viernes, 16 de enero de 2009

Sí que existe


EL EPITAFIO

Los ómnibus llevan en Londres (y pronto en varias ciudades más) esta frase: “Probablemente dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta la vida”.

Pocas veces he visto una prueba más patética del estado actual de la intelectualidad progresista que esta frase. Parece inventada por un católico para desacreditar a los enemigos de la fe.

Blaise Pascal advirtió, ya en el siglo XVII, el carácter y las implicaciones de la pregunta por la existencia de Dios. Es el famoso tema de la apuesta en la que se evalúa todo lo que se gana apostando a que Dios existe y todo lo que se pierde apostando a lo contrario. Y Pascal dejaba en esta apuesta totalmente de lado el premio y el castigo después de la muerte. Él hablaba de ventajas e inconvenientes en esta vida.

Ahora los progres han dado un corto pasito más: el que Dios no exista es probable y nos piden que apostemos a partir de esa probabilidad aunque no nos dicen cómo llegaron a tal conclusión. En verdad no hay ninguna prueba científica de la existencia de Dios —si de eso se trata— pero tampoco hay ninguna prueba científica de la no existencia. Las apuestas están 50 y 50 (en este terreno, claro) Si alguien descubrió que es más probable que Dios no exista, me gustaría ver sus pruebas.

Pero lo terrible es la conclusión que saca el progresismo de esa supuesta probabilidad. Primero “Deja de preocuparte” que es lo mismo que decir “deja de ser un ser humano”, pues si algo distingue a los hombres de los animales es que los animales se ocupan y los hombres primero se pre-ocupan. Primero se preguntan para qué viven, para que trabajan, para qué se toman el trabajo de ocuparse.

Y lo paradojal es que para “dejar de preocuparse” hay que comenzar por preocuparse y tomar una decisión sobre la probable existencia de Dios. (Si se afirma que “es probable” que Dios no exista se está afirmando también que es probable que exista. Todo es cuestión de porcentaje de probabilidades).

Hace más de un siglo (desde la aparición del darwinismo) que tratan de convencernos de que no somos más que una especie animal más. Y a fe mía que han convencido a millones y millones de personas. Lo ha logrado el aceitado mecanismo ideológico de los medios de difusión y las aulas horras de toda preocupación, vaciadas de toda sabiduría en beneficio de los conocimientos.

Entonces nos enfrentamos al mundo del hombre sin preocupaciones pero ocupado, ocupadísimo. ¿En qué? Enseguida lo veremos.

La conclusión final lo explica todo: “disfruta de la vida”. En otro contexto, yo aprobaría. Sacar, en efecto, los frutos de nuestra vida no tiene por qué ser malo, si se entiende rectamente. Lo malo es que, situado en el párrafo completo, el disfrute de la vida se refiere a placeres de los sentidos… y nada más.

Aquí es donde naufraga definitivamente el sueño progresista. Pensaban que iban a hacer del hombre un Dios y han terminado por igualarlo con el animal. “Disfruta de la vida” quiere decir aquí haz lo que quieras, sin límite ni medida.

Por lo pronto, yo le agregaría un “…si puedes” porque en todo momento millones de personas no podrán aceptar esta graciosa invitación de la modernidad. Pero eso es lo de menos. Lo de más es el caso de los que si pueden: los ricos, sanos y amados. Esos no necesitan avisos en los ómnibus porque ya hoy disfrutan de la vida en el sentido en que los invita el texto, ya han tirado hace rato la chancleta.

¡Ay! Parece que no les basta, porque se suicidan, se drogan, se mueren. Sobre todo esto último. Individualmente, mueren como moriremos todos. Pero aquí hablamos de muerte colectiva, la muerte de las naciones. Parece que el instinto de muerte los domina. No quieren hijos. El “disfrute” como objetivo fundamental ha vaciado de contenido la vida, le ha insuflado un egoísmo monumental. Y el entierro de los pueblos europeos cuya población disminuye año a año no tiene mejor epitafio que lo que hoy escriben en los ómnibus de sus ciudades.


SUGERENCIAS

Cambiar la frase que ostentan los ómnibus por:

“Dios no existe, tonto. Tirá la chancleta de una vez. Chancletas Thompson, las mejores”.

Ir preparando una gigantesca lápida para poner en la Plaza San Pedro, una vez que este templo se haya convertido en mezquita. En la lápida dirá:

“Aquí vivieron unos pueblos de cuya peripecia histórica deberías aprender, caminante. Nacieron, crecieron y dieron frutos maravillosos. Una música, un arte y una literatura como nunca hubo. Unos conocimientos científicos asombrosos. Una fe que levantó templos sin parangón y edificó vidas impares.
Luego vino una enfermedad que, como un virus, debilitó todo, lo empequeñeció y lo banalizó.
Estos pueblos murieron porque dejaron de creer y —por tanto— de crear. No sólo obras de arte y ciencias. Dejaron de criar hijos porque llegaron a la conclusión de que no tenían nada importante que dejar a la próxima generación.
No se equivocaban. Alá el misericordioso les otorgó hundirse en la nada con toda lucidez, sabiendo bien lo que hacían. Por disfrutar la vida dejaron de vivir. Aprende la lección, caminante”.

Aníbal D'Ángelo Rodríguez

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