domingo, 24 de mayo de 2009

Sermones y homilías


DOMINGO DESPUÉS DE
LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

“Ascendió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso”, rezamos en el Credo.

En el primer libro de la Sagrada Escritura leemos la emocionante e inspirada historia de José de Egipto. Leemos cómo sus hermanos celosos lo traicionaron, cómo fue vendido como esclavo a la casa del Faraón de Egipto, cómo se ganó el favor del rey y cómo explicó un sueño que preparó al pueblo egipcio para los siete años de hambre que habrían de sufrir. Como recompensa a su honestidad, habilidad y devoción, el Rey Faraón ascendió a José y lo hizo sentar en un trono a su mismísimo lado y lo convirtió en su segundo, revistiéndolo de poder real.

Algo similar ocurrió con nuestro Divino Salvador cuando ascendió al cielo.

En la Corte Celestial Nuestro Señor Jesucristo está sentado a la derecha de Dios, el Padre Todopoderoso.

El antiguo José del relato bíblico, es la figura de Cristo Señor: También Nuestro Señor fue traicionado. Nuestro Señor trabajó con su Padre Celestial. Nuestro Señor verdaderamente fue el Salvador del mundo.

Así como el Faraón recompensó a José haciéndolo gobernante junto a su lado, así Dios Padre recompensó a Cristo sentándolo a su derecha.

Cuando rezamos el Credo y decimos que “Cristo está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso”, profesamos que: Cristo, como Dios, es igual al Padre, y queremos decir que Cristo, como hombre, está en el lugar más alto en el Cielo.

Cuando decimos que Cristo está “sentado”, no indicamos una postura del cuerpo, una posición.

Lo que se anuncia es que a Jesucristo, el Hijo de Dios, le fue dada la posición que su dignidad merecía, pues Él es igual al Padre.

Esto le era debido por ser Dios.

Como hombre, Cristo Jesús mereció el lugar más alto en el Cielo, al lado del Padre.

La expresión “está sentado” significa “Poder Real”, significa el uso de un “Trono”. En la presencia de reyes todo el mundo usualmente permanece de pie, mientras que ellos permanecen sentados. El sentarse es una posición de descanso, una posición de satisfacción, una posición de poder.

El estar sentado implica, también, la existencia de un asiento, en este caso, un trono, un trono celestial digno de la Realeza del Dios-Hombre.

La Sagrada Escritura también agrega que Cristo está sentado “a la mano derecha de Dios”.

Espíritu Puro, Dios no tiene manos. Sin embargo, la expresión “a la diestra de Dios” —a la mano derecha de Dios— indica que Cristo estaba sentado en el lugar de honor, siguiente en dignidad a Dios Padre.

Como Dios, Cristo tiene un trono igual en honor y poder al trono de Su Padre. Como Hombre, el trono de Cristo es segundo y siguiente al de Dios. Como Dios y como Hombre, Cristo está por sobre todas las creaturas.

En algún modo las relaciones entre Faraón y José eran muy diferentes a la relación entre Dios Padre y Dios Hijo. Pero en algo eran semejantes: así como Faraón colocó a José en el segundo puesto en el Reino y dictó que todo el pueblo le brindara homenajes, también Dios Padre recibió a Cristo y lo colocó a Su derecha, en la posición de poder y honor.

Mientras seguimos con la mirada de nuestra alma a Nuestro Señor en Su Ascensión y entrada en la mismísima Corte de los Cielos y lo vemos sentado a la mano derecha de Dios, a la diestra de Su Padre Celestial, varios sentimientos crecen en nuestro corazón: Nuestra esperanza del Cielo recibe un nuevo impulso de vida. Saber que Aquél a quien seguimos ha entrado en Su gloria, nos da una renovada confidencia de que nosotros también un día hemos de compartir Su gloria.

Nada puede ser más estimulante para ayudarnos a llevar adelante una vida de bien. Aquí abajo es difícil, cansador; allí arriba hemos de ver la recompensa a nuestra paciencia.

Supongamos que Dios no nos hubiera revelado en la Sagrada Escritura que Nuestro Señor fue sentado a la derecha del Padre: Entonces vivir en virtud habría sido mucho más difícil. La misma palabra “virtud” habría sido vacía y vana. Así los bienes de esta vida habrían sido lo único apetecible. Vacías y realmente inútiles, estas burbujas materiales habríanse convertido en nuestra única preocupación. Sin este artículo del Credo, sin la Ascensión y sin todo lo que ella implica, las pasiones del hombre no habrían tenido control: el suicidio o el manicomio hubieran sido la única salida, y la sociedad solamente podría haber encontrado un alto a los sufrimientos de éste, ya sea en el patíbulo, la espada o el cementerio.

Por el contrario: sabiendo con absoluta seguridad que Cristo ha sido entronizado en la gloria y teniendo en cuenta que Él nos espera con un lugar preparado para nosotros, podemos aquí abajo canjear los bienes terrenales por los bienes eternos.

Con la Ascensión en mente, podemos intentar cada una y todas las virtudes, cada uno y todos los sacrificios.

Con alegría pagamos el precio del trabajo y del dolor.

Hoy, en el domingo siguiente a la Ascensión del Señor, nuevamente la Divina Misericordia de Nuestro Creador a través de la maternal intercesión de la Santa Iglesia, nuevamente se nos recuerda que una vida íntegra será recompensada, que todo acto bueno tendrá su gratificación.

Lo normal habría sido estar triste ante la partida de Nuestro Señor de este mundo nuestro. En su lugar, estamos alegres, alegres de que Él ha recibido su recompensa, alegres de que ahora nosotros podemos estar seguros de nuestra propia recompensa.

Ojalá que seamos dignos de ascender con Él.

Un Sacerdote Fiel

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Magnifica explicacion de un tema tan dificil!
¿seria posible saber quien es el autor?

Si vive, me gustaria hacerle llegar mis respetos.

Si ha muerto, no me cabe duda que ha sido recibido por el Señor y esta tambien, a su diestra, del lado de los justos.