viernes, 22 de agosto de 2008

El Corazón Inmaculado triunfará


VIVA EL CORAZÓN
INMACULADO DE MARÍA

La meditación de los principales misterios de la vida de Jesús y de María constituye como el alma del Rosario, así como el rezo vocal de los Padrenuestros y Avemarías constituye como su cuerpo material. Ambas cosas son absolutamente necesarias para que exista el Rosario. Quien se limitare a rezar los Padrenuestros y Avemarías, pero sin meditar en los misterios, haría, sin duda, una excelente oración, pero no rezaría el Rosario. Y el que meditara atentamente los misterios, pero sin rezar los Padrenuestros y Avemarías, haría una excelente meditación, pero es claro que tampoco habría rezado el Rosario. Para que exista el Rosario es preciso, imprescindiblemente, juntar las dos cosas: rezo de las oraciones y meditación de los misterios.

¿De qué modo se puede rezar eficazmente el Rosario?

Para obtener del Santo Rosario toda su eficacia impetratoria y santificadora, es evidente que no basta rezarlo de una manera mecánica y distraída, como podría hacerlo una cinta magnetofónica. Es preciso rezarlo digna, atenta y devotamente, como cualquier otra oración vocal.

En teoría hay que reconocer que es difícil rezar bien el Rosario, precisamente porque hay que juntar la oración vocal con la mental, so pena de invalidarlo en cuanto Rosario. Pero en la práctica es fácil encontrar algunos procedimientos que ayudan eficazmente al rezo correcto y piadoso de la gran devoción mariana.

El Rosario debe rezarse dignamente. Esta primera condición exige, como programa mínimo, que el rezo del Rosario se haga de una manera decorosa, como corresponde a la majestad de Dios, a quien principalmente dirigimos nuestra oración.

El mejor procedimiento es rezarlo de rodillas ante el Sagrario o ante una devota imagen de María, pero en general puede rezarse en cualquier otra postura digna modestamente sentado, paseando por el campo, etc. Sería indecoroso rezarlo en la cama —salvo por razón de enfermedad— o interrumpiéndolo constantemente para contestar a preguntas ajenas al rezo, o en un lugar público y concurrido que hiciera poco menos que imposible la atención.

El Rosario debe rezarse atentamente. La atención es necesaria para evitar la irreverencia que supondría si fuera plenamente voluntaria. ¿Cómo queremos que Dios nos escuche, si empezamos por no escucharnos a nosotros mismos?

Sin embargo, no toda distracción es culpable. No tenemos el control despótico sobre nuestra imaginación, sino únicamente político, y no podemos evitar que se nos escape sin permiso, como un siervo desobediente e indómito, que tal es “la loca de la casa” (la imaginación). Las distracciones involuntarias no invalidan el efecto meritorio e impetratorio de la oración, con tal que se haga lo posible por contenerlas y evitarlas.

En segundo término, el Rosario ha de rezarse devotamente. La devoción consiste en una prontitud del ánimo para las cosas tocantes al servicio de Dios. Es imposible que el alma no se sienta llena de devoción si reza tan perfectamente como le es posible el Rosario.

Una cosa importantísima hemos de advertir aquí. El fin principal de toda oración vocal o mental es unir el alma con Dios de la manera más íntima realizable. Todo lo demás, incluso la impetración de las gracias que pedimos, es secundario en relación a esta finalidad suprema. De donde hay que concluir que, si durante el rezo del Rosario o de cualquier otra oración vocal no obligatoria se sintiera el alma llena de un amor de Dios tan intenso que el rezo le resultara muy penoso o poco menos que imposible, habría que suspender inmediatamente el rezo sin escrúpulo alguno, para “dejarse abrasar en silencio” por aquella llama de amor viva “que sabe a vida eterna y paga toda deuda”, como dice San Juan de la Cruz.

El rezo del Rosario en las condiciones que acabamos de indicar constituye una de las más grandes y claras señales de predestinación que podemos alcanzar en este mundo, al reunir la eficacia infalible de la oración impetratoria de la perseverancia final y la poderosísima intercesión de María como mediadora universal de todas las gracias. Quiera Dios conceder a cada uno de los lectores el deseo ardiente de ser un gran devoto de la Virgen en su doble advocación del Carmen y del Rosario:

Cuando con blanco sudario
cubran los despojos míos,
¡sálveme tu escapulario
y tengan mis dedos fríos
las cuentas de tu Rosario!

Padre Antonio Royo Marín, O.P.

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