sábado, 13 de diciembre de 2008

Veinticinco años de democracia


LA DEMOCRACIA
SIGUE DANDO
FRUTOS PODRIDOS

Una más que discreta euforia, pese a la ingente propaganda oficial, reducida al bailoteo carnavalesco de las consabidas murgas de abuelas, madres, hijos, piqueteros y demás yerbas del folklore urbano, en una casi vacía Plaza de Mayo, saludó el vigésimo quinto aniversario de la toma del gobierno por parte de aquel hombrecillo de cara torva y labia iracunda que fue (o casi, y Dios lo ayude en el trance) Raúl Alfonsín. Hombrecillo éste que, tras un colosal desastre, abandonaría el gobierno seis meses antes de lo previsto en el sacrosanto sistema cronométrico llamado democracia y al que sucedieron, después, otros personajes de la aburrida galería de payasos ilustres inmortalizados por Anzoátegui.
Pues bien, a este módico y triste aniversario se lo ha querido elevar a categoría de fasto nacional y aún universal si me apuran. ¡Veinticinco años de Democracia! (así con mayúsculas que se ve mejor). ¡Sí, señor! Un cuarto de siglo de ininterrumpida sucesión de gobiernos civiles sin las otrora odiosas interrupciones militares. A un gobierno civil, sucede otro no menos civil. ¡Vaya si hemos dado los argentinos un paso de gigante en nuestra historia! ¿Pero quién dice paso? No, señor, es todo un salto.
Sí, claro, sólo que un salto al abismo.
Un cuarto de siglo después, aquí estamos sumidos en el mayor marasmo de la historia. ¿Enumerar todos los males que hemos sabido conseguir? No tiene caso. Están a la vista.
Por eso, en este nefasto día hemos vuelto nuestra mirada hacia atrás. Hace cincuenta y tres años, la pluma chispeante, clara, incisiva y traviesa de aquel inolvidable católico y patricio que fue Don Gustavo Martínez Zuviría, Hugo Wast como lo conocieron millones de lectores dentro y fuera de las fronteras patrias, publicó un memorable artículo, Frutos podridos de la democracia, en el periódico Combate que, en aquel entonces, orientaba con su magisterio otro grande de la tierra, Don Jordán Bruno Genta.
Hemos cedido a la tentación de trascribirlo y difundirlo íntegro. Las circunstancias son muy distintas, por cierto. La pluma de Hugo Wast tiene por blanco al conjunto variopinto de liberales, masones, socialistas e izquierdistas de pelaje diverso que, salidos de sus madrigueras tras el limpio triunfo de las armas católicas que habían abatido al tirano, volvían a invadir con su cháchara la vida argentina. Por desgracia, se quedaron con la Revolución a la que desvirtuaron. Pero los protagonistas siguen siendo los mismos: la “carbonada criolla que formaron en 1945, socialistas, radicales, comunistas, masones, judíos y demócratas proquesistas (ruego al linotipista poner proquesistas que suena mejor que progresistas)” a los que, por entonces, se sumaron “algunos cristianos aguachentos, rebautizados con motes políticos y algún cura de probable ascendencia semita, que está saliéndose de la vaina por caer en eso que Pío IX llamó herejía de las herejías y Pío X excomulgó terminantemente: el catolicismo liberal”.
Hoy la suma sigue: a los católicos liberales se agregan los católicos zurdos, no pocos obispos, Pastoral Social (que como nos informa la Agencia católica de noticias AICA, de este día, se reunió con todo el “arco” político —del peronismo al socialismo— para celebrar el aniversario), etc. Y, desde luego, el infaltable peronismo, el mismo ayer y hoy —y tal vez siempre— ya en el llano, ya en el gobierno, prostituyéndolo todo como es su costumbre desde sus días iniciales.
También, hoy como ayer, sigue siendo cierto que “lo que no cabe en la carbonada criolla es el catolicismo sin aditamentos, el que se echó a las calles en Córdoba a pelear, no a hacer discursos, el que marcó sus fusiles y sus aviones y sus cañones y todas las paredes de la gran ciudad con el signo de Cristo vencedor: la Cruz sobre la V de la victoria”.
Herederos de aquella generación católica, traicionada y vencida, hoy volvemos a denunciar, en soledad, esta verdad, brutal y triste como decía el gran Péguy: la democracia sigue dando frutos podridos.
Cada vez más podridos.

Mario Caponnetto

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FRUTOS PODRIDOS
DE LA DEMOCRACIA

Estamos viendo nacer y crecer y hasta ganar revoluciones a ese difunto que ha resucitado al conjuro de la palabra victoriosa del general Lonardi: “no hay vencedores ni vencidos”.

Ellos, los vencidos en las urnas en 1946, se han levantado del sepulcro y se creen ahora los vencedores del 16 de septiembre de 1955, y pretenden gobernar al gobierno que surgió de la revolución y para hacer olvidar los aviones y los cañones, con que Lonardi abatió al tirano, hacen una exposición de sus armas: discursos, panfletos, reportajes más o menos clandestinos. ¡Palabras, palabras, palabras!

La carbonada criolla que formaron en 1945, socialistas, radicales, comunistas, masones, judíos y demócratas proquesistas (ruego al linotipista poner proquesistas que suena mejor que progresistas) se han aumentado ahora con algunos cristianos aguachentos, rebautizados con motes políticos y algún cura de probable ascendencia semita, que está saliéndose de la vaina por caer en eso que Pío IX llamó herejía de las herejías y Pío X excomulgó terminantemente: el catolicismo liberal.

Lo que no cabe en la carbonada criolla es el catolicismo sin aditamentos, el que se echó a las calles en Córdoba a pelear, no a hacer discursos, el que marcó sus fusiles y sus aviones y sus cañones y todas las paredes de la gran ciudad con el signo de Cristo vencedor: la Cruz sobre la V de la victoria.

Quieren hacernos olvidar de eso, que es la verdad, y reemplazar la Historia con la Patraña.

Los salidos del sepulcro de 1946 no esperan nada del Cristo vencedor. Todo lo esperan de la Democracia, del Pueblo, del Amor Libre, por eso mantienen las leyes peronistas del divorcio, de los hijos adulterinos, de la enseñanza laica…

Para asegurarse el gobierno futuro, aunque después de las elecciones tengan que andar a cintarazos para repartirse los pedazos del queso, no tienen escrúpulos en hacerle el amor a otro cadáver que huele peor que ellos, porque es muerto reciente: el peronismo. Le cambiarán el nombre y se aliarán con él, no sea que él les gane las elecciones si juegan limpio.

Por los frutos se conoce el árbol. Ya la nación argentina conoce, de amarga experiencia, lo que es la democracia practicada por espectros que nacen de las urnas.

La historia está fresca todavía. Las elecciones más intachables que se han realizado en el país, bajo el signo de la Democracia con sus infinitas siglas, disfraces y caretas, las ganó el tirano, porque engañó mejor al pobre pueblo, dispuesto siempre a creer en los que se arrodillan a sus plantas, y le prometen mucho pan y mucho circo y nada de fatigas para ganarlo. El histrión más grande que ha visto el mundo en seis mil años, el que juraba que vivía con 300 pesos mensuales y que por economía viajaba en su Chevrolet viejo y cachuzo, después de saquear a la nación, a medias con sus testaferros, es hoy el hombre más rico del mundo, y aunque ha sido el más cobarde y corrompido personaje de la historia argentina, conserva tantos votos en este pueblo engañado, que toda vía les va a dar un susto.

¿Quién puede discutir que ese huevo lo puso la Democracia en la más legítima de las elecciones y que la misma madre puede poner otro huevito?

Estos espectros que ahora se juntan bajo el signo de la escuadra y el compás, y andan buscando atraerse los sufragios del neoperonismo resucitado, han cambiado de nombre pero no de mentiras.

Hay que confesar que han mejorado de táctica y no exigen a sus afiliados que se hagan masones públicamente: al contrario, los prefieren acristianados y hasta son capaces de aceptar como capellanes a algunos de esos curitas trashumantes, que andan de Herodes a Pilatos, que han olvidado el latín y en sus esfuerzos por aprender el hebreo, se han quedado con el idish, que es más democrático.

Pero ellos, los que cortan el bacalao son masones, son ateos, son aprendices de comunistas, con distintos epitafios. Han cambiado de nombre, es verdad, porque han cambiado el lado de la barricada donde ahora quieren combatir.

Como dice Dante:

E muta nome, perche muta lato.

¡Ay, de los pueblos que reniegan de Cristo! ¡Los frutos de su democracia se caen verdes y se pudren al pie de un árbol herido de muerte por la mano del Señor!

Hugo Wast
Combate, año I, nº 5, 9 de febrero de 1956

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