viernes, 31 de agosto de 2007

Poesía que promete


FRAGMENTOS DE
"DIDÁCTICA
DE LA PATRIA"

6

El nombre de tu Patria viene de argentum.
¡Mira que al recibir un nombre se recibe un destino!
En su metal simbólico la plata
es el noble reflejo del oro principial.
Hazte de plata y espejea el oro
que se da en las alturas,
y verdaderamente serás un argentino.

7

Es un trabajo de albañilería.
¿Viste los enterrados pilares de un cimiento?
Anónimos y oscuros en su profundidad,
¿no sostienen, empero,
toda la gracia de la arquitectura?
Hazte pilar, y sostendrás un día
a construcción aérea de la Patria.

8

Y es una vocación de agricultura.
¿No viste la semilla en su carozo
y el carozo en su tierra
y esa tierra en su invierno?
Riñón de lo posible,
la semilla es el árbol no proferido aún
y ya entero en su número.
Hazte carozo de la Patria en ti mismo,
y otros verán arriba la manzana
que prometiste abajo.

9

Somos un pueblo de recién venidos.
Y has de saber que un pueblo se realiza
tan sólo cuando traza la Cruz en su esfera durable.
La Cruz tiene dos líneas:
¿cómo las traza un pueblo?
Con la marcha fogosa de sus héroes abajo
(tal es la horizontal)
y la levitación de sus santos arriba
(tal es la vertical de una cruz bien lograda).

10

Si como pueblo no trazamos la Cruz,
porque la Patria es joven y su edad no madura,
la debemos trazar como individuos,
fieles a una celosa geometría.
¡La vertical del santo, la horizontal del héroe!
Te resulta dificil, ¿no es verdad?
Pero aquí no se trata de vestir armaduras llenas de pedrería
ni de abrirse las nalgas con lujosos rebenques.
Tu heroísmo ha de ser un caballo de granja,
tu santidad una violeta gris.
Otros recogerán, a su tiempo,
laureles y el brillo escandaloso de la notoriedad:
yo te di los oficios del pilar y el carozo,
fuertes y mudos en su anonimato.

15

Por la mañana, cuando te levantes,
piensa en ese nuevo día;
y no te olvides que al salir al sol
entrarás en un campo de batalla…
Ángeles y demonios pelean en los hombres:
el bien y el mal se cruzan invisibles aceros.
Y has de andar con el ojo del alma bien alerta,
si pretendes estar en el costado
limpio de la batalla.
Nada es trivial en esa guerra:
basta el peso ladrón de una bolsa de azúcar
para que llore un ángel y se ría un demonio.

16

No vaciles jamás en la defensa
o enunciación o elogio
de la Verdad, el Bien y la Hermosura.
Son tres nombres divinos que trascienden al mundo,
y es fácil deletrearlos en las cosas.
No los traiciones, aunque te flagelen:
yo sé bien que la triste Cobardía
suele atar a los hombres junto al Río moroso.
Vence a la Cobardía de los ojos oblicuos,
y la Patria futura dará el santo y el héroe
que han de trazar las líneas de la Cruz.

17

Liviano de equipaje y avizor en tu guerra,
te asaltarán, empero, no escasas tentaciones.
Has de vencerlas, o llorará la Patria todavía en pañales.
Si te ofrecen un cargo de visibilidad,
acéptalo en razón de tu mérito sólo
y en vista de los frutos que darás a tu pueblo.
Si eres olmo, no admitas la función del peral,
o has de ser un peral falsificado
y un olmo sinvergüenza.

20

Si acaso gobernaras a tu pueblo,
no has de olvidar que todo poder viene de Arriba,
y que lo ejerces por delegación,
como instrumento simple de la Bondad Primera.
El gobernante que lo ignora u olvida
se parece a un ladrón en sacrilegio
que se va con el oro de una iglesia.

21

Según la más antigua ley de la caridad,
el superior dirige al inferior.
Hasta los nueve coros angélicos reciben
y cumplen esta norma del gobierno amoroso;
y el ángel superior, al de abajo se inclina
para darle una luz que a su vez le fue dada.
Todo buen gobernante lo será
cuando a sus inferiores descienda por amor
y se haga un simulacro de aquel Padre Celeste
que a toda criatura da el sustento y la ley.
El gobernante que no asuma el gesto
de la paternidad
es ya un tirano de sus inferiores,
aunque regale sus fotografías
con muy dulces autógrafos.

22

Empero, no confundas esa paternidad
con un fácil reparto de juguetes.
Recordarás que tu Padre de arriba
gobierna con dos manos:
con la mano de hiel de su Rigor
y la mano de azúcar de su Misericordia.
Si asumes el poder, usa las dos,
ya la dura o la blanda, según tu inteligencia.
El que gobierna con una mano sola
tiene la imperfección de un padre manco.

23

Ni te muestres al pueblo demasiado
ni en el poder te agites como un hombre de circo.
Imita, si gobiernas, a ese Motor Primero
que hace girar al cosmos
y es invisible y a la vez inmóvil.

24

Preferiría yo, sin embargo, que tales pesos
no recayeran en tus hombros.
Es mejor construirse y apretarse uno mismo
(ya te hablé del pilar y la semilla),
y crecer por adentro lo que afuera se poda
y ganar por arriba lo que se pierde abajo.
Si así lo hicieras, crecerá la Patria
en cada una de tus disminuciones.
Y todo lo que pierdas lo ganará esa Novia
del Suceder, en su más claro día.

Leopoldo Marechal

jueves, 30 de agosto de 2007

Los soldados de Isabelita


NO NOS QUEDEMOS SIN ACEITE


La Compañía de las Indias Orientales Británica nació de una reunión sostenida el 24 de noviembre de 1599 entre 24 mercaderes de la City, con motivo del aumento de 5 chelines la libra de pimienta por parte de su homónima compañía holandesa. Tuvo su reconocimiento oficial el 1 de diciembre del mismo año por resolución de Isabel I.

Los ingleses llegaron a la India el 24 de agosto de1600, con la divisa “trade, not territory” (comercio, no territorio). Por algo se empieza. Luego se logró la conquista prácticamente total de la India, cuyo dominio se transfirió a la Reina Victoria por Real Decreto del 12 de agosto de1858. La convicción de los ingleses de su derecho a tamaño despropósito se pone de manifiesto, por ejemplo, en las palabras de Rudyard Kipling: “los white englishmen estaban hechos para dominar a los pobres pueblos privados de sus leyes. Por algún impenetrable designio de la Providencia la responsabilidad de gobernar la India había sido depositada sobre los hombros de la raza inglesa”.

Y para completarla, un administrador del India Civil Service, manifestó que existía “una convicción compartida por todos los ingleses que vivían en la India, desde el más poderoso hasta el más humilde: la convicción, arraigada en lo más profundo de cada uno de pertenecer a una raza a la que Dios había elegido para gobernar y someter”.

Aparte de la opinión que tienen de sí mismos, no necesariamente compartida por otros, lo que poseen los ingleses es un esquema de acción, prácticamente inconmovible, que incluye los principios de: dividir para imperar, lograr mercados y no países, no tener amigos ni enemigos permanentes, sino intereses permanentes, el poder no se muestra, hay que corromper al enemigo, es decir, a la presa, por dentro, y en lo posible hay que crear bandos que se aniquilen entre sí, dejando que los nativos de los países dominados hagan el trabajo sucio, en una estrategia sin tiempo. Para lograr sus fines cuentan con el Servicio de Inteligencia más antiguo, creado por Sir James Walsingham en 1580 por orden de Isabel I.

Como ejemplo de la estrategia sin tiempo, en nuestro caso, podríamos recordar el hecho poco conocido de que en 1711 se publicó en Londres un panfleto titulado “Una Propuesta para Humillar a España”. Su autor, “una persona de distinción”, cuyo identidad no se conoce, “humildemente propone al gobierno, enviar, a principios del próximo octubre, ocho buques de guerra con cinco o seis grandes transportes, que podrían conducir dos mil quinientos hombres”, y “atacar, o más bien tomar Buenos Aires, que está situada sobre el Río de la Plata”, agregando que “si sólo se tratara de saquear, no dudaría en hacerlo con sólo cuatrocientos bucaneros”.

Luego especifica que “la boca del Río de La Plata está situada a los 35° de latitud Sur”, “que la ciudad se halla en un ángulo de tierra formado por un pequeño riacho llamado Río Chuelo”, “que no tiene otra defensa que un pequeño fuerte de tierra, rodeado de un foso, que monta dieciocho o veinte cañones”. Al fin describe las riquezas de fauna y flora, y afirma también que “corre una noble carretera de Buenos Aires a la Provincia de Los Charcos (Charcas), donde se encuentra Potosí y las más considerables minas”.

Agrega además que “los pobres y aún los comerciantes hacen uso de la telas de Quito para sus vestidos, pero si nosotros podemos fijar nuestro comercio por el camino que yo propongo, con seguridad arruinaríamos, en pocos años, la manufactura de Quito”.

Hay mucho más en el panfleto, pero sólo lo dicho basta para advertir que se trata de un prolijo estudio de Inteligencia, cuya propuesta final se ejecutó en 1806.

También parece coincidir con la premisa de no mostrar el poder, lo expresado por Henry Ferns en “Gran Bretaña y Argentina en el Siglo XIX”: “Estas importantes convulsiones registradas en América del Sur”, dice Ferns, “no debieron su comienzo a la política de un gobierno estudiada con profundidad en un comité revolucionario, sino al impulso e imaginación de un solo hombre, el Comodoro Home Popham, de la Royal Navy”. Pese a que supuestamente la invasión fue una iniciativa unipersonal, la primera imposición de los ingleses fue la entrega de los caudales a la Corona, que reconoció y aprobó oficialmente lo actuado. Hacer pasar por iniciativa privada una gestión oficial, es parte del ardid. Si fracasa, se dirá que fue una aventura privada; si triunfa, el Estado Inglés la asume como propia. Tal lo sucedido en 1806, hace ya doscientos años.

Hoy se dice que el imperio ha muerto, por haber desaparecido de los mapas. Pero no desapareció de los hechos, persistiendo su fantasma en organismos de gobiernos, ONGs, organizaciones ecológicas, de derechos humanos, y, fundamentalmente en sus activos bancarios en la City de Londres.

Sus objetivos y métodos siguen siendo los mismos de siempre, basando su estrategia en la fórmula de Sun Tzu “la excelencia suprema consiste en destruir al enemigo sin combatir” —salvo cuando lo considera imprescindible— manipulando conciencias para lograr la corrupción, la división y la apatía ciudadana, aplicando su estrategia sin tiempo.

Ésta, sin embargo, puede transformarse en arma de doble filo. Porque las que sí parecen enviadas por la Providencia para nuestra reflexión son las palabras de Napoleón: “¿Sabe usted lo que más me admira en este mundo? La impotencia de la fuerza para fundar algo. No existen en este mundo más que dos potencias: el sable y el espíritu. A la larga el sable queda siempre vencido por el espíritu”. Siempre que sepamos mantenerlo, recordando gestos y palabras que llegan del pasado, y que señalan el camino.

Al respecto, vaya nuestro homenaje a los héroes de la Reconquista, recordando a dos de ellos.

Al entonces ayudante mayor de Blandengues Don José Gervasio Artigas quien, ante el hecho de que su regimiento debía quedar de guarnición en Montevideo, solicitó y obtuvo la autorización del gobernador Ruiz Huidobro para unirse a la expedición que ayudaría a las fuerzas de Buenos Aires, y que años después diría en su famosa proclama “Unión, caros compatriotas, y estad seguros de la victoria”, frase que hoy deberíamos tener muy presente, ante el peligro de disgregación nacional.

Y en segundo lugar a Don Juan Manuel de Rosas, a la sazón de 13 años de edad, quien, como se sabe, mereció de Santiago de Liniers una carta a sus padres, en la que manifestaba que se había conducido “con una bravura digna de la causa que defendiera”.

Junto a él lucharon algunos amigos suyos de su misma edad, quienes tampoco habían recibido ningún bombardeo psicológico y no sabían qué era eso de “los chicos de la guerra”.

Sucede que —simplemente— ya eran hombres, y entendían desde la cuna que se muere por lo que vale la pena vivir.
Luis Antonio Leyro

Nota: Este artículo pertenece al número 58 de la tercera época de la Revista “Cabildo”, correspondiente a los meses de agosto-septiembre de 2006.

martes, 28 de agosto de 2007

28 de agosto: Fiesta de San Agustín


LAS OBRAS DE LA IGLESIA

¡Oh, Iglesia Católica, Madre verdadera de los cristianos! Con razón no solamente predicas que hay que honrar purísima y castísimamente al mismo Dios, cuya posesión es dichosísima vida, sino que también haces de tal manera tuyo el amor y la caridad del prójimo, que en ti hallamos toda medicina potentemente eficaz para los muchos males que, por causa de los pecados, aquejan a las almas.

Tú adiestras y enseñas con ternura a los niños, con fortaleza a los jóvenes, con delicadeza a los ancianos, conforme a la edad de cada uno en su cuerpo y en su espíritu. Tú con una, estoy por decir, libre servidumbre, sometes los hijos a sus padres, y pones a los padres delante de los hijos con dominio de piedad. Tú, con vínculo de religión más fuerte y más estrecho que el de la sangre, unes a hermanos con hermanos… Tú, no sólo con vínculos de sociedad, sino también de una cierta fraternidad, ligas a ciudadanos con ciudadanos, a naciones con naciones; en una palabra, a todos los hombres, con el recuerdo de los primeros padres.

A los reyes enseñas a mirar por los pueblos; a los pueblos amonestas que obedezcan a los reyes. Enseñas con diligencia a quién se debe honor, a quién afecto, a quién respeto, a quién temor, a quién consuelo, a quién amonestación, a quién exhortación, a quién corrección, a quién represión, a quién castigo; mostrando cómo no se debe todo a todos, pero sí a todos la caridad, a ninguno la ofensa.
San Agustín
(Tomado de: “De moribus Ecclesiae Catholicae”, libro I, c. 30)


EL PREMIO OCULTO

Muchas veces permite también la Divina Providencia que hombres justos sean desterrrados de la Iglesia Católica por causa de alguna sedición muy turbulenta de los carnales. Y si sobrellevan con paciencia tal injusticia o contumelia, mirando por la paz eclesiástica, sin introducir novedades cismáticas ni heréticas, enseñarán a los demás con qué verdadero afecto y sincera caridad debe servirse a Dios.

El anhelo de tales hombres es el regreso, pasada la tempestad; mas, si no se les consiente volver, porque no ha cesado el temporal o hay amago de que enfurezca más su retorno, se mantienen en la firme voluntad de mirar por el bien de los mismos agitadores, ante cuya sedición y turbulencia padecieron, sin originar escisiones, defendiendo hasta morir y ayudando con su testimonio a mantener aquella fe que saben se predica en la Iglesia Católica.

A éstos corona secretamente el Padre, que ve lo interior oculto. Rara parece esta clase de hombres, pero ejemplos no faltan, y aun son más de lo que pueda creerse.
San Agustín
(Tomado de: “De vera religione”, cap. 6, nº 11)

lunes, 27 de agosto de 2007

Los principios inconmovibles


NOSOTROS Y LO QUE ESTÁ PASANDO


Ante los hechos desencadenados vertiginosa y confusamente en las últimas semanas, a partir de extraños atentados primero, del homicidio de un ex combatiente de Malvinas después, y de la súbita detención de un puñado de ciudadanos acusados de acciones o intenciones terroristas, el Nacionalismo Católico —al que Cabildo cree expresar con justicia desde hace quince años— se siente obligado a declarar editorialmente lo que sigue:

I - Que el Nacionalismo nada ha tenido ni tiene que ver con el terrorismo ni con ninguna forma de violencia partisana. A quienes habiendo pasado alguna vez fugazmente por sus filas se haya podido encontrar luego en alguna organización facciosa, les caben las palabras evangélicas: estaban con nosotros pero no eran de los nuestros.

El Nacionalismo, en cambio —en consonancia con el Magisterio Auténtico y Tradicional de la Iglesia— conoce, predica y reivindica para sí, la doctrina de la resistencia a la autoridad tiránica y la posibilidad de la guerra justa para restablecer la paz y la concordia, como sucedió históricamente en el seno de muchas naciones cristianas. Pero una cosa es que Dios nos ponga ante el límite de tener que librar el Buen Combate de un modo entero —para el cual le pedimos entonces que nos sostenga con Su Gracia— y otra cosa muy distinta es difundir o ejercer la violencia anónima, criminal, cobarde e inconducente.

No se trata pues de eludir responsabilidades sino de distinguirlas y jerarquizarlas. Nuestra lucha contra el Régimen es frontal y directa, a plena luz del día y a cara descubierta. Una lucha política —y en el fondo teológica— sin más armas y recursos que una voluntad inasequible al desaliento. Una lucha antigua, librada siempre en puestos de avanzada y en el terreno más difícil: el de la inteligencia.

El Nacionalismo tiene el orgullo de haber llegado con su doctrina y con su aliento al corazón mismo de las dos epopeyas militares de nuestros días: la de la guerra contra el Marxismo y la del Atlántico Sur. Tiene asimismo el orgullo de haber sido amenazado y obstaculizado de diversos modos por los enemigos esenciales de la Argentina, y de haber perdido a dos de sus maestros insignes acribillados a balazos por la guerrilla. Bueno es recordar que mientras esto sucedía, los actuales acusadores y sus socios militaban en las gavillas erpianas o en las células montoneras, actuaban en la defensoría de los terroristas y convalidaban sus tropelías en nombre de “la violencia de abajo”.

II - Que el Nacionalismo Católico —salvo por boca de algún mercenario repugnante descalificado por su propia trayectoria— no ha sido ni se siente involucrado en los actuales episodios. Nadie ha osado pasar de las insinuaciones difusas o de las sugerencias elípticas. Pero es el caso aclarar que así como nos hcemos responsables de todas y cada una de las posturas que nos enemistan irreconciliablemente con los actuales gobernantes, no estamos dispuestos a que se nos quiera hacer pasar por lo que no somos. Ni el nazismo, ni el fundamentalismo, ni el peronismo, ni el golpismo, ni el ultraderechismo nos definen. Peleamos por la restauración de todas las cosas en esta tierra en Cristo. Como fue en el principio, cuando el trazo exacto de la Cruz y la Espada marcó su Origen y su Destino en el marco de la Historia Universal. Peleamos por la soberanía física y metafísica de la Nación contra todas las variantes del Régimen —oligárquicas, populistas, socialdemócratas, liberales, civilistas, procesistas o las que fueren— que la tienen atenazada y herida de muerte desde la gran derrota de Caseros. Peleamos como Nacionalistas Católicos de la Argentina: y aceptamos el riesgo y el desafío de proclamarnos así y de obrar en consecuencia. Todo lo demás que se nos diga fuera de esto, agravia a quienes por ignorancia o estulticia lo sostengan.

III - Que acusamos formalmente al Gobierno de estar llevando a cabo, una vez más, el montaje y la puesta en escena de una conjura terrorista y desestabilizadora, al solo efecto de justificar en el plano civil las mismas purgas y vindictas que se están llevando a cabo en el campo militar contra todos aquellos que representan una oposición manifiesta al actual estado de cosas. Tal vez sea esta la anunciada “extracción” que anticipó el Presidente en junio del año pasado, cuando ante los miembros de la Fundación Roulet volvió a repetir por enésima vez sus nerviosas amenazas y su desequilibrada retórica punitiva.

Prueba de este montaje es que, a pesar del despliegue canallescamente cómplice de los medios masivos y de su prontitud para calumniar nombres y famas, nada ha pasado del terreno vaporoso de las suposiciones, de las ambigüedades y contradicciones varias, de las imputaciones genéricas y abstractas, de los silencios ominosos y de las “desprolijidades” múltiples, para usar la hueca terminología radicaloide. Hasta la ridiculez de llamar “hallazgos espectaculares” al encuentro de armas en una armería, al de helicópteros en un hangar, o al de los comunicados de un Teniente Coronel que aparecieron en todos los diarios. Hasta la burda puerilidad de fabricar una crudelísima organización fantasma que tendría la gentileza epistolar de anunciar sus delitos y la temible puntería política de arruinar la matinée de algunos cines porteños.

Como en 1985 —pero esta vez con la gravedad de un muerto en su haber y de varios detenidos, cuya hermética clandestinidad no impidió que los hallaran en sus respectivas casas— el Régimen ha vuelto a fabricar la gran conspiración ultraderechista. Con la diferencia de que ahora, no solo nadie la cree, sino que entre el agobio inaudito de un despojo económico humillante, nadie tiene ánimo ni interés de seguir estas novelerías oficiales. Pero con la diferencia también de que ahora, parece no haber ningún límite ético para lanzar acusaciones temerarias primero, para negar sistemáticamente los recursos de habeas corpus, después, para envolver a hombres de bien en el narcotráfico o en la delincuencia, y para hacerlos objeto de un espionaje continuo y de amedrentamientos con grupos especiales, cuya existencia, al parecer, no inquietan ni mayormente ni al Jefe de la Policía Federal, ni al titular de la SIDE, ni al Ministro del Interior.

IV - Que advertimos por este medio —pues los otros, regularmente nos están vedados— que si mañana fuésemos afectados personalmente por esta campaña sediciosa y persecutoria, el Nacionalismo Católico y los compatriotas cabales en general, que miran hacia él respetuosamente, deben estar dispuestos a no dejarse ganar por el desánimo. A no dejarse vencer por la adversidad y la infamia. A no dejarse atropellar por la mentira organizada. A aunar esfuerzos y virtudes para seguir inclaudicablemente, en esta lucha sin pausa por Dios y por la Patria.
Ricardo Curutchet
Antonio Caponnetto

Nota: Este editorial, toda una declaración de principios, firmado por los últimos dos directores de “Cabildo” en abril de 1988, para la segunda época de nuestra Revista, en su número 122, nos demuestra la dramática actualidad de sus líneas, y también nos confirma que nosotros sí resistimos un archivo. Y quienes en él busquen, encontrarán la sencilla exposición de nuestra doctrina, semper idem.

domingo, 26 de agosto de 2007

Testigo de cargo


MÁRTIRES MODERNOS


No seré yo el que proponga estirar la noción de martirio más allá de lo que la Iglesia ha definido: mártir es aquel que es muerto “por odio a la fe”. Si un conductor pisa alevosamente a una persona y la mata y luego huye, esa conducta cobarde, esa muerte inocente no acredita a la víctima como mártir.

Si unos sacerdotes son asesinados por su notoria participación en la guerrilla marxista, el asesinato es repudiable… y los sacerdotes también. Sólo los cardenales de la Iglesia Mistonga (no la católica, apostólica, romana) pueden concederles a esos sacerdotes el nombre de mártires.

Pero en este siglo de lodo (Bibliografía: tango “Cambalache”) va a haber que encontrar un nombre nuevo para designar a los que mueren víctimas del mundo moderno. Los millones de bebés asesinados por los aborteros no son, claro, literalmente mártires, pero ¿no habría que reservarles algún título, ya que mueren para ser testigos del salvajismo del mundo moderno?

Lo mismo pensé ante una noticia estremecedora que me acerca mi buen amigo el Dr. Raúl O. Leguizamón, a quien todos conocen en “Cabildo” por sus interesantes y eruditos estudios sobre el evolucionismo. Lo primero que llama la atención, en la noticia, es que proviene de una publicación de la red que se llama “El Semanal Digital” y que ningún diario “grande” en la República Argentina y de la mayor parte del mundo la ha incorporado a sus impolutas páginas.

Sucedió en Sudáfrica y relata que una madre lesbiana, Hannelie Botha, permitió que su “pareja”, Engeline de Nysschen, asesinara a golpes a su hijo Jandre, de cuatro años, “por haberse negado a llamarla papá”. Este pequeño muere, pues, como testigo del sentido común. Es imposible, en un chico tan chico, que su negativa proviniera de razones teológicas o jurídicas. Lo suyo ha sido simple, sano, santo sentido común. “Esta arpía desencajada que me golpea no es ni puede ser mi papá. Y por esa sencilla fe doy la vida”. Así se hubiera expresado, de haber podido, la víctima.

Teólogos, a trabajar. Cada día aumentan las víctimas de la cultura de la muerte. Hay que encontrarles un casillero para que sean incorporadas a quienes pueden servirnos de intermediarios ante el trono de Dios. ¿Y alguien puede dudar que es allí donde está Jandre?
Aníbal D'Ángelo Rodríguez

sábado, 25 de agosto de 2007

Editorial del nº 67 de “Cabildo”


VULGARES LADRONES


La regla inexorable de los demócratas nativos, que hacen de sus gobiernos y de sus oficios un atraco perpetuo, se está cumpliendo escandalosamente bajo la tiranía kirchnerista. Los nombres de los cuatreros y la cantidad de sus rapacerías ya han tomado estado público, con minucias que delatan hasta qué punto la cleptomanía es al presente política de Estado. Se amontonan a diario los rostros del delito —surgen de noche ladrones, diría Horacio— y llevan todos ellos la marca indisimulable del ratero mayor, aposentado en La Rosada.

Ministerios, organismos de control estatal, secretarías públicas, reparticiones oficiales, sindicaturas nacionales o simples oficinas gubernamentales, son hoy las mayores usinas del desfalco, la estafa, el fraude y la rapiña. Bien aprendidas nos tenemos todos algunas de las denominaciones del saqueo: Skanska, Occovi o Enargas; y mejor grabadas están aún y para siempre, entre el pueblo sencillo, las imágenes de la bolsa y la valija, componentes de una heráldica tan innoble cuanto sucia, labrada a la medida del linaje político oficial. Sin embargo, no estaría de más enhebrar al respecto un par de reflexiones.

La primera es sobre el doble papel que juega la Justicia ante tamaños enredos. Si cumple con su cometido y desenmascara crudamente a los responsables, empezando por el presidente, la destitución y la amenaza de muerte le espera al juez que a tanto ose. Tal el caso del Dr. Alfredo Bisordi. Si prueba las culpas criminales y al hacerlo fuerza la renuncia de algún funcionario de segunda línea, el Poder Ejecutivo se atribuye el mérito, como si suya y voluntaria hubiese sido la decisión de investigar y castigar el delito. Tal el caso de las actuaciones del Dr. Javier López Biscayart contra la constructora sueca de gasoductos. Y si involucra con sólidas pruebas a algún fantoche principal del oficialismo, como a la forajida Garré o la doncella sin fal, se procederá lisa y llanamente a remover al juez díscolo por otro de los muchos lisonjeros. Tal lo sucedido con el polémico Dr. Guillermo Tiscornia. En sendos casos es evidente la maniobra ultrajante de la justicia llevada a cabo por el mayor mandatario para cubrir su ya incubrible talante de primer desvalijador.

Sea la segunda reflexión para aclarar que no es ni será nunca suficiente responder al robo con los lugares comunes de las excusas vulgares. Se escucha a los fernandinos lacayos del déspota, y al déspota mismo, repetir tópicos imbéciles, acordes con sus cabezorras: “ahora no se tapa nada”, “caiga quien caiga”, y otros pretextos similares. Lo que no se tapa, no lo es por un imperativo de pureza sino por el desbordado caudal que ha adquirido la iniquidad.

Como cloaca rebosante de su materia prima, muy a pesar de los usuarios que quisieran gozar del ocultamiento, lo que ya no se tapa es porque desborda y hiede. Y los que “caen” —pactando con ellos la transitoria “caída”— es porque primero fueron encumbrados irresponsablemente, habiendo dolo gravísimo en quien no sabe escoger ni columbrar la honradez de sus subalternos. Instalados en sus puestos a efectos de robar para la corona, toda vez que la ladronera sale a luz, la defensa del pirata consiste en decir que ha destituido a quien pecó, cuando en rigor sucedió que el desplazado no pudo seguir escamoteando su carácter delictivo.

Los Kirchner —así pluralizados, en nefasto y monstruoso binomio— han gritado a voz en cuello que no estaban dispuestos a dejar sus convicciones en la puerta, cuando con el poder cargaron. Ahora sabemos bien de qué naturaleza son las convicciones que en ellos prevalecen. No ideológicas, como quisiera él para darse pisto. No intelectuales, como pretende ella para esconder la mona vestida de seda. Ni un revolucionario es el trasojado, ni una hegeliana la chichisbea. Vulgares chorros, para decirlo sin renunciar al latín. Allí están sus declaraciones juradas, sus patrimonios, sus asociaciones ilícitas, sus contubernios con la banca mundial, sus enjuagues financieros, sus dolosas maniobras, sus costosísimos viajes, séquitos y enjoyamientos vanos, a expensas todo y siempre del bien común y de la soberanía nacional.

Non furtum facies, dice la Escritura (Éxodo, 20, 15). No robarás. Y agrega el Aquinate detallando cuando explica este séptimo mandamiento: “todos los tiranos que por la fuerza poseen reinos, provincias o feudos, son ladrones, y todos ellos están obligados a restituir”.

A los argentinos de manos limpias —manos que trabajan, que rezan, que consagran, que curan, que enseñan— nos corresponde unirlas. Unirlas de una vez, llenas de brío, libres de rencores, grávidas de justicia. Para impedir unánimemente el avance de esta gavilla de salteadores y corruptos. Para castigar sus perfidias y su negra codicia. Para erigir después sobre la patria el magisterio de esas manos de amor que la hicieron grande, como cantaba Paco Bernárdez. “Manos seguras en el día de la victoria y en la noche del vencido”.
Antonio Caponnetto

Nota: Este editorial pertenece al número 67 de “Cabildo”, correspondiente al mes de agosto de 2007, que se halla a su disposición en los kioscos.

viernes, 24 de agosto de 2007

Voces de los de enfrente


¿QUIÉN ES NUESTRO
MAYOR VARÓN?


A los criollos les quiero hablar: a los hombres que en esta tierra se sienten vivir y morir, no a los que creen que el sol y la luna están en Europa. Tierra de desterrados natos es ésta, de nostalgiosos de lo lejano y lo ajeno: ellos son los gringos de veras, autorícelo o no su sangre, y con ellos no habla mi pluma. Quiero conversar con los otros, con los muchachos querencieros y nuestros que no le achican la realidad a este país. Mi argumento de hoy es la patria: lo que hay en ella de presente, de pasado y de venidero. Y conste que lo venidero nunca se anima a ser presente del todo sin antes ensayarse y que ese ensayo es la esperanza. ¡Bendita seas, esperanza, memoria del futuro, olorcito de lo por venir, palote de Dios!

¿Qué hemos hecho los argentinos? El arrojamiento de los ingleses de Buenos Aires fue la primer hazaña criolla, tal vez. La Guerra de la Independencia fue del grandor romántico que en esos tiempos convenía, pero es difícil calificarla de empresa popular y fue a cumplirse en la otra punta de América. La Santa Federación fue el dejarse vivir porteño hecho norma, fue un genuino organismo criollo que el criollo Urquiza (sin darse mucha cuenta de lo que hacía) mató en Monte Caseros y que no habló con otra voz que la rencorosa y guaranga de las divisas y la voz póstuma del Martín Fierro de Hernández. Fue una lindísima voluntad de criollismo, pero no llegó a pensar nada y ese su empacamiento, esa su sueñera chúcara de gauchón, es menos perdonable que su Mazorca. Sarmiento (norteamericanizado indio bravo, gran odiador y desentendedor de lo criollo) nos europeizó con su fe de hombre recién venido a la cultura y que espera milagros de ella (…)

No se ha engendrado en estas tierras ni un místico ni un metafísico, ¡ni un sentidor ni un entendedor de la vida! Nuestro mayor varón sigue siendo don Juan Manuel: gran ejemplar de la fortaleza del individuo, gran certidumbre de saberse vivir, pero incapaz de erigir algo espiritual, y tiranizado al fin más que nadie por su propia tiranía y su oficinismo.

Jorge Luis Borges
(“El tamaño de mi esperanza”, año 1926).

miércoles, 22 de agosto de 2007

Argentina tiene héroes


GENTA: UNA LECCIÓN PROFÉTICA


Lo que voy a referir —en rigor, a testimoniar, discerniendo así la paja del trigo— ocurrió en San Miguel de Tucumán, en un mediodía soleado que se anticipaba aproximadamente en un año a la calculada amenaza de Lanusse —a la sazón Presidente de la República— en punto a que a Perón le da o no el cuero, y durante un tiempo del país en el que la guerrilla bolchevique ya se dedicaba a emboscar y asesinar a militares y a civiles, ello en el lamentable contexto de la defección alelada de los hombres de armas —en rigor, de los más altos jefes— sin doctrina verdadera y sin razones esenciales por las cuales, por ende, combatir y morir.

Pero tal defección y alelamiento no podían resultar sorprendentes a nadie, máxime cuando el Comandante en Jefe del Ejército —esto es, el Presidente— era un señor a quien es fama que el Gral. Eduardo Lonardi había dicho en su momento: “Usted es el primer jefe de los Granaderos de San Martín, en toda la historia del cuerpo, que traiciona a su Presidente, y que coopera a derrocarlo en lugar de defenderlo”.

El Profesor Jordán B. Genta había viajado a Tucumán para dictar una semana de conferencias a un nutrido grupo de jóvenes, algunos militantes nacionalistas y otros no, empero, todos hondamente preocupados por los rumbos que se abrían y por los horizontes que se cernían sobre la patria. Fueron jornadas, por cierto, fecundísimas, durante las cuales y al calor del verbo agustiniano del Maestro, nuestras almas se iluminaron y crecieron en la comprensión de la situación de la nación y en el sentido y el modo del combate que nos aguardaba.

Mi privilegiado rol, durante esos días, fue acompañar a almorzar al Profesor Genta, lo que ambos cumplíamos en un restaurante que se hallaba al frente, plaza por medio, en la estación del Ferrocarril Mitre. En el día al que voy a referirme —que era el tercero o cuarto de la estancia del Maestro— al concluir el almuerzo, y como ya había acontecido durante las jornadas previas, se acercaron algunos de los participantes de las conferencias, a beber un pocillo de café y a departir unos minutos —en verdad, una media hora— en un ámbito de mayor proximidad e intimidad, propicio al diálogo.

De pronto, uno de los presentes interrogó: “¿No piensa Usted, profesor, que debemos organizarnos y armarnos, y atacar a los guerrilleros de la misma manera en que ellos nos atacan, eliminándolos ocultamente para evitar el reproche internacional y la represalia guerrillera de hoy y de mañana?” Por cierto que era la postulación, o, al menos, la inquietud por el recurso a la sombra y a la capucha; por la modalidad de lucha que consistía en la acción paralela y clandestina; la opción por proceder, en fin, igual que la guerrilla.

La respuesta de Genta no se hizo esperar, ni hubo vacilación alguna en él al darla: “No —dijo— esa manera de actuar es inadmisible. En primer lugar y ante todo, el cristiano debe estar dispuesto a morir, no a matar; dispuesto a morir por la fe, por la patria, por la familia, por el prójimo. Debe estar dispuesto a derramar, como Nuestro Señor Jesucristo, la propia sangre, y no la sangre ajena. En segundo lugar, y si tiene que defenderse y combatir, el cristiano debe hacerlo en la luz y a cara descubierta, y no desde la sombra y con el rostro encapuchado. Además, los que tienen que desplegar la lucha armada son los integrantes de las Fuerzas Armadas de la Nación, quienes deben apresar abiertamente a los guerrilleros, deben juzgarlos públicamente según las leyes de la guerra, deben condenarlos públicamente y, si fuese posible, deben también ejecutarlos públicamente. Actuar clandestinamente es de una ruindad, una vileza y una cobardía impropias de un soldado, de un estadista y de cualquier cristiano; es algo que no se puede hacer si se es discípulo de Cristo. Y en tercer y último lugar, la guerra sucia a los guerrilleros se la van a perdonar y los va a convertir en héroes, a ustedes no. Ustedes, en rigor, no serán perdonados, y serán, en cambio, castigados como criminales”.

Luego de estas palabras hubo silencio y mutis por el foro, porque era la respuesta de un “caballero cristiano sin tacha y sin miedo”, ¡qué digo! era la respuesta de un adalid de Cristo, el único que conocí que jamás cedió a la tentación de contrarrestar la “guerra sucia” con la “guerra sucia”, y ello porque llevaba en sí mismo y porque lo atraía y le interesaba más la nobleza del alma que la eficiencia, el testimonio de la Verdad que la seguridad, la ejemplaridad paidética que el éxito sin grandeza, la religión y la patria que, en fin, “la manija” del poder. No por nada el Padre Castellani calificó proféticamente a Genta como “el pedagogo del o juremos con gloria morir”, que fue una parábola que se cumplió literalmente.

Y aquí se acaba mi testimonio, que lo rindo gustoso de poder hacerlo como quien cumple con un deber sacro, sobre todo para que no se confunda al homérida cristiano que fue el Maestro Genta con la caterva de los que fueron nada más que oscuros represores.
Pablo Juárez Ávila

Nota: Este artículo fue publicado por la Revista “Cabildo” nº 36, de la tercera época, correspondiente al mes de mayo de 2004.

martes, 21 de agosto de 2007

Precisiones necesarias


LA IZQUIERDA Y LA DEMOCRACIA


Eso que llamamos izquierda (aunque cada cual entienda lo que quiera todos sabemos de qué se trata) ha pasado al ataque desde hace tiempo. Pero a partir de K. esa agresión más o menos indirecta se transforma en un avance insolente, sin escrúpulos. El arribo del presidente y de sus hombres —reclutados la mayoría en la resaca de los '70— al gobierno de un modo imprevisto aun para ellos, equivale a retomar la iniciativa perdida por la derrota militar pero esta vez no para gobernar.

¿Y para qué, entonces? Ni ellos mismos lo saben, pero por lo que se lleva visto no lo hacen para aplicar sus programas económicos —que en sus manos y en sus bocas se vuelven pura hojarasca, pura bambolla, fraseología convencional, repetición de lugares comunes poco creíbles, liberalismo mal digerido— sino para vengarse diciendo que quieren justicia y, lo fundamental, apresurar y precipitar la revolución cultural que venía un poco demorada y trabada.

Detrás de K. y de sus acólitos como Ibarra, Filmus y Di Tella, se alza la figura de Gramsci, el gran inspirador. Esto es tan evidente que no requiere demostración. Pero cabe preguntarse cómo puede ocurrir y cómo se extenderá en el futuro.

Aquí la pieza clave de este proceso de una izquierda que no se puso techo —aunque admite el límite de las condiciones “objetivas”, que son las propiamente económicas— es la democracia política llevada a sus más irritantes extremos y temibles consecuencias tal como fue descripta y condenada por los Papas del siglo XIX y todos los Píos del XX. Esta democracia —que se presenta y se pretende como el único régimen posible y legítimo, el único aceptable hasta ser proclamada como tal, impecable y cristiana, por el inacabable Concilio Vaticano II— ya no es un modo de gobierno sino de vivir y de pensar.

Es una democracia totalitaria en ese aspecto, en cuanto aspira a dominar y legalizar todas las vidas de todos los individuos, desde la Florida hasta Irak y desde la América Latina al África, haciendo a un lado el cristianismo y tropezando con el mahometanismo, que insiste en mantener su religiosidad aun frente al capitalismo que lo promete todo al precio de la destrucción.

Esta democracia —de la que se aprovecha la izquierda y desde la cual perpetra sus ataques a lo que resta de orden en el país, cebándose en sus instituciones más señeras y vertebrales— ha sido colocada con astucia fuera del debate, no se la discute y se la trata y considera como una forma natural evidente de por sí, es intocable y sólo se tolera la oposición a partir de la aceptación de esa condición previa y lo contrario es literalmente delito.

Si el presupuesto es “dentro de la democracia todo, fuera de la democracia nada”, aquel que se alce con la democracia, con la capacidad de manipularla, definirla y describirla, está igualmente en aptitud de legitimar su comportamiento más allá y por encima del derecho y de los derechos, llegándose incluso a la negación de los valores de que presume la democracia sin que nadie pueda ni deba reaccionar. Porque lo que se nos está diciendo es que la democracia es un dios que todo lo puede y todo lo merece, tan sagrado e incontestable que su rechazo constituye locura inadmisible. Entonces desde este espacio virtualmente metapolítico —a pesar de todo completamente vacío y huero de valores— se puede intentar cualquier aventura, promover cualquier desorden, arriesgarse a cualquier alteración, apoyar la negación de lo natural.

La izquierda necesita de la democracia como su clima, su cultura, su antecedente, su faz y su excusa. Escondiéndose en ella o confundiéndose con ella alcanza el poder político y moral y los resortes sociales. Si es democrático nada más se le exige ni se valora. Sea con los votos (por pocos y aleatorios que sean), sea por las armas, porque entonces se actuaba en nombre del pueblo.
Álvaro Riva

Nota: Este artículo fue publicado en la Revista “Cabildo” nº 34 de la tercera época, correspondiente a los meses de enero y febrero de 2004.

sábado, 18 de agosto de 2007

Obscenidad sin límites ni mesura


LA OBSCENIDAD MARXISTA


Desde que el Proceso manifestó que no tenía plazos sino objetivos; desde que privilegió entre éstos el logro de una democracia moderna, eficiente y estable; desde que clausuró su ciclo tras la rendición en Malvinas, y desde que para el cumplimiento de su meta convocó al ruedo político a la misma hez ideológica que los cuadros militares habían combatido, a ningún observador capaz puede sorprenderle que el marxismo se haya instalado cómodamente en el poder. No pocas veces el protervo dúo de Marx y Engels, como el crapuloso Lenín después, habían enseñado que la democracia es el primer paso y el acceso más próximo a la Revolución. Sabíanlo todos, a diestra y a siniestra. Todos, menos los conductores del Proceso, que fingieron ignorarlo.

Llevan pues las izquierdas dos décadas ininterrumpidas de gobierno, durante las cuales no han dejado sevicia por cometer, ni mezquindad por cultivar, ni hediondez por exhibir, ni latrocinio, vejamen o sacrilegio por consumar impunemente. Dos décadas durante las cuales, en el aquí y allá de la amplia geografía patria, y desde el primero al último cargo de relevancia pública, se vio desfilar a rojos partisanos, tan exultante de antecedentes homicidas como de garantías de inmunidad y e insensatos homenajes. Quien quisiera repasar tan trágica lista, confeccionaría una guía más voluminosa que la que contiene a los abonados telefónicos, y dado que —según los prácticos usos— se estila el alfabético ordenamiento de los nombres, aconsejaríamos principiar por Alfonsín, abogado y socio que fuera de las gavillas erpianas, presidente y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, como cuadra a la triste lógica de un país subvertido.

En consecuencia y hablando con rigor, no se justificaría la menor sorpresa ante el espectáculo faccioso que está dando el actual gobierno. Sólo una senecta dama que se gana la vida almorzando en público, puede simular que queda patitiesa porque se viene el zurdaje. La tal manada depredadora y ruin no se ha ido nunca, y personajillos y análogos de la frívola laya de la susodicha anciana, han contribuido a que permaneciera. No es entonces lo que se vino sino el modo en que se manifiesta lo ya arribado, lo que debe llamar nuestra atención. Porque ese modo nos está indicando tanto la hondura del mal como la urgencia de erradicarlo.

Digámoslo de una vez: Kirchner es la obscenidad marxista, el momento lúbrico de estos veinte años de indecencia radical-peronista, la sátira etapa de un modelo que ha sido dialécticamente , y según conviniera a sus planes, neoliberal o gramsciano, socialdemócrata o populista, guerrillero o pacifista, festivo o aburrido, y ahora es, con patética impudicia, apenas lupanar, fornicio o mancebía.

Sabe el antiguo montonero devenido en magistrado, que cualquier procacidad le será tolerada, y las consuma todas, una a una, con ademán que no oculta el desquite torvo y rencor de la bestia que otrora fuera herida. Sea elevar al cargo de supremo juez a un defensor de la sodomía, al de funcionarios claves a terroristas crueles, al de ministros a insolentes abortistas o agentes de la contranatura, al de canciller a un fámulo del castrismo, al de hombres de confianza, en suma, a todos aquellos que integraron los cuadros de la guerra comunista contra la Argentina.

Obscenidad sin límites ni mesura la de Kirchner de Fernández, por la que tanto puede violar la soberanía nacional concediendo las extradiciones de los militares, abrazarse con la señora del moquero blanco y el alma negra, prometerle tropas al asesino serial de la Casa Blanca, concederle especiales tratos a sus marines, mandarlo al vice para que se prosterne ante Kissinger en el Council of Americas y aprobar el examen de la progresista informal ante las plantas del león britano. Que la izquierda en esto no es ingrata con quienes son los financistas de sus malandanzas. Caute, si non caste, decían los romanos. Si no con castidad, al menos con cautela. Pues aquí se está en deuda con ambas virtudes, ya que el ultraje de estos obscenos rojos con poder se consuma con la precipitación del guarango y el vértigo soez de los arribistas.

En este vértigo y aquella impureza, sin embargo, el par de puntos débiles de una gestión llamada al fracaso. Porque el desquite puede servir para que un hombre inferior sacie sus pasiones vengativas en un día sin sosiego, pero no puede servir para gobernar una nación convulsa y cubierta de cicatrices. Por el camino del rencor que ha elegido, el patagón avanza hacia su propia ruina. La celeridad de sus actos provocativos —que él llama afianzamento de la autoridad— lo estrellará contra el estrépito de sus propias convulsiones. El recorrido del obsceno no acaba en el placer sino en el oprobio.

Dejamos para los jefes castrenses declarar que están subordinados y en manso ejercicio de sus funciones. Allá ellos con su inercia suicida. Nosotros, una vez más, nos manifestamos en pugna franca y limpia contra la intrínseca perversidad marxista.
Antonio Caponnetto

Nota: Este editorial pertenece al número 30 de la tercera época de la Revista “Cabildo”, correspondiente al mes de julio de 2003.

viernes, 17 de agosto de 2007

Aniversario del fallecimiento del Gral. San Martín


POR ALGO LE LEGÓ EL SABLE

En la carta que San Martín le escribió al General Tomás Guido el 1º de febrero de 1834, critica duramente a los partidarios de Bernardino Rivadavia, diciendo:

“Ya es hora de dejarnos de teorías, que 24 años de experiencia no han producido más que calamidades, los hombres no viven de ilusiones, sino de hechos”.

Y a continuación agrega:

“¿Qué me importa que se me repita hasta la saciedad que vivo en un país de Libertad, si por el contrario se me oprime?

“¡Libertad! Désela Usted a un niño de dos años para que se entretenga por vía de diversión con un estuche de navajas de afeitar y Ud. me contará los resultados.


“¡Libertad! Para que un hombre de honor sea atacado por una prensa licenciosa, sin que haya leyes que lo protejan y si existen se hagan ilusorias.


“¡Libertad! para que si me dedico a cualquier género de industria, venga una revolución que me destruya el trabajo de muchos años y la esperanza de dejar un bocado de pan a mis hijos.

“¡Libertad! para que se me cargue de contribuciones a fin de pagar los inmensos gastos originados porque a cuatro ambiciosos se les antoja por vía de especulación hacer una revolución y quedar impunes.

“¡Libertad! para que sacrifique a mis hijos en disensiones y guerras civiles.
“¡Libertad! Para verme expatriado sin forma de juicio y tal vez por una mera divergencia de opinión.

“¡Libertad! Para que el dolo y la mala fe encuentren una completa impunidad como lo comprueba lo general de las quiebras fraudulentas acaecidas en ésa. Maldita sea la tal libertad, no será el hijo de mi madre el que vaya a gozar de los beneficios que ella proporciona.


“Hasta que no vea establecido un gobierno que los demagogos llamen
tirano y me proteja contra los bienes que me brinda la actual libertad... el hombre que establezca el orden en nuestra patria sean cuales sean los medios que para ello emplee, es el sólo que merece el noble título de su libertador”.

jueves, 16 de agosto de 2007

Recomendaciones


LOS DOS PUERTOS

En estos tiempos de malos cantantes, de canciones perversas y de mensajes satánicos nada subliminales, da gusto encontrar un remanso donde se pueda descansar de tanta mediocridad.

Si hemos de oír melodías, que sean buenas, en el más puro sentido de la palabra. Unos amigos —que hasta se dan el gusto de ser notablemente jóvenes— son capaces de transformarse en jilgueros y elevar sus voces en defensa de las buenas causas. Y como hubiera afirmado José Antonio, cantar una buena canción es ya, de por sí, defender una buena causa.

Hay una sucinta descripción de sí mismos en su blog: http://losdospuertos.blogspot.com/



Como ejemplo de su canto, este festivo —y certero— Tanguillo de carnaval.

Y si cantando hemos de llegar al pie del Eterno Padre, allí seguramente estaremos —para siempre— en buen puerto.

miércoles, 15 de agosto de 2007

La Asunción de la Santísima Virgen María


DEFINICIÓN DE LA ASUNCIÓN
DE LA BIENAVENTURADA
VIRGEN MARÍA


(De la Constitución Apostólica
“Munificentissimus Deus”,
del 1º de noviembre de 1950)

…Todos estos argumentos y razones de los Santos Padres y teólogos se apoyan, como en su fundamento último, en las Sagradas Letras, las cuales, ciertamente, nos presentan ante los ojos a la augusta Madre de Dios en estrechísima unión con su divino Hijo y participando siempre de su suerte. Por ello parece como imposible imaginar a aquella que concibió a Cristo, lo dio a luz, lo alimentó con su leche, lo tuvo entre sus brazos y lo estrechó contra su pecho, separada de Él después de esta vida terrena, si no con el alma, sí al menos con el cuerpo. Siendo nuestro Redentor hijo de María, como observador fidelísimo de la ley divina, ciertamente no podía menos de honrar, además de su Padre eterno, a su Madre queridísima. Luego, pudiendo adornarla de tan grande honor como el de preservarla inmune de la corrupción del sepulcro, debe creerse que realmente lo hizo.

Pues debe sobre todo recordarse que, ya desde el siglo II, la Virgen María es presentada por los Santos Padres como la nueva Eva, aunque sujeta, estrechísimamente unida al nuevo Adán en aquella lucha contra el enemigo infernal; lucha que, como de antemano se significa en el protoevangelio (Gén., 3, 15), había de terminar en la más absoluta victoria sobre la muerte y el pecado, que van siempre asociados entre sí en los escritos del Apóstol de las gentes (Rom., 5).

Por eso, a la manera que la gloriosa resurrección de Cristo fue parte esencial y último trofeo de esta victoria; así la lucha de la Bienaventurada Virgen común con su Hijo, había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal; pues, como dice el mismo Apóstol, cuando este cuerpo mortal se revistiera de la inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que fue escrita: absorbida fue la muerte en la victoria (I Cor., 15, 54).

Por eso, la augusta Madre de Dios, misteriosamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad, “por un solo y mismo decreto” (Bula “Ineffabilis Deus”, A I, I, 599) de predestinación, inmaculada en su concepción, virgen integérrima en su divina maternidad, generosamente asociada al Redentor divino, que alcanzó pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, consiguió, al fin, como corona suprema de sus privilegios, ser conservada inmune de la corrupción del sepulcro y, del mismo modo que antes su Hijo, vencida la muerte, ser levantada en cuerpo y alma a la suprema gloria del cielo, donde brillaría como Reina a la derecha de su propio Hijo, Rey inmortal de los siglos (I Tim., 1, 17).

En consecuencia, como quiera que la Iglesia universal, en la que muestra su fuerza el Espíritu de verdad, que la dirige infaliblemente a la consecución del conocimiento de las verdades reveladas, ha puesto de manifiesto de múltiples maneras su fe en el decurso de los siglos, y puesto que todos los obispos de la redondez de la tierra piden con casi unánime consentimiento que sea definida como dogma de fe divina y católica la verdad de la Asunción corporal de la Beatísima Virgen María a los cielos —verdad que se funda en las Sagradas Letras, está grabada profundamente en las almas de los fieles, confirmada por el culto eclesiástico desde los tiempos más antiguos, acorde en grado sumo con las demás verdades reveladas y espléndidamente explicada y declarada por el estudio, ciencia y sabiduría de los teólogos—, creemos que ha llegado ya el momento preestablecido por el consejo de Dios providente en que solemnemente proclamemos este singular privilegio de la misma Virgen María…

Por eso, después que una y otra vez hemos elevado a Dios nuestras preces suplicantes e invocado la luz del Espíritu de Verdad, para gloria de Dios omnipotente que otorgó su particular benevolencia a la Virgen María, para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte, para aumento de la gloria de la misma augusta Madre, y gozo y regocijo de toda la Iglesia, por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y nuestra, proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado: Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial.

Por eso, si alguno, lo que Dios no permita, se atreviese a negar o voluntariamente poner en duda lo que por Nos ha sido definido, sepa que se ha apartado totalmente de la fe divina y católica.
S.S. Pío XII



Nota: la canción que acompaña a la definición dogmática de la Asunción pertenece a don Miguel Ángel Salvat, y se incluye en su disco “Cantares para el Rosario”, el cual puede adquirirse escribiendo a: almadepiedegallo@yahoo.com.ar

lunes, 13 de agosto de 2007

Poesía que promete


PÓRTICO


Fue exactamente el 12 de agosto de 1806, aunque el hecho central que esa fecha memora —la rendición britana— está precedido y continuado por otros que conforman una totalidad más sustanciosa aún.

La educación primaria o media ha vulgarizado esta magnífica hazaña, reduciéndola a una efemérides menor en el calendario escolar. No se quiere advertir que en esta contienda justísima se aúnan providencialmente nuestras tradiciones hispánicas y criollas, así como se abrazan lo teológico con lo épico, la Fe con la milicia, la genuina política con la verdadera Religión. No se quiere ni se sabe advertir que se trató de la primera y grande epopeya del siglo XIX, ejecutada explícitamente en honor de la Cristiandad. Las Dos Ciudades se enfrentaron, y no era sólo Londres la una y Buenos Aires la otra, sino la Ciudad de los Hombres y la Ciudad de Dios.

Si la Argentina volviera a valorar alguna vez a valorar sus gestos fundacionales y soberanos, tendría aquí, en la Reconquista, uno de sus más claros motivos de legítimo orgullo. Lo mismo se diga para nuestra entrañable España, cuya abdicación de hoy la ciega completamente para justipreciar un episodio heroico que, al fin de cuentas, se llevó a cabo para custodiar este entonces reino suyo, tenido por lejano y desdeñable para algunos.

A más de doscientos años de la Reconquista, tanto tememos lo que pueda omitirse como lo que pueda afirmarse. Si lo primero, porque callar ante la auténtica grandeza es ruindad manifiesta e impiedad grave. Si lo segundo, porque las voces oficiales, cuando se expidan, tergiversarán el sentido real de la historia, trágica especialidad que ya vienen ejecutando impunemente.

De allí esta sencilla iniciativa. Cantar las proezas tales como fueron (…)

EL PUEBLO

No me olvido del héroe, ni a mi canto emancipo
del deber de encomiar al señero arquetipo.

Porque en la historia mandan las figuras egregias,
los santos, los guerreros, de convicciones regias.

Sin embargo es justicia que se intente una lista
de quienes se ofrendaron en la gran reconquista.

Anónimos y oscuros personajes menores,
que Dios tiene a la diestra premiando sus fervores.

El infante alistado casi súbitamente,
el marinero diestro o el timonel prudente.

Artilleros, Dragones, Blandengues, Migueletes,
Cuerpo de Voluntarios, consumados jinetes.

Vecinos arraigados como fieles vasallos,
madrazas generosas como Ángela Zeballos,

remitiendo una carta que leo emocionado:
“sólo doy lo que tengo, mi hijo pa'soldado”.

Álvarez Barragaña, enfermo y con dolores
donó el oro, la sangre, su vida entre estertores.

El Sargento Juan Trigo, Sinforiano de Iglesia,
conjurados de estampa patibularia y recia.

El cadete Juan Velázquez que exigía un tordillo,
y a cada cuello gringo prometía un cuchillo.

Los negros y los pardos, el sufrido mulato,
la savia americana del austral Virreynato.

Los que hirvieron el agua y arrastraron obuses,
entre el barro y el frío, con las últimas luces.

El que pidió que a nadie faltara escapulario,
el fraile que cargaba el fusil y el hostiario.

Los que siguen tirando cuando el inglés se rinde,
ni quieren parlamentos ni que la paz se brinde.

Los que sólo se calman cuando ven la espadaña
sesgando nuevamente el pabellón de España.

Los que entierran los muertos, de ambos bandos caídos,
el que alivia al sediento, socorre a los heridos.

Los que dieron su sangre, sin quejas ni desgaires,
y por tercera vez fundaron Buenos Aires.
Antonio Caponnetto

Nota: Los primeros párrafos pertenecen al Pórtico, y éste junto con el poema “El pueblo” integran el libro “Poemas para la Reconquista”, del Profesor Antonio Caponnetto.

sábado, 11 de agosto de 2007

Poesía que promete


ORACIÓN A SANTA CLARA,
PATRONA DE BUENOS AIRES

Contra la pravedad herética (1807)

I

Santa Clara, Santa Clara,
no te olvides de tu pueblo,
que otra vez andamos faltos
de valor y de consejo.

Los que valen no despiertan,
los que mandan tienen miedo,
y el hereje está llegando
y es preciso echarlo al cuerno.

¡Que no quede de esa peste
ni una mancha en este suelo!
Santa Clara, Santa Clara,
no te olvides de tu pueblo.

II

Santa Clara, Santa Clara,
da claridad a mi lengua,
que la invasión que hoy nos chumba
con la claridad se amengua.

La herejía de hoy en día
se cortó cuernos y cola,
con las armas prepotentes
santas palabras arbola.

Con las armas no pudieron
entrar aquí los ingleses
y hoy nos han desguarnecido
con mentiras y dobleces.

Vienen los tiempos más malos
que en este mundo se han visto,
parecieran las señales
del tiempo del Anticristo.

Peor que espantando langostas,
envenenando la vida
lanza una humareda intensa
la Prensa prostituida.

Y del Cine y de la Radio
lo podrá decir cualquiera,
hace tiempo son sirvientes
de una potencia extranjera.

Que si antes fueron negocio,
hoy sacrilegio y mentira,
fabricantes de patrañas
allí donde usted los mira.

Ni crean que es sólo el alma
víctima de esta contienda,
porque éstos minan la fe
para alzarse con la hacienda.

Los que valen no aparecen.
¿Dónde están? Contarlos quiero;
por cada diez mil cachorros
no hay ni un jefe verdadero.

Quieren la guerra extranjera,
pero me parece a mí
si de veras quieren guerra
la pueden tener aquí.

Los que mandan tienen miedo,
pues les falta la visión
de lo que es la vida eterna
que nos da la religión.

Todo es codicia y angurria,
todos detrás de la plata,
¡qué mal Dios han escogido
que los envilece y mata!

Los patriotas y vigías
piensan cansados al alba
que al que no quiere salvarse
ni Jesucristo lo salva.

Con prevención les pregunto
que ustedes no se me ofendan
¿este pueblo amodorrado
merece que lo defiendan?

Y uno anda temiendo al ver
tanto falso y mal cristiano,
que Dios no se irrite aína
y nos lance algún tirano.

Y mientras la gente pobre
anda aplastada y con miedo
los sacerdotes de Dios
cruzan por la boca el dedo.

Diré lo que Dios me sopla
y corríjanme si miento:
el defender la Verdad
es el primer sacramento.

Que de no, nos darían
antes de cualquier sagrado
esa señal de la cruz
del que fue crucificado.

No basta decir Dios mío,
y en esta opinión insisto
sólo cobrando los diezmos
no es dar testimonio a Cristo.

Es el Espíritu Santo
aire y fuego y no chanfaina;
la espada de la palabra
no ha de estar siempre en la vaina.

Yo ya me jugué la vida,
si soy débil Dios es fuerte,
ya no tengo más bandera
que ésta: Religión o muerte.

Ya el carro no vuelve atrás,
ya están los dados echados,
pido perdón por las dudas
a todos de mis pecados.

Y si un día no aparezco
no pregunten dónde estoy,
no me busquen ni me lloren
yo sé para dónde voy.
R. P. Leonardo Castellani, S.J.

Nota: Estos versos fueron publicados originalmente en el año 1946. Y creemos que Dios ya nos mandó varios tiranos, no solamente uno.

jueves, 9 de agosto de 2007

In memoriam: Prof. Roque Raúl Aragón


RECORDANDO AL AMIGO


El pasado 15 de julio fue llamado al Padre nuestro querido amigo Roque Raúl Aragón.

A manera de recordatorio, mientras pedimos por su querida alma, transcribimos aquí algunos párrafos de una conferencia suya, que dictara en 1993, acerca de la legitimidad de la conquista española en América.

“…Se habla mucho ahora de la conquista, en esta otra polémica desatada con motivo del quinto centenario, como si la conquista fuese una cosa inusitada, un fenómeno desconocido, cuando en realidad es lo más común que hay en la tierra: no hay ningún pueblo en la tierra que sea aborigen del lugar donde vive, todos llegaron por un acto de conquista, próximo o remoto.

“Lo que tiene de original y único la conquista española es que se cuestiona a sí misma, se hace un problema de conciencia: ¿tengo derecho o no tengo derecho? ¿Puedo predicar el Evangelio haciendo al mismo tiempo un acto de conquista? ¿o el acto de conquista es una negación del Evangelio que predico? Esto sólo España se lo ha planteado, y todos los argumentos contra España vienen de España, han circulado libremente en España, porque en ningún lugar se respeta más la libertad que en una sociedad realmente católica: catolicismo y libertad son la misma cosa.

“Y en este asunto de la conquista, cuando el Padre de las Casas arremete contra las encomiendas, se encuentra con Ginés de Sepúlveda, un teólogo que lo contradice radicalmente, pues el Rey —que tenía sus escrúpulos de conciencia— fomentaba los debates contradictorios para clarificar estos temas. Ginés de Sepúlveda fundamenta abundantemente su tesis de que los bárbaros deben ser reducidos a servidumbre, ya que los indios son inferiores a los españoles, como lo son los niños respecto de los adultos: estos indios no pueden ser llevados a la fe por la sola predicación, porque en cuanto se retiran las guarniciones armadas ellos mismos matan a los misioneros y repelen la fe recibida. Sólo pueden ser elevados a la fe por la fuerza, como en el «fuércenlos a entrar» de la parábola del banquete (San Lucas, 14, 15-24). Esto lo aplica Ginés de Sepúlveda a la actitud que se debía tener con los indígenas ineptos. Y si bien no se podía atacar con armas a los paganos por el solo hecho de su infidelidad —decía éste— sí se puede cuando su idolatría recurre a prácticas inhumanas, como en la Nueva España, donde anualmente se inmolaban 20.000 hombres a los demonios.

“Nosotros hemos sido llevados a considerar estos ataques a los indios como cosas grave, atentados a los derechos humanos, pero sin tener en cuenta que los indios no eran unos angelitos y sometían a sus propios hermanos de raza a crueldades que solamente se explican por su entrega a prácticas realmente diabólicas.

“Cuando Hernán Cortés sube al templo, en un arrebato que relata Bernal Díaz, se coloca al lado de los ídolos horribles y los precipita escaleras abajo. Esas escaleras —dice Bernal Díaz— estaban cubiertas por tres pulgadas de sangre de los sacrificios humanos que allí se hacían. Y así se acaba el horror, reemplazando aquellos ídolos con la imagen de la Virgen. En Hernán Cortés hay una grandeza excepcional: él sabe que lo sagrado y los ídolos son incompatibles, que donde están los ídolos no hay nada sagrado, y donde está lo santo no hay ídolos. Cortés no era un respetuoso de las conciencias de los índígenas, quienes promovían las guerras para proveerse de víctimas humanas para sacrificar a los ídolos: Cortés era un servidor de Dios y actuaba en consecuencia.

“España se destaca por haber hecho una unidad entre la fe y la nacionalidad: ser español es ser católico y, de alguna manera, ser católico es también ser español. España fuisiona la fe con la empresa política de la conquista, y esto, porque no fue «ecumenista», porque combatió a los ídolos, porque si bien no se preocupó mucho por dar una instrucción pormenorizada del Evangelio, sí se preocupó porque renunciaran a Satanás y admitieran la gloria de Cristo, y esto es la esencia del bautismo. Así se ha bautizado América: combatiendo a los ídolos (…)

“Si el catolicismo ha de reconquistar América, ha de ser reasumiendo esa unidad inextricable de nacionalidad y de fe”.
Roque Raúl Aragón

lunes, 6 de agosto de 2007

2 de agosto: a propósito de un nuevo aniversario de la muerte del Padre Julio


MEINVIELLE Y LA PATRIA


El ser de la patria

En las páginas de una obra suya escrita en 1940, a la que tituló esperanzadamente Hacia la Cristiandad, el Padre Julio Meinvielle explica con propiedad teológica cuál es el origen histórico del Occidente Cristiano.

Tres apóstoles, nos dice, Pedro, Juan y Santiago, fueron especialmente distinguidos por el Señor. A ellos llamó con nombres significativos y ubicó en sitiales particulares. A ellos quiso revelar su gloria en el Tabor y confiar su agonía en Getsemaní. Y en ellos, que están representadas y encarnadas las tres virtudes teologales, se encuentra la raíz y el núcleo de la Christianitas.

Decir Pedro es decir Roma y nombrar la Fe. Santiago es la Esperanza y es España, fuerte e indoblegable, precisamente por su sentido heroico de la esperanza. Y Juan es la Caridad, y la caridad abrazó a Francia con la misión de San Potino que envió San Policarpo mártir, discípulo de Juan. Por eso Pedro, Santiago y Juan; Fe, Esperanza y Caridad; Roma, España y Francia, son profundas y olvidadas trilogías que explican el origen y la cumbre de nuestros orígenes, y que se hallan substancialmente ínsitas en nuestra identidad nacional.

Quiere significar lo antedicho, entonces, que estas tierras americanas nuestras, en cuyo vértice austral está enclavada la Argentina, nació —gracias a España— como una rama viva de la Cristiandad. Pero la Cristiandad —sigue enseñando Meinvielle— es Cristo adorado y servido públicamente, es el ordenamiento de la vida temporal bajo la principalía del Señor, es vivir de acuerdo al Evangelio y conformar a las sabias e imprescriptibles enseñanzas de la Cátedra de la Unidad, toda la vida de los estados nacionales. Va de suyo que si la patria quiere ser fiel a sus días fundacionales, no puede sino bregar por la Cristiandad, abriendo sin temores y de par en par las puertas al Redentor, como diría Juan Pablo II.

En consecuencia, el ser más íntimo y más hondo de la patria no hay que buscarlo en brumosas ideologías, ni en desencaminados indigenismos, ni en jacobinas revoluciones, sino en la Civilización Cristiana, o por más augusto nombre, en la Ciudad Católica. Y si recordamos —como insiste el Padre Meinvielle— que nuestra Madre España, la que nos daría este ser, fue “conquistada a Jesucristo por Santiago”, justo es recordar asimismo que Santo Tomás ha llamado a aquel apóstol procipuus debellator adversariorum Dei, esto es, principal luchador contra los enemigos de Dios. ¿Puede alguien no entender este claro mensaje de los orígenes patrios? ¿Puede alguien moralmente sano desentenderse de este legado que nos viene de los días del principio?

Lo que Meinvielle viene a predicarnos en suma, es que nacimos católicos, apostólicos y romanos, con vocación imperial —como la que tuvo Hispania; esto es, evangelizadora de pueblos— y con misión de luchadores intrépidos, como el Jacobeo a quien Jesús llamó Boanerges, hijo del trueno, y llama, lumbre y vértigo en el impetu misionero.

El estar de la patria

Pero el Padre Julio no se engañaba, ni enmascaraba o diluía la dura realidad de la patria enferma que le tocó presenciar. Sufría por ella, como ante una madre que se desangra y agoniza. “La patria fue su herida”, díjole el Padre Sato. Y acertaba.

En una de sus tantas conferencias políticas pronunciada en los albores de la década del sesenta —movida por el fragor de las circunstancias, es cierto, pero iluminada con la filosofía perenne— Meinvielle llamó Guerra Revolucionaria al mal mayor que aquejaba a la nación. Y la denominación es pertinente y adecuada, porque esa guerra, según nos lo explica, empieza por negar “los derechos públicos de la Verdad, y los de la tradición auténtica de la Europa Cristiana”. Se trata entonces de una cuestión primeramente religiosa, de esas que Donoso Cortés invitaba a encontrar detrás de toda aparente cuestión política.

La maldita revolución así definida, tenía en cautiverio a la Argentina. Y el Padre Meinvielle no hacía acepción de personas al señalarla y combatirla. Bajo la llamada década infame o bajo el frondizismo, con el peronismo y sin él, con los militares populistas o con los liberales, con los azules o los colorados. Cambiaban los hombres y las denominaciones eventuales, pero el motor de esa Revolución Mundial seguía siendo localizable en la judeomasonería, y el motor de esta fuerza seguía siendo el odio a Jesucristo. Hacer lo contrario de la Revolución era, pues, la salida y el camino, si de rescatar a la patria se trataba. No una revolución contraria, diría de Maistre, sino lo contrario de la Revolución.

Escuchemos directamente sus palabras. “Los cimientos más profundos de nuestra nación son cristianos, y los males que nos aquejan son desviaciones anticristinas […] La primera virtud que nos hace falta en esta coyuntura es la fortaleza. Tener la voluntad de querer salir del estado de postración en que nos encontramos. Esa voluntad ha de estar arraigada […] al menos en un grupo de argentinos dispuestos a la muerte por el bien de la patria […] Un nacionalismo, hoy, sólo puede ser salvador de la patria si tiene capacidad y empuje para remontar la pendiente por donde viene deslizándose al abismo la humanidad. Y sólo los valores cristianos vividos auténticamente, contienen esa fuerza […] La Patria no se puede salvar sino con un acto de heroismo que tenga capacidad para remontar la pendiente por donde nos deslizamos” (cfr. su El Comunismo en la Argentina, Buenos Aires, Dictio, 1974, págs. 490, 488, 485).

De la Cristiandad a Versailles

Bien aprendido tenía el Padre Julio, aquel mensaje evangélico, según el cual, quien es fiel en lo poco será en lo mucho fiel. Por eso, sus indicaciones sobre el ser y el estar de la patria, y principalmente sus enseñanzas sobre el rescate necesario y urgente de la misma, no se quedaban en el terreno siempre lícito de las especulaciones o de las grandes y necesarias convocatorias políticas. Se volcaban a la acción, se traducían en obras, se expresaban en bienes tangibles. Y a cada paso de su vida sacerdotal parece decirnos con gestos concretos, que no se puede amar a la patria sino se empieza amando la cuadra en la que se vive, el barrio en el que se habita, la parroquia que se frecuenta, la vecindad de carne y hueso con la que convivimos a diario.

Así lo hizo, por ejemplo, desde Nuestra Señora de la Salud, campo propicio que Dios le pusiera en su camino, para probar con creces esta fidelidad católica y argentina, esta posibilidad cierta de edificar la cristiandad en el pago chico, este irrenunciable afán de ser patriota de la tierra y patriota del cielo. “Para Meinvielle” —dice Fabián González Arbas— “las fechas y los símbolos patrios tenían un alto significado cívico y no pasaron nunca inadvertidos. A decir verdad, buena parte de la formación que [la parroquia Nuestra Señora de] La Salud brindaba a través del método scout estaba dirigida a resaltar los valores nacionales y el amor a la patria” (cfr. Los scouts de Meinvielle, Buenos Aires, Profika, 2001, pág. 139). Y a continuación, el autorizado y fiel testigo que esto relata, describe el festejo del 25 de mayo de 1944, con misa de campaña, toque de tambores y clarines, bandera desplegada e izada hasta el tope, y un concurso varonil del que “resultaba ganador el que armaba primero el mástil e izaba el pabellón nacional” (ibidem, pág. 140). Olvidada pedagogía del patriotismo cristiano. Traicionada pastoral vertebrada en la pietas, sin la cual no hay justicia alguna. ¡Qué nostalgia al traerla nuevamente a la memoria, cuando arrecian tiempos crepusculares!

En esta hora de tinieblas, de una espesura como pocas veces se ha enseñoreado sobre la Argentina, nos place evocar así al maestro. Entre tambores y clarines. Como párroco de la Cristiandad, atendiendo a Occidente desde el humilde Versailles. Como defensor de nuestra unidad de destino en lo Universal. La cruz en una mano, y bien al tope el pabellón azul y blanco.
Antonio Caponnetto

sábado, 4 de agosto de 2007

Como decíamos ayer


EL PECADO POPULISTA


Parecería estar de moda entre politólogos, partidócratas y análogos responsables de nuestras desdichas, echar las culpas al populismo de lo que sucede, o advertir sobre el carácter amenazante del mismo en la gestación de nuevos, próximos y fatales problemas.

Nada tendríamos que decir al respecto si las palabras conservasen aún su significado diáfano. Mas como en la torva semántica de los acusadores, populismo es unas veces sinonimizado con nacionalismo, otras con el rechazo a la ineluctable globalización o a lo que se percibe como una negativa a nuestra integración económica mundialista, será justo recordar al respecto un par de verdades.

La primera, que el nacionalismo católico rechazó y combatió siempre al populismo, entendiendo por tal —así, con este nombre— la aberrante ficción de la soberanía del pueblo, tanto en sus manifestaciones rousseaunianas como en las marxistas.

La segunda, que los mencionados fautores ideológicos del culto populista, son los responsables de una concepción satelitaria del país, al que en nombre precisamente de la sacra voluntad popular que dicen representar, han prosternado indignamente frente al Nuevo Orden Mundial. Y esto es un hecho y un resultado penoso que nos acompaña desde Caseros, más allá de las declamaciones libertarias o independentistas de turno.

La tercera verdad olvidada es que populista y no otra cosa, es la mentalidad de los que bregan por nuestra sumisa inserción en la órbita del Imperialismo Internacional del Dinero, ya que ninguno de ellos está dispuesto a sustituir el dogma de la soberanía del pueblo por la necesidad de la soberanía nacional. Ninguno de ellos, tengan el signo partidario que tuvieren, posee la clarividencia para repudiar la democracia e instaurar una política jerárquica al servicio del Bien Común completo de la Patria. Caro se pagan tantas aberraciones juntas.

Dios puede castigar a los pueblos, y ese castigo será siempre medicinal, porque la ira del Padre es justísima y no se ordena sino a la regeneración de quienes han pecado. Está dicho, además, por boca de Ezequiel (21, 14) que los malos gobernantes constituyen un género posible de ese castigo, cada vez que las sociedades, como la nuestra, se apartan del Decálogo. Está dicho incluso —y aquí Santo Tomás es el invocado (I, II, 107 1 ad 2)— que el castigo puede ser violento, cuando el destinatario del mismo se ha vuelto duro de corazón y reclama una reprimenda inflexible. Cuando el pecado es consentido y apañado con tal hondura y gravedad, que exige la intervención directa de la justicia divina, precisamente porque su impunidad clama al cielo. Todo lo sustancial está dicho, pero no quiere oírse.

La Argentina sigue viviendo entonces bajo el signo pecaminoso del populismo, manifiéstese el mismo en su versión liberal o socialista, según roten los líderes facciosos o las heces programáticas se alternen en el ejercicio habitual de su piratería; pero contestes siempre en reemplazar la Realeza Social de Nuestro Señor Jesucristo por la deidad democrática, el señorío sobre todo lo propio por la sujeción a los dictámenes de los organismos internacionales. Situación de pecado, justificadora de suyo de un gran castigo, y que no está dispuesta a admitirse. Doliente enfermedad del alma nacional —más terminal y preocupante que su sangradura económica— que no saben retratar los obispos dialoguistas, ni los dirigentes canallas, ni los piqueteros saqueadores, ni los usureros malnacidos, ni la vergonzosa recua de hombres públicos, exhibidos todos como reses impúdicas en el mercado de la decadencia nacional.

Tamaña condición pecaminosa exige el remedio de la virtud heroica. Ya no sólo de la individualmente ejercida —que por cierto abunda en la patria, a través de sus hijos sacrificados y fieles— sino de la virtud política, oportunamente caracterizada por los antiguos como la ciencia de gobernar en función del bien de los gobernados, y deliberadamente desechada por el maquiavelismo, cuyo mentor primero sostenía que al Príncipe mejor le cuadraba simular la virtud que practicarla. El bien que la virtud heroica reclama en política es, ante todo, el bien honesto, al que se encaminen y sujeten los demás bienes, empezando por el útil.

Nos hacía notar un abnegado sacerdote, a propósito de sus sobrenaturales reflexiones para redimir y fundar la patria, que tan necesaria cuan ímproba tarea no será siquiera planificable si la pregunta dirigida a Dios: “¿por qué nos has hecho esto?”, no está formulada con el espíritu de María Santísima, cuando se la dirigió al Niño reencontrado en el templo, después de darlo angustiosamente por perdido. Es la pregunta que brota desde la Fe, sabiendo que desde la Fe alcanza la mejor contestación. ¿Por qué nos has hecho esto?, resta preguntarle a Dios como nación. Y si su respuesta nos obliga a mirar el pecado cometido de la democracia populista, con el condigno azote que conlleva, que la reparación nos mueva a optar por una concepción política en la que resulte posible el omnia instaurare in Christo que nos proponía San Pío X.
Antonio Caponnetto

Nota: Este Editorial fue publicado en el número 24 de la Revista “Cabildo” correspondiente a los meses de junio/julio de 2002.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Poesía que promete


ROMANCE DEL
18 DE JULIO

Ya todo era duelo
por Calvo Sotelo.
Con rumbo a Canarias,
un Dragon en vuelo
ganábale al mar.

Pemán convocaba
la angélica silla:
¿Se lo habrá escuchado,
allá por Mellila,
con la maravilla
casi a consumar?

“Soldados, ahora, por el Faraón…”
algo así decía, lleno de emoción,
el buen don Miguel.

El hijo de otro Miguel está preso
por amar a España casi con exceso,
quizás sea por eso que acaben con él.

¡Qué bella que estaba la ibérica tierra
cuando despuntaba un albor de guerra
llamando a la lid!

¡Es que despertaba, hecha primavera,
vuelta cinco rosas, poesía, quimera,
la España del Cid!

¡Basta ya de chekas, paseos, brigadas,
de altares quemados, de tumbas saqueadas,
de vivir sin Dios!

¡Basta de vergüenza, despojo y abuso,
de puños en alto, de discurso ruso,
de martillo y hoz!

Mediados de julio. Verano de fuego.
Dios por fin escucha el ardiente ruego
del clero español,

y más de seis mil vidas consagradas
van a ser simiente de nueva Cruzada:
el Salve Regina junto al Cara al Sol.

* * * * * * * *

Hoy todo es un sueño, parece lejano.
Mas no ha sido en vano, pues tarde o temprano
lo comprobarán,

reirá de nuevo la fiel primavera
con toda la gloria que España perdiera
y su exacto afán.
Álvaro M. Varela