesias sino los herederos de la estirpe del Cid. Una memoria completa no basta para saberlo. Es necesario una historia veraz.

La teoría de los dos demonios, y la posición de quienes se sienten discriminados porque sólo se ataca a uno de ellos, le hubiera causado repulsión y desprecio. En la patria, no se enfrentaron ni se enfrentan dos demonios sino las dos ciudades agustinianas. Él batalló por la Civitas Dei y cayó en su defensa, heroicamente. No fue la víctima accidental de una refriega terrorista. Fue un combatiente valeroso abatido a mansalva por el enemigo. Su condición de víctima sólo puede señalársele en el más profundo sentido teológico de la palabra. Pero escapa completamente al alcance habitualmente otorgado al término, como sinónimo del que muere por causa eventual o efecto secundario.

No estaba por azar cuando ocurrió el atentado marxista, el 27 de octubre de 1974. Ni recibió una bala casualmente, ni resultó el damnificado de una explosión que buscaba otro destinatario. La substancia antes que los accidentes explican su caída. Lo habían ido a matar a la puerta de su casa. Un domingo, cuando rumbeaba para la Santa Misa, en la tradicional festividad de Cristo Rey, como después escribieron sádicamante sus verdugos.

Tuercen los hechos quienes dicen que lo mataron por pensar diferente. Lo mataron por pensar verdadero y obrar y vivir en consecuencia.

Cayó con muerte previsible, anunciada, esperada. Con la muerte bella y merecida del mártir. Dio su sangre ofrecida en oblación por la Cruz y la Bandera, por la Fe y por la Verdad Crucificada.

Para inteligir lo sucedido el 27 de octubre de 1974, no hay que acudir a “las sórdidas noticias policiales”, sino al misterio de la Comunión de los Santos.

Que lo hayan matado los mismos que antes y después mataron a tantos otros —¡ay!, tantos hombres de bien!— no quiere decir que lo hayan matado por lo mismo. No lo mataron por lo mismo que buscaban segar las cabezas de mercaderes yanquis, de empleados del Club de Roma, de dirigentes radicales, de empresarios usureros o de gremialistas pseudonacionalistas, defensores de Salvador Allende. Su muerte no fue un ajuste de cuentas entre internas peronistas. Los guerrilleros distinguieron en su momento lo que hoy no saben ni quieren distinguir otros.

Y que haya muerto en democracia, bajo un gobierno constitucional, no aumenta las culpas de la guerrilla, por no respetar la voluntad popular. Prueba hasta el cansancio lo que el mismo Genta enseñaba recordando el maquiavelismo marxista-leninista: “la democracia es la vía de acceso más directa al Comunismo”.

Lo mataron por ser católico y nacionalista. Lo mató el odio rojo por luchar por el Amor de los Amores.

- V -

En vida, quisimos ser sus discípulos y seguidores.

Desde que lo asesinaron, no hemos dejado de honrarlo, recordarlo, difundirlo, y darlo a conocer entre quienes no habían tenido la gracia de conocerlo. Lo hicimos sin medios y sin los medios. En soledad, con la conspiración de silencio como sombra amenazante y artera. Lo hicimos —corriendo modestos pero concretos riesgos— sin que se enteraran ni nos acompañaran los que hoy, en buena hora, se han percatado de su existencia y se suman a la partida. Bienvenidos si vienen por la victoria pendiente, antes que por la paz gandhiana. Por el perdón tendido al que se arrepienta y enmiende con sinceridad, y la resistencia empecinada contra los herederos sanguinarios del bolchevismo, enseñoreados hoy sobre la nación. Perdonar a los criminales sin arrepentimientos ni compensaciones de sus desmanes no es virtud; es vicio y se llama lenidad. Tender la mano al homicida insolente y amenazante, no es un gesto cristiano sino absurdo.

¿Que importancia tiene que una pseudojusticia mundana —en manos de sodomitas y aborteras— declare alguna vez que el crimen de Genta o el de sus pares en el martirio fue de lesa humanidad? ¿Son acaso las categorías de Nüremberg las que glorificarán a nuestros muertos ilustres? ¿Son acaso los criterios del enemigo los que han de blanquear sus memorias insignes? No fue un crimen de lesa humanidad contra los derechos del Salvador el que se perpetró en el Gólgota. Fue el deicidio. Los deicidas siguen matando a los testigos del Gólgota. Y no hay leguleyería internacionalista que alcance para calificar a los victimarios.

Tampoco estamos pidiendo que un tribunal oportunista y mendaz investigue a los autores del homicidio, ni nos quejamos porque los pastores cobardes de este suelo hayan rechazado la sola posibilidad de introducir su beatificación. Ya dispondrá Dios, en tiempo y forma, príncipes dignísimos de la Iglesia como aquellos que beatificaron a Anacleto González Flores.

Ningún secreto encierra la causalidad formal de su asesinato. Los que lo abatieron gobiernan. Sus nombres y sus rostros, son los nombres y los rostros execrables del Régimen. Caras con muecas sicarias y rictus infames que no logran disimular los avances cosméticos.

- VI -

Dios permita que mañana, por obra de un Caudillo victorioso, se pueda consumar en la Argentina la bella magnanimidad del Valle de los Caídos. El ilustre monumento es una glorificaciòn de la Cruzada, y es a la par el gesto magnificente del vencedor que sabe perdonar y abatir los odios. ¡Qué más quisiéramos que una montaña criolla, burilando en la piedra el fin de las discordias, tras un parte de batalla que diera cuenta de que el ejército rojo está “cautivo y desarmado”. Dichosos quienes conservan este sueño. Generosidad ejemplar los impulsa y sostiene.

Pero aquí y ahora, entre nosotros, con los enemigos ultrajando a Dios y a la Patria, activa y ferozmente, no es el tiempo del Valle de los Caídos sino la hora del Valle de Elah. Aquel donde cuentan las Escrituras que David supo tumbar al maléfico Goliath.

Siempre será honesto y legítimo predicar la concordia y bregar por ella. Cuánto más si el objetivo es la libertad de los cautivos, cuyo confinamiento supera el límite de todo oprobio. Pero sépase que la concordia no ha de pedírsele a Luzbel, ni ofrecerla como garantía de conciliaciones a cualquier precio, ni exhibirla como prueba de debilidad. La primavera no volverá a reír porque le roguemos a los tiranos que escuchen nuestras buenas intenciones. Antes habrá que alistarse en una resistencia valiente para que la tiranía no termine por arrasarlo todo.

Jordán Bruno Genta está a la derecha del Padre, gozando del merecido cielo que alcanzó por asalto, al haber caído como mártir de la Fe en el más estricto y cabal sentido de la palabra. Los mártires de los últimos tiempos no serán reconocidos como tales, escribía San Agustín. No serán reconocidos por los heresiarcas. Pero el Dios de los Ejércitos pasa revista en cada alba, y un ángel arcabucero señala su presencia con un centelleo vertical de luces altas.

De eso se trata este homenaje. De decir la verdad entera.

Jordán Bruno Genta: mártir de Cristo Rey. Jordán Bruno Genta: maestro de la Verdad. Jordán Bruno Genta: católico y nacionalista.

Jordán Bruno Genta: ¡Presente!

¡VIVA CRISTO REY!
¡VIVA LA PATRIA!

Antonio Caponnetto

lunes, 26 de octubre de 2009

¿Anti..qué?


LA DESVERGÜENZA DE LA D.A.I.A.

El jefe de la DAIA acaba de denunciar un crecimiento explosivo del antisemitismo, especialmente en la ciudad de Buenos Aires. Lo ha hecho continuando el monitoreo que desde 1998 la mentirosa e impune entidad le sigue a su benévolo huésped. En el presente caso dando por segura una sumisión desvergonzada de las autoridades.

No afrenta quien quiere sino quien puede. Y bien se sabe que el antisemitismo es un conocido invento para acallar cualquier reclamo contra los atropellos a los derechos humanos, o contra las insolencias de entidades como la D.A.I.A. La misma que por su odio al cristianismo impidió la enseñanza religiosa en Catamarca, establecida por su Constitución… Obviamente sin reacciones “antisemitas” de la Mesa del Diálogo, ni de las máximas jerarquías.

Pero cualquiera sea el disparate, la intención agraviante merece un condigno repudio. Y además interrogar: ¿Qué se esconde detrás de esta maniobra? Porque —sin entrar en refutaciones improcedentes— pocos países han de contar con tantos judíos en los más altos cargos públicos (gobernadores, ministros, jueces, fiscales y funcionarios de todas las jerarquías); de propietarios de tierras más extensas que países enteros; titulares de las empresas más prósperas, vinculadas con el Poder; periodistas de toda laya filtrando ideologías y plasmando costumbres; educadores; profesionales de todas la disciplinas; etcétera, etcétera. No faltando el máximo paradigma parricida, asesor de las Madres de Plaza de Mayo. Para más —y más que una anécdota— está fresco que el jefe de Gobierno de Buenos Aires —ciudad principalmente acusada por el insolente— en Navidad engalanó 17 plazas con candelabros judíos; ha plantado árboles simbólicos en la Avenida 9 de Julio; saluda en Idish y hasta baila con soltura en la fiesta del Janucá. Preside en fin, un Estado cuyas leyes perversas están eliminando todo rastro de la vieja ciudad católica.

¡Hasta dónde llega la audacia de la D.A.I.A.!… Acusar de antisemitismo mientras el juez Rozansky, presidente del tribunal que condenó inicuamente a un sacerdote católico, se jacta de haber hecho malabarismos para encuadrar al religioso inmolado en una figura penal inexistente en nuestro Derecho… Acusar de antisemitismo cuando el Gobernador judío de una provincia argentina suprime su bandera, porque en ella campeaba una Cruz… Sin protesta “antisemita” alguna. Y mientras se realizan ceremonias promiscuas para conmemoraciones hebreas en el más antiguo templo de Buenos Aires.

Esto es el colmo; pero algo más corona el escarnio de la D.A.I.A.: al refregar la infame expulsión del Obispo Richard Williamson.

Casimiro Conasco

domingo, 25 de octubre de 2009

Ultimo domingo de octubre


FIESTA DE CRISTO REY

En el siglo III Roma comienza a sufrir el asedio implacable de los bárbaros que ya irrumpían en el territorio de la mismísima península itálica. El último emperador capaz de hacerles frente fue Aureliano; pero ya Italia había dejado de ser un lugar seguro. El emperador rodea Roma de las imponentes “Murallas Aurelianas”, reflejo de la enorme riqueza del imperio, pero también de su creciente debilidad.

Otro peligro yace en las disensiones internas. Aureliano es asesinado por sus soldados en 275. En nueve años le suceden cinco emperadores, todos también asesinados por sus propios guardias.

Como el Palatino, hogar de los emperadores, se fuera transformando en lugar peligroso, al llegar Constantino al poder en 313, se aloja en un cuartel cerca de la Vía Casilina, y ocupa una vieja villa romana, el Palacio Sessoriano, donde rodeado de tropas fidelísimas, permanecerá hasta que traslade su sede imperial a Constantinopla. Elena su madre no se irá y morirá allí. Es ella una gran coleccionista de arte romano y griego. Entre sus esculturas preferidas conserva una estatua de Juno, expuesta hoy en los museos vaticanos.

La celebridad a Elena —además de las virtudes que la condujeron a los altares como santa— vino de su excepcional hallazgo, en Jerusalén. Allí, intentando recuperar los lugares santos, excavando la ermita de Venus que Adriano, en 135, había mandado edificar sobre el Calvario, encontró el Madero de la Cruz y otras insignes reliquias. Inmediatamente las trasladó a Roma y las ubicó en el Palacio Sessoriano, en una capilla que había construido Constantino a partir de un salón. También hizo cargar toneladas de tierra del Calvario en dos naves que llenó de bote a bote y, desembarcándola en Italia, con ella reconstruyó el piso de su capilla. Era un pedazo de Jerusalén ubicado en Roma.

Sobre esa capilla el Papa Lucio II hizo construir, en el siglo XIII, una basílica románica, rehecha casi por completo en el siglo XVIII bajo Benedicto XIV. En el medioevo, de Basílica Sessoriana fue rebautizada Basílica di Santa Croce in Gerusalemme, precisamente por la tierra jerosolimitana que Santa Elena había mandado traer allí. Hoy es una de las 7 Basílicas Mayores de Roma, a mitad de camino entre San Giovanni in Laterano y San Lorenzo.

Entrando, al fondo, se ve la capilla de Santa Elena, bajo cuyo pavimento está la tierra del Calvario. Curiosamente en el altar, una copia romana mutilada de la Juno vaticana que Elena tanto apreciaba, repuesta su cabeza y sus manos y con el agregado de una cruz, representa hoy a la mismísima Santa.
El más preciado lugar de la basílica es la Capilla de las Reliquias, que custodia los preciosos recuerdos desenterrados en el Calvario por Santa Elena.

En su entrada hay un cofre de vidrio engrapado a la pared, con un travesaño de madera que dice ser parte de la cruz de Dimas, el Buen Ladrón. En una vitrina empotrada en la pared del fondo está lo que queda del Madero de la Cruz del Señor, tras su fragmentación en forma de pequeñas astillas-reliquia a través de los siglos; también uno de los gruesos clavos que atravesaron las manos del Señor y dos afiladas espinas de Su corona.

Quizá más impresionante todavía, es una tablilla casi entera en donde de derecha a izquierda, según la costumbre judía, en hebreo, griego y latín, se lee la inscripción “Éste es Jesús rey de los judíos”.

Si nos ponemos a pensar, es el escrito más antiguo que se conserva sobre Jesús, el único testimonio gráfico contemporáneo a él, el solo título —no poca cosa— que le reconoció, aunque más no fuera “in artículo mortis” y sin saber muy bien lo que decía, la autoridad romana.

Estas tablillas eran colocadas por los jueces colgando del cuello de los que iban a ser ajusticiados y, después de la ejecución, fijadas sobre sus cabezas. Contenían en una breve frase el motivo de la condena. De allí que —como el resumen de un libro en su portada— esas tablillas recibieran el nombre de titulus, título.

Se utiliza hoy este término: Título de una obra, título honorífico, de nobleza, de propiedad, académico… Ésos son los títulos que vemos colgados de la pared de la antesala del médico, del dentista o del abogado y que siempre nos pronostican dolores y lesiones a nuestro patrimonio. Esos títulos son los que se placen en hacer sonar la prensa que se ocupa del jet set y zonceras similares. A esos títulos ni siquiera los rechazan las democracias, pues una vez abolida la monarquía y la nobleza, se inventaron otros con sus respectivas jerarquías: Diputado provincial —apenas barón—, senador nacional —casi marqués—; jefe de bancada, ministro, secretario, subsecretario; condecoraciones, legión de honor, órdenes del libertador; y finalmente, grados académicos, truchos o verdaderos, y todos con su respectivo pergamino y diploma, convenientemente enmarcados…

Pues bien, de todo eso, tan moderno y tan viejo, la tablilla sangrienta con la triple inscripción de Pilatos, es el único título humano que recibió Nuestro Señor. Y no diremos que de poca monta, al fin y al cabo no era humanamente irrisorio el ser descendiente de David y con derecho de sangre al trono del pueblo elegido.
En realidad se puede decir que, en esa capilla de Santa Croce in Gerusalemme, lo que se custodia son las Joyas de la Corona: Las verdaderas joyas de la Iglesia no son las que se conservan en los llamados tesoros de las catedrales –cálices enjoyados, copones y crucifijos esmaltados, mitras recamadas, báculos preciosos, etc. Las verdaderas Joyas de nuestro Rey se guardan en la poco visitada romana basílica de Santa Cruz de Jerusalén, aunque aquí no hay que hacer las colas que se hacen en la torre de Londres para visitar las joyas reales de Inglaterra. Poco valen madera y espinas, hierro y sangre, frente a las áureas alhajas de los reyes en serio o de opereta de este mundo y de sus émulos plebeyos y cholulos.

No obstante, a pesar de Su trono de madera y Su corona de espinas y Su cetro de caña, Jesucristo fue Rey, y lo sigue siendo, porque si la autoridad, regia o democrática, es función de servicio, y no despotismo, sino sumisión a la ley de Dios y búsqueda del bien de los gobernados; y también, es caminar alerta al lado y al frente del pueblo compartiendo su vivir, eso lo hizo Cristo en la sublime política de Su magisterio y liderazgo, y en Su última y suprema batalla de Su Pasión, Crucifixión y Muerte.

Y es quizá este fin humanamente escandaloso, de estrepitoso fracaso, en donde el Título de Rey parece una burla sobre el espantoso patíbulo de la cruz, el cual condena a lo relativo y pasajero, toda utopía política de este mundo y, junto a ellas, toda esperanza puesta en los bienes de esta tierra. Aún los títulos más gloriosos, aún los puestos cumbres de la historia, aún los escalafones capaces de atraer a sí todos los tesoros y todos los placeres y todo el poder, son tildados de vanos y pasajeros en el espectáculo atroz del Crucificado Rey de reyes.

Aún más, la imagen de nuestro Rey Crucificado nos muestra que de todos los oropeles y vanidades que nos puedan lograr nuestros mundanos títulos, solo serán fructuosos y dejarán algo, aquellos que sepamos poner al servicio de Dios y prójimo.
Justamente porque es un Rey humano crucificado y dado a Su pueblo, en la Resurrección Cristo es definitivamente coronado Rey en un sentido superior. No es un desconocido rey de esa porción de tierra palestina, herencia de David, castillo de naipes, sólo valiosa porque preanunciaba el verdadero Reino, sino precisamente es Rey imperial de ese Reino definitivo, el Paraíso, que Dios gesta lentamente bajo el gobierno del Jesucristo desde los caducos reinos de este mundo.

Y ese Reino ya vive entre nosotros mediante la gracia que, desde el bautismo, nos comunica con la vida eterna, anticipo de cielo, preanuncio del Edén perfecto, y que Cristo Rey Resucitado, Señor del Universo, gobierna para nuestro bien.

Sólo en dirección a ese reino, sólo enfilando nuestra proa hacia el cielo, hacia el amor a Dios y a los demás, podrá el hombre también en este mundo, encontrar paz y tranquilidad; un mundo que no advierte que es fugaz, pasajero, preparación para el Reino Verdadero; mundo que se cierra en la búsqueda del paraíso aquí abajo, donde no se le puede hallar ni construir, y que sólo es capaz de engendrar desgracia y extravío, división e injusticia.

Hoy, Festividad de Jesucristo Rey, la Iglesia quiere que abramos otra vez nuestra esperanza hacia ese Reino al que solo Jesús nos puede llevar, y que es capaz, incluso a último momento, de regalar al buen ladrón.

Sin embargo, como estamos en este mundo, recemos también por sus autoridades: Han ocupado títulos, coronas y Casas de Olivos; es su deber imitar en algo al único verdadero Rey. Es inútil que los aborrezcamos, critiquemos o envidiemos. Están donde están, sea como fuere que hayan llegado, y pueden hacer mucho mal, pero también mucho bien. Ayudémoslos a ser mejores, recemos para que se conviertan y sean cristianos, discípulos de Aquél que aplicó todos sus títulos, toda Su vida, en noble servicio a Dios y al prójimo. Y empecemos nosotros, cada uno, cualquiera sea el título que tengamos, por dar el ejemplo.

Architriclinus

sábado, 24 de octubre de 2009

viernes, 23 de octubre de 2009

Demoníacas


ESTOY HECHO
UN DEMONIO

Debemos tomar nota. La presidente ha dicho que “no hay que demonizar a Chávez”.

Y es cierto, en este sentido, compartimos la opinión presidencial, Hugo Chávez no es un demonio. Cómo podríamos pensar que un verdadero demonio cuando es, apenas, lo que Chávez es. Quién trataría de opacar de tal manera el negro brillo de satanás, confrontándolo con ese mediocre charlatán del caribe. Nunca imaginaríamos un demonio así de vulgar, nunca encarnado en ese coronel bufo, que luce los dones intelectuales y morales de un rinoceronte.

No hay derecho. Aún siendo el demonio nuestro mayor enemigo tiene derechos humanos y está amparado por la ONU y hasta por la Carta de la Tierra. No, señor, mandinga no merece esa degradación al chavismo, que es poca, realmente muy poca cosa.

Por otra parte, hay que decirlo, Huguito tiene títulos bien ganados, no podemos soslayarlo y ciertos trabajos realizados con dedicación y relativo éxito.

Claro que sí; no sería justo desconocerle a Chávez sus negocios con los narcoterroristas de las FARC, o el andamiaje de corrupción que montó en Venezuela, o el innegable talento para destruir su país y los países de la región o las persecuciones políticas, etc. Pero esas cualidades, por tremendas que fueran, no pasarían de méritos menores para un demonio verdadero ocupado, como debe ser, en arrebatar el alma de los hombres.

Acaso por acá vayamos mejor encaminados, entonces de lo que estaríamos hablando es, menos de un demonio con todas las letras y todos los fuegos, que de un sirviente.

Pero aún en ese papel de sirviente del diablo nos sorprende otra vez Hugo. Porque él recibe los más viles mandatos del demonio con entusiasmo, incluso dicen que está siempre dispuesto a llevarlos adelante sin fatiga en densas, inaguantables horas discursivas ante las cámaras de televisión. No sería exagerado decir en este punto que es un sirviente no sólo hablador sino afanoso.

En el mismo orden, pero acercándonos a un plano más doméstico sería como demonizar a Néstor. Nos toparíamos sí, con cierto oscurecimiento de la inteligencia, y con un abusivo empecinamiento en el mal, aunque en el fondo es un mal como de comic carente de seriedad, de todos modos notaríamos enseguida la falta de ese destello, por inicuo que sea, que distingue al verdadero demonio.

Tranquilícese usted, señora presidente, créanos que a estas alturas ya nadie confundiría a Chavez, ni a Néstor con demonios auténticos. En realidad son como demonios producidos en La Salada, tienen aspecto y gestos, vociferan y amenazan y hacen maldades, muestran incluso la marca, como los demonios verdaderos, pero a pesar de todo el camuflaje se trasluce lo esencial son copias, falsificaciones, demonios minuciosamente truchos, pobres diablos.

Miguel De Lorenzo

martes, 20 de octubre de 2009

Citas citables


NACIONALISMO Y TRADICIONALISMO
EN ALBERTO EZCURRA MEDRANO


Se cumplen en el 2009 cien años del nacimiento de Don Alberto Ezcurra Medrano, uno de los fundadores del nacionalismo católico y del revisionismo histórico efectuado desde una hermenéutica católica y tradicional. Padre de siete hijos, tres de ellos sacerdotes (entre los cuales el siempre recordado Padre Alberto Ezcurra), la mayor parte de su obra histórica —inventariada y dada a conocer gracias a varias notas de Ignacio Martín Clopett— permanece aún inédita. Entre otros escritos sin publicar se encuentran sus “Memorias”, de la cual ofrecemos al lector unos fragmentos valiosísimos que permiten advertir la ortodoxia fundacional del nacionalismo católico representado por Ezcurra Medrano, libre de influencias liberales, marxistas y populistas.

FRAGMENTOS DE SUS “MEMORIAS” INÉDITAS

1928 fue un año de cambios fundamentales en mi vida (…) La reacción antiliberal y antidemocrática que por ese tiempo comenzó a perfilarse en el mundo debió estar en el ambiente, pues sin vinculaciones políticas, sin contactos con otros grupos, la sentimos tres muchachos porteños y la concentramos en una minúscula agrupación que se llamó “Comité Monárquico Argentino”. Nació a fines de 1927 y adquirió forma orgánica el 14 de febrero de 1928 en unos estatutos que llevan la firma de sus tres fundadores y únicos miembros: Francisco Bellouard Ezcurra (+), Eugenio Frías Bunge y Alberto Ezcurra Medrano (…)

Fue una tarde de mediados de abril (…) cuando encontré a Pompón en la vereda. Daba señales de gran excitación y agitaba un papel en la mano. Había descubierto “La Nueva República”, periódico nacionalista y antidemócrata nacido a fines del año anterior (…) De hecho el Comité Monárquico quedó disuelto y sus tres miembros, en unión de Roberto Parker, nos incorporamos al grupo de “La Nueva República” (…) Yo me encargué de redactar la sección “Universitarias” en el periódico y el 15 de diciembre publiqué un editorial que se titulaba: “La reacción y sus dificultades” (…)

“La Nueva República” dejó de aparecer, por entonces, el 29 de diciembre de 1928. Su obra fue grande. En su viejo local de la calle Alsina 884 germinaron el Nacionalismo y la Revolución de 1930 (…) Los que en ella hicimos nuestras primeras armas, jamás la olvidaremos, porque allí aprendimos a interesarnos por los problemas nacionales, y a amar eficazmente a la patria (…)

Una mañana de abril de 1929 me habló por teléfono Juan Carlos Villagra. “La Nueva República” no había efectuado su anunciada reaparición y él, con su hermano Guillermo, Mario Amadeo y otros amigos, habían concebido el proyecto de iniciar un movimiento que continuara la campaña antidemocrática de “La Nueva República”. Con este objeto nos reunimos una tarde en la Academia Literaria del Plata, del Colegio del Salvador, y resolvimos fundar una agrupación católica, dentro de la cual difundiríamos nuestras ideas contrarias a la democracia liberal —condenada por León XIII en la encíclica “Inmortale Dei”— mediante una serie de conferencias que se darían tomando como programa el “Syllabus” de Pío IX. Teníamos también el proyecto de fundar un periódico y de intensificar la propaganda en la Universidad. Esta agrupación se denominó “Liga Universitaria de Afirmación Católica” (…)

Por ese tiempo nació mi vocación por la Historia. Siempre me había gustado, pero el descubrimiento, en un arca vieja que había sido de mi abuelo materno, de una cantidad de papeles de familia pertenecientes a la época rosista, me hizo interesar especialmente en ese período tan discutido de nuestra historia (…) Por tradición de familia siempre había tenido cierta inclinación sentimental hacia Juan Manuel, pero un mejor conocimiento de su época y la comprobación de la tremenda injusticia histórica que con él se había cometido, me hicieron furibundamente rosista.

Entre tanto, nuestra “Liga” no marchaba. La concurrencia a sus conferencias era escasa, y su carácter de agrupación “católica” no nos permitía difundir abiertamente nuestras ideas políticas antidemocráticas. Todo esto indujo a Juan Carlos Villagra a dejarla morir y a fundar una nueva agrupación de carácter esencialmente político y social, francamente antidemócrata, cuyo fin principal sería la publicación del periódico que anhelábamos (…) Resolvimos publicar el periódico y lo denominamos “El Baluarte”, nombre que adoptamos también para nuestra agrupación (…)

“El Baluarte” apareció en julio de 1929 (…) Su local fue mi casa, Junín 1024. Su Consejo de Redacción lo formamos los dos Villagra, Mario Amadeo y yo (…)

El programa de “El Baluarte” fue (…) esencialmente político y social, inspirado en la doctrina católica. Oponíamos al liberalismo “el predominio de los sagrados derechos de la Iglesia Católica”; a la democracia, “la República tradicionalista, mixta, corporativa y descentralizada”; contra los que negaban la existencia del problema social, nosotros proclamábamos su existencia y añadíamos que en esas cuestiones “poco nos separa de las normas dadas por León XIII el 15 de mayo de 1891”. Propiciábamos también el predominio de la cultura clásica sobre la “romántica y modernista” y nos proponíamos estudiar de nuevo la historia “a la luz de una crítica ajustada al juicio católico y conservador”.

“El Baluarte” apareció de julio a diciembre, en que se despidió hasta abril con un número extraordinario, en el que colaboraron nuestros amigos de “La Nueva República”. Durante el curso del año publiqué en el seis artículos: “El mal de nuestra época”, “La verdadera definición de la democracia”, “El pueblo aún no esta preparado”, “Nuestra independencia y el liberalismo”, “Nuestra independencia y el clero” y “La época de Rosas”. Estos tres últimos fueron particularmente interesantes, porque significaron la iniciación en nuestro país de un revisionismo histórico efectuado a la luz de un criterio antiliberal.

El triunfo revolucionario provocó honda conmoción en “El Baluarte”. Yo creí llegado el momento de unificar el Nacionalismo, dividido, ¡ya!, en dos grupos: “El Baluarte” y “La Nueva República”. La idea tenía enemigos decididos y hubo entre los “baluartistas” una sesión borrascosa, durante la cual asumí la defensa de la unión y logré imponerla. Desapareció “El Baluarte” y sus miembros, aumentados por nuevos compañeros, pasamos a integrar la “Comisión Universitaria de La Nueva República”.

Esa iniciativa me fue criticada muchas veces. Yo nunca me arrepentí de ella. Es cierto que entre “El Baluarte” y “La Nueva República” había algunas diferencias. El primero acentuaba lo católico y lo tradicionalista. “La Nueva República” se inclinaba más a la acción política y quizás no estaba exenta de influencias maurrasianas. Pero, precisamente, se trataba de infundir en ella nuestro espíritu. Además, hay que confesar que los del “El Baluarte” vivíamos un poco en la teoría política, en el aire, algo desconectados de la realidad argentina (…) La experiencia neorrepublicana nos fue útil a todos, nos hizo tomar contacto más íntimo con la realidad política argentina y nos infundió un mayor espíritu de lucha (…) Otros hechos posteriores nos demostraban también que nuestra unión con “La Nueva República” completó, pero no disminuyó, nuestra formación “baluartista” (…)

En 1937 (…) surgió “Restauración”.

“Restauración” fue, sin duda, la expresión más pura y más auténtica del nacionalismo argentino. Surgió a la luz de las llamas del incendio español, que iluminó a muchos de los fundamentos de nuestra nacionalidad. Algo contribuyó a su nacimiento mi “Catolicismo y Nacionalismo”, que entusiasmó a sus fundadores (…)

Hoy que miro “El Baluarte” con una perspectiva de más de treinta años, me doy cuenta hasta qué punto sigo siendo en 1960 el mismo “baluartista” de 1929.
Mi nacionalismo es esencialmente católico y tradicionalista. Fue una reacción de mi patriotismo contra el internacionalismo marxista y el desprecio por la patria de los liberales. Siempre fui patriota, como lo fue mi padre. No creo que el patriotismo sea un sentimiento que me sobre. Lo creo una virtud positiva. Me acompaña en esta opinión Santo Tomás de Aquino (…)

Nunca pude ser conservador, como parecería destinado por mi nacimiento, porque el conservadorismo, en nuestro país, se proclama liberal y el liberalismo es una herejía, y en nuestro país, con frecuencia, una traición. No es de la esencia del conservadorismo ser liberal, ni del liberalismo ser traidor, pero, en nuestro país, se han dado esas coincidencias, que soy el primero en lamentar (…)

Tampoco pude ser conservador porque he visto siempre en el conservadorismo, y sobre todo en los conservadores, demasiado espíritu de clase, demasiada defensa de intereses, los he visto demasiado conserva duros, como les decían en España. Y yo, aunque personal y familiarmente aristócrata, como ciudadano argentino antepuse siempre los intereses del país a los míos propios. ¿Quijotismo político? No. Verdadera aristocracia, que es la que tiene el sentido de servir al bien común. La que mira primero por sí misma se transforma automáticamente en oligarquía.

Pero si pude ser nacionalista y no conservador, ello no significa que esté de acuerdo con ciertas corrientes nacionalistas donde se da a la nación o al estado un valor demasiado absoluto; donde con criterio materialista se acentúa demasiado la importancia de lo económico; donde se acepta la Revolución como hecho ineludible, al cual hay que plegarse. Para mí la Revolución es el Anticristo en marcha y galoparle al lado es engrosar su cortejo.

(Memorias, 1956 y Apéndice al Capítulo III, 1960)

domingo, 18 de octubre de 2009

En el mes de los ángeles


ALGO PARA MEDITAR
SOBRE LOS SANTOS ÁNGELES

Los ángeles, ¿pueden o no pueden estar
en muchos lugares a la vez?

El ángel es de esencia y poder finitos. Puesto que la esencia y el poder de Dios son infinitos y causa universal de todas las cosas; con su poder llega a todas, no solamente en muchos lugares, sino en todas partes. Por su parte, el poder del ángel, porque es finito, no llega a todo, sino a una sola cosa concreta. Pues resulta necesario que todo lo que se relaciona con algún poder, se relacione con él como uno. Así, pues, como la universalidad de todos los seres constituye un único todo con respecto al poder universal de Dios, así también un ser particular constituye un único todo con respecto al poder del ángel. Por eso, como el ángel está en un lugar por la aplicación de su virtud en aquel lugar, hay que concluir que no está en todas partes, ni en muchos lugares, sino solamente en uno. Sin embargo, con respecto a esta cuestión algunos se han equivocado. Unos, incapaces de superar la simple imaginación, concibieron la indivisibilidad del ángel como la indivisibilidad del punto, deduciendo que no puede estar más que en un punto geométrico. Evidentemente, se equivocaron. Pues el punto es algo indivisible que tiene sitio, y el ángel, en cambio, es un ser indivisible al margen de todo sitio y cantidad. Por eso, no es necesario asignarle un lugar indivisible como sitio, sino uno, divisible o indivisible, mayor o menor, según que el ángel aplique voluntariamente su virtud a un cuerpo grande o pequeño. Así, todo el cuerpo al que se aplica por su virtud, le corresponde como un solo lugar.

Así, pues, resulta evidente que estar en un lugar le corresponde de distinta manera al cuerpo, al ángel y a Dios. El cuerpo está en un lugar circunscribiéndose a él, ya que sus dimensiones se adaptan al lugar. El ángel no se circunscribe al lugar, ya que sus dimensiones no se adaptan al lugar, sino que se delimita a él, puesto que está en un lugar de tal modo que no está en otro. Dios no está ni circunscripto ni delimitado, porque está en todas partes.

Los ángeles, ¿conocen o no conocen lo futuro?

Lo que es signo propio de la divinidad no les corresponde a los ángeles. Pero conocer lo futuro es el signo propio de la divinidad, según aquello de Isaías 41, 23: Anunciad lo que más tarde ha de suceder, y sabremos que sois dioses. Por lo tanto, los ángeles no conocen lo futuro.

Lo futuro puede ser conocido de dos maneras:

1) La primera, conocer lo futuro en su causa. De este modo se conoce con ciencia cierta lo futuro que necesariamente proviene de sus causas. Ejemplo: Mañana saldrá el sol.

2) En cuanto a lo que proviene de sus causas en la mayoría de los casos, no se conoce con certeza, sino sólo por conjeturas. Ejemplo: El médico pronostica la salud del enfermo. Éste es el modo de conocer lo futuro que le corresponde a los ángeles, y tanto más que a nosotros por cuanto conocen las causas universales de las cosas con mayor perfección; como los médicos que con mayor agudeza ven las causas de un mal pronostican mejor el futuro desarrollo de la enfermedad.

3) Por último, lo futuro que proviene de sus causas en pocos casos, es del todo desconocido. Ejemplo: Lo casual o fortuito.

Aun cuando la inteligencia del ángel está por encima del tiempo que mide los movimientos corporales, sin embargo, en él hay tiempo en cuanto sucesión de pensamientos. Por eso dice Agustín en VIII Super Gen. ad litt.: Dios mueve a la criatura espiritual en el tiempo. Y puesto que en el entendimiento del ángel hay sucesión, no está presente a él todo lo que se hace en el transcurso de todos los tiempos.

Los ángeles, ¿conocen o no conocen
los pensamientos del corazón?

Lo que es propio de Dios no le corresponde a los ángeles. Pero conocer los pensamientos de los corazones es propio de Dios, según aquello de Jeremías 17, 9-10: Perverso es el corazón del hombre; e inescrutable. ¿Quién lo conocerá? Yo, el Señor, que penetro los corazones. Por lo tanto, el ángel no conoce el secreto de los corazones.

El pensamiento del corazón puede ser conocido de dos maneras:

1) La primera, en su efecto; y de este modo puede ser conocido no solamente por el ángel, sino también por el hombre. Y tanta mayor ventaja lleva el ángel cuanto más recóndito sea el efecto. Ejemplo: Un pensamiento es conocido a veces no sólo por algún acto externo, sino también por la alteración de las facciones, y los médicos pueden conocer algunas afecciones del alma por el pulso.

Los ángeles, pues, lo mismo que los demonios, las conocerán tanto más cuanto con mayor penetración escudriñen este tipo de alteraciones corporales ocultas. Por eso Agustín, en el libro De divinatione dæmonum, dice: Los demonios a veces descubren con toda facilidad las disposiciones de los hombres, y no sólo las que manifiestan de palabra, sino también las concebidas en el pensamiento, porque en el cuerpo se refleja el estado del alma. En su libro Retractaciones, no obstante, dice que no puede asegurar cómo sucede esto.

2) La segunda manera es conocer los pensamientos conforme están en el entendimiento, y los afectos como están en la voluntad. De este modo sólo Dios puede conocer los pensamientos de los corazones y la tendencia de la voluntad. El por qué de esto radica en que la voluntad de la criatura racional no está sujeta más que a Dios, y en ella, como más adelante veremos (q. 105 a. 4; q. 106 a. 2; 2-2 q. 9 a.6), sólo puede obrar el que es su objeto principal y su último fin. Por eso, lo que está en la voluntad o lo que depende de la voluntad, solamente es conocido por Dios. Es evidente que de la voluntad sola depende que alguien piense de hecho alguna cosa, porque cuando alguien tiene el hábito de la ciencia o posee especies inteligibles, lo usa cuando quiere. Por eso dice el Apóstol en I Corintios 2, 11: Lo que hay en el hombre nadie lo conoce a no ser el espíritu del hombre que está en él.

El apetito animal no es dueño de sus actos, sino que sigue el impulso de otra causa, sea material o espiritual. Debido a que los ángeles conocen los seres corporales y sus disposiciones, por este medio pueden conocer lo que hay en el apetito y en la percepción imaginativa de los animales e incluso en el de los hombres, cuyo apetito se desencadena siguiendo algún impulso corporal. En los animales siempre sucede así. Sin embargo, no es necesario que los ángeles conozcan el movimiento del apetito sensitivo o la percepción imaginativa del hombre en cuanto movidos por la voluntad y por la razón, porque también la parte inferior del alma participa de alguna manera de la razón, como el que obedece al que manda, según se dice en la Ethica. Del hecho de que el ángel conozca lo que hay en el apetito sensitivo o en la imaginación del hombre, no se sigue que conozca lo que hay en su pensamiento o en su voluntad, porque el entendimiento y la voluntad no están sometidos al apetito sensitivo ni a la imaginación, sino que, por el contrario, pueden utilizarlo de distintas maneras.

Los ángeles, ¿conocen o no conocen
los misterios de la gracia?

Nadie aprende lo que ya sabe. Pero los ángeles, incluso los superiores, investigan los misterios de la gracia y los aprenden. Pues se dice que la Sagrada Escritura habla de ciertas esencias celestes que proponían cuestiones al mismo Jesús y aprendían la ciencia de su obra divina en favor nuestro, y Jesús les enseñaba directamente. Esto concuerda con aquello de Isaías 63,1 cuando preguntan los ángeles: ¿Quién es éste que viene de Edom? Y responde Jesús: Yo, el que anuncia la justicia. Por lo tanto, los ángeles no conocen los misterios de la gracia.

En los ángeles hay dos clases de conocimiento.

1) Uno natural, por el que conocen las cosas, bien por su esencia o también por especies innatas. Con esta clase de conocimiento no pueden conocer los misterios de la gracia, porque éstos dependen de la sola voluntad de Dios. Si un ángel no puede conocer los pensamientos que dependen de la voluntad de otro, mucho menos conocerá lo que solamente depende de la voluntad divina. Esto mismo es lo que argumenta el Apóstol en I Corintios, 2, 11: Lo que hay en el hombre nadie lo conoce a no ser el espíritu del hombre, que en él está. Así también, las cosas de Dios nadie las conoce sino el Espíritu de Dios.

2) Pero los ángeles tienen otra clase de conocimiento: el que los hace bienaventurados y por el que ven el Verbo y las cosas en el Verbo. Por esta visión conocen los misterios de la gracia, aunque no todos los misterios, ni todos los ángeles por igual, sino en la medida en que Dios haya querido revelárselos, según aquello del Apóstol en I Corintios, 2, 10: Dios nos los ha revelado por su Espíritu. Sin embargo, los ángeles superiores, que contemplan con mayor penetración la sabiduría divina, conocen en la visión de Dios mayor número y más elevados misterios que después manifiestan a los ángeles inferiores cuando los iluminan. Y entre los mismos misterios hay algunos que los ángeles conocieron desde el principio, y otros que les fueron enseñados más tarde, conforme lo iban exigiendo sus ministerios.

Santo Tomás de Aquino
(Extractos de la “Suma Teológica” - Iª, q.52,a.2; q. 57, as.3,4,5)

miércoles, 14 de octubre de 2009

Testigo de cargo


LA DISOLUCIÓN
DE LA DISOLUCIÓN

Todos mis lectores, memoriosos o no, habrán advertido que en los últimos números de esta combativa revista me he regodeado y especializado en mostrar testimonios de gente tanto de la izquierda como de la derecha liberal que levantan sus voces para protestar y preocuparse por el estado del mundo.

Más allá del valor de lo que dice cada uno de esos preocupados protestones, el síntoma me parece sencillamente maravilloso. Quiere decir que el agua está llegando al cuello y creando en los dueños del mundo una situación incómoda porque sucede que esas aguas miasmáticas que rondan ya el nudo de las corbatas ¡también les llegan a ellos, a sus vidas y a sus familias!

Nadie escapa a la sensación de que estamos viviendo en una burbuja de mentiras y al mismo tiempo en un pantano de disolución social. Bueno, ahora parece que hasta la disolución se está disolviendo.

Veamos, si no, el discurso que pronunció al asumir su cargo el nuevo Presidente de la Republique Française, Monsieur Sarkozy. La primera lectura es impresionante. Casi cada frase es una toma de conciencia del estado en que vive el mundo occidental.

Sarkozy se presenta como el enemigo jurado de “la frivolidad y la hipocresía de los intelectuales progresistas. El pensamiento único de los que lo saben todo…” y promete también “No vamos a permitir mercantilizar el mundo en el que no quede lugar para la cultura”.

Como comienzo, no está nada mal. Monsieur le President toma nota de los dos polos de poder que dejan al suyo propio reducido a una mínima parte: el poder cultural que a través del sistema de educación forma a las clases dirigentes y les insufla el pensamiento único y el poder económico, cuyas desmesuras ponen por un lado en peligro la vida en la tierra y por el otro dominan la mente del pueblo llano mediante la televisión y otros excretores de pornografía y estupidez.

Y sigue luego: “Desde 1968 no se podía hablar de moral. Nos habían impuesto el relativismo, la idea de que todo es igual, lo verdadero y lo falso, lo bello y lo feo, así como que el alumno vale tanto como el profesor…” Seguimos muy bien, pero ya empiezan a asomar algunas de las (graves) insuficiencias de M. Sarkozy.

Veamos. Seré el primero en alegrarme si me equivoco en mi vaticinio, pero seré también el primero en alegrarme si la previsible derrota del actual Presidente deja al menos en claro qué fuerzas lo han derrotado y por qué. Ese será un paso adelante, un paso positivo hacia el momento en que la disolución termine de disolverse. Porque parece que M. Sarkozy no ha tomado clara conciencia de qué es lo que realmente tiene enfrente. Es una gran cosa que nada menos que en Francia se hable de “esa izquierda que desde mayo de 1968… atiza el odio a la familia”.

Muy bien. Pero si el Presidente o alguien cree que las cosas comenzaron a andar mal en 1968… ya erramos el diagnóstico y con un diagnóstico equivocado es muy difícil acertar el tratamiento adecuado. Volveremos, como tantas veces, a confundir los síntomas con la enfermedad.

La modernidad vomitó, en el siglo XVIII, a los cuatro ciclistas del Apocalipsis. ¿Por qué ciclistas? Porque todos los personajes propios del iluminismo montaban un proyecto que sólo podía subsistir si se pedaleaba fuertemente y se lo mantenía en marcha acelerada. Primero los ricos, que construyeron la economía más productiva de la historia pero al precio de crecer, crecer, pedalear, pedalear, producir, producir. De pronto nos damos cuenta de que esa desmesura no puede sino terminar mal. Por el lado de los hombres, creando consumistas idiotizados por el último producto electrónico. Por el lado de las cosas, agrediendo al planeta.

El segundo ciclista son los intelectuales, un tinglado cultural en el que la crítica y la duda como principios absolutos terminan por devorar todas las certezas y caen, inexorablemente, en ese relativismo que preocupa a M. Sarkozy. Aquí también el sistema de la cultura (la del “discurso crítico”, como la llama Gouldner) es un mecanismo que tiene que roer y roer certezas, pedalear, pedalear, hasta que ya nada queda en pie, ni siquiera la misma cultura destructiva.

El tercer ciclista es el político, que tiene que curar siempre “los males de la democracia con más democracia” y prometer, prometer y prometer igual que pedalear, pedalear y pedalear, construyendo futuros sin pobres, sin guerras, sin desigualades… pero en sus cabezas. Aquí también el sistema lo exige: hay elecciones cada dos años y hay que inventar consignas para que la bicicleta continúe andando. Hasta que le memoria colectiva se sature y diga basta de utopías y de promesas vanas… hasta ese momento hay que seguir pedaleando. El conjunto responde a la definición de lo que los griegos llamaban hybris, la desmesura de las civilizaciones que caen en manos de sus peores elementos.

EL CUARTO

No te sientas defraudado, lector amigo, que aquí viene el cuarto ciclista del Apocalipsis. Habrás advertido que hemos descrito tres constantes de la modernidad: el rico que maneja una bicicleta que tiene por meta crecer, crecer y crecer. El intelectual que maneja una bicicleta que tiene por meta destruir los eternos mecanismos sociales sin reemplazarlos por nada eficaz. El político democrático que no logra ni logrará jamás solucionar los problemas de los hombres sencillamente porque eso no entra en sus cálculos: él quiere ganar elecciones, no gobernar.

Atrás, como arriando a los demás, viene la cuarta fiera puesta en libertad por el Siglo de las Luces. Pero de este protagonista no se puede hablar con la claridad con que se habla de los otros. No se lo puede mencionar por su nombre, pero se puede decir que es un pueblo que sale al ruedo en busca de un mesías humano, de un predominio imperial. Va detrás de los otros pero podría ir delante. Por el momento acumula un poder que admira por su fragilidad —si uno se limita a una zona del mundo— y deja atónito por su magnitud si uno atiende a los mecanismos de poder vicario (que unos ejercen por otros). Y conste que no se trata de una denuncia, sino de una interpretación teológica de la historia.

Lo grave para M. Sarkozy es que si apunta tres centímetros más debajo de esos grandes poderes, de esos ciclistas del Apocalipsis, corre el riesgo de quedarse en reformas impresionantes pero a la larga anodinas. Saludemos su aparición como síntoma del comienzo de la disolución de la disolución. Pero nadie se haga ilusiones —ay— sobre la eficacia de una acción que, para ser eficaz, exigiría dirigentes y votantes muy distintos.

DOS MADRES

Atiende, oh lector, lo que voy a contarte porque es mucho más eficaz, para entender lo que es la modernidad y el progreso que todo lo que te puedan enseñar los intelectuales por el estilo de Carlos Altamirano. (Ver número pasado)

El miércoles 25 de julio a eso de la mañanita trajeron a mi casa el ejemplar diario del diario “La Nación”. Apoltronado, más que recostado, en mi lecho de octogenario, comencé a leerlo con el escaso interés que me suscitan las acrobacias ideológicas de los periodistas de Saguier. De pronto se encendieron todos los radares: Una nota firmada por Don Sergio Dimaría anoticiaba de que en Mendoza una mujer había acudido a un Hospital a dar luz a su décimo hijo y se encontró con la sorpresa de que no era el décimo sino que eran del décimo al décimo tercero de un solo saque. Dio a luz cuatrillizos, todos sanos.

Hasta aquí la noticia es curiosa, pero no mucho más. Sucede que la multípara conversa con el cronista y dice que “no para de agradecer a Dios por la bendición de estos cuatro niños”. Su marido es albañil y ella trabaja en una panadería, pero sabe muy bien que “si una mujer está decidida a traer hijos al mundo es para darles amor, cariño y todo lo que necesiten” y doña Carina Mayorga, de 36 años, concluye muy guapa explicando “que no me le achico al reto de criar trece hijos”. Como frutilla de este exquisito plato, anotemos que los recién nacidos se llamarán Juana Candela, José María, Santiago y Pablo, no Jessica ni otro nombre de película. Bien. Bien.

Ahora saltemos al sábado 28 de julio, solo tres días después, y a las páginas de la más bien asquerosita revista “Noticias”. Allí nos enteramos de que en Buenos Aires se está realizando una selección (casting en la neoparla) de artistas adolescentes que intervendrán en un espectáculo llamado “High School Musical”. Sucede que una de las veinte adolescentes pre-seleccionadas ha perdido su lugar porque se ha descubierto que ha sido protagonista entusiasta de una película porno de nivel de aficionados, filmada entre amigos y “novios” y puesta a navegar en la red por un primo celoso. Hasta aquí, una noticia bastante vulgar, que contiene el infaltable ingrediente de la frecuentación, por la protagonista, de una escuela católica. Ingrediente que “Noticias” no se priva de destacar y que no tiene nada de asombroso para los que conocemos el estado de la educación “católica”.

Lo asombroso viene ahora. Concedida la palabra a la madre (Silvia Estrada) de la adolescente pornográfica, ésta manifiesta: “Sabía del video y aunque padres y abuelos no lo entendemos, filmarse en la intimidad es parte de una moda nueva de los jóvenes. Así como los más grandes nos sacamos una foto abrazados y dándonos un beso, ellos hacen eso”.

Desde luego, la tentación es de calificar de imbécil pluscuamperfecta (como decía Osés) a Doña Silvia Estrada y seguir nuestro camino. Pero la comparación entre el lenguaje de la madre de trece hijos y la de la progenitora de la putita precoz me parece que da para mucho más. No tanto por el enfrentamiento de dos mundos morales sino sobre todo por la comparación de dos universos de conocimiento y sentido de la vida.

La Señora Mayorga vive en una realidad sometida a normas, en un mundo de obligaciones para con los hijos que trae al mundo. Es un mundo con sentido, con caminos y metas preexistentes. La Señora Estrada, en cambio, es uno de los mejores ejemplos que conozco de que la empresa de Gramsci —“cambiar el sentido común”— es ilusoria y prueba que la pérdida del único sentido común produce estos inenarrables baches de anomia en los cuales se puede comparar una foto de grupo y una película pornográfica. Esta señora (mujer de un político democrático, añadamos) es de las seguidoras de Serrat y su mundo sin caminos.

Su hija es su fiel discípula y comienza temprano la promisoria construcción de caminos. Lo único que no entiendo es por qué excluyen a la nena del casting simplemente porque se salteó un par de etapas. Si todos saben que toda bicha que camina por el mundo del espectáculo va a parar al mismo asador al que ella llegó prematuramente. Es decir, la pérdida total de la vergüenza, que es condición necesaria para ingresar en la modernidad y gozar de sus prebendas.

UNA CORTE DE INMORALES

Desde hace muchos años los argentinos hemos caído en la espantosa trampa de las opciones sin escapatoria. Se ha visto claramente en todas las últimas elecciones presidenciales, pero ahora se extiende a todos los rincones de la vida pública. Recuerden el caso de la Corte Suprema creada por Alfonsín, compuesta por jueces sin relieve y su modificación hasta lograr la Corte de Menem, la de la mayoría “automática”.

Si yo sostuviera ahora que la de Kirchner es la peor de todas no faltaría quien me acusara de exagerado, tremendista y petardista, recordándome el renombre de varios de sus jueces. Sucede que cuando un país entra en crisis, uno de los primeros mecanismos que se cuartean es el de los prestigios sociales.

Porque, no nos engañemos: la fama actual es hija de la pública opinión, y la pública opinión es hoy la esclava de todo un sistema que tiene de cualquier cosa menos de la espontaneidad y la libertad que se suponía eran sus características esenciales.

Hoy, medios de difusión mediante y dominio de los mecanismos de producción de los prestigios intelectuales mediante, la fama ya no es el reflejo de una pública opinión libre sino el resultado de intrigas de poder. Zaffaroni goza de un predicamento infinitamente superior a sus méritos reales porque sus libros y sus artículos son difundidos urbi et orbi gracias a esas complicidades de alto vuelo.

Pero no es esta la razón por la que afirmo que nos encontramos frente a una corte de inmorales. Más modestamente, me remito a un largo artículo en “La Nación” del 22 de julio pasado. Allí le dan a la Dra. Carmen Argibay una página y media completa para que exprese su pensamiento. Y dice muchas cosas, pero la cosa verdaderamente significativa que dice se refiere al reciente fallo de la Corte en el caso Riveros.

Este caso, para los distraídos, consiste en que hace años la Suprema Corte de Justicia de la Nación absolvió de ciertos cargos vinculados con la Guerra Revolucionaria al General Santiago Riveros. Era otra Corte, pero uno de los miembros actuales estaba entre los que firmaron esa sentencia, aunque en realidad éste es un detalle sin importancia. Todo el orden jurídico está basado en la continuidad de las instituciones y no en la de los hombres.

De modo que si la Suprema Corte argentina (la integre quien la integrase) pronuncia una sentencia definitiva sobre un caso y esa sentencia queda firme (es decir, que ya no hay más recursos posibles en su contra) absolutamente nadie —ni la misma Corte— puede volver a juzgar el caso resuelto en la sentencia. Éste —el de la cosa juzgada— es otro de los pilares fundamentales del orden jurídico.

Lo cierto es que la actual Corte acaba de derogar ese fallo, con la disidencia de la Dra. Argibay, ordenando vuelva a enjuiciarse al Gral. Riveros. La docta jueza no deja de pronunciarse contra el fallo pero escapa —es por demás astuta— a toda crítica a sus pares. Sin embargo, el hombre de la calle se dice: la doctora Argibay explica su voto como una negativa a confundir venganza y justicia. Y “La Nación” le da grandes titulares con esa idea en la primera página del Suplemento “Enfoques” de los domingos.

Ahora bien: si ella optó por la justicia y no por la venganza, la conclusión obligatoria es que sus colegas de la Corte optaron por la venganza. ¿Y se quiere algo más inmoral y repugnante que una corte que falla basada en la venganza y no en la justicia? ¿Hay otra conclusión posible? ¿Hay otra interpretación aceptable?

Para colmo, no se trata de la venganza personal que, por pecaminosa que sea, admite al menos la comprensión. ¿Qué tendría que vengar —personalmente— el Dr. Zaffaroni, sumiso funcionario judicial del Proceso, por ejemplo? ¿Cuál de los otros jueces puede aducir un agravio personal por parte de los militares? Quizás la única sería precisamente la Dra. Argibay, que estuvo unos meses detenida.

De modo que el voto de la mayoría, si en efecto se fundara en la venganza, lo haría en el tipo más deleznable de ésta: el resentimiento ideológico de ratas que esperaron la caída de sus enemigos para roerles los ojos.

LA PUTREFACCIÓN DE LA IZQUIERDA

La modesta aspiración de este cronista es que dentro de unos doscientos años un investigador imparcial recale en un Instituto Bibliográfico y encuentre una colección encuadernada de esta revista. Que se ponga a leer esta impar sección y diga: “Oia, parece que ya en el siglo XXI se daban cuenta de que la izquierda no funcionaba”.

Esta modesta aspiración supone que en el siglo XXIII todavía va a haber un mundo con seres vivos, un país con alguna institución viva y que la izquierda va a seguir existiendo.

No es difícil que así suceda. No por virtudes de la izquierda sino por defectos de lo que no lo es. Viejo cuento que entiende todo contemporáneo: ¿alguien cree que Cristina podría llegar a ser Presidenta de la Nación Argentina si no fuera porque enfrente tiene una larga colección de Nadies? O sea, que es muy probable que de aquí a doscientos años la izquierda siga discutiendo su esencia y las tres mil divisiones que la caracterizan se hayan convertido en treinta mil, todas ellas seguras de conocer el camino “científico” para arreglar el mundo.

Como quiera que fuese, en estos años inaugurales del siglo XXI hay un fenómeno digno de destacar en el seno de la izquierda. Es la conciencia cada vez más clara, entre sus mismas huestes, de que en rigor no tienen nada que ofrecer. Nada.

Observemos lo que dice don Pacho O’Donnell (conocido funcionario de conocidos gobiernos) en “Perfil” del 8 de julio: “La centroizquierda tiene consignas mucho más atractivas que la centroderecha pues, por ejemplo, le pertenecen con exclusividad las reivindicaciones por los derechos humanos, pero su ineficiencia en el gobernar y su vacuo ideologismo ha vuelto a poner en valor aquella consigna (roquista) de paz y administración”. Lo cual explicaría el triunfo de Macri.

¡Notable texto del funcionario-novelista! Primero, parece que se trata de tener “consignas atractivas” no soluciones para los problemas de la gente. Y, en efecto, en eso ha derivado el discurso democrático que comenzó prometiendo, con los Parlamentos, una inagotable y esclarecedora discusión sobre todo lo opinable. O sea, todo. Y que ahora se conforma, humildemente, con “consignas” que “atraigan” a alguien como la miel a las moscas. Segundo, O’Donnell cree (parecería que en serio) que “las reivindicaciones por los derechos humanos” no tienen nada que ver con la “vacua ideología” de la izquierda.

Pacho: imagine Usted que la izquierda fuera algo serio y defendiera en serio los derechos humanos. ¿Cree que hubiéramos asistido al aquelarre jurídico al que asistimos y seguimos asistiendo en la Argentina? La “centroizquierda”, como Usted dice, ¿por qué tuvo que tragarse todos los sapos de la izquierda extrema y aceptar que terrorismo es solamente matar desde el Estado? La “centroizquierda”, al encolumnarse atrás de la Guerra Revolucionaria que llevó a cabo la izquierda leninista, demostró que no tiene mensaje propio y que se esconde tras el leninismo para ver si encuentra o soluciones o por lo menos justificaciones ante la Historia.

No son, pues, dos cosas distintas, “la reivindicación por los derechos humanos” y la “vacua ideología”. La centroizquierda ha metido lo primero en lo segundo y así le va. ¿O cuánto más creen que les va a durar esas reivindicaciones tuertas?

Más entretenido resulta leer —en “La Nación” del 12 de julio— los exabruptos de don José Saramago, que si poco sabe por comunista (“comunista hormonal”, así se autocalificó) menos sabe por viejo. El geronte está furioso con la izquierda (como Pacho) y no se priva de decirlo con todas las letras: “Hoy no veo nada más estúpido que la izquierda” y también que “de los ideales no queda nada”.

Pero no ha de perderse la esperanza. Aunque en Europa renazca la derecha y se asista “hasta a la presencia de extrema derecha con insignias fascistas” la consigna es la de siempre “hagamos una revolución”, pero esta vez sin armas, y con esta consigna: “no cambiaremos la vida si no cambiamos de vida”.

¡Y después don Karl hablaba de los socialismos utópicos! Hay un inconveniente. Con la juventud no se puede contar porque “el gran problema es que los chicos y las chicas de hoy no tienen pasado. Sólo tienen presente. Nosotros, a esa edad, teníamos un pasado: no sólo nuestro sino de la familia. Para las generaciones jóvenes el pasado no existe”. Oiga, don José, ¿y Usted cree en serio que en esa ruptura de los jóvenes con el pasado Ustedes los iluministas no tienen nada que ver? ¿Quién cortó las raíces de la Tradición en que todos encontrábamos nuestra identidad colectiva? Vamos, que a los noventa y tantos está feo tirar la piedra y esconder la mano. O tocar el timbre y salir corriendo.

SOBRE BEBÉS

Voy a comenzar esta notícula con una confesión personal: me he vuelto un viejo gagá de los bebés. Sucede que después de haber tenido en mis brazos (durante cincuenta y seis años de matrimonio) a setenta bebés (doce hijos, más cincuenta y ocho nietos) mis bisnietos viven en mayoría en el interior y los veo poco. De modo que todo aquello que involucre a chiquitines tiene de entrada mi simpatía.

Aunque en realidad en “Los niños del hombre”, película inglesa, el bebé tarda en aparecer. Estamos en un mundo en el que hace más de veinte años que no nacen niños y hay un ambiente apocalíptico agravado por la multiplicación cancerosa de los inmigrantes islámicos. Es una época de violencia y desolación, bien mostradas por la película. Una trama dentro de la trama hace que un joven don nadie se vea de pronto involucrado en la salvación del primer bebé que nace después de tantos años.

En lo que para mí es la escena central, dos grupos de combatientes se están destrozando en un paraje cuasi lunar. De pronto se oye el llanto del niño y poco a poco las armas enmudecen y la madre con su hijo pasa en medio de los que luchaban, que han hecho un alto el fuego espontáneo. Algunos caen de rodillas y alguno se persigna al pasar el bebé. Es, lejos, la mejor escena. Sin muchas explicaciones el niño toma el carácter de un símbolo que transforma una película de acción en algo digno de pensarse.

Me gustaría oír uno de esos comentarios esclarecedores que hace F.M. Por mi parte pienso que había un gran tema aprovechado a medias. En cualquier forma, es la primera película que conozco en la que el atroz tema de la despoblación de Europa y la irrupción del mundo islámico se presenta como parte medular de un argumento.

ROMINA, FELISA, EL CAÑO

“Si la vergüenza se pierde / nunca se vuelve a encontrar”. José Hernández sabía lo que decía: la vergüenza es el síntoma más delicado y preciso de una personalidad. Su pérdida provoca un desequilibrio del que difícilmente puede salirse.

Para tener vergüenza hay que partir de una clara noción del bien y del mal y hacer que penetre en nuestro entero ser. Sin esas dos condiciones no hay nadie con vergüenza. Primero: saber de qué debe uno avergonzarse; segundo: tenerlo tan asumido que lo que es vergonzoso nos pegue en el alma, pero como un golpe que no puede soportarse. En la década del ´40 un diputado radical participó del llamado “Negociado del Palomar”. Recibió una suma que hoy sería considerada una propina, pero en cuanto el escándalo saltó a los diarios, el diputado se pegó un tiro.

Sabía bien que había hecho algo malo, sabía bien que había dejado inficionarse su alma de ese mal y pensó —poco importa si con razón o sin ella— que ya no podía seguir viviendo. ¿Vergüenza en esta época de relativismo en la que nadie —o casi nadie— sabe qué es bueno o qué es malo? ¿Vergüenza en esta época de personalidades fofas y sin relieve, que no asumen ningún compromiso profundo?

En números anteriores hemos hablado de la pérdida total del pudor por parte de millones de señoritas (muy agraciadas) que hacen y muestran cualquier cosa con tal de salir en televisión. Eso ha terminado de producir, en nuestras sociedades, la quiebra final de lo poco que quedaba de vergüenza y de pudor. Pero ese espíritu no se limita a las acrobacias sexuadas que don Tinelli convoca en torno a un caño: se extiende como una peste repulsiva por toda la sociedad. Lo muestran los casos de Felisa Miceli y Romina Piccoloti que no sólo roban, defraudan y estafan, sino que se presentan muy sueltas de cuerpo en la TV defendiéndose. No solo han perdido el sentido del bien y del mal, sino que son incapaces de asumir que por ellas suenan las campanas. Ni hablemos de suicidio. Uno se contentaría con muchísimo menos: con que se callaran la boca.

Pero no, metafóricamente iguales a las señoritas del caño, Romina y Felisa exhiben su mercadería (el sobre con dinero de marras, las designaciones de toda la familia) con el mismo desparpajo. Aunque entendieran lo que está bien y lo que está mal, la cultura vigente les ha hecho imposible asumir de qué manera están metidas en el asunto.

POLÍTICA SIN DIOS

Así se llama el libro que con el subtítulo “Europa, América. El cubo y la catedral” publicó un escritor católico americano —George Weigel— del cual hemos comentado otra obra en esta sección.

La cosa comienza con una visita del autor a París y allí al “Grande Arche de la Defense” concebido por Mitterand, un adefesio cúbico modernista. Sucede que en el folleto turístico que le entregan se hace notar que bajo ese arco cabría cómodamente la Catedral de Notre Dame, fina joya del arte medieval.

De allí arranca la reflexión de Weigel, estructurada en torno a la comparación entre la situación político-cultural de Europa y la de Estados Unidos. Recorrer toda su argumentación sería muy largo, pero centrémonos en los dos polos que de alguna manera sintetizan las dos realidades que analiza. En Estados Unidos subsiste una religiosidad popular que en Europa está casi extinguida. Pero eso es casi lo de menos: en Europa existe algo que, según Weigel, no hay en Estados Unidos: una auténtica “cristofobia”, un deseo de borrar lo más pronto posible la presencia de (los restos del) Cristianismo de la sociedad. El ejemplo más notorio y flagrante fue la eliminación, en el proyecto nonato de Constitución europea de toda mención de la importancia de la herencia cultural cristiana.

Cuando Weigel recuerda que Europa “está cometiendo un verdadero suicidio demográfico mediante una despoblación sistemática… la mayor reducción sostenida de la población europea desde la Peste Negra del siglo XIV”, cualquiera advierte la razón que tiene su crítica de la política europea “sin Dios”. Cuando analiza las raíces y los resultados de una cristofobia construida por los dueños de la cultura, es fácil coincidir con él. No digamos cuando se atreve a preguntar “¿cómo es que existen burdas caricaturas del cristianismo (y enumera algunas) que llegan a tolerarse en la cultura popular europea de un modo en el que jamás se tolerarían semejantes difamaciones del judaísmo o del Islam?” (Habría que agregar que uno de los dos términos —el Islam— ha caído también bajo los dardos de los iconoclastas. No se registra nada parecido en relación con los judíos, que siguen siendo intocables).

Weigel se mete inclusive con los indicadores económicos de Estados Unidos y de Europa, haciendo notar que la economía europea atraviesa muy serias dificultades. Añade un dato curioso, que confieso me llamó la atención: Alemania, “la locomotora económica” europea, tiene un producto bruto per cápita equivalente al del Estado americano de Arkansas.

Todo está muy bien, y uno más bien piensa que Weigel se queda corto al plantear los desafíos sin salida planteados en Europa: la dictadura del relativismo y el colapso demográfico. Donde ya no estamos tan seguros es cuando empieza a contraponer al modelo europeo en dificultades las ventajas del modelo americano. Por lo pronto, no podía haber elegido peor la imagen simbólica de esa contraposición: la “espléndida catedral parisina de Notre Dame… y el gran cubo modernista de la Defense”. Porque la Catedral se hizo en Europa mientras que el modernismo cubista en arquitectura, los “rascacielos” y las grandes torres fueron impuestos en el mundo como una creación americana, más allá de los arquitectos que inventaron el modelo.

Pero ahora viene lo más grave… En un rapto de buena fe, Weigel enumera los “frentes que crean una gran perplejidad (en Estados Unidos): una regulación legislativa del aborto con la que ciertas especies de aves en peligro están legalmente más protegidas que un feto humano de siete meses, el recurso demasiado amplio y demasiado fácil a la pena de muerte; una serie de vulgaridades culturales de varios géneros, que incluyen la exportación masiva de pornografía por Internet; …elevadas tasas de divorcio y de nacimientos extramatrimoniales: imposibilidad de debatir ciertos temas, como el significado del matrimonio o la ética de la investigación con embriones en términos que excluyan el sentimentalismo o el utilitarismo; preponderancia de la corrección política, con la consecuente asfixia del discurso libre y de una argumentación seria, en demasiadas instituciones de enseñanza superior; introducción forzada en la vida pública de un moderado (?) secularismo… Obviamente la lista podría alargarse sin gran dificultad”.

¡Pobre Weigel, hombre de buena fe y de buena voluntad! Le es imposible entender que lo que está describiendo no son dos modelos sino dos etapas de un mismo modelo, y que lo que a él le parecen “frentes que crean una gran perplejidad” no son sino las cabeceras de puente del enemigo a partir de las cuales avanzará y llevará a Estados Unidos al mismo sitio en el que está Europa. O peor.

Aníbal D'Ángelo Rodríguez