domingo, 31 de mayo de 2009

Sermones de Pentecostés


LAS GRACIAS A PEDIR
EN PENTECOSTÉS


Si celebramos las fiestas de los santos, con mayor razón debemos celebrar la Fiesta de Aquél que es Fuente de la Santidad, de Aquél por Quien existen los Santos. Si ensalzamos a los santificados, mucho más lo merece Quien los santificó. Y hoy se ensalza al Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, al evocar la ocasión en que se manifestó a los hombres sensiblemente: Quien es invisible, se hizo para ellos visible.

Ya había ocurrido algo semejante con la Segunda Persona, el Hijo, Quien siendo también de por sí invisible, quiso manifestarse en la carne.

Antes conocíamos algo del Padre y del Hijo; hoy el Espíritu Santo nos revela algo de sí mismo. Ahora, conocemos pocas cosas y creemos todo lo que no podemos comprender. Del Padre sabemos que es el Creador, pues lo proclaman las criaturas: Él nos hizo y somos suyos. Del Hijo sólo conocemos, y por Revelación, la maravilla de Su Encarnación. ¿Acaso –pregunta San Bernardo– es posible comprender que el Engendrado sea igual a Quien le engendró? Y del Espíritu Santo no se alcanza a entender acabadamente cómo procede del Padre y del Hijo.

Este inefable y divino misterio, por su misma naturaleza tanto nos sobrepasa que humildemente admitimos no poderlo abarcar, pero algo percibimos de la Procesión del Espíritu Santo: Que ésta tiene un doble aspecto: De dónde viene y a dónde va. El Espíritu Santo, dimana, procede, del Padre y del Hijo, pero hace que Su presencia espléndidamente comience a hacerse tangible y operante entre los fieles. Como es invisible, nos debe demostrar Su presencia por medio de signos visibles: Así, cincuenta días después de la Resurrección del Señor, vino el Espíritu Santo sobre los Apóstoles en lenguas de fuego, para que estos humildes hombres pronunciaran palabras de fuego, y predicaran con lenguas de fuego una ley que era de fuego.

Las manifestaciones del Espíritu Santo siempre tienen por objeto el bien común de la Iglesia. Así, su manifestación en lenguas de fuego no se hizo en beneficio de los Apóstoles, sino del mundo, porque si los Apóstoles necesitaban ser entendidos en diversas lenguas, era para convertir al mundo. Hubo también otras manifestaciones del Espíritu Santo especiales para ellos por las que fueron investidos de una fuerza divina y, así, los que ayer eran tan cobardes, hoy son tan audaces. Ya no huyen ni se esconden por temor a los judíos: Su arrojo actual para predicar supera su timidez anterior. Este cambio admirable operado por el Espíritu Santo es evidente cuando vemos, por un lado, el miedo de Pedro ante las palabras de una simple criada y, por el otro, su posterior entereza y valentía ante los azotes de los príncipes.

Dice la Escritura que “salieron del concejo contentos de haber merecido aquel ultraje por causa de Jesús”, aunque poco antes, en la madrugada del Viernes Santo, habían huido, abandonando al Señor. Es indudable que vino a los Apóstoles un espíritu muy recio, que transformó sus almas con una fuerza invisible. En este sentido, lo que el Espíritu realiza en nosotros, da testimonio de Él.

A nosotros se nos pide que nos apartemos del mal y hagamos el bien. Y el Espíritu Santo acude precisamente en auxilio de nuestra debilidad para ambas cosas, porque, dice de San Pablo, “los dones son variados, pero el Espíritu es el mismo”. Así, para apartarnos del mal, nos inspira la compunción, la oración y el perdón: El arranque de nuestro retorno a Dios. No son obra de nuestro espíritu, sino una inspiración del Espíritu de Dios, una gracia actual.

El que está muerto de frío y se acerca al fuego para calentarse, no duda jamás que el calor que ahora posee procede de ese fuego. Lo mismo ocurre al que, congelado en el mal, se templa en el fervor de la penitencia: Es indudable que ha venido a él un Espíritu que ha reprendido y juzgado al suyo. Lo dice claramente el Evangelio, refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él: “Probará al mundo de que hay culpa”.

Mas ¿de qué aprovecha arrepentirse del pecado, si no se pide perdón?

El Espíritu Santo inspira arrepentirse del pecado, infundiendo en el alma la dulce esperanza que impulsa a pedir con fe, sin dudar mínimamente. ¡Y aún pedir con fe es una inspiración del Espíritu Santo! Baste decir que, cuando Él falta, nuestro espíritu no siente nada de esto; está endurecido, congelado por el pecado. Por otra parte es el Espíritu Santo –volcándose en nuestro corazón– Quien nos permite exclamar: ¡Abba! ¡Padre!

Insondable misterio, el Espíritu Santo no sólo es nos concede lo que pedimos, sino que también nos concede la gracia para pedirlo. Nos alienta con una santa esperanza, y hace que Dios se incline compasivo hacia nosotros. Es el Espíritu Santo Quien concede el perdón de los pecados: ¿No escucharon, los Apóstoles de labios de Nuestro Señor: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedarán perdonados”?

El Espíritu Santo también influye en nosotros para hacer el bien. Va a las potencias de nuestra alma: Aconseja a la memoria. Instruye al entendimiento. Mueve la voluntad. Sugiere cosas buenas a la memoria para que piense santamente; alejando así de nosotros la pereza y la torpeza. Por eso, siempre que sintamos esos impulsos hacia el bien, glorifiquemos a Dios y honremos al Espíritu Santo, Cuya voz susurra en nuestros oídos declarando lo que es justo.

En el Evangelio, el Señor nos dice que “Él os irá recordando todo lo que Yo os he dicho”, e inmediatamente antes había dicho: “Él os lo enseñará todo”. Por eso decimos que el Espíritu Santo, además de aconsejar a la memoria, también ilumina el entendimiento. Es fácil aconsejar hacer el bien; pero sin la gracia del Espíritu no sabemos bien qué hacer.

Él es quien nos inspira buenos pensamientos y nos enseña a ponerlos en práctica, para que la gracia de Dios no sea estéril en nosotros. Así pues, no sólo depende del Espíritu Santo el consejo y la instrucción, sino también sentirnos inclinados e impulsados a hacer el bien.

Respetando nuestra libertad, Él es quien acude en auxilio de nuestra debilidad, infundiendo en nuestros corazones amor y buena voluntad, moviendo eficazmente nuestra voluntad.

Cuando el Espíritu Santo viene y posee totalmente el alma y sus potencias –memoria, inteligencia y voluntad– con sus consejos, instrucciones e impulsos de amor, nos comunica la voz del Señor, nos ilumina la inteligencia e inflama la voluntad. Es como si nuestro propio ser, nuestra propia “casa”, estuviera llena de unas como lenguas de fuego... Esto sucede siempre que estamos en gracia. En el Domingo de Pentecostés es cuando el Espíritu Santo se vierte en nosotros con una medida generosa, colmada y rebosante. Es ahora, en Pentecostés, que los fieles que han vivido el año litúrgico, que lo han puesto en práctica en la vida diaria, pueden regocijarse y escuchar la voz del Espíritu Santo, invitándoles a que descansen de sus trabajos.

¿Cuáles son las gracias que hoy, en la Fiesta de Pentecostés, todos debiéramos pedir?

1°: No apagar en nuestra alma la llama del Espíritu Santo. Por el pecado mortal se la apaga y se arroja al Espíritu Santo del corazón. Por la inclinación al pecado venial se oscurece la belleza del Espíritu Santo y su divino resplandor.

2°: No oponer resistencia al Espíritu Santo. Resistir es combatir la verdad conocida. Era el pecado de los judíos, que rechazaban y crucificaban a Quien habían reconocido como el Mesías Prometido. Resistirse al Espíritu Santo es no rendirse a las inspiraciones que nos sugiere y que nos son conocidas como tales.

3°: ¡No contristar al espíritu Santo! Contristarle es obedecerle con lentitud; es ejecutar con cobardía lo que exige de nosotros; es querer entrar en componendas y no querer dárselo todo.

4°: Agradecer Sus Dones. Recibámoslo como los Apóstoles y aclamémoslo con las palabras de la Secuencia de esta Misa:
Veni Sancte Spíritus,
Accende lumen sensibus...
Veni Pater pauperum.
Ven Espíritu Santo.
Da luz a nuestra inteligencia.
Ven, Padre de los pobres.

Un Sacerdote Fiel

viernes, 29 de mayo de 2009

Nueva conferencia


HABLA EL PROFESOR

ANTONIO CAPONNETTO

Tema:
“LOS ARGUMENTOS SOFÍSTICOS
Y EL TESTIMONIO DE LA VERDAD”

Lugar:
SOLER 5942, Palermo

Día:
SÁBADO 30 DE MAYO

Horario:
20:30

Auspicia:
SOCIEDAD INTERNACIONAL
“SANTO TOMÁS DE AQUINO”

Se agradece difundir

jueves, 28 de mayo de 2009

Más sobre la Iglesia clandestina


LA HEREJÍA
BONAFINIANA


Que un grupo de sacerdotes católicos, conjuntamente con una declarada partidaria del aborto y de la contranatura, se unan para impartir un Seminario de Teología, es un escándalo; pero que además este grupo esté organizado por Hebe de Bonafini y funcione en su autodenominada “Universidad Popular”, supera el dislate.

Por el sitio de Internet de la Asociación Madres de Plaza de Mayo (www.madres.org) se informa que la referida “Universidad” ha organizado un Seminario de Teología de la Liberación que tendrá por bonafinescos docentes a Fray Antonio Puigjané (conocido asaltante de regimientos), al Padre Jesús Olmedo (claretiano español, hermano del Obispo Pedro Olmedo, con quien interactúa en La Quiaca), el Padre Marcelo Trejo (mano derecha del sodomita Maccarone), el Padre Delfor Brizuela, alias “Pocho” (del que ya nos hemos ocupado desde la Revista), el Padre Carlos Gómez (párroco de la Iglesia Stella Maris de Ensenada), el Padre Alejandro Blanco (asesor del Hogar Madre Tres Veces Admirable), Patricio Doyle (ex-sacerdote adscripto al indigenismo), el Pastor Arturo Blatezky (de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata, miembro, junto con el Obispo de Neuquén, Monseñor Melani, del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos), Oscar Campana (director de la revista “Vida Pastoral” de la Sociedad de San Pablo) y Diana Maffia (explícita partidaria del aborto y la contranatura, copartícipe de encuentros con la Asociación de Mujeres Meretrices por los Derechos Humanos y la Asociación Lucha por la Identidad Travesti y Transexual).

Triste elenco que habría de actuar bajo la coordinación de Antonio Fenoy (ex-sacerdote que fue dejado cesante como docente de catequesis en La Plata por enseñar doctrinas contrarias a la Iglesia Católica) y de Ernesto Martínez. Cabe consignar que la auspiciante, Hebe de Bonafini, no presenta mayores antecedentes como teóloga, salvo dos incursiones verdaderamente audaces, en una de las cuales, como se recordará, atribuyó condición porcina a S.S. Juan Pablo II, y en la otra dejó revelado para la posteridad quiénes arderán en el infierno y quiénes no.

El objetivo del Seminario impartido por tan piadoso cuerpo docente es “comprender el carácter revolucionario del mensaje de Jesús y su proyecto de liberación de los pueblos” buscando solucionar definitivamente “los temas que atraviesan la fe cristiana y su praxis política”.

Así que ya se sabe: Bonafini, sus curas, pastores y demás teólogos y abortistas serán los que arreglarán la fe cristiana; no se necesita más.

La gravísima y sacrílega fantochada de esta Iglesia Clandestina ha llegado muy lejos, mientras los fieles que integramos el católico rebaño le seguimos preguntando ciceroniamente a la Jerarquía: ¿Hasta cuando seguirán abusando de nuestra paciencia?

Fernando José Ares

miércoles, 27 de mayo de 2009

Guerra antisubversiva


PLAN SISTEMÁTICO
DE EXTERMINIO

Los habitantes de un tranquilo pueblo de provincias un día advierten un hecho extraordinario, la aparición de un rinoceronte por las calles de ciudad. Así comienza Ionesco el relato de su obra teatral “Rinoceronte”.

Los personajes sorprendidos al comienzo por esa presencia oscura en poco tiempo se acostumbran al rinoceronte y paulatinamente dejan de interrogarse: ¿Qué estamos haciendo con nuestras vidas?, y comienzan a olvidar lo humano, aceptando vivir de acuerdo a lo que les imponen las bestias.

La opción significará para esas gentes caer en penosas degradaciones personales, que se ven reflejadas después en lo colectivo, y se va configurando un drama al que no son extraños la angustia de la despersonalización, ni la progresiva deshumanización de los personajes, fenómeno que el autor titula “rinoceritis” y que ahora podríamos llamar bestialización de la vida y de la cultura.

Hace ya tiempo que en la Argentina vivimos algo parecido.

Por gracia de los llamados derechos humanos hay en nuestro país una perversa fragmentación y deshumanización de la sociedad. Nos han planteado y hemos aceptado vivir en la jungla, hemos dejado de ser convivientes para ser animales en pugna.

De un lado están aquellos a los que parecería que les pertenecen los derechos. Para ellos, para los “dueños” de los derechos humanos todo privilegio, inmunidad y arbitrariedad es posible, no hay límites para lo que sea; de ese lado, del lado de la fiesta, la ley no es mucho más que su voluntad.

En el lado oscuro del jardín estamos los demás, los que quedamos afuera del reparto de derechos, los argentinos desheredados.

No es de asombrar entonces que, como las instituciones del país —empezando por la justicia— tienen existencia real solamente más allá de esta nueva cortina de hierro, de un lado no haya derecho alguno y del otro ni siquiera deberes.

En los últimos días se conoció que el Hospital Militar de Tucumán negó atención médica al General Bussi debido, según nos dicen, a que el IOSE le habría ¿quitado? sus derechos. Éste fue atendido, posteriormente, en un hospital provincial.

La noticia podría comentarse desde muy distintos ángulos, como ser el abandono de persona por parte del Hospital Militar. Constituye además una falta grave al juramento médico por el que prometemos preservar la vida, siempre, aún tratándose de un General. Podría también considerarse como un acto discriminatorio hacia un ciudadano argentino enfermo, negándole, en su país, asistencia médica. En suma: una violación bastante espantosa, al derecho muy humano a recibir asistencia médica.

Pero además de lo ocurrido en Tucumán —ciertamente de no menor gravedad— está el hecho dado por la persecución de militares y civiles en los juzgados, en los medios y en las cárceles de nuestro país.

Parecería alentarlos una inaudita perversión, buscando venganza de algo supuestamente ocurrido hace 30 ó 35 años, y de lo que, en definitiva, los acusadores son por lo menos tan responsables y tan asesinos como el peor de los homicidas militares. Situaciones degradantes generadas sin otro propósito que avasallar la dignidad de esos grupos humanos. Cárceles o, en todo caso, aguantaderos mugrosos del Estado progresista, donde comer es casi una fatalidad insoportable y el mal trato es obligatorio, pues así se lo exigen a los guardias.

La asistencia médica, que de algún modo hay que llamarla, o conseguir un medicamento, dependerá de que el médico se atreva a cumplir con su deber, y… ¡de la autorización del juez y del ministro de justicia! Lo cierto es que en el tiempo que lleva esta cacería sistemática de disidentes del pasado, hay ya cuarenta muertos. Muchas de esas muertes —como los suicidios— se dan en circunstancias difícilmente explicables mientras que las evidencias indican claramente falta de una asistencia médica mínimamente adecuada.

Hasta hubo ya, en el extremo más deleznable de la manipulación, una esposa y sus hijos detenidos luego del ¿suicidio? de su padre. Mientras tanto las bondadosas madres y abuelas, a las que nadie puede consolar del todo ni recompensar suficientemente, piden castigo para esos familiares culpándolos por una muerte de la que ellos eran las primeras y más dolorosas víctimas.
La última muerte, esta vez rodeada de testigos, pero sin médico, es la del capitán Pazo, tristísima circunstancia en la que un argentino enferma, se agrava y agoniza a la vista de sus compañeros de prisión que claman por atención médica, que nunca llegó.

Pero no quiero dejar de referirme a algunos de mis colegas médicos, tanto del servicio penitenciario como de las Fuerzas Armadas, que como en los regímenes totalitarios, han sido degradados a burócratas del Estado, sirviendo a los fines menos humanos de la tiranía de los derechos humanos. Ya no atienden a personas “sin otra distinción”; optaron por la apariencia de la medicina.

Por otra parte, y mirando hacia atrás, no es difícil darse cuenta que los responsables de este exterminio sistemático son los asesinos terroristas que en los setenta crearon las cárceles del pueblo. Los mismos nombres de entonces y de siempre, los autoindultados de sus muchos crímenes, haciendo las mismas cosas, enfrascados en la soberbia que los enceguece, ajenos a la piedad y aún al horror. Encarnan ahora desde el poder, el nuevo terrorismo de Estado.

De los terroristas, todos lo sabemos, vendrá no mucho más que el espanto: allí concluye su mundo maravilloso. De algunos médicos, la sociedad —sobre todo la aún no bestializada— espera una actitud menos ruin, protegiendo y no destruyendo la vida.

Si es cierto lo que decía Chesterton, que “la camaradería es el alma de los ejércitos”, cuando los mandos militares traicionan a los camaradas presos destruyen a las instituciones porque les quitan el alma, y a la patria porque la dejan indefensa. De esos militares corroídos por iniquidades y sobres, claro está, nadie espera nada.

Miguel De Lorenzo

lunes, 25 de mayo de 2009

Nacionales


MAY THE 25th, 2008

“El Congreso no puede conceder al Ejecutivo Nacional, ni las Legislaturas Provinciales a los gobernadores de Provincia, facultades extraordinarias, ni la suma del poder público, ni otorgarles sumisiones o supremacías por las que la vida, el honor o las fortunas de los argentinos queden a merced de gobiernos o persona alguna. Actos de esta naturaleza llevan consigo una nulidad insanable, y sujetarán a los que los formulen, consientan, formulen o firmen, a la responsabilidad y penas de los infames traidores a la Patria”.
(Constitución Nacional, artículo 29)

Las circunstancias actuales obligan a ser repetitivos y repasar temas ya conocidos y resaltar ciertos comunes denominadores. Conviene reiterar el concepto precisado por Federico Daus en “El Subdesarrolo Sudamericano”, de que a esta situación se llega por la intrusión extranjera, con la colaboración —claro está— de los agentes nativos. Y también las palabras de nuestro conocido Aurelio Peccei: “Las multinacionales de hoy no son realmente multinacionales. Son sociedades que cuidan los intereses de una nación dentro de otra”. O las de Woodrow Wilson: “Un país es poseído por el capital invertido en él”.

Otra cosa a tener bien presente es el conjunto de los métodos que emplea el Imperio para someter a los países:
1) no mostrar el poder;
2) dividir para triunfar;
3) no tener amigos ni enemigos permanentes, sino intereses permanentes;
4) no utilizar el cuchillo si se puede usar el veneno;
5) en lo posible, dejar que los nativos hagan el trabajo sucio.
Todo esto en una estrategia sin tiempo, basándola en la consigna de Sun Tzu: “la guerra implica el engaño”.


El Imperio fijó sus ojos en nuestras riquezas hace ya mucho tiempo. Baste recordar que el primer testimonio escrito de sus propósitos data de 1711 —“Una Propuesta para Humillar a España”— cuyo autor (anónimo, naturalmente) elevó su manuscrito al Conde de Oxford y Mortimer aconsejándole que “Buenos Aires es el mejor lugar del mundo para fundar una colonia británica”. Tras los intentos de 1806/7,continuó la infiltración económica y el reclutamiento de agentes nativos. Ya en 1810 Mr. Alexander Mackinnon, presidente de la British Comercial Room de Buenos Aires se presentó ante Mariano Moreno para “felicitarlo por el cambio y recibir garantías de que sus intereses comerciales no volverían a sufrir ninguna interferencia” (cfr. A. Graham Yoole, “La Colonia Olvidada”). Bernardino Rivadavia regresó de Inglaterra, donde fue a efectos de formar una compañía minera para explotar los yacimientos de metales preciosos de las Provincias Unidas del Río de la Plata en octubre de 1825; después fue designado Presidente. Saltando en el tiempo llegamos a la época del secuestro de los hermanos Born por los Montoneros.

Recordamos que los Bunge son oriundos de la isla de Gotland (Suecia), desde donde parte de la familia emigró a Holanda, permaneciendo Edouard Bunge en Amberes y trasladándose Ernesto a Buenos Aires, junto con su cuñado Jorge Born, estableciendo así un imperio cerealero y comercial en ambas orillas del Atlántico. Luego fue presidente de Bunge y Born Alfredo Hirsch, sucedido por su hijo Mario hasta 1987. Juan Born, al ser liberado, rompió la espesa capa de silencio que caracteriza a las transnacionales cerealeras, y, entre otras declaraciones, mencionó que “antes de nombrar a Krieger Vasena (como ministro de Economía), Onganía le preguntó su opinión a Hirsch” (“La Nación” del 16 de julio de 2000, en el obituario de Krieger Vasena manifiesta que éste tramitó en 1956 nuestro ingreso en el FMI (como siempre entre otras cosas) y en1993 “se calificó como menemista convencido, forma por demás humilde de decir que sus propuestas habían triunfado”. De paso, al morir el primer ministro de Economía de Menem, Miguel Roig, fue sustituido por Néstor Rapanelli, vicepresidente de Bunge y Born.

Tampoco está de más recordar que el canciller de Onganía fue Nicanor Costa Méndez, a quien volveremos a encontrar en las negociaciones de paz por Malvinas con los generales de Estados Unidos Alexander Haig y Vernon Walters, siendo presidente de la Compañía General de Combustibles, del cartel petrolero anglonorteamericano, y de Unitan, ex La Forestal, de capital británico, además de miembro del Consejo Argentino de Relaciones Internacionales (CARI), al igual que Walters, Kissinger y George H. Bush. En fin, son multitud.

Veamos su modus operandi. Se basa en violar algún artículo de la Constitución Nacional —tenida por ellos mismos como sacrosanta— o algunas de sus leyes, a fin de vaciar algún bien nacional, desprestigiarlo y luego regalarlo o entregar una ventaja al extranjero. La primera ley que dictó el Proceso al mes de instalado (20 de abril de 1976), fue la 21.305, la que admitía la jurisdicción de tribunales extranjeros en cuestiones de la deuda externa. Luego se transgredió el art. 67 de la Constitución en su inciso 3: “Corresponde al Congreso contraer empréstitos sobre el crédito de la Nación”, por medio de la Resolución 170/80, por la que se fijaban cada tres meses los límites de endeudamiento que las Empresas del Estado debían contraer con bancos extranjeros. Luego violaron las leyes 17.392 y 15.587, por las que el Estado no podía fijar los precios de venta del crudo, ni retenciones para Y.P.F. que fueran inferiores a los costos, incluyendo una utilidad razonable.

Alfonsín repitió la maniobra por medio de la Resolución 48/85 del MOSP de la Nación (21 de enero de 1985), rebajando un 25% el precio del petróleo crudo que le vendía Y.P.F. a Shell y Esso. “Del mismo modo el radicalismo, que había criticado la política tarifaria anterior, que llegó a cobrar el 68% de impuesto por litro de nafta, le aplicó el 73 %” (cfr. Jorge Scalabrini Ortiz, “10 Años de Política Petrolera”). Menem también violó con Cavallo el art. 67 en su inciso 6 (7 de la Constitución vigente desde1994): “arreglar el pago de la deuda interior y exterior de la Nación”, con la novación y legitimación de la deuda externa (plan Brady), no tratado por el Congreso. El Ing. Tomás Julián Persichini en carta abierta dirigida a la Suprema Corte, dirigentes agrarios y medios de comunicación, transcribe el art. 75, inc. 2 de la Constitución de 1994: “Corresponde al Congreso imponer contribuciones indirectas como facultades concurrentes con las provincias. Imponer contribuciones directas por tiempo determinado, proporcionalmente iguales en todo el territorio de la Nación, siempre que la defensa, seguridad y bien general del Estado lo demanden. Las contribuciones previstas en este inciso, con excepción de la parte o el total de las que tengan asignación específica, son coparticipables”. Sugiere que, al no ser, entonces, “incumbencia del Ejecutivo u otros funcionarios dependientes del mismo este punto”, no debería “el Campo” tratar con ellos, sino enterar a la sociedad de la impropiedad constitucional a que es sometido y presentar recurso de amparo ante los Jueces Federales de cada Distrito, peticionando la inmediata suspensión de las disposiciones vigentes para con dichas retenciones, como paso previo para su derogación.

Es de suponer que el Ejecutivo y sus funcionarios no pueden desconocer estas disposiciones de la Constitución que dicen venerar, por lo que es difícil comprender su obcecación. Es una paradoja que nosotros, que no somos liberales y que, en consecuencia, no idolatramos el texto constitucional sino todo lo contrario, tengamos que recordar estas cosas. Quizá nos den una pista las palabras de la Sra. K ante los altos mandos de las Fuerzas Armadas: “es hoy la hora de decidir acciones en el mundo global (…) promover, coordinar y desarrollar estudios e investigaciones en materia de Defensa Nacional y Seguridad Internacional”.

La línea está trazada: de un lado los que defienden su tierra y los intereses nacionales, y del otro los comprometidos con el internacionalismo (Programa de Agronomía Mundial de la Fundación Rockefeller). Dijo Ortega y Gasset que “la convicción de un grupo, lejos de lograr la concordia, acentúa la discordia”. También que los romanos “escribieron su historia en lugar de padecerla”. Tal vez algún día podamos hacer lo mismo, cuando “venga algún crioyo / en esta tierra a mandar”. Entonces podremos festejar el 25 de mayo en castellano. En Argentino, y con Te Deum, como corresponde.

Luis Antonio Leyro

domingo, 24 de mayo de 2009

Sermones y homilías


DOMINGO DESPUÉS DE
LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

“Ascendió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso”, rezamos en el Credo.

En el primer libro de la Sagrada Escritura leemos la emocionante e inspirada historia de José de Egipto. Leemos cómo sus hermanos celosos lo traicionaron, cómo fue vendido como esclavo a la casa del Faraón de Egipto, cómo se ganó el favor del rey y cómo explicó un sueño que preparó al pueblo egipcio para los siete años de hambre que habrían de sufrir. Como recompensa a su honestidad, habilidad y devoción, el Rey Faraón ascendió a José y lo hizo sentar en un trono a su mismísimo lado y lo convirtió en su segundo, revistiéndolo de poder real.

Algo similar ocurrió con nuestro Divino Salvador cuando ascendió al cielo.

En la Corte Celestial Nuestro Señor Jesucristo está sentado a la derecha de Dios, el Padre Todopoderoso.

El antiguo José del relato bíblico, es la figura de Cristo Señor: También Nuestro Señor fue traicionado. Nuestro Señor trabajó con su Padre Celestial. Nuestro Señor verdaderamente fue el Salvador del mundo.

Así como el Faraón recompensó a José haciéndolo gobernante junto a su lado, así Dios Padre recompensó a Cristo sentándolo a su derecha.

Cuando rezamos el Credo y decimos que “Cristo está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso”, profesamos que: Cristo, como Dios, es igual al Padre, y queremos decir que Cristo, como hombre, está en el lugar más alto en el Cielo.

Cuando decimos que Cristo está “sentado”, no indicamos una postura del cuerpo, una posición.

Lo que se anuncia es que a Jesucristo, el Hijo de Dios, le fue dada la posición que su dignidad merecía, pues Él es igual al Padre.

Esto le era debido por ser Dios.

Como hombre, Cristo Jesús mereció el lugar más alto en el Cielo, al lado del Padre.

La expresión “está sentado” significa “Poder Real”, significa el uso de un “Trono”. En la presencia de reyes todo el mundo usualmente permanece de pie, mientras que ellos permanecen sentados. El sentarse es una posición de descanso, una posición de satisfacción, una posición de poder.

El estar sentado implica, también, la existencia de un asiento, en este caso, un trono, un trono celestial digno de la Realeza del Dios-Hombre.

La Sagrada Escritura también agrega que Cristo está sentado “a la mano derecha de Dios”.

Espíritu Puro, Dios no tiene manos. Sin embargo, la expresión “a la diestra de Dios” —a la mano derecha de Dios— indica que Cristo estaba sentado en el lugar de honor, siguiente en dignidad a Dios Padre.

Como Dios, Cristo tiene un trono igual en honor y poder al trono de Su Padre. Como Hombre, el trono de Cristo es segundo y siguiente al de Dios. Como Dios y como Hombre, Cristo está por sobre todas las creaturas.

En algún modo las relaciones entre Faraón y José eran muy diferentes a la relación entre Dios Padre y Dios Hijo. Pero en algo eran semejantes: así como Faraón colocó a José en el segundo puesto en el Reino y dictó que todo el pueblo le brindara homenajes, también Dios Padre recibió a Cristo y lo colocó a Su derecha, en la posición de poder y honor.

Mientras seguimos con la mirada de nuestra alma a Nuestro Señor en Su Ascensión y entrada en la mismísima Corte de los Cielos y lo vemos sentado a la mano derecha de Dios, a la diestra de Su Padre Celestial, varios sentimientos crecen en nuestro corazón: Nuestra esperanza del Cielo recibe un nuevo impulso de vida. Saber que Aquél a quien seguimos ha entrado en Su gloria, nos da una renovada confidencia de que nosotros también un día hemos de compartir Su gloria.

Nada puede ser más estimulante para ayudarnos a llevar adelante una vida de bien. Aquí abajo es difícil, cansador; allí arriba hemos de ver la recompensa a nuestra paciencia.

Supongamos que Dios no nos hubiera revelado en la Sagrada Escritura que Nuestro Señor fue sentado a la derecha del Padre: Entonces vivir en virtud habría sido mucho más difícil. La misma palabra “virtud” habría sido vacía y vana. Así los bienes de esta vida habrían sido lo único apetecible. Vacías y realmente inútiles, estas burbujas materiales habríanse convertido en nuestra única preocupación. Sin este artículo del Credo, sin la Ascensión y sin todo lo que ella implica, las pasiones del hombre no habrían tenido control: el suicidio o el manicomio hubieran sido la única salida, y la sociedad solamente podría haber encontrado un alto a los sufrimientos de éste, ya sea en el patíbulo, la espada o el cementerio.

Por el contrario: sabiendo con absoluta seguridad que Cristo ha sido entronizado en la gloria y teniendo en cuenta que Él nos espera con un lugar preparado para nosotros, podemos aquí abajo canjear los bienes terrenales por los bienes eternos.

Con la Ascensión en mente, podemos intentar cada una y todas las virtudes, cada uno y todos los sacrificios.

Con alegría pagamos el precio del trabajo y del dolor.

Hoy, en el domingo siguiente a la Ascensión del Señor, nuevamente la Divina Misericordia de Nuestro Creador a través de la maternal intercesión de la Santa Iglesia, nuevamente se nos recuerda que una vida íntegra será recompensada, que todo acto bueno tendrá su gratificación.

Lo normal habría sido estar triste ante la partida de Nuestro Señor de este mundo nuestro. En su lugar, estamos alegres, alegres de que Él ha recibido su recompensa, alegres de que ahora nosotros podemos estar seguros de nuestra propia recompensa.

Ojalá que seamos dignos de ascender con Él.

Un Sacerdote Fiel

sábado, 23 de mayo de 2009

Historia nacional de la infamia


EL MUERTO

Fue un hombre del mundillo picaresco de Chascomús. Que un triste puntero comiteril, sin más virtud que la infatuación de su garrulería fofa, se interne en los desiertos ecuestres de la política radical y llegue a capitán de una banda de salteadores que asoló la Argentina por un lustro, parece de antemano imposible. A quienes lo entienden así quiero contarles el destino de Raúl Delfondín, de quien acaso no perdure un recuerdo en su laguna natal, y que murió en su ley de un trabucazo electoral en los confines de su aventura política.

Raúl Delfondín cuenta por mediados de siglo con unos treinta años, andariegos y desgastados en calaveradas ordinarias. Es un obeso achaparrado, como pasto ovillo, de andar o rondar arrastrado y mirada que fatiga el suelo en pesquisas incesantes por los senderos de las cucarachas que se bifurcan. Una improvisación feliz le ha revelado que es, por necesidad ontológica, radical, y que tiene el don, unánime entre sus semejantes, de hacer rodar párrafos circulares, redondeando el ripio cadencioso, sin una vacilación, sin una idea hasta la previsible conclusión rítmica, obvia y roma. A este arte, en otros vano, añade una ciencia certera e infusa para el mito y el timo, la trampa ladina y las agachadas relampagueantes, que perpetra con el cuerpo entero, por tener la cintura confundida con el mentón. Los trajines y el mercadeo cotidiano del comité local y las visitas a la Casa de la C.A.D.E. (Tucumán entre Montevideo y Rodríguez Peña — Capital Federal) lo han adiestrado en la actitud mimética del hombre bueno y de bien, de aspecto confiable, inofensivo casi, de una sola palabra y ésta siempre en torno a la práctica de una ética insobornable, técnicas todas aprendidas de estafadores idóneos.

Así dotado se presenta al Chino Balbiniparla, raro caudillo más afecto a la guitarra locuaz que al cuchillo convincente. Delfondín será uno de sus protegidos, aunque muy pronto, harto de oírle el rasgueo infinito de la guitarra calamitosa, trata de arrebatársela. Sólo alcanza a un intento, fallido por incompetente, pero el destino lo ayudará y podrá heredarlo.

A su muerte se hace de una de sus mujeres, Cacacracia, dama de estirpe irreparablemente plebeya, descendiente de una prostituta parisiense fecundada por un humanista helvético (otras dicen que onanista) en las bacanales que siguieron a la toma de La Bastilla. Cacacracia, que se había mantenido vagamente virtuosa hasta su pubertad, llegó al concubinato con Delfondín ajada, pero caudalosa, y hábil para retribuir los ardores postreros de este último ¡ay! compañero, con la pericia de indefinidas experiencias.

La historia aquí se abrevia. Juan Argentino, penúltimo amante de Cacacracia, traicionado por ella y por Delfondín, en un día aciago, aunque conjeturable, de fines de marzo, se ha aparecido empuñando el naranjero de la insinuante ordalía. Raúl Delfondín de pronto se siente solo y comprende antes de morir que a él también lo han engañado, que estaba condenado a muerte, que le han permitido el amor, el mando, el oropel y el oro, porque ya estaba muerto, porque era un muerto, el espectro de un monigote de propaganda articulado por la banda que creía capitanear.

Juan Argentino, casi con desdén, hizo fuego.

Ricardo Alberto Paz

Hora de elecciones


O ESTO:

viernes, 22 de mayo de 2009

In memoriam



JUAN
CARLOS
MONTIEL


En el mes de mayo del año pasado murió Juan Carlos Montiel, en su casa de Bella Vista. Murió viejo, aunque nunca, ni siquiera con motivo de la enfermedad que sobrellevó por cierto tiempo, perdió ese aire juvenil y distinguido que lo caracterizaba.

A Antonio Caponnetto le agradezco que, por medio de Juan Olmedo, me encomendara la tarea de escribir esta nota, pues hacerlo me permite, por un lado, rendir homenaje a la memoria de Juan Carlos y, por otro, acometer la grata tarea de retroceder en el tiempo para evocar momentos que vivimos juntos.

Dicen que en una nota periodística se evitan las referencias personales, soslayando el uso de la primera persona del singular. Jamás acepté esa regla y tampoco ahora me sujetaré a ella, pues estimo que son, precisamente, esas referencias las que determinan que no resulte indiferente el hecho de que una nota la escriba una persona u otra.

La vinculación de mi familia con la de Juan Carlos, en efecto, se remonta a la lejana época en que mi padre, hombre de la ciudad hasta entonces, resolviera radicarse en el campo, y, para ello, edificar una casa plantada en medio de la llanura. El constructor de aquella casa fue el padre de Juan Carlos. Y mi padre, que heredó la inclinación hispánica de dejar constancia cuasi notarial de los sucesos, así lo hizo constar en el encabezamiento de un acta que conservo: “La ceremonia de hoy tiene un alto significado que he creído necesario hacer notar. El Reverendo Padre Ulrich (...) bendice los cimientos de nuestro hogar, el 25 de marzo de 1936, festividad de la Anunciación de Nuestra Señora. Están aquí presentes mi amigo Montiel Villarino, a cuya capacidad he confiado esta obra” (sigue lista de nombres y, luego, firma de los presentes). Estimo que el acta, además de atestiguar sobre el comienzo de las obras de nuestro hogar, acredita también la antigüedad de la relación familiar señalada.

Nació Juan Carlos en Henderson, pueblo chico de la provincia de Buenos Aires por donde pasaba el entonces llamado Ferrocarril Midland, que tenía la peculiariedad de ser el único de trocha angosta que atravesaba los campos porteños, como diría Benito Lynch. Inquieto y estudioso, con marcada inclinación por las Ciencias Naturales, dejó sus pagos y se graduó de biólogo en La Plata. Después de recibirse viajó a España, enviado por Pax Romana, obteniendo una beca para adquirir conocimientos relativos a bosques. El pasaje lo pagó Paul Hary y, para obtener la beca, movió sus influencias Juan Carlos Goyeneche, quedando Montiel agradecido a ellos durante toda su vida.

De regreso se casó con Irene Massaux, hija de don René Massaux, belga, ex combatiente de la Primera Guerra Mundial que, prisionero de los alemanes, se enamoró de una alemana, Erna Hagn, quien lo ayudó a escapar, viniendo ambos, casados, a la Argentina. Massaux era experto en genética vegetal, instaló en la localidad bonaerense de Pirovano una chacra experimental y creó algunas variedades de trigo y maíz que llevaron su nombre.

Después de su matrimonio, ingresó Montiel en Parques Nacionales y, durante algo más de un par de años, se desempeñó como jefe de guardaparques en Bariloche, entrando así en relación estable con aquellos bosques que tanto lo atraían. De la montaña volvió a la pampa, a una fracción de campo, entre Pirovano y Daireaux, que denominó María Hué, nombre que aludía, en araucano, a la Madre de Dios.

Mientras transitaba yo el bachillerato, a los tumbos, concurrí a María Hué para que Montiel me preparara en materias tales como Física y Química, que en calidad de alumno libre, debía rendir en el Colegio Del Salvador con suerte diversa. Llegaba allí a caballo o en bicicleta y, debo confesarlo, buena parte del tiempo me lo pasaba charlando con Juan Carlos de temas más interesantes que las referidas asignaturas, especialmente de arte, pues a ambos nos gustaba la pintura. Le llevaba mis dibujos (siempre me gustó dibujar) y, cuando le hice conocer mis primeros versos, él me aconsejó que siguiera dibujando.

Juan Carlos sería más tarde el primer director del Colegio San Pablo, creado por el Padre Etcheverri Boneo y que tan buena formación ha dado a sucesivas generaciones de muchachos que fueron sus alumnos. Mientras vivían en el primer edificio donde funcionó el San Pablo, Irene y Juan Carlos promovieron el noviazgo de mi hermana Agnes con Pancho Bosch.

Con experiencia en menesteres pedagógicos fundó por fin su propio colegio, al cual bautizó Don Jaime, como homenaje a la memoria de Jaime Braun, un chico por el que sintió especial afecto y que se mató en un accidente de automóvil en caminos patagónicos.

Además de los ocho hijos de su matrimonio con Irene, el Don Jaime fue la obra de su vida para Juan Carlos. Referencia ineludible para definir Bella Vista, suministró a los chicos de la zona y hasta a los hijos de amigos que vivían lejos, una educación cristiana, humanista y patriótica decididamente excepcional.

Quizá en aquellas aulas, tal como me ocurrió a mí cuando iba a recibir clases en María Hué, sobre la enseñanza estrictamente curricular haya primado el contexto, el ambiente, el empeño por suscitar inquietudes. Ser alumno o exalumno del Don Jaime, por influencia de su fundador, mucho más que una garantía de conocimientos específicos fue la certeza de una actitud ante la vida.

Profesores de amplia experiencia y jóvenes con inclinaciones docentes enseñaron en ese colegio para el que, por encargo expreso de Montiel, escribiría yo la letra de su himno. Pues, naturalmente, coherente con su estilo, el Don Jaime no podía dejar de tener un himno.

Hará cosa de un año hablé por última vez con Juan Carlos. Me llamó a casa para decirme que acababa de releer mi novela “El penúltimo ataque” y que me quería agradecer que la hubiera escrito. Tal vez para atemperar de ese modo su antiguo consejo respecto a que antepusiera yo los pinceles a las letras. Me emocionó el gesto, muy propio de él.

Enterado tardíamente de su muerte, falté a su entierro. De modo que fui a visitar luego a Irene, quien, entre otras cosas, me contó dos que quiero incluir como cierre de esta nota, dedicada a un argentino ejemplar.

Se refiere la primera a que, ya muy impedido, recluido en su casa, solicitaba a diario que lo llevaran frente a una ventana, para poder mirar el magnífico roble que se alza en el jardín, embajador acaso de bosques lejanos.

La segunda corresponde a su dulce final. En paz con Dios, como siempre, mandó llamar a Irene, que se sentó a su lado. Estuvieron un rato tomados de la mano y Juan Carlos le dijo: “Quería despedirme”. Después, inclinó la cabeza y se murió, dejando tras de sí una honda huella de buenas obras.

Juan Luis Gallardo


Nota: Mucho agradecemos a nuestro estimado amigo, el Coronel Kurtz, por su gran aporte fotográfico a nuestra recordación del Camarada Juan Carlos Montiel.

Hora de elecciones


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jueves, 21 de mayo de 2009

Poesía que promete


HIMNO AL
MESÍAS VENIDERO


Baja otra vez al mundo,
¡baja otra vez, Mesías!
De nuevo son los días
de tu alta vocación;
y en su dolor profundo
la humanidad entera
el nuevo oriente espera
de un sol de redención.

Corrieron veinte edades
desde el supremo día
que en esta cruz te vía
morir Jerusalén;
y nuevas tempestades
surgieron y bramaron,
de aquellas que asolaron,
al primitivo Edén.

De aquellas que le ocultan
al hombre su camino
con ciego torbellino
de culpa y expiación;
de aquellas que sepultan
en hondos cautiverios
cadáveres de imperios
que fueron y no son.

Sereno está en la esfera
el sol del firmamento:
la tierra en su cimiento,
inconmovible está:
la blanca primavera,
con su gentil abrazo,
fecunda el gran regazo
que flor y fruto da.

Mas, ¡ay! que de las almas
el sol yace eclipsado;
mas, ¡ay! que ha vacilado
el polo de la fe;
mas, ¡ay! que ya tus palmas
se vuelven al desierto:
no creen, no, en el huerto
del que tu pueblo fue.

Tiniebla es ya la Europa:
ella agotó la ciencia,
maldijo su creencia
se apacentó con hiel;
y rota ya la copa
en que su fe bebía,
se alzaba y te decía:
“Mirad, yo soy Luzbel”.

Mas ¡ay! que contra el cielo
no tiene el hombre rayo,
y en súbito desmayo
cayó de ayer a hoy;
y en son de desconsuelo,
y en llanto de impotencia,
hoy clama tu presencia:
“Señor, tu pueblo soy”.

No es, no, la Roma atea
que entre aras derrocadas
despide a carcajadas
los dioses que se van:
es la que, humilde rea,
baja a las catacumbas
y palpa entre las tumbas
los tiempos que vendrán.

Todo, Señor, diciendo
está los grandes días
de luto y agonías,
de muerte y orfandad;
que, del pecado horrendo
envuelta en el sudario,
pasa por un Calvario
la ciega humanidad.

Baja, ¡oh Señor!; no en vano
siglos y siglos vuelan;
los siglos nos revelan
con misteriosa luz
el infinito arcano
y la virtud que encierra,
trono de cielo y tierra,
tu sacrosanta cruz.

Toda la historia humana,
¡Señor!, está en tu Nombre;
Tú fuiste Dios del hombre,
Dios de la humanidad.
Tu sangre soberana
es su Calvario eterno:
tu triunfo del infierno
es su inmortalidad.

¿Quién dijo, Dios clemente,
que Tú no volverías,
y a horribles gemonías,
perenne perdición,
condena a esta doliente
raza del ser humano,
que espera de tu mano
su nueva salvación?

Sí, Tú vendrás. Vencidos
serán con nuevo ejemplo
los que del santo templo
apartan a tu grey.
Vendrás, y confundidos
caerán con los ateos
los nuevos fariseos
de la caduca ley.

¿Quién sabe si ahora mismo
entre alaridos tantos
de tus profetas santos
la voz no suena ya?
Ven, saca del abismo
a un pueblo moribundo;
Luzbel ha vuelto al mundo…
¿Y Dios no volverá?

¡Señor! En tus juicios
la comprensión se abisma;
mas es siempre la misma
del Gólgota la voz.
Fatídicos auspicios
resonarán en vano;
no es el destino humano
la humanidad sin Dios.

Ya pasarán los siglos
de la tremenda prueba;
¡ya nacerás, luz nueva
de la futura edad!
¡Huiréis, negros vestiglos
de los antiguos días!
Ya volverás, ¡Mesías!
en gloria y majestad.

Gabriel García Tassara

Hora de elecciones


O ESTO:

martes, 19 de mayo de 2009

Si hablamos de “ecumenismo”


PASAJES DEL CORÁN
APLICABLES A LOS CATÓLICOS

“Si os combaten, matadlos y sabed que los venceréis con el apoyo de Dios. Tal es el castigo de los incrédulos: se les hace lo que ellos hacen con otros seres” (II, 191).

“Los incrédulos son los que se obstinan, combaten en aras de la opresión y la depravación, y son, por lo tanto, los aliados de Satanás. ¡Creyentes!, combatid, pues, a los seguidores fanáticos de Satanás” (IV, 76).

“Proseguid la lucha contra los idólatras hasta que pongan fin a sus intenciones de atentar contra la fe de los creyentes” (VIII, 39).

“Cuando termine el plazo (…) combatid a los idólatras (…) doquiera los halléis apresadles rigurosamente; acorraladlos cerrándoles todos los caminos y acechadlos en todas partes” (IX, 5).

“Combatid a los incrédulos de vuestro vecindario (…) sed tenaces en vuestra lucha contra ellos sin compasión alguna” (IX, 123).

“No os es lícito tomar a los judíos ni a los cristianos como confidentes (…) tienen el mismo sentimiento de enemistad hacia vosotros” (V, 51).

“No toméis como aliados a los enemigos del Islam, que trataron vuestra religión con ironía, como es el caso de los judíos, los cristianos y los idólatras, aliados en su enemistad para con vosotros” (V, 57).

“Ciertamente son infieles aquellos que pretenden injustamente que Dios es Jesús hijo de María” (V, 17).

“No pretendáis la existencia de la Trinidad (…) Dios es Uno; no tiene copartícipe. ¡Glorificado sea! ¡Lejos está de tener un hijo!” (IV, 171)


lunes, 18 de mayo de 2009

¿Justicia o venganza?


DECLARACIÓN DEL INSTITUTO DE FILOSOFÍA PRÁCTICA

“La corrupción de la justicia tiene dos causas:
la falsa prudencia del sabio
y la violencia del poderoso”
(Santo Tomás de Aquino)

Una resolución de la Cámara Penal de Casación, que ordenó la excarcelación de unos pocos militares y ex integrantes de las fuerzas de seguridad, ha provocado una reacción entre histérica y atrabiliaria de ciertos personajes, que incluyó una inusitada amenaza de la Presidenta de la Nación contra los jueces firmantes de la resolución, extendida rápidamente a sus familiares por Hebe de Bonafini. El periodismo rocambolesco que padece la Argentina no les fue en zaga, habiéndose escrito en el diario de mayor circulación que la resolución de marras era jurídicamente inobjetable pero políticamente incorrecta y también que era jurídica, pero no ética.

Frente a estos nuevos agravios, no ya a las instituciones o a los jueces, sino antes bien a la inteligencia y al más añejo sentido común, el Instituto de Filosofía Práctica siente otra vez el deber de pronunciarse públicamente, asumiendo el riesgo de pasar por una “voz del que clama en el desierto” (San Mateo, 3, 3).

Sin embargo, esa voz, aunque fuere crítica, no puede diluirse en la reiteración de tópicos y lugares comunes. La gravedad de la situación exige diagnósticos profundos, aún cuando ello conduzca al terreno mismo de la política, porque es desde la política que se nos ha puesto en peligro, como señala Ramiro de Maeztu, “lo normal es que, cuando los regímenes parecen estables, tiendan los intelectuales a recogerse en su torre de marfil y que cuando amenazan grandes trastornos, se salgan de ella, antes de que se les pueda caer encima. Lo normal es que no les guste la política, porque no está en su mundo y les es difícil distinguirse en ella. Pero cuando se produce una inseguridad tan profunda, que amenaza, aunque sea lejos, la vida del espíritu, los escritores se salen de su mundo… para luchar por el orden social, que tienen que identificar con las condiciones de la vida del espíritu” (Los escritores y la política, en Frente a la República, Madrid, Rialp, 1956, pág. 113).


Así, es bien cierto que las críticas e insultos no respetan la llamada “división de poderes”, que la resolución objetada aplica la ley vigente, que los fallos deben ser jurídicamente correctos, que no se debe confundir la imprescriptibilidad de un delito con la aplicación de la ley procesal, que la presunción de inocencia y el tipo penal son dos conquistas del derecho penal, que la igualdad ante la ley es una garantía constitucional, y así podría seguirse. Pero con todo eso no alcanza, porque más cierto es que a la situación presente se ha llegado a través de un proceso gradual pero continuo de destrucción del orden social (incluido el jurídico), cuyas peores consecuencias todavía no se han visto.


Sería imposible exponer aquí en forma completa los hitos principales de ese itinerario perverso, verdadero iter criminis que ha desfigurado el rostro de la Patria y sumido a enormes sectores de argentinos en la pobreza (tanto material cuanto espiritual), el escepticismo y la indiferencia. Pero comencemos por señalar algunos de ellos, al menos los más relacionados con el hecho que nos ha impulsado a hacer esta declaración:


El desmantelamiento de la administración de justicia (o Poder Judicial, si se prefiere) y la persecución (primero sutil, más tarde ostensible) de jueces y magistrados, iniciada en 1983 por motivos político-ideológicos.


La nefasta reforma constitucional de 1994, que destruyó y sepultó los restos del federalismo argentino, clausurando de paso los últimos vestigios de subsidiariedad y haciendo de los gobernadores de provincia súbditos y mendigos del poder concentrado en Buenos Aires.

La legitimación de la acción directa, preferentemente atemorizadora, para conseguir objetivos socio-políticos o, más crudamente, como estrategia de formación de una conciencia y una praxis revolucionarias.

El reemplazo del Gabinete de Ministros por un conglomerado de hombres y mujeres, cuyo único rasgo común es la obsecuencia.

La transformación del Congreso en un rebaño sumiso que pastorea un mandamás inculto y rudimentario, y que periodistas ignorantes continúan confundiendo con una escribanía.

La proliferación de leyes, decretos, resoluciones, disposiciones, directivas, circulares, instrucciones, etc. etc., que en su aspecto más grave han subvertido los principios y costumbres más raigales de los argentinos, sin perjuicio de lo cual han engendrado además un claro escepticismo (cuando no palpable desprecio) por la ley positiva, a la que tienen como mera expresión de una voluntad de poder sin límites (cfr. Declaración del Instituto de Filosofía Práctica del 1º de julio de 2008: “Acerca de la función de legislar”).

Esta mínima recordación de hechos que fueron minando el orden de la Patria, tuvieron su particular expresión en el ámbito de la administración de justicia. El obrar desconstructivo iniciado en 1983 hizo carrera. Fue retomado por Menem y Duhalde y convertido en éxito por Kirchner, quien impuso la destitución de los ministros de la Corte Suprema a partir de la revisión política de sus sentencias y logró conformar un nuevo tribunal con parentesco ideológico. Esta Corte pasará a la parte peor de la historia judicial argentina, por haber violado o desconocido directamente los principios de non bis in idem, de legalidad o de reserva, de cosa juzgada, de igualdad ante la ley, de congruencia, sin olvidar sus fallos esperpénticos, sus errores técnicos y las declaraciones inmorales (cuando no protervas) de algunos de sus miembros.


En estricta correspondencia con el obrar de la Corte Suprema, asistimos a juicios públicos conducidos por jueces prevaricadores, que convierten sus juzgados en remedos de tribunales revolucionarios, donde una plebe debidamente organizada grita sus consignas ideológicas e insulta y amenaza a acusados y testigos de la defensa.


Tal vez sea innecesario advertir que no se trata aquí de la culpabilidad o inocencia de esos acusados, sino de algo mucho más trascendente, más arriesgado y, si se quiere, más peligroso. Se trata de un retroceso histórico y cultural grotesco, tal vez sin parangón en la historia de Occidente, porque en la Argentina, al cabo de siglos de derecho romano y principios cristianos, hemos tomado la decisión de sustituir a la justicia por la venganza.


El Instituto de Filosofía Práctica cree que a esta situación que se intenta describir se llega cuando el Derecho y la Justicia pasan a tener como único fundamento la voluntad del legislador y el poder del Estado. Ambos quedan sometidos entonces al absolutismo de la ideología imperante, con lo que sucumben tanto la libertad como la seguridad. Ya no tendrá sentido discurrir acerca de la división de poderes, la independencia de los jueces o la supremacía de la ley constitucional. Sólo importará la voluntad prepotente, vociferante, arbitraria e ideologizada de la facción adueñada del poder político, que no tolerará jamás que jueces probos y libres contradigan sus dictados y hará que en todo momento se adecuen a ellos sentencias, leyes y hasta la misma Constitución.


Como puede advertirse, no se trata de un gobierno o de grupos de presión que cometen errores ni, mucho menos, de una discusión sobre la interpretación de las leyes. En ésta, como en otras graves cuestiones de la hora presente, se han puesto de un lado el Derecho y la Justicia, y del otro el Estado. Como dijera Angel Ossorio y Gallardo, el 12 de noviembre de 1928, al inaugurar el Curso de la Academia de Jurisprudencia de Madrid: “Planteado un antagonismo entre el Estado y el Derecho, al lado y en defensa de éste debemos militar cuantos le reverenciamos como ideal, le practicamos como ministerio elevadísimo y le tomamos como inspirador, luminar y bandera, persuadidos de que sin su amparo la sociedad retrocedería a la barbarie y el alma se hundiría envilecida”.


Bernardino Montejano, Presidente
Gerardo Palacios Hardy, Vicepresidente

domingo, 17 de mayo de 2009

Cuando la Acción era Católica


NECESIDAD Y OBLIGATORIEDAD
DEL APOSTOLADO SEGLAR

Ante el laicismo y el paganismo actuales. Los ataques que provienen del campo laico irreligioso deben contrarrestarse con las ayudas que proceden del campo laico religioso. Antídoto laical contra envenenamiento laical. “Si el laicismo —dice Pío XI—, la peste más desastrosa de nuestro siglo, infesta el orbe de la tierra con las tinieblas de tantos errores, con la muchedumbre de tantos males, que tal vez traigan consigo otros más funestos, aprovechan en gran manera para la restauración del cristianismo, como medicina opuesta al mal contrario, las tropas auxiliares de los seglares que se alistan en todo el mundo, movidas por el soplo de Dios, para promover los intereses de la causa católica” (Carta “Perhumano litterarum”, 28 de agosto de 1934).

De la necesidad de contrarrestar el espíritu pagano con la cooperación de los seglares, tenemos expresivas indicaciones en la Carta “Lætus sane”, de Pío XI (6 de noviembre de 1929): “Ya veis a qué tiempos hemos venido a parar y qué es lo que piden como a voces. Por una parte sentimos que la sociedad humana está a menudo harto destituida de espíritu cristianos y que ordinariamente se lleva una vida propia de paganos; que en muchos ánimos languidece la luz de la familia católica y, por consiguiente, casi se extingue el sentimiento religioso y cada día empeora misérrimamente la integridad y santidad de las costumbres… Es, por tanto, sumamente necesario que los seglares no vivan desidiosamente, sino que estén prontos a la voz de la jerarquía eclesiástica, y que de tal modo ofrezcan a ésta sus servicios, que orando, sacrificándose y colaborando activamente, contribuyan en gran manera al incremento de la fe católica y a la cristiana enmienda de las costumbres”.

Escasez de sacerdotes y dificultad del ambiente. Aún en el caso de que no hubiera ahora el mismo número proporcional de clérigos que en otros tiempos, no bastarían para hacer frente a las actuales necesidades espirituales del mundo; porque éstas han crecido en una proporción enorme con la acción conjunta del laicismo estatal, laicismo social y laicismo escolar, que han sembrado en vasta escala el indiferentismo y la más crasa ignorancia religiosa: con la influencia deletérea de las sectas masónicas, de las propagandas socialistas, de las utopías comunistas; con la atracción corruptora de los cines inmorales, de los espectáculos licenciosos, de los bailes impúdicos, de las lecturas dañosas, de las modas atrevidas y del ambiente pagano que se respira en todas partes. Si antes tenía el clero cien apóstoles del bien contra cien apóstoles del mal, hoy, por el contrario, sus cien apóstoles de Cristo tienen que enfrentarse contra mil apóstoles de Satanás. Por eso, hoy en día, el clero es insuficiente, aunque guardase la misma proporción numérica de otros tiempos.

Pero, desgraciadamente, hasta su número ha decrecido, casi universalmente, en una proporción lamentable. Y, para mayor desventura, existen grandes sectores sociales que están cerrados a la acción del sacerdote, por los prejuicios sembrados contra ellos por una propaganda malintencionada y tenaz.

Ahora bien, donde no puede penetrar el sacerdote, encuentra fácil entrada el seglar, sobre todo entre los compañeros del propio ambiente; y donde escasean los apóstoles eclesiásticos, se pueden multiplicar indefinidamente los apóstoles seglares, como auxiliares de aquéllos.

“No nos causa poca pena —escribía Pío XI en la misma carta— que en muchos lugares el clero sea insuficiente para las necesidades de nuestros tiempos, ya por la exigüidad excesiva de su número en algunas partes, ya porque no se puede hacer llegar a algunas clases de ciudadanos ni sus amonestaciones ni los preceptos de la doctrina evangélica, por encontrar interceptada su benéfica aproximación a ellos”.

El seglar en su ambiente. El más eficaz de los apostolados populares, y el de frutos más permanentes, es el llamado apostolado de ambiente, que tiende a cristianizar no solamente a los individuos aislados, sino también al medio social en que se mueve cada uno de ellos. Así se logra que la influencia del ambiente no destruya, como frecuentemente sucede, las buenas disposiciones de los individuos; antes por el contrario, predisponga para el bien a los mismos que están mal formados. En un ambiente frío, se enfría el que entra caliente; en un ambiente cálido, se calienta el que entra tiritando de frío.

Ahora bien, el apostolado de ambiente es imposible sin el concurso apostólico de los elementos del mismo ambiente que se ha de cristianizar. Por eso el Papa Pío XI, en su Encíclica “Quadragesimo anno”, hablando de la misión de la Acción Católica, escribe: “Como en otras épocas de la historia de la Iglesia, hemos de enfrentarnos con un mundo que en gran parte ha recaído casi en el paganismo. Si han de volver a Cristo esas clases de hombres que lo han negado, es necesario escoger de entre ellos mismos y formar los soldados auxiliares de la Iglesia que los conozcan bien y entiendan sus pensamientos y deseos, y puedan penetrar en sus corazones suavemente, con una caridad fraternal. Los primeros e inmediatos apóstoles de los obreros han de ser obreros; los apóstoles del mundo industrial y comercial, industriales y comerciantes”.

Necesidad de la organización. No faltan quienes crean que, con intensificar el apostolado particular de las antiguas asociaciones católicas, podría suprimirse la misión encomendada por la jerarquía eclesiástica a la Acción Católica.

Se trata de un error parecido al que cometería un militar enamorado de los guerrilleros de la era celtibérica… sin cuadros generales de mando, sin distinción ordenada de cuerpos y almas, sin un gobierno único, encargado de ordenar aquella inmensa behetría. Los adversarios de aquel guerrillero celtibérico redivivo aplaudirían, sin duda, su arcaica técnica, mientras ellos lanzaban admirablemente unificados sus cuerpos de ejército, precedidos de poderosos tanques, apoyados por la artillería y protegidos por una nube de aviones.

La Iglesia quiere oponer al ejército formidable del mal otro ejército igualmente formidable del bien, con un mando único, bajo la dirección inmediata de los pastores propios de los fieles, con suficiente autoridad jerárquica para constituir la unión de todas las fuerzas que trabajan por la extensión del reino de Dios.

Apostolado obligatorio derivado del amor. En su carta al Episcopado argentino del 4 de febrero de 1931, Pío XI afirma: “El apostolado de la Acción Católica obliga tanto a los sacerdotes como a los seglares, aunque no de la misma manera a ambos, puesto que estamos obligados por precepto común a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Quien ama a Dios no puede menos de querer vehementemente que todos lo amen, y quien ama verdaderamente a su prójimo, no puede menos de desear y trabajar por su eterna salud. En este principio, como en su fundamento, radica el apostolado, porque el apostolado no es más que el ejercicio de la caridad cristiana, que obliga a todos los hombres”.

“Además…, el apostolado es obligatorio como acción de gracias a Jesucristo. Porque, cuando hacemos a los demás copartícipes de los dones espirituales que nosotros hemos recibido de la divina largueza, satisfacemos los deseos del Corazón dulcísimo de Jesús, que no anhela otra cosa sino ser conocido y amado, según Él mismo lo dice en el Evangelio: «Fuego vine a traer a la tierra, y ¿qué quiero sino que arda?» (San Lucas, 12, 49)”.

El 29 de septiembre de 1927 dirigió Pío XI estas palabras a los directores del Apostolado de la Oración: “Todos están obligados a cooperar en pro del reino de Jesucristo, por lo mismo que todos son súbditos felicísimos de este dulce reino, de la misma manera que los miembros de una familia deben todos hacer algo en pro de ella. El no hacer nada es un pecado de omisión, y podría ser gravísimo. Todos deben obrar, y para todos hay puesto y modo”.

Monseñor Zacarías Vizcarra
(tomado de la recopilación de sus obras)