domingo, 25 de mayo de 2008

Peco, más actual que el diario de hoy


BUENOS AIRES

EN 1810

Mientras la sociedad cerraba celosamente sus puertas a toda idea innovadora, los hombres de arraigo en Buenos Aires repudiaban las corrientes impías (sociales, políticas y filosóficas) que Francia había hecho triunfar con la Revolución. Debe advertirse, no obstante, que una minoría culta y urbana formada intelectualmente en los centros de Chuquisaca o educada en Europa, conocía las ideas preconizadas por los Enciclopedistas y admiraba en silencio los principios liberales que informaron la ideología de 1789.

Pero tal exotismo fue totalmente extraño al espíritu popular argentino de la época. Pues bien: ¿qué causas profundas movieron entonces a los protagonistas de los acontecimientos históricos ocurridos en Buenos Aires en 1810? Vinculados a España, nuestros patriotas —como natural reacción antiborbónica, pues eran aún leales al viejo espíritu de familia común— abrigaban, es cierto, ocultos propósitos de reformismo institucional. ¿Eran legítimas sus aspiraciones a esta especie mínima de independencia a través de nuevas leyes de recíproca hermandad política entre la Monarquía y sus dominios de ultramar?…

La respuesta la brinda el testimonio indubitable de dos importantes protagonistas de la célebre semana de mayo en Buenos Aires, que ratifican claramente lo que acabo de afirmar como historiador argentino. En efecto, basta con leer las opiniones contemporáneas de dos próceres responsables del primer gobierno patrio en 1810; o sea, Cornelio Saavedra y Tomás Manuel de Anchorena, respectivamente. Allí se ve la interpretación “ANTI-IDEOLÓGICA” de nuestra denominada REVOLUCIÓN DE MAYO (todavía en pañales en 1814): impremeditada y auténticamente tradicionalista en sus orígenes.

La Historia Argentina ha sido escrita en nuestro país obre la base de un preconcepto —EL ANTIHISPANISMO IDEOLÓGICO— esgrimido como bandera de guerra para justificar actitudes políticas. Hoy, lograda (en teoría al menos, el objetivo primario) la independencia nacional, el odio al pasado popio resulta deleznable y anacrónico, propio de escritores y panfletistas baratos de izquierda. ¿Prejuicios de resentidos, acaso? Este preconcepto nos viene de lejos y es, puede decirse, el sostenido por dos próceres constitucionales: SARMIENTO, ALBERDI (el cipayesco autor extranjerizantes de “Las Bases” en 1852) y MITRE. Trilogía infalible hasta hoy; a quienes la “Historia regulada” otorga los dones del Espíritu Santo para juzgar sobre nuestro pasado remoto.

Aquellos hombres, mentores del ANTIESPAÑOLISMO COMO DOGMA, menospreciaron las tradiciones virreinales en bloque, como una rémora; no obstante haber ellas plasmado —a través de cinco siglos de unión a España— las épicas virtudes de nuestra raza, cuyo legado hemos de transmitir intacto a la posteridad.

Nuestras “guerras civiles” iniciadas en 1810, evidencian, pues, la profunda impopularidad de logistas y afrancesados facciosos en el escenario nacional, demostrando por lo demás que de aquella enconada resistencia al liberalismo despótico y ateo, ha sido hecha la verdadera Argentina histórica independiente. Historia Argentina que arranca de una tradición viva y no de exóticas ideologías postizas, importadas pro el contrabando mercantil y por intermediarios de la civilización capitalista.

Y bien: ahora más que nunca, la presión de ideologías extrañas vuelve a ahogar la voz de nuestros impávidos ciudadanos indefensos. Es preciso inspirarse en los ejemplos de antaño. El signo de la argentinidad pretérita (hispanocatólica hasta las raíces), debe ser el que presida hoy nuestra emancipación total y la grandeza futura de Hispanoamérica libre.

¡Quiera la Providencia, entre tanto, iluminar con ese espíritu a las nuevas generaciones rioplatenses en los años decisivos que a todos nos tocará vivir! Imitando aquellos tiempos heroicos de 1810 y siguientes, en que gobernaban la Argentina hombres de la Reconquista y la Defensa (patriotas y no políticos profesionales). En cambio, en la actualidad, la dirigen advenedizos complacientes, acostumbrados a capitular; a entregarse “por sistema” a gringos y cipayos de adentro; o sometidos inermes, a los planes chupasangre, caprichosos e imperialistas de los acreedores de afuera… Nada más y ¡VIVA LA PATRIA!

Federico Ibarguren

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