viernes, 29 de junio de 2007

Refutación


EL BOTELLERO RODRÍGUEZ
Y EL MAR DE COSME


“Caballero vil solamente debe cabalgar en asno”
(Raimundo Lulio)

En un intento tan servil cuanto lastimero de sumarse al ataque de Beccar Varela contra mi persona, un miembro de la cofradía La Botella al mar, el botellero Ernesto Martín Rodríguez, me ha dirigido un carta, fechada el 25 de junio, a la que dio en llamar Dos pesos y dos medidas. (cfr. La botella al mar, Correo de Lectores, nº 1994).

El auxilio al desasosegado agresor —que no es precisamente el célebre De auxiliis entre Molina y Báñez— tendrá suerte adversa entre los epistolarios de conceptuosa monta y castellana sintaxis, pero bien podrá ocupar, con derecho propio, algún período fecundo de la historia local de la infamia. Porque la misiva, lo adelantamos, es un resumidero de bajezas.

La primera infamia del botellero Rodríguez consiste en adjudicarle a la doctrina católica que sustento la consecuencia práctica de “dejar el camino de la política libre para los sinvergüenzas que constituyen la dirigencia corrupta e inepta y que copa todo el espectro político de nuestra Patria”. Amén de la hipérbole que significa la adjudicación de tamaño corolario a quien, como en mi caso, ningún poder posee, resultaría que la vía libre para los desmadres de nuestros canallas brota de quienes no queremos tener con ellos ni el lenguaje en común —según recomendación de San Jerónimo—,exigiendo en cambio la batalla frontal contra el Régimen que los prohíja y sostiene. El bastión contra los malos, en cambio, lo constituirían los presurosos sustentadores de sus gananciosas reglas de juego, desde la soberanía del pueblo que la Constitución proclama hasta el sufragio universal y la compulsiva representatividad partidocrática.

La verdad es que el triunfo mayor de los sinvergüenzas es constatar que quienes debieran reprimirlos compiten con ellos en la inverecundia democrática. El logro más empinado de “la dirigencia corrupta e inepta” es doblegar a los decentes, obteniendo de ellos la resignada y pública aceptación de su encuadramiento regiminoso. Todo partido político forma parte de la partidocracia, como todo triángulo forma parte de las figuras geométricas, y no hay sustentación lógica para argüir lo contrario. Uniformizarnos y contenernos bajo el carácter conminatorio del sistema, es el verdadero camino libre que necesitan los sépticos. Los liberales católicos le prestan este inmejorable servicio desde el bando felón en que se han posicionado.

La segunda infamia, ya algo más desatada y chafallonera, es calificar como “gratuita, malévola, y con absoluta mala fe” mi afirmación, según la cual, la nota de Beccar Varela titulada Un error que paraliza a los buenos patriotas “rezuma un penoso tributo a la Revolución y a la Modernidad, categorías ambas con las que no ha de andar jamás en maridaje alguno un católico íntegro”. Probándose además la malicia de mi juicio sobre “la patética pérdida de rumbo” de Beccar Varela al sostener que había que votarlo a Macri, en el hecho notable de que “apenas 6 días después” de haber lanzado aquella alternativa la desdijo, proponiendo en cambio echar algún pliego en las urnas para anular el voto.

Que Beccar Varela rinde tributo explícito a la Revolución y a la Modernidad, está muy lejos de ser una afirmación con los caracteres torvos que la presenta el botellero Rodríguez. Antes bien, es una de las tantas evidencias que me obligo moralmente a constatar con fines preventivos. Por lo que dice alguien que ha sabido ser autoridad prestigiosa para el acusado, Plinio Correa de Oliveira, en su clarificadora obra Revolución y Contrarrevolución (Barcelona, Cristiandad, 1959). Gran parte de los caracteres revolucionarios y modernos allí descriptos —principalmente en el ámbito de la política con la aceptación de la democracia como “legítima, justa y evangélica”— se le aplican literalmente a Beccar Varela, incluyendo el luminoso párrafo sobre el “semi-contrarrevolucionario”, espíritu flojo y contemporizador, en cuya alma comienza a entronizarse “el ídolo de la Revolución” (ibidem, p. 56 y 69).

La “malevolencia y mala fe” no está en verificar un extravío sino en cometerlo. Está en convalidar la legitimidad de las opciones democráticas, del sufragio universal que es la mentira universal —según enérgica reprobación de Pio IX en la Maxima quidem— de la soberanía del pueblo contenida en la Constitución, de la representatividad partidocrática, del igualitarismo electoralero y de toda la normatividad laicista y naturalista impuesta por el sistema liberal. La malevolencia y la mala fe es desdeñar la distinción entre autoridad y poder, minimizar el magisterio de los héroes vandeanos, el carácter testimonial y apostólico de la militancia pública, ignorar el magisterio clásico, tradicional y contrarrevolucionario y sustituir en la acción política el deber ser por la veritá effetuale, tal como lo anuncia Maquiavelo. Pero no han salido de mí estas lecciones cochambrosas y horrísonas, sino del defendido de Rodríguez.

Tiene gracia, si no fuera trágica, la revelación del botellero sobre el cambio de criterio de Beccar Varela, pidiendo que no se lo votara a Macri “seis días después” de haber anunciado que le daría su sufragio. Nuestro movilizador de patriotas —rectilíneo y estable cual cedro en su toma de decisiones— no es hombre que vaya a cambiar de timonel o rumbo en una semana. En ocasiones como esta sólo necesita seis días. Balmes me mira sonrojado y pídeme piedad a esta altura de la respuesta. “El voto no es un cheque en blanco” —me dice Rodríguez que escribió Beccar Varela para retirarle su enorme caudal electoral a Macri. Una vez alzado con la tómbola sufragista, coincidió el vencedor porteño con quien tan furtivo en amoríos urneros le había sido. “La gente no da más cheques en blanco”, dijo Macri (Cfr. “La Nación”, 26 de junio de 2007, pág. 1). Bien apunta Rodríguez que es necesario bucear en el “recóndito pliegue de la psique”.

La tercera infamia, próxima al hedor, consiste en suponerme incurso en una fea incongruencia. Consistiría la misma en “descalificar con adjetivos injuriantes la posibilidad de cualquier forma de participación en un sistema al que califica como intrínsecamente perverso”, y “sin embargo”, a pesar de “esta rígida postura”, no privarme “de participar de ciertos beneficios que tal sistema le brinda como el de ser profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires, o formar parte del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONYCET [sic]) como parte del personal registrado en el Instituto Bibliográfico «Antonio Zinni»‚ (sic) de dicho organismo”.

La ilogicidad compite con la ignorancia, y ambas con la vileza en párrafo tan prieto. Acaso para percibirlo hiciera falta que Sciacca nos siguiera ilustrando sobre las múltiples posibilidades de la estupidez que oportunamente retratara en El oscurecimiento de la inteligencia.

Para la acuidad arguyente del botellero, cultivar una carrera docente universitaria y consagrarse a la investigación científica —actividades ambas que en nuestro país, como bien se sabe, están reñidas con el lucro o el posicionamiento económico— son “beneficios” equivalentes a los que disfrutan los políticos regiminosos o los legitimadores del modelo. Beneficios transidos de sospechas indecorosas y de inimaginables complacencias y renuncios frente el sistema. Tanto que, quien como yo dice detestarlo, debería coronar mi coherencia renunciando a mi oficio pedagógico y a mi actividad académica. En la casuística de Rodríguez, quienes nos oponemos al sistema, deberíamos abjurar asimismo de otros “beneficios” del mismo, como el uso de los hospitales públicos, de los transportes colectivos, de los espacios municipales y hasta de las mismas calles y aceras, que el Régimen asfalta o embaldosa con democrática aplicación. Sólo entonces nuestro sentido de lo congruo sería completo y el perspicaz crítico bendeciría nuestro obrar. ¿Es que estoy tratando propiamente con un cernícalo?

He de agregar algo al respecto, para que el oprobio deje sentir su fuerza sobre la testa febril de Rodríguez. Nunca he sido profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires, de la que he egresado como Profesor de Historia. Y lo lamento, pues no fueron pocos los hombres de bien que en tal casa de estudios supieron alzar su voz para defender la honestidad intelectual en medio de las ruinas del Régimen. Es posible que este dato mentiroso lo haya extraído Rodríguez, irresponsablemente, de algunas de sus excursiones por el Buscador Google, de las que más adelante él mismo da cuenta. Usarlo sin verificación previa y con un pretendido afán descalificatorio, le adiciona una cuota más de procacidad a este catálogo de infamias.

Sí, en cambio, he de decir, y con orgullo, que pertenezco desde hace casi dos décadas al Instituto Bibliográfico Antonio Zinny, del que el botellero ignora todo. Desde cómo se escribe su nombre, hasta que fue fundado por el Padre Guillermo Furlong y dirigido por genuinos maestros de la historiografía, tales Julio Irazusta y Roberto Marfany. Desde que ha editado una ingente bibliografía del más alto nivel profesional y de la mejor orientación científica, hasta que en su seno se alberga —merced al trabajo arduo de sus miembros— una de las hemerotecas más importantes, si no la mayor, del pensamiento católico y nacionalista. Desde la austeridad de recursos con que sobrelleva sus múltiples tareas, hasta las aborrecibles persecuciones, castigos y penas a las que lo sometió el Régimen, en una nueva prueba de su malignidad congénita. Como esto último no es un enunciado retórico sino la ratificación de un hecho gravísimo, sucesiva y oportunamente denunciado, remito al desinformado Rodríguez a la abundante documentación probatoria. Los dos tomos titulados: Informe Documental. Destrucción de equipos de investigación y persecución de científicos. Buenos Aires, Comité Argentino contra la discriminación de investigadores científicos, 1988-1989.

De mi situación en el Conicet: persecución, sumario, cesantía, nuevo sumario, amenaza gremial, hostilización continua, rechazo de Informes; y todo ello y tanto más que abrevio, explícita e impunemente ejecutado por mi militancia católica y nacionalista, también lo ignora todo el fiscal Rodríguez. Y como tampoco es giro retórico lo que estoy diciendo, sino la cruda realidad, remito a la fuente documental más reciente de éstas mis peripecias frente al Régimen. El Epílogo Galeato del volumen dos de mi obra Los críticos del revisionismo histórico, Buenos Aires, Instituto Bibliográfico Antonio Zinny, 2006, págs. 539-569.

Pechisacado y orondo, el botellero acomete su cuarta infamia. Detector de incoherencias en ristre, me registra una nueva. Haber participado “en forma repetida como conferenciante invitado por el Partido Fuerza Nueva de España, organización que ha participado (y suponemos que continúa participando) de la vida democrática española, habiendo logrado mediante el execrado sistema del sufragio universal, que su máximo representante y mentor, el notario Blas Piñar, fuera elegido diputado. ¿Cómo puede Ud. compartir una mesa con estas personas tan integradas a un sistema intrínsecamente perverso? O para ser coherente y absolutamente fiel a su postura, ¿no debería haber rechazado cualquier participación en actos convocados por autoridades elegidas por ese método (el voto universal)? […] Parece que Ud. utiliza dos medidas distintas para medir la perversidad de la democracia de forma tal que en España le resulta lícito alternar con personas que se manifiestan defensoras del catolicismo y la tradición y que se han integrado al sistema como una forma válida y lícita de luchar políticamente para tratar de llegar al gobierno y cambiar la dirigencia, pero en cambio ello es imposible para un «católico íntegro» en la Argentina. ¿O es que acaso en España se dan las condiciones determinantes que enumeró Santo Tomás en su Comentario a la Política de Aristóteles? La respuesta parece obvia”.

He escuchado antes una observación parecida, aunque dicha en castellano. La respuesta es sencilla de comprender sólo para quien conozca o valore la talla ilustre y gloriosa de los personajes españoles aquí acremente mentados, y el honor consiguiente de compartir con ellos el combate por Dios y por la Hispanidad Eterna. La respuesta la formularé en epítomes sucesivos. 1) En España y en la Argentina mi prédica nunca ha variado; y mi prédica ha sido pública, documentada, sostenida, constatable con todos los registros que hoy permite la técnica. La cultura googlística de Rodríguez puede prestarle en la ocasión una invalorable ayuda. 2) Parte sustantiva de esa prédica ha sido mi rechazo y mis adhesiones políticas a las mismas cosas que aquí rechazo o apruebo, con la libertad de los hijos de Dios para coincidir o discrepar con quien corresponda. 3)A nadie se le ocurrió suponer que mis principios paralizaban patriotismo hispánico alguno, y a mí jamás se me ocurrió suponer que debía tener inopinada injerencia en la praxis pública de estos entrañables camaradas. 4) No he sido invitado a España para realizar actividades reñidas con mis convicciones, ni llevé a cabo la más mínima acción que me involucrara en enjuagues democráticos, electoralistas, partidocráticos o de cuño liberal. Mi actividad fue la misma que aquí procuro llevar a cabo: la del apostolado intelectual y el testimonio de la Verdad. 5) Quienes han tenido la generosidad de llevarme a disertar por rincones múltiples y significativos de la Madre Patria, no han sido precisamente los “integrados al sistema”, los “favorecidos por el sufragio”, los “partícipes de la vida democrática española”. Han sido los egregios parias, los excluidos hidalgos, los heroicos desterrados, los bizarros destituidos, las víctimas del castigo inaudito de la morralla gobernante por su condición de guardianes insobornables de los ideales de la Cruzada. Los grandes marginados por los medios y el poder político, a causa de su lealtad irrevocable a aquel Alzamiento contra el Comunismo, bendecido oportunamente por Roma. Al lado de esos hombres extraodinarios —Blas Piñar, el adalid y el primero— muchos de ellos con las cicatrices de su veteranía en cuerpo y alma, y con años de dura prisión sobre sus espaldas, por causa de su oposición al sistema, de su resistencia empecinada y solitaria, me he sentido honrado y urgido a ratificar mis ideales.

Rodríguez me pregunta cómo pude compartir la mesa y los actos de homenaje junto a Blas Piñar. Sólo por el despliegue de su magnanimidad y por los cuidados de la Divina Providencia que me dispensó esta gracia. El tersitismo del botellero —mentalidad minúscula de ayuda de cámara, éso quiere decir— no le permite inteligir las grandezas. Desde su pequeñez, Blas Piñar es “un notario” o un ex diputado. ¡Seguro! Y el Cid fue el que cambió las monedas de oro por piedras, y San Agustín el que fornicó repetidas veces, y el Rey Fernando el que tuvo problemas de alcoba y San Martín el que escupía coágulos de sangre. Sólo cuando se es merecedor de lo egregio, enseñaba Genta, se tiene un alma noble para saber contemplarlo. En cambio, cuando se está irremisiblemente condenado a las menudencias, el demonio apenas si nos permite avizorar miniaturas y parodias. Haría bien Rodríguez en callarse la boca ante los temas que no conoce, e intentar una aproximación a la trayectoria de Blas Piñar —incluyendo su balance de la gestión pública— estudiando pausadamente los cinco tomos de Escrito para la Historia, publicados en Madrid, Fuerza Nueva, entre los años 2000 y 2004. Haría bien asimismo en renunciar a todo intento de construcción sarcástica, porque su alusión a las condiciones analizadas por Santo Tomás para que rija o no el derecho positivo a la elección de los gobernantes, sólo desnuda un aspecto más de su rusticidad e insipiencia.

Una quinta infamia trae la misiva del quincallero, y no quedará sin respuesta. En ella —Google mediante, nuevamente— me presenta dictando “dos conferencias los días 2 y 3 de Abril de 1997 en la III Feria del Libro organizada por la Biblioteca Pública Provincial Juan Hilarión Lenzi, evento (sic) que contó con la presencia del entonces Gobernador Néstor Kirchner”.

Repárese especialmente en el procedimiento aquí utilizado por Rodríguez, y en la inmoralidad del recurso, habitual en el periodismo de las izquierdas. Ha construido lo que se llama una verdadera asociación ilícita, por ahora sólo idiomática. Pero juega con la anfibología que ella suscita, para que no quede en claro si fue la Feria del Libro o mi conferencia la “que contó con la presencia del entonces Gobernador Néstor Kirchner”.

En aquel año 1997, un grupo de amigos constituidos en una Asociación Sanmartiniana, abocada principalmente a la defensa de nuestros Hielos Continentales, me invitó a dictar sendas conferencias en homenaje a la guerra justa de Malvinas, en las localidades de Río Gallegos y Caleta Olivia. De allí que las fechas “denunciadas” por Rodríguez sean precisamente los días 2 y 3 de abril. Dí cuenta de este gozoso momento en el Editorial de “Memoria”, nº 20, Buenos Aires, abril-mayo de 1997, pág. 3, pues nada que ocultar había o hay.

Una de esas conferencias tuvo lugar, en efecto, en el predio de la Feria del Libro que entonces se estaba desarrollando en aquella provincia santacruceña. Ignoro si a la tal Feria asistió Kirchner, y parece cuerdo suponer que así tuvo que haber sido, como es de rutina. Pero no ignoro que nada tuvo que ver el susodicho Kirchner con mi conferencia, de la que es absurdo suponer que se haya enterado siquiera, como no ignoro que la presencia del mencionado sátrapa o de Satanás en aquel predio no me convierten a mí en sospechoso o en cómplice. También presenté un libro de mi autoría en la Feria del Libro de Buenos Aires, en el año 1996, y dicté una conferencia en 1998 (en ambas ocasiones bajo el auspicio de la Editorial Santiago Apóstol), y todo hace suponer que a tales “eventos” asistieron en sus respectivas jornadas inaugurales los malhadados funcionarios oficiales de turno. ¿Hay alguien en su sano juicio que pueda imputarme incoherencia o complicidad con el Régimen por dictar conferencias, presentar mis obras o firmar ejemplares en la Feria del Libro, bajo el patrocinio de una editorial amiga, que precisamente por católica sería desalojada del predio compulsivamente? Me parece mentira tener que estar explicando estas obviedades. Pero la casuística farisea del objetor y el abanico de sus sofismas ad hominem, nos han llevado a este punto.

A modo de estrambote, el botellero nos otorga su sexta infamia. Por la misma, tendría que explicar yo qué “razonamiento utilizo” para que mi “conciencia no se altere y quede sin mancha ni duda la pureza inmaculada de mis principios”, cuando “comparto la cátedra de una organización como la Universidad Autónoma de Guadalajara, que no tiene empacho en celebrar convenios con una organización como el Banco Mundial”.

Va quedando nuevamente clara la logicidad del impugnador. Ser amigo de Blas Piñar, miembro del Instituto Zinny, conferencista en la Feria del Libro o profesor en la Universidad Autónoma de Guadalajara, sea anatema. Estar a favor del sufragio universal, de la perversión democrática, del partidocratismo y del electoralismo, de una Constitución que sostiene el principio de la soberanía del pueblo y de las reglas políticas del Régimen, está bendecido, guarda coherencia con la fe católica, da sosiego a las faltriqueras capitalistas, a la moral invicta y las buenas costumbres. En esto consiste precisamente el tener “dos pesos y dos medidas”, expresión que certeramente usara Jean Ousset para descalificar a los liberales católicos que quieren “combatir la Revolución con métodos revolucionarios”. En esto radica la invencible y malsana bipolaridad de personajes como Rodríguez. En esto pensaba Nuestro Señor Jesucristo cuando habló de los sepulcros blanqueados o lanzó ante la tartufería de los fariseos la condena rotunda contra los que lavan lo de afuera del plato.

No “comparto la cátedra de una organización como la Universidad Autónoma de Guadalajara”, como dice el botellero. Soy profesor honorario de la misma y doctorado en filosofía, desde el 8 de febrero de 2002, con una tesis titulada Poesía e Historia. Una significativa vinculación. Me place y me honra ser amigo de muchos de los profesores y de las autoridades de dicha casa de estudios, y el poder concurrir anualmente —acompañado de un nutrido y calificado número de compatriotas— a dictar clases, cursos o conferencias. No conozco otro ámbito universitario hispanoamericano donde la epopeya cristera con su sangre mártir y el tradicionalismo católico sean institucionalmente asumidos como patrimonio espiritual, intelectual y moral digno de ser conocido y legado. Ni unos claustros que, a fuer de méritos testimoniales propios en el ámbito de la Fe y de la devoción a María de Guadalupe, tengan la paternal y explícita aquiescencia del pastor de la diócesis, Cardenal Juan Sandoval Iñíguez.

Con su probada capacidad para colocar el tacho de basura como centro de mesa, al buen decir de Octavio Paz, el botellero me apunta que la Universidad Autónoma de Guadalajara ha formado convenios con el Banco Mundial. Como corresponde a mi simple carácter de docente en dicha institución, es algo que no está en mis facultades de aprobación, sanción, control o beneplácito. Ni siquiera me consta el dato, y sin cuidado me tiene saberlo o ignorarlo. Supongo que iguales o parecidos convenios tendrá la serie de bancos en los cuales, durante el transcurso de mi vida, he tenido que cobrar mis salarios. O las grandes compañías en las cuales he tenido que oblar el pago de mis tarifas. Pero si a Rodríguez le parece que todo esto es complicidad con el Régimen —repito, como caminar por las calles o fatigar las aceras de la más rancia propiedad municipal— estoy pronto a irme al desierto o emular a Simeón el Estilita. En ese caso, lo presiento, mi culpa sería beneficiarme de las regiminosas arenas o de las columnas del Estado.

Quien haya tenido la paciencia de llegar hasta aquí, habrá advertido sin esfuerzo alguno el rumbo elegido por Rodríguez para su facciosa mediación en mi desencuentro con Beccar Varela. Ningún argumento, razonamiento, prueba, asunto, trama o análisis conceptual. Ningún aporte filosófico, jurídico, histórico o teológico. Sólo una serie de sofismas ad personam, el uno más injurioso y necio que el otro. El resultado es que no estamos propiamente ante una carta, sino ante una canallada imperdonable. Posiblemente ante la carta más ruin que yo conozca.

No tendría tanta gravedad el episodio si no concurrieran dos circunstancias. La primera, que quien ha preferido revolcarse en una misiva abyecta, me acuse de “agresivo e injurioso”, sosteniendo que en mi respuesta a Beccar Varela he “preferido la descalificación, la diatriba y la injuria”, y ello “como señal inequívoca de que faltan argumentos”. En psicología de la conducta, a tamaña chifladura se la llama proyección.

La segunda circunstancia que carga de pecaminosidad este hecho, es el aval explícito que le ha dado Cosme Beccar Varela a la carta de Rodríguez, no sólo al publicarla en su hoja digital sino al escribir como posdata de su nueva contestación, literalmente lo que sigue: “Recomiendo leer la respuesta dada al Profesor Caponnetto por el Dr. Ernesto Martín Rodríguez, publicada en la Sección «Correo del Lector». CBV” (cfr. Respondo al Profesor Caponnetto aunque me ignore, La botella al mar, nº 795, 25 de junio de 2007).

Tamaña debilidad en la conducta —nada menos que avalar una colección de infamias— me ratifican plenamente en el convencimiento ya manifestado en mi anterior misiva. No tiene que haber ni segundas ni terceras respuestas, ni hay que seguir la corriente de estas esporádicas provocaciones. Únicamente cabe la caridad de rectificarle a las víctimas de su liberalismo revolucionario y moderno, los errores a los que son inducidas. Algo que seguiré haciendo cada vez que juzgue pertinente.

Tamaña debilidad en la conducta, repito, me eximen moralmente de darle réplica a las sucesivas notas de Beccar Varela en la que se viene ocupando de mi persona. Desde su antigua inserción en las enajenadas huestes Tefepianas, se atrevió a agredir a maestros de la talla de Meinvielle y Genta con infundados dicterios y similar perspectiva ideológica de la que ahora se vale para montar su módica reyerta. Si a tanto osó con aquellos arquetipos, no detendrá conmigo sus cíclicas agresiones. Hablará solo. Pero ¿qué mejor homenaje podría tributarme, que ponerme en la misma mira de sus blancos predilectos de antaño? Con sencillez sincera confieso que no merezco tanto.

No obstante, hay algo que antes de cerrar este capítulo de un debate que no inicié estoy presto a rectificar. Dije en la anterior ocasión epistolar que poseía Cosme Beccar Varela “una solvencia intelectual poco entitativa”. Se trata de un grácil eufemismo. En rigor es, sencillamente, alguien que no entiende ni atiende. Alguien a quien su botella se le negó a navegar por el mar, y llena de una extraña pócima, entre el tósigo y la jumera, le reventó en las manos. Alguien, al fin, al que en adelante no habrá que considerar sino como sujeto de eutrapélico mester:

“La democracia es un sistema puro,
aunque lo niegue el griego y el magín
del Aquinate o del de Hipona. Juro
que yerran sabios, santos y Merlín.

En vano Roma condenó al perjuro
del trono, de la mitra y del clarín,
en las urnas se templa el varón duro.
Lo dice Dios o yo, que soy Cosmín”.

Pero Cristo perdió el primer sufragio
y Rey se declaró, que no tribuno
de la plebe caída en el naufragio.

Nunca contó con la mitad más uno,
lleva cetro sin voto lacayuno.
Monarca invicto lo cantó el Trisagio.

Antonio Caponnetto

Crítica literaria


ARAMBURU, LA BIOGRAFÍA

Por Rosendo Fraga y Rodolfo Pandolfi
Buenos Aires, Vergara, 2005. 411 páginas.

Fraga y Pandolfi publicaron, hace poco, este libro que me hace llegar mi amigo AR con pedido de comentario. Penosa tarea. La primera dificultad es que ninguno de los dos autores sabe escribir, y sumados dan un libro que cuesta mucho esfuerzo leer. Tienen un curioso método de exposición que viene a ser el mismo que usan los que hacen hojaldre: una capa sobre otra. Aquí también, los datos se reiteran una y otra vez, pero no desde perspectivas distintas, lo que sería lícito, sino simplemente porque da la impresión de que una parte la escribió uno de los autores y otra el restante, pero sin preocuparse por limar repeticiones.

El segundo obstáculo es una catarata de datos mal expresados, o sencillamente equivocados. Si uno escribe un libro tiene que preocuparse de confrontar la información antes de afirmar, por ejemplo, que “Trujillo fue derrocado por el Ejército y ejecutado el 30 de mayo de 1961” (pág. 27) e insistir más adelante en que “fue fusilado” (pág. 30), porque el tirano dominicano no fue derrocado, ya que no era Presidente en el momento de su muerte, ni fue “ejecutado” ni “fusilado”. Fue asesinado por un complot de militares mientras gobernaba vicariamente Joaquín Balaguer.

También conviene confrontar los datos antes de afirmar que Odría venció, en Perú, a Víctor Haya de la Torre en las elecciones de julio de 1950, porque en esas elecciones el único candidato era Odría. O antes de afirmar que “el peronismo había difundido unas escarapelas redondas con la expresión DL-DL, supuesta frase de estímulo al gobierno” cuando esas escarapelas se repartieron antes de que existiera el peronismo, en la etapa revolucionaria de 1943 y se referían a una expresión del Presidente Farrell cuando se le proponía algo: “dele, dele”. Los ejemplos de este tipo podrían multiplicarse, pero son, casi, lo de menos.

Los verdaderos pecados de este librejo son dos: primero, pretende exaltar la figura de Aramburu sin conseguir justificar ni su asalto al poder el 13 de noviembre de 1955, ni los fusilamientos de 1956. Todos los elogios que se prodigan al presidente provisional y al político no consiguen borrar esos dos episodios, ni consiguen disimular la política de persecución al peronismo que está en la raíz de nuestras dificultades —Kirchner incluído— desde hace más de medio siglo.

Y es cuasi canallesco pretender cohonestar el golpe del 13 de noviembre reprochándole a Lonardi “no tener plan de gobierno” cuando apenas si lo dejaron gobernar menos de cincuenta días, jaqueado en cada uno de ellos por la conspiración que crecía en los despachos aledaños al suyo. Intentar hacer un héroe de este mediocre general es una tarea que está muy por encima de la capacidad y los conocimientos de Fraga y de Pandolfi. Aramburu fue un instante, un momento más de la tragedia nacional de desencuentros. No hay en él un rasgo de grandeza ni de magnanimidad. No hay forma de elevarlo a las alturas del procerato, ni modo de esculpir la estatua destinada al pedestal que Fraga y Pandolfi le preparan.

Pero el segundo pecado grave, allí donde el libro oscila entre la mala fe más descarada y la desinformación más acentuada, es su tratamiento del nacionalismo. Es el culpable de todo: “de destruir la humilde casita de Hipólito Irigoyen” (sic), hasta ser el inspirador tanto del terrorismo montonero como del terrorismo de Estado. El primero “constituyó la contracara y el pretexto del terror distribuido desde el Estado” (pág. 181). Una buena parte del libro está construida desde la suposición de que a Aramburu lo mató una conspiración entre el Ministro del Interior de Onganía, el General Imaz, y los nacionalistas católicos representados por el grupo fundador de Montoneros. Para esta suposición (que no es, por cierto, nueva ni original) se presentan confusas “pruebas” indiciarias que pueden alentar sospechas pero nunca fundar una certeza.

Pero tampoco es esto lo peor: lo más grave es el desparpajo con que identifican a los montoneros como nacionalistas católicos sin hacer la menor reflexión de su paso al marxismo militante. Ni una palabra sobre la guerra revolucionaria en el mundo entero, ni sobre la transformación total y radical que significa pasar del nacionalismo tal como se dio en la Argentina, a las huestes del odio marxista. Como se trata de atacar un blanco rentable que no tiene quien lo defienda (así creen Fraga y Pandolfi), es bueno echarle la culpa de todo. Si el Coronel Fernández Suárez es el autor de los fusilamientos de la “Operación Masacre”, no hay que privarse de decir que era formado “en el nacionalismo autoritario”. Este librejo se inscribe en la larga lista de publicaciones que desde hace años caen sobre el nacionalismo no para estudiarlo o comprenderlo sino para calumniarlo. Extenso género que sólo puede entenderse en el clima intelectual que la progresía dominante ha instalado en la Argentina.
Aníbal D’Ángelo Rodríguez

jueves, 28 de junio de 2007

El maldito decreto 1086

Como ya quedó dicho varias veces desde estas páginas, el 27 de septiembre del 2005, el Gobierno Nacional promulgó el Decreto 1086, que aprueba un Plan Nacional contra la Discriminación, incluido en un documento anexo de cuatrocientas páginas, y que incluye 247 medidas de la más variada naturaleza a poner inmediatamente en ejecución.
Entre ellas hemos entresacado algunas que consideramos de grave trascendencia y perjuicio para la vida de nuestro país, y que reiteradamente deseamos poner en evidencia, dado que este perverso instrumento legal ha pasado casi inadvertido para la sociedad, y aún para los medios de comunicación.
Veamos, pues, algunas de las propuestas del fatídico decreto:

18. Promover la sanción de una ley tendiente a amparar a las mujeres trabajadoras sexuales, reconociendo su derecho a jubilación y seguridad social.

19. Promover la sanción de una ley nacional de unión civil para parejas de un mismo sexo con garantías y atribuciones similares que las parejas heterosexuales.

20. Promover la sanción de una ley tendiente a modificar el art. 53 de la Ley nº 24.241 del Sistema Integrado de Jubilaciones y Pensiones sobre Derecho a la Pensión, introduciendo iguales derechos para las parejas de un mismo sexo.

21. Promover la revisión de la Ley de Ejercicio de la Medicina (nº 17.132) que impide las intervenciones quirúrgicas de cambio de sexo, a fin de avanzar en la formulación de una legislación que contemple la rectificación sexual como un derecho de las personas con identidades sexuales y de género diversas.

43. Crear una Comisión de Adecuación de la Legislación Interna (nacional, provincial y municipal) con el objeto de detectar y rectificar toda disposición discriminatoria e incorporar nuevos derechos contenidos en la Constitución Nacional y en las Convenciones y Convenios firmados y ratificados por el Estado Nacional en la materia.
Se sugiere que dicha comisión esté integrada por el INADI, por representantes de las provincias, del Congreso de la Nación y de los Ministerios de Justicia y Derechos Humanos, Desarrollo Social, Trabajo y Seguridad Social, Salud y Ambiente y Educación, asegurando la participación destacados profesionales del derecho, representantes de los distintos pueblos originarios y organizaciones no gubernamentales.

46. Iniciar una discusión ciudadana respecto de la aplicación y la eventual reformulación del artículo 2º de la Constitución Nacional.

47. Adecuar la asignación presupuestaria de las áreas competentes —en especial, la Procuración y las Defensorías Públicas— como condición esencial para la protección de los derechos de los grupos victimizados.

53. Garantizar en el orden nacional el derecho de asociación que les cabe a todas las organizaciones nucleadas alrededor de la defensa y promoción de los derechos de las personas con diferente orientación sexual e identidad de género.

65. Promover, desarrollar y subvencionar proyectos de investigación por parte de los órganos estatales pertinentes (INADI, INDEC, Secretaría de Derechos Humanos, Universidades Nacionales) a fin de mensurar la dimensión del problema discriminatorio, analizando los discursos mediáticos y educativos, las conductas discriminatorias, sus orígenes y causalidad, así como los modos de desarticularlas.

95. Instar a todas las provincias a que adhieran al Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable y provean los insumos que garanticen el acceso universal a dicho programa.

101. Promover la creación de jardines maternales municipales dotados de personal especializado y con especial énfasis en la responsabilidad social y las obligaciones compartidas por padres y madres.

103. Crear en todas las provincias y a nivel nacional programas específicos de capacitación laboral y profesional que promueva la inserción laboral de personas en situación de prostitución y/o con diversa orientación sexual e identidad de género.

137. Desarrollar actividades proactivas, tendientes al desarrollo cultural comunitario y al diálogo interreligioso, promoviendo el apoyo a celebraciones y fiestas de las comunidades extranjeras y diseñando eventos interculturales e interreligiosos por parte de las autoridades estatales.

138. Introducir prácticas comunes de admisión de capellanes de todas las confesiones religiosas, tanto en los establecimientos de reclusión como en hospitales.

139. Reajustar el régimen de capellanías militares permitiendo el acceso, o al menos la disponibilidad, de ministros de otras confesiones.

163. Diseñar y ejecutar una investigación sobre los manuales escolares destinada a identificar y analizar los estereotipos discriminatorios que se contribuye a construir desde los textos educativos, a fin de elaborar una propuesta de modificación de las pautas lingüísticas, racistas, sexistas y homofóbicas que puedan detectarse.

164. Garantizar la educación sexual en las escuelas, a fin de que niños, niñas y adolescentes puedan adoptar decisiones libres de discriminación, coacciones o violencia, gozar de un nivel adecuado de salud sexual, asegurar la procreación responsable y prevenir el embarazo adolescente.

189. Reajustar el régimen educativo a fin de autorizar la objeción de conciencia a alumnos o docentes que aleguen ser Testigos de Jehová, reconociéndoles el derecho de abstenerse por estas razones a prestar honores a los símbolos patrios o participar en la dirección de los actos patrios.

208. Arbitrar los medios para ejercer un seguimiento y control estatal efectivos sobre formas y contenidos de los medios de comunicación estatales, privados, comunitarios e Internet que incluyan cualquier tipo de discriminación, prejuicio, burla, agresión y/o estigmatización a distintos grupos o sectores de la población que por sus características puedan ser víctimas de discriminación. Se sugiere crear un Observatorio de la Discriminación en los Medios de Comunicación Masiva dependiente del COMFER y, asimismo, crear un área específica dentro del INADI.

210. Fomentar el desarrollo y la implementación de normas o códigos éticos y profesionales de la comunicación social que respeten y valoricen todas las formas de diversidad, sancionando públicamente a quienes los transgredan.

236. Hacer efectiva la implementación del Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable en todo el territorio nacional, dotándolo de los insumos, la capacitación necesaria de los profesionales y propiciando el marco para un debate social sobre el aborto no punible.

Eduardo Carrasco

miércoles, 27 de junio de 2007

Cuestiones judías


NEO-RACISTAS


El diario “La Nación” ha publicado sendas notas relacionadas con aflictivos brotes antisemitas. Una de ellas (del 13 de octubre) versaba sobre la acusación de la DAIA contra Mario Vargas Llosa, por artículos intolerables publicados en el mismo diario, donde resumió las impresiones recogidas durante un recorrido de dos semanas por Medio Oriente.

El antisemitismo y el antisionismo del referido escritor —dijo el presidente de la DAIA— es parte de una ola antisionista que se está propagando en Europa. Vargas Llosa ha incurrido en insólita fobia, consistente en preguntar si el retiro de Gaza será una maniobra dilatoria del premier israelí Ariel Sharon, cuestionando al mismo tiempo el muro levantado por Israel para aislar a la población palestina. De esta manera el novelista viene a engrosar la lista de literatos antijudíos que tiene la DAIA, encabezada, como se ha de recordar, por Shakespeare (por El mercader de Venecia).

MODESTIA APARTE

La otra publicación (19 de octubre) es un reportaje efectuado con clásica equidistancia por Juana Libedinsky al premio Nobel de la Paz de 1983, don Elie Wiesel.

Hace notar la sutil periodista, la humildad del entrevistado, distinguido con la medalla a la Libertad de los Estados Unidos, la Gran Cruz de la Legión de Honor francesa y ganador del premio Medicis a las letras. El cual, dicho sea de paso, no recuerda siquiera adónde habrá metido su mujer el diploma del Nobel; pudiéndose pensar lo mismo del importe monetario recibido. Ni una foto con los famosos personajes que lo suelen visitar, ningún recuerdo que interrumpa la decoración, llamativamente espartana. Su sencillez exquisita es tal, que en la llamada para obtener la entrevista él mismo atendió el teléfono y se presentó con llano y original humor como “el secretario de mi secretario”.

Y no pudiendo disimular la importancia de su egregia personalidad con una profusión de disculpas, Wiesel cada tanto debió interrumpir la charla para atender llamadas urgentes desde Israel. De cada una de las cuales retornaba preocupado pero con ilusión. El gran problema era Arafat. Y ya muerto ese gran corrupto, ahora sólo falta un gesto palestino para la paz.

Lo más duro, comenta el modesto entrevistado, es que la crítica despiadada incluso compara a Israel con la Alemania nazi… Muchos periodistas y analistas —dice— perdieron todo control al narrar lo que pasaba durante la primera intifada. Ver a unos chiquitos armados con piedras, enfrentando a unos tanques, es un espectáculo tramposo preparado para hipnotizar a cualquiera. Con semejantes artilugios es fácil criticar a los soldados israelíes, juzgando más duramente a los que mandan a tales soldados que a los que mandan a sus hijos a la línea de fuego…

(De los ataques violentísimos y el prolongado sitio de Belén con los balazos a la imagen de Nuestra Señora, discretamente no dijo nada; lo mismo que de la masacre de Jenín y los asesinatos selectivos y las voladuras de los domicilios de familiares de presuntos terroristas).

En otro pasaje no menos conmovedor, Wiesel recordaba a François Mauriac, a quien acudió en su juventud para conseguir una entrevista con Mendez France. Pero el escritor francés sólo hablaba de Jesús. Cuando “yo le sacaba el tema de Mendez France me decía: Está sufriendo como Jesús”. En un momento no aguantó más y emulando al gran rabino Meir Lau (el de la aversión a la Cruz) le dijo: “Basta del sufrimiento de Jesús. Yo he visto en los campos de concentración chicos, miles de chicos judíos sufriendo así, y de eso no hablamos” (sic). Lo importante es que Mauriac ante semejante cuadro se puso a llorar desconsoladamente, como jamás Wiesel vio llorar a un hombre. Seguramente por haber osado sobreestimar los sufrimientos de “Jesús” en comparación con la experiencia del ilustre sobreviviente de Auschwitz y otros campos de concentración. En fin, a raíz de este episodio inolvidable vino a decidirse a escribir su narrativa sobre el Holocausto.

Finalmente, para atenernos a lo sustancial de la entrevista, el premio Nobel de la Paz recordó que en materia de derechos humanos la situación actual de la Argentina es mejor (sic): “Yo fui seguido —agregó— cuando Timerman estuvo preso, para tratar que lo liberaran”. (Faltó aclarar si las visitas fueron en la casa de Timerman, conforme al privilegio que le fue concedido por el gobierno genocida).

¿Pertenecerá a la “ola antisemita y antisionista” rechazar la insolencia de este infeliz Premio Nobel, al referirse a Nuestro Señor Jesucristo como lo ha hecho? ¿No se deberán estos abusos a la práctica de no acercarlos a la Verdad sino halagar a quienes rechazan a Cristo, como la DAIA o la B’nai B’rith o Marcos Aguinis? ¿No ayudará a ello la participación en reuniones (como la del Año Nuevo judío o de seminaristas con rabinos) con el diplomático cuidado de no confesar a Nuestro Señor Jesucristo por su venerable Nombre? Sería importante al respecto, una palabra clarificadora del Cardenal Primado o su vocero. Porque sin entrometernos en lo que no nos compete, es imposible olvidar lo que nos dijo a todos Jesucristo, en San Mateo X, 22 y subsiguientes:
“A todo aquel que me confiese delante de los hombres, Yo también lo confesaré delante de mi Padre celestial; mas a quien me negare delante de los hombres, Yo también lo negaré delante de mi Padre celestial”.

Juan Olmedo

viernes, 22 de junio de 2007

El llanto de las ruinas


A CINCUENTA Y DOS AÑOS

DE LA QUEMA DE LAS IGLESIAS

Se han cumplido cincuenta y dos años de aquella noche en la que la Ciudad de Buenos Aires fue sacudida por la furia incendiaria y sacrílega del régimen entonces imperante que dejó, tras de sí, la profanación, el incendio y el saqueo de varios templos católicos.

A nadie le ha parecido oportuno, ni menos necesario, algún testimonio de memoria, algún acto de expiación. Las autoridades eclesiásticas de la Arquidiócesis de Buenos Aires no juzgaron, como un deber de piedad, abrir durante toda la noche, los templos profanados, exponer el Santísimo y convocar a los fieles a vigilias de oración, de expiación y de perdón.

Tantos celosos defensores de tantas “memorias” tampoco se sintieron obligados a recordar aquellos incendios. Ningún organismo de derechos humanos. Ni el Instituto contra la Discriminación, el odio religioso, racial y la xenofobia. Ni la Secretaría de Derechos Humanos. El módico personajillo al que llaman presidente de la nación creyó su deber pedir perdón, “en nombre del Estado” (!!!), por los bombardeos sobre la Plaza de Mayo (aquel mismo 16 de junio del ´55), a un grupo de familiares de las víctimas. Pero ¿acaso el Estado bombardeó la plaza?

Sin embargo, algo es seguro: el Estado incendió las iglesias; y, para más datos, un Estado cuyo titular de antaño pertenece al mismo partido político que el de hogaño. ¿No hay que pedir perdón por eso —no digo a Dios, que es mucha pretensión— pero, al menos, a los ciudadanos católicos?

Para cierto General —cuyas actitudes dan vergüenza ajena— el 16 de junio se reduce al recuerdo de nueve granaderos que murieron en defensa del orden constitucional. ¿El Perón de 1955 era el orden constitucional?

Y supuesto que sí, dicho orden está por encima del Orden Sobrenatural ofendido por el mismo Perón?

Desde cierta “izquierda católica” se dijo que “en un catolicismo desinstitucionalizado” a nadie le importa mucho que hoy se ataque a un obispo (en alusión a Monseñor Baseotto) ni es el caso de traer memorias sesgadas. “Pesa más el silencio que se hace sobre los mártires de la última dictadura militar —cristianos, sacerdotes, religiosas, obispos— que los pequeños problemas de rutina en la relación con el Estado” (Fortunato Mallimaci, Memorias en un catolicismo desinstitucionalizado, Revista “Criterio”, año 78, nº 2305, junio de 2005).

El infortunado Fortunato considera que la persecución religiosa desatada por el peronismo, con decenas de sacerdotes y de militantes católicos encarcelados, vejados y torturados, un sacerdote muerto y más de diez iglesias profanadas es sólo “un pequeño problema de rutina en las relaciones con el Estado”.

Es la primera vez en mi vida —que ya va siendo larga— que oigo a alguien decir que profanar sagrarios desde el Estado es un pequeño problema de rutina. ¿Qué Estado conoce Fortunato en cuyas rutinas figure saquear iglesias? ¿Tal vez el que él sueña instaurar en Argentina?

Pero en medio de este desierto, algo bueno ocurrió. Un grupo pequeño de católicos argentinos, convocados por Cabildo, nos congregamos en la fría, lluviosa y destemplada noche del jueves 16 de junio, en la esquina de Bartolomé Mitre y Esmeralda donde, tras un vallado, la vieja iglesia de San Miguel Arcángel —uno de los templos profanados— aguarda que alguna migaja del presupuesto nacional restaure sus venerables muros. Allí, tras leerse el minucioso inventario de los desmanes cometidos en ese templo, se rezó el primer misterio gozoso del Rosario.

Se vivó a Cristo Rey, a María Reina y a la Patria. Uno de los jóvenes asistentes tomó una humilde cruz de madera. Nos colocamos procesionalmente detrás, y el exiguo arroyuelo humano que formábamos se puso en marcha. Próxima estación: Alsina y Piedras, iglesia de San Juan Bautista. Segundo misterio gozoso.

De nuevo, la marcha. Seguía lloviendo. Tercera estación: Belgrano y Defensa. Convento de Santo Domingo. Tercer misterio gozoso. La lluvia arreciaba.

El pequeño arroyuelo seguía su camino. Los escasos transeúntes, que intentaban protegerse de la lluvia, miraban con extrañeza a este grupo, medio fantasmal, pero cuya voz fuerte hendía, con antiguos cantos, la noche que ya se adueñaba de la Ciudad pecadora: Cristo Jesús, en Ti la Patria espera… Dios de los corazones, sublime Redentor…

Cuarta estación: San Francisco, Alsina y Defensa. Cuarto misterio gozoso.

Quinta estación, Alsina y Bolívar, San Ignacio. Quinto misterio gozoso. La lluvia, implacable. La oscuridad, señora ya de las estrechas calles.

Sexta estación: Reconquista y ex Cangallo. Primer Misterio Doloroso.

Última estación: Catedral de Buenos Aires. Segundo Misterio Doloroso. Acción de gracias. Despedida. Llovía mucho. Por fuera y por dentro del alma.

Fue un maravilloso periplo por siete de las iglesias profanadas. Fue una gracia de Dios haber podido ser parte pequeña de esa pequeña grey. No mérito nuestro. No nos confundamos. Estuvimos allí porque Dios quiso. Al pie de la Cruz. Como María y Juan. Stabat Mater dolorosa iuxta crucem… Al pie de la Cruz, en “soledad sin colores”. Y este pensamiento enjugó más de una lágrima viril que, junto con la lluvia (no dejaba de llover), mojó la noche porteña.

Mario Caponnetto

Nota: Este artículo ha sido tomado de la Revista “Cabildo” nº 48, del mes de julio de 2005.

lunes, 18 de junio de 2007

Refutación


LA CONFUSIÓN
DE BECCAR VARELA


“Diré la palabra y no la callaré: lo que más temo para nosotros no son esos miserables de la comuna, verdaderos demonios escapados del infierno, es el liberalismo católico, ese sistema fatal que sueña en conciliar dos cosas imposibles, la Iglesia y la Revolución”.

(Pío IX)

I.- Bajo el título de “Un error que paraliza a los buenos patriotas”, Cosme Beccar Varela ha difundido en el Nº 794 de su publicación digital La botella al mar un intento de réplica a dos notas mías, escritas hace un par de años y vueltas a circular en la ocasión con el nombre de Ante una nueva farsa electoral. No al Régimen.

II.- A fuer de honesto, y sin ánimo beligerante, declaro que no tengo el hábito de leer a Cosme Beccar Varela, por lo que tardíamente me enteré de esta nueva agresión suya a mi persona, especie de destemplada necesidad cíclica que lo asalta de vez en vez. La razón de esta prescindencia que mantengo frente a su obra, obedece no sólo a diferencias raigales e insalvables con la misma, sino a una dolorosa constatación que me fuera revelada menos de un lustro atrás, en su anterior e inopinado estallido contra mis escritos. La constatación de la que hablo será llamada aquí, respetuosamente, solvencia intelectual poco entitativa. Y el episodio que me ocupa hoy lo ratifica con pesadumbre.

III.- En efecto, todo en la nota de Beccar Varela rezuma un penoso tributo a la Revolución y a la Modernidad, categorías ambas con las que no ha de andar jamás en maridaje un católico íntegro. Su defensa de la democracia, su deseo explícito de insertarse en ella, su convalidación del sistema, su fe en el constitucionalismo y en el electoralismo, su menosprecio por los ejemplos heroicos y por las autoridades espirituales, su criterio inmanentista, su conformidad con los procedimientos regiminosos, y su convocatoria a una praxis política respetuosa de las reglas vigentes impuestas por la tiranía, retratan un alma que carece de quicio doctrinal y del timón de la prudencia. Si se le suma su reciente declaración de que votará a Mauricio Macri (cfr. La botella al mar, nº 791,6 de junio de 2007), la pérdida del rumbo no puede atestiguarse de modo más patético. Por estas y otras razones que abrevio, esta respuesta mía no va dirigida a él —refractario a toda palabra que no sea de hegemonización personal— sino a quienes puedan ser víctimas fatales de sus extravíos.

IV.- Según Beccar Varela incurro en un “sofisma” al sostener que “la democracia está entre (…) las formas de gobierno con perversión intrínseca, puesto que ella comporta una subversión integral del Orden de la Ciudad, del que Dios es la cúspide”. Y atribuyéndome a continuación de este párrafo —que efectivamente tengo por propio— otro que no he escrito y que diluye con alguna torpeza lingüística y conceptual mis ideas, me hace decir que “luego, quienes participen mediante su voto y, peor aún, mediante el intento de proponer al electorado cualquier candidatura (aunque tenga un programa católico) cometerían un acto herético que implicaría la participación en la (…) funesta parodia de una autoridad ficta que se quiere radicar en las multitudes”.

V.- Cabría lato sensu la calificación de acto herético para el cometido por los demócratas como Beccar Varela, tomando al utopismo como herejía perenne, según la célebre dilucidación de Thomas Molnar. Utopismo que, en este caso, consiste en imaginar un topos en el que habitaría una democracia impoluta, fuera de la real y tangible, transida de todas las perversiones inimaginables. Utopismo segregador de la real ortodoxia, y por eso herético, con el que se pretende conciliar un modo de gobierno ilícito e impuro cual es el democrático, nada menos que con la Fe Verdadera. Pero hay algo más grave y más liviano a la vez que la comisión de este acto comporta. De la gravedad, que se vuelve pasible de un anatema, difícilmente se salve el demócrata Beccar Varela mientras el Syllabus mantenga su luz irrefragable. De la levedad que es el merecimiento del limbo de los liberales que decía Castellani, tal vez quede exento ante las actuales tendencias eclesiásticas de dar por periclitado aquel célico destino.

VI.- La réplica contundente a mi “sofisma” cree halllarla Beccar Varela en un texto de León XIII, que cita de segunda mano. Es aquel según el cual: “los que han de gobernar el Estado pueden ser elegidos en determinados casos por la voluntad y el juicio de la multitud, sin que la doctrina católica se oponga o contradiga esta elección. Con esta elección se designa al gobernante pero no se le confieren los derechos del poder”. Lastima constatar tanta deficiencia hermenéutica.

Va de suyo que la elección de los gobernantes por la multitud a la que se refiere el Papa —procedimiento que siempre dejó a salvo como posible el Magisterio de la Iglesia— no lo es bajo el modo aberrante del sufragio universal que predica y practica la democracia, sino bajo ciertas condiciones determinantes que oportunamente enumeró Santo Tomás, verbigracia, en su Comentario a la Política de Aristóteles [III,1,14]. Y para que dicha elección eventual de los gobernantes por la multitud quede aún más distante del error democrático, bien agrega el Santo Padre que la tal elección no delega poder sino que simplemente designa. Es decir que el texto pontificio invocado para probar mi “sofisma” sólo prueba el de Beccar Varela. Pues evidencia, con la mejor Tradición en la materia,que la elección del gobernante por el sufragio universal y la convicción de que tal elección confiere o delega poder al gobernante —dogmas ambos de la democracia— son incompatibles con la Verdad.

Va de suyo, asimismo, que cuando califico de perversa a la democracia —siguiendo en esto un fecundísimo magisterio contrarrevolucionario que Beccar Varela insiste en desconocer— no lo hago prima facie porque se proponga en ella la elección de los gobernantes, sino por la aberración ineludible que la sustantiviza al subvertir el Orden de la Ciudad Católica por el desorden de la Ciudad Secular. Este drama teológico de toda democracia conocida, parece importarle nada al católico Beccar Varela. Las causas más hondas, más relevantes y metafísicas que tornan inicuo al sistema democrático, le son tan incomprensibles e indiferentes como a los pastores progresistas que la han sacralizado. Ha llegado presuroso a la corrección política y está en buena compañía junto a los patriarcas de la autodenominada “iglesia conciliar”.

VII.- Sólo en el magín de Beccar Varela existe hoy una democracia reconciliable con la recta doctrina católica. La que existe, aquella en la cual él desea insertarse —participando e instando a otros a que legitimen con su protagonismo tamaño desafuero— es la que él mismo llama con propiedad “su expresión liberal o marxista por cuanto ambas niegan que la autoridad venga de Dios y la colocan en el pueblo”. La que existe, y en cuyo juego ideológico no trepida en involucrarse, manifiesta expresamente su hostilidad por el Orden Natural y el Sobrenatural. La que existe, en suma, agrega un plus a su connatural perversión, que no debería pasar inadvertido para un argentino de honor: es el fruto opimo de la derrota de Malvinas, tal como ha sido expresamente reconocido por David Steel, Ministro del Foreign Office, en 1985, y por la mismísima Margaret Thatcher después, en 1994.

Si hay aquí un yerro fiero, no lo he cometido yo, sino quien aún no ha advertido con los maestros de la catolicidad perenne, que la enfermedad política es la democracia. Y lo que es más grave, quien no ha querido tomar debida nota —con temor y temblor— de las condenas irrecusables que pesan contra los católicos liberales.

VIII.- No conforme con la acusación de sofista, Beccar Varela ensaya una segunda embestida. Sería mi propuesta (la contenida en las notas que aspira a objetar) “una retórica que se convierte en divagación”, una “sorprendente ilusión”, “una quimera”.

Para llegar a tal conclusión, primero ha recortado de mi escrito apenas un par de líneas. Después las ha desechado a partir de su apriori apodíctico, según el cual, el único camino posible en política es participar “bajo las reglas constitucionales republicanas”, considerando “la política con un objetivo electoral”, y eligiendo “las vías que marca la Constitución”. Esa Constitución que también es hija de otra derrota nacional, la de Caseros; que compendia en su espíritu y en su letra el sinfín de extravíos iuspositivistas que la Cátedra de Pedro, León XIII mediante, condenara bajo el nombre de Derecho Nuevo en la Inmortale Dei; esa Constitución que en su actual artículo 37 consagra el principio de “la soberanía popular”, propio de liberales y de marxistas, según acaba de reconocerlo el mismo Beccar Varela.

¿Se da cuenta este hombre de la flagrante incoherencia en la que incurre? ¿Ha tomado conciencia de que el principio de identidad queda roto, si reprobamos y aceptamos a la vez la soberanía del pueblo? ¿No ha tenido aún la posibilidad de advertir el riesgo moral que se sigue de proclamarse católico y cohonestar en el terreno político, lo que la Iglesia tajantemente ha tenido siempre por reprobable y nocivo? ¿Por qué, disponiendo de otra doctrina y de otra praxis consecuente, hemos de estar fatalmente conminados los católicos a proseguir las vías electoralistas y constitucionales trazadas por los ideólogos del liberalismo y del marxismo? Nunca llegan las respuestas sensatas a estos interrogantes vitales.

IX.- Pero es curioso el razonamiento de Beccar Varela. Proponer como propongo —en la imperfecta síntesis de la nota objetada— que nos corresponde: a) luchar perseverantemente por el Bien Común Completo: “el bienestar social, ordenado a la virtud de los ciudadanos, sin perder de vista la salvación”; b) adquirir por este servicio activo al Bien Común “una autoridad espiritual” que pudiera llegar a ser superior incluso “a cualquier poder temporal”; c) ejercitar la conducta apostólica y testimonial “repudiando explícitamente los poderes constituidos y obrando en contra de ellos”; d) formar “una hermandad de combatientes” dispuestos a la resistencia y a la reconquista, a imitación, por ejemplo de los héroes vandeanos. Proponer,digo, estos ideales y estas iniciativas le resultan divagación ilusoria y quimérica a Béccar Varela. El supremo realismo, en cambio, la gran cordura, la señal inequívoca de que hemos abandonado la ensoñación y la retórica, es votar a Macri el domingo 24 de junio, y trabajar después dentro de la democracia masónica para que algún guarismo electoral nos salpique y bendiga. Contemplar la realidad en su fiera crudeza, procurar el rescate del buen trigo posible ante la infección de la cizaña, llamar a las cosas por sus nombres, y suplir el poder que no se tiene por el testimonio operante y vivo, le semejan a Beccar Varela espejismos románticos. El extremo verismo consistiría en autopostularse para la presidencia de la Nación.

X.- Mi propuesta de recuperación del sentido católico de la política; de la rehabilitación de las formas de representatividad, legitimidad y participación tradicionalmente enseñadas antes de la hecatombe del Modernismo; de la intransigencia frente a todas las formas del error; de repudio a los principios, a los mecanismos y a los objetivos del Régimen, y del combate integral y sin tregua contra los enemigos de Dios y de la Patria, hasta no reservarnos nada para sí, le parece a Beccar Varela que “paraliza a los buenos patriotas” e “implicaría franquearles a los liberales y marxistas el único camino legal para llegar al poder y cerrárselo a los católicos y a las personas de bien”. La mar de la movilización y del buen combate contra la tiranía, en cambio, es hacerlos concurrir a las urnas, aprobar dócilmente el examen anual de educación democrática, domeñarlos en un partidito político, volverlos sumisos a la soberanía del pueblo, contestes al despotismo del sufragio universal, contemporizadores sufragantes del mito inicuo de la soberanía del pueblo.

Las puertas del poder nos están cerradas “a los católicos y a las personas de bien” y ampliamente “franqueadas a liberales y marxistas”, no por rechazar la democracia como “el único camino legal”, sino precisamente por aceptarla como conditio sine qua non. Y si las puertas del poder se nos ofrecen clausas —fenómeno que reclama una explicación más honda, al modo de la ensayada por Federico Mihura Seeber— no se llegará al mismo rindiéndose ante los mecanismos y los postulados que aseguran su maldita vigencia, sino enfrentándolos con inteligencia y bizarría, o sucumbiendo heroicamente en la embestida. Pero la plena inteligibilidad de esta peripecia reclama el estadio religioso que mentara Kierkegaard, distante del voluntarismo eticista en que se encuentra sumido Beccar Varela.

XI.- Otra curiosidad que no debe pasar inadvertida es el rechazo de Beccar Varela a la sencillísima y ya probada alternativa que traigo a colación en mi nota, según la cual, a los católicos con vocación y aptitudes políticas, les es legítimo y recomendable trabajar en los cuerpos intermedios, como un medio eficaz de coadyuvar al bien común, partiendo de singularidades concretas y accesibles. Existe al respecto un vastísimo corpus doctrinal del Magisterio de la Iglesia, que oportunamente resumiera Michel Creuzet en su clásico Los cuerpos intermedios. Es precisamente en este punto en el que aquel Régimen Mixto que concibiera Santo Tomás, pudiera tal vez desplegar su constitutivo democrático sin mengua de la legitimidad del conjunto. Es precisamente en este punto, reiteramos, donde podría caber una noción de democracia orgánica, vertebrada en el institucionalismo natural cuya causalidad material la conforman las corporaciones. Pero, paradójicamente,el demócrata Beccar Varela, se muestra reticente y reacio a cualquier ensayo de sindicalismo católico. La contaminación accidental del ambiente gremial sería óbice para esta retracción. La perversión substancial de la democracia y del sistema partidocrático, en cambio, no le ocasiona sobresaltos a sus ansias de participación política.

XII.- Finalmente, Cosme Beccar Varela, después de desdeñar la misión regeneradora que han cumplido y cumplen en las sociedades las grandes autoridades espirituales, rindiéndose al criterio inmanentista de la conquista del poder temporal como única solución, subestima al rango estético de una “bella frase” la gran lección de Bonchamps, quien “al despedirse de los suyos para ponerse al frente de los vandeanos [pidió] que Dios nos arme de valor para estar dispuestos a sacrificar irrevocablemente todo a cambio de la fidelidad a la Fe y a la consumida patria”.

La enseñanza arquetípica de este gran caudillo de la Cristiandad —que no es otra que la de la guerra justa— le parece además impropia a Beccar Varela, pues “Bonchamps estaba con las armas en la mano luchando contra la Revolución Francesa con alguna posiblidad de derrotarla. No sería nuestro caso, si siguiéramos la exhortación del Profesor”.

Las ya mentadas curiosidad y extrañeza, que al responder tantos desatinos he dejado registradas, vuelven ahora por sus fueros con desconcierto múltiple. Quien exhorta a las cruzadas y es por eso acusado de divagador, de retórico y de iluso, inhibiría la lucha armada y la “posibilidad de derrotar a la Revolución”. Quien se apresta mansamente a depositar su boleta electoral en los próximos comicios, sería nuestro gran movilizador del patriotismo y de las gestas nacionales. Quien ha sido acusado de propender salidas bélicas —hasta el límite mismo de lo que la ley positiva juzga hoy “delito”— haría las veces de un tullido en la gran carrera del patriotismo lanzado a la conquista del poder. El novel elector macrista, en cambio, sería nuestro motor de victorias.

No; no es sólo una bella frase la de Bonchamps, sino y por lo mismo que bella, concurrente con la Verdad y el Bien. No; tampoco fue proferida porque tuviera las armas en la mano o la seguridad del triunfo terreno, que acabó siéndole esquivo. Fue pronunciada —como lo hicieron tantos en la historia del Buen Combate y del Martirologio— porque el vandeano no tenía una concepción democrática de la política, sino como ha dicho Gueydan de Roussel, un talante agonal, testimonial, metafísico y apostólico. En tales hombres, la impaciencia de eternidad está por encima de los calendarios electorales, y el derramamiento de la propia sangre por Cristo Rey es su mejor empresa.

XIII.- Dios sabrá cuál es mi contribución a la movilización o a la parálisis de los buenos patriotas. Nada tengo que ofrecer en el orden de los bienes prácticos, estructurales, físicos o terrenos. Ningún aparato político presido o me secunda, ninguna campaña presidencial me aguarda, ningún partido cuenta con mi alistamiento ni con mi sufragio. Ni siquiera dispongo de un bufete jurídico desde el que fatigar el ocio, a buen resguardo de domésticos trasiegos. El Régimen es un enemigo que se cobra caro la osadía de no servirlo.

No sé tampoco cuál podría ser la cooperación a la restauración nacional pendiente que me pueda estar reservada o exigida en estas horas aciagas, no siendo mi oficio el de las armas ni teniendo el honor de vestir uniforme. Pero sé que las Cruzadas tuvieron no sólo guerreros sino predicadores; primero sustentadores doctrinales y después jinetes vigorosos. Sé que en la gloriosa Cristiada hubo un maestro como Anacleto González Flores, hoy beato. Un profesor apenas, viviendo con lo puesto que nunca fue abundante, y enseñando con su vida, con su obra y con su sangre, que el único plebiscito redentor de la patria cautiva es el de los héroes y los santos. Sé, al fin, sin más elipsis, que tras las huellas de los mejores caídos en el ruedo, y en compañía de los irreductibles, conviene siempre elegir el camino de testimoniar la Verdad en soledad, no el de inducir a los argentinos católicos a votar por un repugnante meteco.

XIV.- No habrá nuevas respuestas a Cosme Beccar Varela. No habrá segundas o terceras partes de este alegato. Por igual nos asiste el derecho de escoger a quiénes juzgamos interlocutores válidos. Por eso, y ya al cierre de estas líneas, reitero que no están dirigidas a él sino a las víctimas de su liberalismo. Pero cada vez que su confusión se enseñoree, será justo y conveniente proporcionarle a los damnificados los debidos antídotos.

Si alguien tiene trato personal con él —que no ha sido hasta hoy mi caso— tal vez quiera acercarle el consejo de que elija otro opugnador para probar sus heterodoxas hipótesis. Porque salvando las diferencias me aplico lo de Marechal, sin sombras de alarde personal pero con la mirada puesta en la custodia de la recta doctrina: “yo estoy en esta cólera del verbo. Hay en mi corazón una granada sin abrir todavía”.

Antonio Caponnetto

sábado, 16 de junio de 2007

La guerra justa del Atlántico Sur


MALVINAS: NI LOCURA, NI BORRACHERA


Hay quien insiste en que no debimos echar a los ingleses con aceite hirviendo.
Deseo llevar un poco de paz a los espíritus que repiten a todos los que quieren escuchar —y a los que no quieren también—, la frase de marras. El que se fue en 1806 fue Beresford, no sin llevarse la totalidad del Tesoro de la Real Hacienda, lo que dejó al fisco sin un centavo.
Pero los comerciantes ingleses se quedaron, y el Virrey Cisneros se vio obligado, el 6 de noviembre de 1809, a abrir el puerto de Buenos Aires a los productos británicos, con la condición de que pagaran los impuestos de importación por adelantado. Un negocio redondo, ya que el valor en metálico de un buque de mercadería importada equivalía a 12 buques cargados de cuero y sebo, y así nos quedamos sin cueros, sebo ni metálico. Y siguieron llegando ingleses, entre ellos Mr. Alexander Mackinnon, presidente de la Comisión de Comerciantes de Londres en Buenos Aires, quien, según dicen, incluyó algunos nombres en la lista de los integrantes de la Primera Junta, entre ellos Mariano Moreno, su abogado. Y manufacturas, que determinaron la supresión del trabajo de los argentinos y la disminución de sus ingresos, mientras salían riquezas: según el Cónsul Norteamericano Poinsett, entre 1810 y 1820, diez millones de dólares en metales preciosos.

El 2 de febrero de 1825 se firmó el “Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y las Provincias Unidas del Río de la Plata”, cuyo artículo XI establece “que en caso de rompimiento los comerciantes ingleses tendrán el privilegio de continuar sus negocios, y sus propiedades no estarán sujetas a embargo, secuestro, ni ninguna exacción”. El tratado está vigente: durante la Guerra de Malvinas no se tomó ninguna represalia económica, ni se tocaron las estancias británicas del sur, y el Banco de Londres continuó trabajando normalmente (Ministro de Economía, recuérdese, era Roberto Alemann, Miembro del CARI, Consejo Argentino de Relaciones Internacionales).

Ya en 1960/70, nuestros amigos apoyaron el quehacer de la guerrilla terrorista. El 18 de abril de 1974, por ejemplo, “La Nación” informó de la detención de Micke John Bishop, miembro de la Embajada Británica, al introducir 17.500 proyectiles calibre 9 mm. desembarcados del rompehielos “Endurance”, los que fueron devueltos el mismo día, así como la libertad de Bishop y del capitán del buque. A fines de 1975 se secuestró otro contrabando de ametralladoras “Stirling”, proveniente de Gran Bretaña.

Hablando del “Endurance”, el comerciante argentino Constantino Davidoff intentó alquilarlo, para realizar trabajos de desguace en instalaciones balleneras abandonadas en Leith, Stromness y Husvik en la Isla San Pedro de las Georgias del Sur, a lo que los británicos no accedieron. Davidoff había firmado un contrato con la firma Christian Salvensen de Edimburgo el 19 de septiembre de 1979, que le otorgaba un plazo hasta mayo de 1983 para retirar los materiales de las islas, lo que informó al gobernador de Malvinas el 11 de octubre de 1979, y se conectó con la Embajada Británica de Buenos Aires durante 1980/81. La empresa Salvensen informó del contrato al administrador de la dependencia de Georgias el 27 de agosto de 1981. Con conocimiento, entonces, de la Embajada Británica de Buenos Aires, Davidoff desembarcó en Georgias el 20 de diciembre de 1981, lo que provocó un informe a Londres del Gobernador de Malvinas el 31 de diciembre de 1981, proponiendo iniciar un procedimiento contra el comerciante y presentar una protesta ante el gobierno argentino.

Así se iniciaron una serie de incidentes, incluyendo un reclamo del Embajador Williams del 20 de marzo de 1982, por lo que Londres consideraba un problema muy serio, y advirtiendo que si quienes habían desembarcado en las Georgias no la abandonaban inmediatamente, tomarían la acción que considerasen necesaria, a lo que se aclaró que el “Bahía Buen Suceso”, buque que transportó al equipo de Davidoff, no era buque de guerra, que a bordo no había personal militar, que se trataba de un viaje conocido por el gobierno británico, etc.

El 27 de marzo de 1982 se reunió en Buenos Aires el Comité Militar para analizar el asunto Georgias, considerando: la intención británica de reforzar Malvinas, la arbitrariedad en el manejo del incidente, la falta de respuesta a las propuestas argentinas, la insistencia británica sobre la autodeterminación de los isleños, el desinterés británico por negociar la soberanía y la presencia en el área del “Endurance”, el “Briscoe” y el “Bransfield”. Gran Bretaña había aprobado (el 14 de septiembre de 1981) un documento de planeamiento de contingencia ante un empeoramiento de la situación, concluyéndose que la respuesta militar tendría que ser esencialmente naval, incluyendo un submarino nuclear, con refuerzo a la guarnición terrestre, y apoyo aéreo adecuado.

En enero de 1982, la Junta Militar analizó los estudios efectuados por la Comisión de trabajo formada por el Gral. García, el Alte. Lombardo y el Brig. Plessl, la Directiva de Estrategia Nacional N° 1/82 “M”, sin fecha de ejecución, coherente con la decisión de negociar durante todo 1982; no obstante, dada la dureza de la posición británica, se preguntó a los comandos operativos cuál sería la fecha más próxima de ejecución, decidiéndose que una operación de esa naturaleza no debería ejecutarse antes del 15 de mayo. Pero las cosas se precipitaron, el submarino nuclear fue enviado el 29 de marzo de 1982.

Tal vez debido a los resultados del informe Shackleton, referido a las riquezas petroleras e ictícolas del área. O por ciertos problemas que enfrentaba la Sra. Margaret Thatcher, acusada en febrero de 1982 de “tráfico de influencias” para lograr que la construcción de la Universidad del Emirato de Omán se hiciera a través de la empresa de la que su hijo Mark era socio.
O a la furia de los trabajadores a causa de que el 16% de la fuerza de trabajo estaba desempleada. O a que las minas de carbón de Yorkshire iban a ser paralizadas, dejando sin trabajo a más de 20.000 hombres. O tal vez por el viejo principio británico de incitar para vencer.

Lo cierto es que, luego, el 8 de julio de 1989 asumió la presidencia Carlos Menem, el 18 de agosto de 1989 se promulgó la Ley 23.696, que en 70 artículos y 2 anexos se refería a todos los bienes de la Nación Argentina que iban a ser enajenados a sectores privados a precio vil, en condiciones de monopolio y a ser pagados en bonos, de tal manera que se entregó todo por nada. Más tarde vendrían la reunión de la Reina con Eduardo Menem, su discurso de noviembre, refiriéndose al inmediato restablecimiento de las relaciones con la Argentina y las ventajas económicas que se derivarían de ello para el comercio británico, la visita, el mismo mes, de la misión comercial de Gran Bretaña presidida por Lord Montgomery, para ver las empresas y organismos públicos que se ponían en venta, y por fin la firma, el 15 de febrero de 1990, en Madrid, de la “Declaración conjunta de las delegaciones de La Argentina y el Reino Unido”, suscripta por Sir Crispin Tichelle, representante permanente del Reino Unido ante la ONU y Lucio García del Solar, representante especial de la Argentina (miembro del CARI), virtual rendición incondicional acordada en 24 horas, en violación del artículo 67 de la Constitución Nacional, en sus inc. 19: “Corresponde con exclusividad al Congreso de la Nación aprobar o desechar los tratados concluidos con las demás naciones” y 20: “…autorizar al Poder Ejecutivo para declarar la guerra o hacer la paz”.

El artículo 7 del Tratado adiciona la bilateralidad económica para la explotación pesquera entre el paralelo 45 S y el 60 S, entre Puerto Camarones en Chubut y las Islas Orcadas en la Antártida (seis millones de kilómetros cuadrados de mar), aceptado sin contraprestación alguna, es decir a cambio de nada; el 12 extiende la sociedad anglo-argentina a todo el territorio continental.

De este tratado surgió el Convenio de Promoción y Protección de Inversiones, suscripto en Londres el 11 de diciembre de 1990 y aprobado por Ley 24.184, sancionada el 4 de noviembre de 1992, que asegura “la facilidad de las remisiones de las utilidades de las inversiones extranjeras”.

Lo que se aseguró así fue el éxodo del producto del trabajo y de las riquezas de la tierra y del mar argentinos, entre otras cosas. De lo que se desprende que la guerra fue imprescindible —para Gran Bretaña—, ya que sin ella no hubieran existido dichos tratados, que legalizaron el saqueo.
Luis Antonio Leyro