viernes, 8 de febrero de 2008

Nunca pasa nada en verano


Y DICEN QUE

NO HUBO GUERRA…

E
n un tórrido verano cordobés, los aviesamente llamados Montoneros resolvieron atacar directamente a un representante oficial del imperialismo yankee (para ellos el único, ya que el soviético no era considerado tal), secuestrando, torturando y asesinando a su cónsul honorario local, John Patrick Egan, un pequeño empresario de la construcción que vivía en “la Docta” y aceptó representar en ella a su país natal. Fue secuestrado en la ciudad en que eligió vivir y morir, el 26 de febrero de 1975, para canjearlo por 5 “montoneros” que sus secuaces sabían muertos en enfrentamientos (y luego denunciarían como “desaparecidos”). Vencido el plazo de 48 horas para el imposible trueque, fue hallado el cadáver brutalmente golpeado, con un segundo “comunicado” clavado en el pecho, justificando la salvajada como represalia por la caída de dos de sus secuestradores. Don Juan, como lo llamaban los cordobeses, vivía de su trabajo sin “explotar” a nadie y era católico como buen descendiente de irlandeses.

Ese mismo mes y año había comenzado en Tucumán el Operativo Independencia, que en un año jalonado por combates casi diarios aniquiló a la Compañía de Monte Ramón Rosa Giménez del ERP, y a la Patrulla de Monte de Montoneros. En el primero de esos combates, sobre el río Pueblo Viejo, el 14 de febrero de 1975, ofrendó su vida el teniente primero Héctor Cáceres, al acudir a rescatar a dos de sus subordinados gravemente heridos.

Igualmente veraniegos fueron los rutinarios y fáciles asesinatos de policías mendocinos, apostados e inmóviles frente a sus comisarías, por una gavilla de marxistas Montoneros, que comenzó su práctica de tiro con blancos fijos y humanos al ametrallar la Seccional 1ª de la Capital, asesinando al agente Alberto Rubén Cuello, padre de cuatro niños, el 3 de enero de 1976. No conformes con ello, prosiguieron por las inmediaciones matando caprichosamente en los días consecutivos al agente Humberto Armando Hernández Guerra, en Godoy Cruz (el 14 de febrero de 1976), al agente Santos Tomás Fredes Campillay (el 15 de febrero de 1976) y al agente Pablo Roberto Puebla (el 16 de febrero de 1976), éstos en Guaymallén.

La dispersión del aparato ”montonero” operante en la capital mendocina y alrededores (había otro en San Rafael), fue narrada fragmentariamente por Eloy Camus en “La Nación” diario, del 10 de agosto de 2000, pág. 7, identificando a los prófugos “en la clandestinidad” —todos desaparecidos e inocentes como siempre—, una de las cuales era María Ana Erize Tisseau (a) “María Anne” (a) “La Francesa”, muy mentada en esos días para “fundamentar” la detención en Italia y extradición a Francia del My. (R) Dr. Jorge Olivera.

La subsiguiente temporada estival iba a empezar mal. En un año jalonado por voladuras que nadie recuerda (como la del Comedor Policial, con 23 muertos y 66 mutilados y/o quemados graves, del 2 de julio de 1976), otro “montonero” encubierto —el sociólogo José Luis Dios (a) “Jerónimo”, se constituyó en un unipersonal “Pelotón de Combate Norma Arrostito”, para dejar una mina vietnamita “Claymore” bajo su impermeable sobre una butaca del microcine de la Subsecretaría de Planeamiento del Ministerio de Defensa, abandonando “por un momento” la reunión (y el edificio en pleno centro de Buenos Aires) ese fatídico 15 de diciembre de 1976, para no ser alcanzado por la explosión que asesinó a 16 o hirió o quemó a otros 20 de sus compañeros de tareas, con quienes había convivido diariamente durante nueve años. Dos de sus víctimas fallecieron medio mes después: la Sra. Juana Elena Dacunha de Aballay, y el Cnel. Jorge Andrés Fernández Cendoya. El terrorista “Jerónimo” fue abatido en un enfrentamiento en San Andrés, el 9 de septiembre de 1977 y —toda una rareza— no figura como “desaparecido” en las listas de la CONADEP, abultadas hasta con cabecillas como Quieto, Mena, etc., etc.

También culminó en los idus de diciembre la sangrienta trayectoria de una pareja de marxistas “montoneros”, Estela Inés Oesterheld (a) “Marcela” (a) “Mónica Chesterfield”, y Raúl Mórtola (a) “Vasco”, cuando fueron abatidos en Longchamps el 14 de diciembre de 1977. Según el Boletín Público Militar “Nuestras Operaciones”, Nº 44, págs. 9-10, perpetraron sus crímenes casi siempre circulando en una veloz moto y en la zona sur del Gran Buenos Aires. Entre esos asesinatos debe destacarse el del niño Juan Eduardo Barrios, en Lanús, el 6 de diciembre de 1977, con ocasión de encontrarse frente a la sucursal bancaria que ametrallaron e incendiaron ese día. No sabemos de ninguna “abuela” plazamayista que haya pedido por los derechos de este niño.

Según ecuánimes y humanitarias declaraciones de la secretaria del ramo, Diana Conti (del 30 de noviembre de 2000), “no ha lugar a reclamación alguna” por estas y todas las víctimas del terrorismo marxista, arguyendo que reconocerles violación de sus derechos humanos, “tiende a justificar el terrorismo de Estado”, lo cual sería un suicidio para la “sociedad democrática”, más precisamente para la sociedad (legal pero ilícita) de quienes curran —no curan— con la democracia.

Al igual que un buen número de terroristas notorios, tanto el “Vasco” Mórtola como su acompañante motociclística, dos hermanas de ésta —Diana Irene abatida en Tucumán con su compañero y otros cuatro compinches (el 7 de julio de 1976), así como Marina (1 de noviembre de 1977) y el padre de todas, Héctor “Germán” —el autor de “El Eternauta” y militante pasado a la clandestinidad (24 de abril de 1977), según sus admiradores que lograron imponer su nombre a una plazoleta en Puerto Madero— engrosan la nómina de “desaparecidos” de la CONADEP.

Dos días después de la caída de los perpetradores de la seguidilla bonaerense émula de la mendocina, la banda Montoneros asesinó al director de Servicios Técnicos de SAFRAR, Andrés Gasparoux (el 16 de diciembre de 1977). Para facilitar la huida de los criminales, otros cómplices disfrazados con uniformes simularon un control vehicular, cortando la ruta 2. Al revisar la documentación de un conductor e identificarlo como integrante del Batallón de Inteligencia 601, lo asesinaron ante su familia y luego huyeron. No fue el único de su condición que dio la vida por la patria. Transcurridos dos decenios de preservar necesariamente el secreto —previsto en los reglamentos— la Jefatura II de Inteligencia del EMGE, ha inscripto con letras de bronce los nombres de sus héroes anónimos, que nos honramos en transcribir: Francisco Daniel Righetti, Néstor Osvaldo Esnaola, Daniel José Ibáñez, Alberto Rafael Peláez y Juan José Ceresola. Sólo es de lamentar que este justificadamente tardío homenaje, se haya limitado al hall central de la citada Jefatura, en vez de agregar esos nombres tan dignos de recordación, a los que están en el gran hall de acceso al Edificio Libertador, pues todos ellos, con o sin uniforme, son caídos del Ejército en la guerra contra el marxismo.
Adolfo Muschietti Molina

1 comentario:

Anónimo dijo...

En aquel momento todo el pueblo pedía el exterminio de los terroristas, el diarero de mi casa hablaba de "cortarlos en pedacitos" y un vecino de " quiero que me dejen a mi, con una Gillete" y cosas así. Ahora se hacen los cancheros porque estos hijos de perra o murieron o son gobierno y entonces nadie muerde la mano que le da de comer. Los militares se quedaron cortos. Enzo