lunes, 11 de agosto de 2008

Históricas


DE BERESFORD
AL DOMINIO INFORMAL


Hablemos del estatuto colonial dependiente de Inglaterra que copó estas ecuménicas regiones platinas. La cruz se crucificó y la espada se envainó. El que fuera piadoso Imperio de los Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II asistió al “pecado bíblico de la torre”, el que al decir de Rafael Sánchez Mazas, “es el de la confusión, el de la escisión, con las rupturas como símbolo de decadencia”. Nuestro federalismo que de ninguna manera fue expresión de fórmulas lejanas, sino esencia de la tradición sociopolítica hispánica con sus Cortes y Cabildos fue desvirtuado por la impronta británica que torció el rumbo.

Los Orientales tenemos el ejemplo con la tergiversación del pensamiento de Artigas por parte de los historiógrafos liberales. Se difundió entonces desde las aulas una imagen negativa e indecente de la hispanidad de América a la que la hegemonía anglosajona comenzó a llamar “latina”. Apelativo que escondía en el falso retorno a la “romanidad” la determinación de su conocimiento con la desidentidad de su imagen. “Fue el tiempo de las luces porque ya no había luz y el de la libertad, porque ya no había libertades”. Pero cosa pequeña sería la Hispanidad si hubiera podido ser encerrada en algunas generaciones.

En lo profundo y secular se mantuvo la herencia de nuestra raza. El rescate de su Historia mostró, tal como decía José Antonio, que la Monarquía del Yugo y las Flechas “había sido el instrumento histórico de ejecución de uno de los más grandes sentidos universales”. De ahí que, pese a todo, seguimos siendo en espíritu ansias y lengua “unidad de destino en lo universal”.

Éste es el cuadro histórico. Ello hace necesario indagar la forma en que el proyecto hegemónico británico se reafirmó. Un capítulo importante lo fue cuando por gestión de Bernardino Rivadavia, la firma Baring Brothers hizo la primera entrega del empréstito de un millón de libras, dándose como garantía del mismo “todo el territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata”.

Corrían los días del claro planteo de Mr. Canning, cuando en nombre de la Santa Alianza entraban en España las tropas francesas para restaurar a Fernando VII en el absolutismo. Así escribía el poderoso ministro inglés: “…Yo resolví que si Francia tenía a España no habría de ser, sin embargo España CON las Indias. Yo llamé a existencia al Nuevo mundo para enderezar la balanza del Viejo”. Y así fue orientado el rumbo de la América en metamorfosis.

En lo que a estas regiones respecta cabe volver a señalar la felonía de la política rivadaviana y la sumisión a los intereses financieros ingleses. Con ese poderoso ariete Mr. Ponsonby llevó adelante su política secesionista coronada con la Convención Preliminar de Paz en 1828. Las infructuosas intervenciones europeas entre 1838 y 1850 fueron tomadas muy en cuenta por Gran Bretaña.

El desastre de Caseros y la caída de don Juan Manuel de Rosas fue el verdadero drama para la América del Sur. Con su eliminación de la escena política, desapareció del “máximo vértice un organizador, un jefe que podía continuadamente ordenar energías y fuerzas”. “Un poder en acto”, un hacer y un ordenar para frenar a quienes estaban delante y detrás del sub imperialismo brasileño.

En el Estado uruguayo significó la hegemonía de los cariocas con pérdida de miles de kilómetros cuadrados, dependencia financiera y el control virreinal del Embajador de Río de Janeiro sobre las relaciones exteriores y la política interna. Luego se produjo la reacción nacional de 1860 derrotada en el holocausto de la Heroica Paysandú (1865) y la exitosa presión carioca-mitrista para participar en el crimen de la Triple Alianza contra el Paraguay.

La declinación del Imperio de Pedro II permitió el regreso británico, simbolizado en empréstitos como el brasileño refinanciado en Londres en 1863 con un segundo “acuerdo” firmado también a orillas de Támesis (1871).

De este último decía el negociador uruguayo Alexander Mackinnon a su ministro de Hacienda Duncan Stewart: “He aquí el medio para eliminar la influencia que el brasileño Barón de Mauá ha ejercido en nuestro país”. En esos finales del siglo XIX —escribe Peter Winn— “el objetivo era imponer un imperio de comercio e inversiones diferente al intentado en los primeros cincuenta años de la centuria. Ahora la meta era un imperio de inversiones en el que la libra esterlina fuese la moneda rectora. Ellas se reforzarían y complementarían mutuamente”.

Tanto fue así que, cuando al Presidente Oriental Julio Herrera y Obes se le preguntó cómo se sentía con el ejercicio del poder, respondió: “Como el administrador de una gran empresa cuyo directorio está en Londres”.

Real incidencia en la política de Albión en la cuenca del Plata la tuvieron los ferrocarriles. Con acierto lo señala Raúl Scalabrini Ortiz: “El instrumento más poderoso de la hegemonía inglesa entre nosotros ha sido el ferrocarril. El arma del ferrocarril es la tarifa. Con ellas se pueden impedir industrias, fomentar regiones y hasta destruir ciudades florecientes…”

En la misma línea, Julio Irazusta, en el capitulo V de “Balance de siglo y medio” prueba como el capital nacional fue desplazado con pretextos, mientras a los “inversores” británicos se les hacían concesiones, “adjudicándoseles hasta una legua de terrenos a cada lado de la vía garantizándoseles una ganancia del 15% neto sobre la inversión, antes que el gobierno pudiera intervenir para regular las tarifas”.

Similar situación encontramos también en esta Banda del Río epónimo. A partir de 1876 y luego del desplazamiento del capital nativo empieza el largo dominio de la empresa británica. Ya en 1878, se deja librada a “The Central Uruguay Railway Ltd.” la fijación de tarifas, mientras la explotación no alcanzara el 16% de utilidades.

El espíritu que prevalecía era el que expresó en el Senado de la época un conspicuo hombre del gobierno: “No se me ocurre más que un pensamiento que es mi deseo: ferrocarriles a todo trance aunque se comprometa el país…”

Las pretextadas ventajas en cuanto a explotación de la agricultura y diversificación productiva nunca llegaron a concretarse ya que todos los trazados del ferrocarril estuvieron realizados hacia zonas menos pobladas, por lo que los vagones iban casi vacíos para ser cargados en los lugares de producción. El precio de doble flete era la consecuencia no confesada.

Sin embargo en el tema también incidió el tendido de las vías para las que la Administración extranjera buscó la solución más barata. El final de la Segunda Guerra le facilitó al Reino Unido la oportunidad de desprenderse de la obsoleta maquinaria.

Todo se dio porque al final del conflicto la República Oriental del Uruguay, que había contribuido con los precios bajos de sus carnes y sus lanas, al triunfo del contubernio demoliberal-bolchevique se encontró, pese a todo, con un crédito sobre Inglaterra de dieciocho millones de libras esterlinas. La importante cantidad no podía ser realizada ya que el Gobierno de Londres “bloqueó las libras”, imposibilitando su retiro de la City.

El informe del representante uruguayo en Londres decía: “El Gobierno de Su Majestad manifestó su más vivo interés por negociar o bien la transferencia de las empresas ferrocarrileras o bien asegurar a estas un rendimiento equitativo”.

No había opciones por lo que el gobierno de Luis Batlle (1949) optó por la permuta a la que se agregaron los viejos tranvías y la Compañía Montevideo Water Work (Aguas Corrientes). Todo era una fiesta demagógica en aquella posguerra. El país uruguayo reafirmaba la democracia corruptora con el clientelismo electoral en los Comités partidarios y la proliferación de empleos públicos inamovibles y bien remunerados.

El país batllista caminaba con un inverosímil optimismo hacia el aflojamiento del ritmo de trabajo, el estancamiento económico, la atonía ética y la disgregación hedonista inmanentista. Tal era la trágica herencia del Dominio Informal Británico.


Luis Alfredo Andregnette Capurro

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