jueves, 3 de julio de 2008

In memoriam


PRIMERO,
LA ARGENTINA

El enemigo está ahora en toda la clase política dirigente. Y en el sistema que esta clase política encarna.

Esta clase política ha estado hoy reunida en el palacio San Martín, en el tercer o cuarto intento para obtener lo que se llama consenso democrático para la gobernabilidad del sistema. A nosotros nos importa un cuerno la gobernabilidad del sistema. Nos importa, sí, esencialmente, la perdurabilidad de la Nación. Y ésta es la propuesta alternativa que el Nacionalismo formula. Propuesta que por otra parte hace ya más de seis décadas que el Nacionalismo viene expresando a través de diversas secuencias de nuestra historia contemporánea. El Nacionalismo no ha inventado todo su pensamiento político. Ha sido fiel a viejas tradiciones. Ha recogido buena parte del pensamiento de corrientes políticas auténticamente nacionales. Pero le ha agregado una nota de creatividad propia, por la experiencia por ella vivida y por las sucesivas frustraciones a que ha sido sometido y comprometido su destino.

Hoy está ante esa tarea gigantesca, sin duda superior a sus fuerzas singulamente propias desde el punto de vista numérico. Pero convencido de que interpreta una inmensa mayoría inexpresada de la voluntad nacional, tergiversada por el maldito sistema partidocrático, que consiste en la indispensable unidad íntima de los argentinos. Porque responde a una concepción que es necesario rectificar en el orden del régimen de la representación popular. Porque es indispensable complementar lo que de representación política debe haber en el plano del Estado, con la representación directa de las organizaciones naturales de esa sociedad. Y no hay que tenerle miedo a los conceptos y a las palabras que expresan esos conceptos. Es necesario promover una organización corporativa del Estado. Y esto de tenerle miedo a las palabras es una de las cosas que más cubren de innobleza a la política. Porque los mismos que hacen escarnio de las corporaciones, y las condenan como si fueran la imagen de Satanás, acuden a ellas cada vez que sienten amenazada su solidez democrática anticorporativista. Y hoy asistimos, como ayer y anteayer y desde que se inició este proceso constitucional, al reiterado espectáculo de las apelaciones continuas que formula el gobierno a las corporaciones naturales en que la sociedad está organizada, prescindiendo de los partidos políticos, a los que sin embargo rinde su pleitesía ideológica. Y esto lo podemos decir nosotros con la libertad de espíritu que siempre nos anima, porque no tenemos cortapisas para decir la verdad, porque no estamos mendicando votos sino promoviendo voluntades para la tarea común de la salvación nacional.

Y esas voluntades están dispersas. Y hay que unirlas. Hay que convocarlas a una tarea común, armónica, orgánica y enérgica. Y no hemos de ser nosotros quienes pongamos obstáculo a que esa confluencia de voluntades patrióticas sea un hecho vigoroso que contribuya a quebrar las perversidades a que el sistema nos tiene sometidos, y que contribuya a hacer volar el sistema, hecho pedazos, porque no sirve más.

Desde luego que tenemos derecho, bien ganado derecho, sin jactancias de preeminencias personales sobre nadie —¡Dios nos libre!— tenemos bien ganado los nacionalistas el derecho a decir que en esa conjunción de voluntades nacionales, el Nacionalismo tiene que ser el vino de solera de esos zumos patrióticos para dar realmente el fruto que esa voluntad tiene que brindarle a la Nación. Y para esto es indispensable que la ciudadanía que responde a esta concepción general de la Patria y de la vida (porque está implícita una concepción de la vida en una semejante concepción de la Patria), es indispensable que demos nosotros los nacionalistas un ejemplo de militancia cabal, no sólo literaria, porque no estamos en esta tribuna para regodeo intelectual de quienes nos acompañan, sino para convocarlos a un compromiso recio de servicio, sin lo cual el Nacionalismo sólo sería el megáfono de un inmenso “macaneo” histórico. Es un deber moral, ya no sólo político sino moral, propio de un argentino y de un cristiano. Si esto no se hace todo habrá sido en vano. Pero para esto hay que superar el espíritu de capillismo estéril, superar también las diferencias rencorosas que también legítimamente nos han separado. Y pensar por sobre todas las cosas lo que ya se ha dicho y es el principio motor del acto que estamos realizando: ante todo, primero la Argentina.

Ricardo Curutchet

Nota: Don Ricardo Curutchet fue llamado a Dios en la noche del 3 de julio de 1996. Trascribimos aquí algunos fragmentos de un discurso pronunciado el 20 de noviembre de 1986.

1 comentario:

PAMPA dijo...

Por favor!!. Desde Corrientes nos sumamos a esa CRUZADA NACIONAL!!. Estamos en el dilema de encontrar el cauce más justo para la acción. Dígannos sus ideas de cómo realizarla y nos arremangaremos y no vacilaremos... Cuenten con nostros para poner el hombro y VIVA LA PATRIA!.