lunes, 12 de octubre de 2009

Especialmente el 12 de octubre


LA BANDERA DE ESPAÑA
NO SE ARRÍA


Uno de los actos más recios y sublimes que hay es la izada del pabellón patrio por parte de una escuadra militante. La enseña ondea al viento, alegre y victoriosa, mientras sus soldados rinden el homenaje de sus erguidas figuras, renovando el juramento que allí les congrega, apostando la propia sangre en su defensa.

El acto sublime y recio cobra transcendencia cuando, una vez izada la bandera, ésta tributa el honor debido al Dios de los Ejércitos y de las Naciones. Es todo un pueblo quién, bajo los colores de su estandarte, ofrece pleitesía a la Verdad, implorando la entronización de Cristo Rey en el trono sagrado de la Patria.

España, en su roja franja del pendón, no disimula la herencia martirial y heroica de aquellos paladines de la Fe que testificaron la Cruz y el Imperio con sus vidas. El Hijo del Trueno, Santiago el Apóstol, que regó nuestra tierra, ahora santificada, con su generosa sangre, tomando para siempre la comandancia hispánica. San Hermenegildo, la máxima expresión de fidelidad a la Fe Católica, que le llevó al enfrentamiento con su padre hasta la muerte por no pactar y negociar la rendición de la Verdadera Doctrina. Los cruzados en Jerusalén, en Lepanto y los encuadrados en los Tercios de Flandes. Las aspas de san Andrés paseando triunfantes en sus conquistas y amortajando los cuerpos de los que nunca regresaron. Las partidas carlistas del XIX y los falangistas, requetés y soldados del 36. Todo ello visible y contenido en el flamear victorioso de la roja y gualda sobre las ruinas del invicto Alcázar toledano.

El gualda nos recuerda la grandeza de España hasta las confines del orbe, evangelizando, conquistando y civilizando los pueblos y las gentes de medio mundo. España, la Católica España, iluminando de teología los Concilios toledanos o impartiendo claridad en Trento. La luz del pensamiento y la doctrina, el albor del Imperio anudado a la Iglesia, la reyecía católica de sus monarcas y las miles de ermitas marianas levantadas con el sudor de los españoles en todos y cada uno de los rincones de la Patria.

La Organización de los actos conmemorativos de la renovación de la consagración de España al Sagrado Corazón había dispuesto la retirada de todas las banderas de España. Y así lo hicieron, una a una, de entre las veinte mil personas allí congregadas, dentro de la explanada que sirve de base al magnífico monumento del Cerro de los Ángeles. La orden era clara y rotunda. Rechazar la España antes descrita y representada en los colores de su Enseña Nacional. Es la renuncia expresa al catolicismo en España, a su unidad religiosa, a su historia, sus mártires y sus santos. Por enemistad, cobardía o complejo se quisieron arriar las banderas.

Se nos insistió hasta la saciedad que retirásemos la bandera que nosotros portábamos con el Sagrado Corazón en el centro. Nos negamos a ello a pesar de habernos quedado solos en la resistencia. El resto de banderas que ondeaban fueron rendidas incluso por orden de aquellos jefes cuyos antecesores las habían custodiado, a sangre y fuego, en las calles, las plazas y los montes de España. Al ultraje se unía la traición, salvo aquellos que tomaron su bandera y se marcharon a escuchar la Santa Misa donde no fueran rechazados, cumpliendo con la consigna aprendida de ser incapaces de pactar con sacrificio del Ideal.

Ayer, hincado de rodillas a los pies del Sagrado Corazón, pedí por la olvidada Unidad Católica de España. Supliqué por el manipulado pueblo español. Rogué por los desorientados que allí se congregaron y por los que deben orientarlos. Recé en reparación por nuestros pecados, nuestras faltas, nuestras infidelidades. Imploré por nuestra perseverancia y la de los cofrades de Pamplona que mantuvieron en alto el pabellón navarro con la laureada de San Fernando.

Y agradecí profundamente a Cristo Rey que, ante el ataque y la embestida oficial, permanecieron en alto nuestras banderas. Porque antes que la disciplina está el honor. Queda dicho y advertido para futuras ocasiones: La Bandera de España es innegociable.

Miguel Menéndez Piñar

1 comentario:

Federico Imatz de Lugano dijo...

Voto a Dios y a la Virgen que algún
impensado día nosotros logremos la
victoria sobre la faz de la Tierra
a través de nuestra cultura, así
como también reconozcamos a los
utopistas que lograron realizar el
bien a toda América: la España que
alzóse contra los moros y judíos.