domingo, 30 de marzo de 2008

En la semana del 2 de Abril (II)

MALVINAS,
VALORES Y DOBLEZ

El Padre Castellani decía, citando a Aristóteles, que en toda guerra se podían encontrar dos raíces: una económica, causa material, y otra teológica, causa formal, y refiere que en la de Troya el rapto de Elena fue sólo la ocasión, que la realidad fue que ese puerto asiático, mercantilista y de una religión opuesta a la griega, presionaba a estas comunidades. Homero divide a los dioses de ambos contendientes, colocando a Venus, Mercurio y Neptuno de parte del emporio comerciante y navegante, y de parte de los griegos a Atenea, diosa del saber, Febo, de la poesía, y Ares, del valor militar.

Nada en la epopeya de Malvinas parece contradecir estos dichos, que pudieran ser considerados por algunos como superados por antiguos. Diremos, saltando muchas etapas, que en 1877, Sir Cecil Rhodes, fundador de Rodesia y del emporio de oro y diamantes de Sudáfrica bajo la égida de Anglo-American (actualmente ocupados en extraer nuestro oro de Santa Cruz, Mina Cerro Vanguardia, empresa controlada por la banca inversora Oppenheimer, con un rinde aproximado de 10 gramos de oro por tonelada, rendimiento actual en Sudáfrica, 4,5 gramos por tonelada) y De Beers, estableció en su testamento el legado de su fortuna como un fondo de y para el establecimiento de una sociedad secreta que restableciera el poderío del Imperio Británico, con la ocupación de extensas zonas del planeta con súbditos británicos, entre ellas toda la América del Sur, y la recuperación final de los Estados Unidos como parte integral del imperio. Esta Sociedad Secreta nació el 30 de mayo de 1919 en Versailles, fundada por su administrador, Lord Alfred Milner, conjuntamente con Rudyard Kipling y resultó ser el Instituto Real de Asuntos Internacionales (Royal Institute of International Affairs, RIIA, Chatam House, St. James Square, Londres), y domina directamente a todos los principales bancos de Gran Bretaña, a la British Petroleum y la Royal Dutch Shell.

En 1921 se fundó su subsidiaria, el Consejo de Relaciones Internacionales (Council of Foreign Relations, CFR), uno de cuyos fundadores fue John Foster Dulles, luego Secretario de Estado de Estados Unidos, amigo íntimo de Rockefeller. En su revista oficial, Foreing Affairs, escribió, en abril de 1974, Richard Gardner, miembro del gobierno de Jimmy Carter: “…de ese modo llegaremos a poner fin a las soberanías nacionales, corroyéndolas pedazo a pedazo”.

El 23 de octubre de 1973 se fundó la Comisión Trilateral, integrada por los mayores titulares de empresas industriales de Estados Unidos, Europa Occidental y Japón. Entre sus miembros se contaban, en Inglaterra, en 1982, Margaret Thatcher y Lord Carrington, Ministro de Relaciones Exteriores; en el gobierno de Reagan, George Bush (padre), Vicepresidente, Alexander Haig, Secretario de Estado, William J. Casey, director de la CIA, David Rockefeller, Caspar Weimberger, Secretario de Defensa. Por Argentina: José A. Martínez de Hoz, apoderado del Chase Manhattan Bank, banco acreedor, quien se entrevistara cinco veces en Londres con Ted Rowlands, antes de la guerra.

El 11 de octubre de 1978 se funda el CARI: Consejo Argentino de Relaciones Internacionales, subsidiaria del CFR, aprobada por Expediente Nª 7271/61451 de la Inspección General de Personas Jurídicas. Firmaron el Acta fundacional, entre otros: Roberto Alemann (apoderado de bancos suizos y del complejo CIBA-Geigy y ministro de economía del Proceso), Juan Ramón Aguirre Lanari (ministro de Relaciones Exteriores del Proceso), José María Dagnino Pastore (ministro de economía del Proceso), Nicanor Costa Méndez (ministro de Relaciones Exteriores del Proceso, presidente de UNITAN, ex La Forestal, de capital británico y de la Cía. General de Combustibles, del cartel petrolero anglo-americano, encargado de las tratativas de paz con Alexander Haig), Fernando de la Rúa, Mariano Grondona y Lucio García del Solar. Las zanahorias siempre seguras con los conejos.

En 1978, el “Glomar Explorer”, buque científico de la CIA informó que existían, dentro del área de las 200 millas de Las Malvinas nueve veces más reservas de petróleo que en el Mar del Norte, y en el Informe Shakleton, de 450 páginas, al referirse a los alimentos de la región, se menciona que sólo con la pesca del romero azul, se equipara la totalidad de la pesca del Atlántico Norte y que se pueden obtener 75 millones de toneladas de krill anuales.

En 1980 la revista “Petróleo Internacional” de Tulsa, Oklahoma, manifiesta: “La Argentina es una de las tres regiones del mundo que más promete en el campo de la explotación petrolera, según un informe de la CIA”. Pienso que estos solos datos explican sobradamente la raíz económica de la guerra. Veamos.

El 8 de junio de 1989 asume la presidencia Carlos Menem, mediante una Facultad Extraordinaria del Congreso, en violación del Art. 29 de la Constitución Nacional y de la Ley de Acefalía. El 18 de agosto se dicta la Ley Nº 23.696, que se refería a los bienes patrimoniales de la Nación que habrían de ser enajenados a sectores privados. En septiembre la Reina recibió en audiencia especial y secreta al Senador Eduardo Menem, y en noviembre, en su discurso de apertura de la sesiones del Parlamento, se refirió al inmediato restablecimiento de las relaciones diplomáticas con la Argentina y de las ventajas económicas que se derivarían de ello para el comercio británico; el mismo mes llegó al país una misión comercial británica, presidida por Lord Montgomery, para ver las Empresas y Organismos Públicos que se ponían en venta.

El 15 de febrero de 1990 se firma en Madrid la “Declaración Conjunta de las Delegaciones de la Argentina y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte”, suscripta —en un día— por Sir Crispin Tichelle, representante permanente del Reino Unido ante las Naciones Unidas, y Lucio García del Solar —como vimos— miembro del CARI. Esta Declaración constituye una virtual rendición incondicional a Gran Bretaña, en violación al Art. 67 de la Constitución Nacional, que establece en su inciso 19 que “corresponde con exclusividad al Congreso de la Nación aprobar o desechar tratados concluidos con otras naciones” y en el 20 “autorizar al Poder Ejecutivo para declarar la guerra o hacer la paz”. Consecuencia de dicho tratado fue la Ley Nº 24.184 del 4 de noviembre de 1990, que ratifica el Convenio de Promoción y Protección de Inversiones, que garantiza toda inversión británica en Argentina, así como la repatriación de inversiones y ganancias. Como puede apreciarse, la guerra fue imprescindible —para Gran Bretaña— ya que sin ella no hubieran existido ni el Tratado de Paz ni la Ley Nº 24.184. La ocupación incruenta de las Islas también fue imprescindible, porque impidió la prescripción de nuestros derechos al cumplirse los 150 años de usurpación, y la posibilidad de que Gran Bretaña declarara la independencia de los kelpers, ya que en cualquiera de los dos casos hubiéramos perdido todo derecho a reclamo. Eso, sin mencionar el honor.

También en Malvinas encontramos la raíz teológica. Por el lado de los mercenarios británicos: Venus portuarias de senos al viento, Mercurio, objeto de adoración de los que los enviaron y el Neptuno que los transportó. La operación argentina se llamó Rosario, lo que lleva en sí implícito la Sabiduría, la Poesía y el Valor que nos trascienden. No voy a intentar honrar la Gesta ni a sus héroes, porque carezco del conocimiento del sabio y de la delicadeza del poeta necesarios para hacerlo como es debido. Creo que el mejor tributo que podemos rendir a los que tomaron la decisión, a aquellos que nos esperan en las Islas, a los que sobrellevan las cicatrices físicas o espirituales del combate, y, en fin, a todos los que pusieron o que quisieron poner todo de sí —y fueron, por consiguiente, heroicos— es elevar nuestra Fe, nuestra Bandera y nuestro espíritu hasta sus máximas alturas y aceptar la responsabilidad de conocer nuestros derechos y sustentarlos.

Y de no rendirnos jamás.
Luis Antonio Leyro

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