lunes, 24 de noviembre de 2008

Cuando uno ve...


MALVINAS,
EL REFUGIO
DE LA GLORIA


Cuando veo a la República Argentina traspasada por la más grave crisis de indignidad, de incapacidad, de intolerancia, de desprestigio. Cuando veo con dolor que ya no es ni país, ni nación, ni estado, me refugio en Malvinas.

En este conglomerado de desaciertos, mentiras y ultrajes en que se ha convertido aquella que fuera patria de grandeza, hoy se esconde —sin agravios ni resentimientos, sin pedir nada, silenciosa— la Gloria de Malvinas.

Cuando la soberbia enceguece a los gobernantes profiriendo palabras sin sentido, en medio de pobres aplaudidores mendicantes de prebendas, pienso en la humildad del soldado, hambriento, congelado, asustado, pero con el arma firme en su mano. Sólo él y sus recuerdos. Sólo él y su deber. Sólo él y su rosario. Sólo él y su enemigo. Sólo él y la gloria de Malvinas.

Cuando presencio los juicios inicuos, los desbordes circenses de multitudes desenfrenadas, vengativas, en los que la Justicia se subordina a intereses o ideologías retrógradas que sólo fomentan odio, y a los que deberían ser los jueces ganados por el “no te metas”, por cobardía, por miedo, por desidia, pienso en la Justicia de la causa de Malvinas.

Pienso en la defensa del honor ultrajado de un país que era patria, que se enfrentaba al enemigo con la fiereza de sus hombres y los rezos de sus mujeres, sin condiciones mezquinas, sin reproches, sin tribunales espurios. Únicamente la justicia de la causa de la patria en Malvinas.

Cuando la mentira y el embauque sorprenden desde las más altas esferas gubernamentales para disimular gravísimos errores —imperdonables en quienes tienen el sagrado deber de velar por el bien común— pienso en la Verdad de Malvinas, en la simpleza de la entrega a la muerte y al dolor, a la mano tendida al camarada, al valor descubierto en la noche de miedo, a la esperanza de un recuerdo. Todo puro, todo sano, todo ahí, para ejemplo del mundo.

Cuando la sociedad se debate en la miseria moral de la inseguridad, de la droga, del garantismo, de la delincuencia brutal, de la pobreza material e intelectual, de la deformación de la niñez, de la destrucción de la familia, con la absoluta complicidad de los medios de comunicación y del propio poder político, pienso en la grandeza de Malvinas, que debió haber iluminado el devenir argentino para hacerlo más bueno, más noble, más entero. El sacrificio como paradigma de conducta y la libertad asumida como la libre búsqueda de lo mejor. Sólo Dios en su grandeza en Malvinas.

Cuando veo a la Nación manoseada por representantes que desconocen la magnitud de sus deberes, haciendo del puesto de honor que les otorgara la ciudadanía, nada más que un escalón para las prebendas, extorsionando al pueblo con conflictos nacidos de su incapacidad o de su corrupción, pienso en la honradez de Malvinas. Honradez a la que también quisieron deshonrar los cobardes y los timoratos, pero que nunca lo lograron ni lo lograrán, porque desde el fondo del mar, desde los vientos y la turba, el grito estridente de la honra enaltecida retumba en el corazón de los argentinos bien nacidos. Sólo honradez en la heroica gesta de Malvinas.

Por último, cuando veo a las Fuerzas Armadas destruidas, incompetentes, genuflexas, sin vocación, sin respuesta ante la indignidad, pienso en Malvinas. ¿Dónde están aquellos oficiales ejemplares que delante de su tropa ofrecían su pecho al enemigo? ¿Dónde están aquellos suboficiales que con su experiencia enseñaban a sus hombres lo que es el deber y la satisfacción de cumplirlo? ¿Dónde están aquellos muchachos que en el pozo releían las cartas de sus novias esperando el zumbido de las balas, el alma enternecida y el coraje en acecho? ¿Dónde están aquellos que dominaron el cielo, el mar y la tierra, para asombro hasta del mismo enemigo? ¿Dónde están aquellos argentinos que vitoreaban a sus soldados? ¿Dónde está Malvinas, qué lugar ocupa en los cuarteles, quién se encarga de elevar su espíritu hacia las nuevas generaciones como símbolo de lo que es la patria?

Por eso ante esta Argentina que ya no es ni país, ni nación, ni estado, en mi desolación me refugio en Malvinas, adonde sé que muchísimos compatriotas me acompañan, aquellos que nacimos el 2 de abril de 1982, para no morir jamás.

María Delicia Rearte de Giachino

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