lunes, 13 de agosto de 2007

Poesía que promete


PÓRTICO


Fue exactamente el 12 de agosto de 1806, aunque el hecho central que esa fecha memora —la rendición britana— está precedido y continuado por otros que conforman una totalidad más sustanciosa aún.

La educación primaria o media ha vulgarizado esta magnífica hazaña, reduciéndola a una efemérides menor en el calendario escolar. No se quiere advertir que en esta contienda justísima se aúnan providencialmente nuestras tradiciones hispánicas y criollas, así como se abrazan lo teológico con lo épico, la Fe con la milicia, la genuina política con la verdadera Religión. No se quiere ni se sabe advertir que se trató de la primera y grande epopeya del siglo XIX, ejecutada explícitamente en honor de la Cristiandad. Las Dos Ciudades se enfrentaron, y no era sólo Londres la una y Buenos Aires la otra, sino la Ciudad de los Hombres y la Ciudad de Dios.

Si la Argentina volviera a valorar alguna vez a valorar sus gestos fundacionales y soberanos, tendría aquí, en la Reconquista, uno de sus más claros motivos de legítimo orgullo. Lo mismo se diga para nuestra entrañable España, cuya abdicación de hoy la ciega completamente para justipreciar un episodio heroico que, al fin de cuentas, se llevó a cabo para custodiar este entonces reino suyo, tenido por lejano y desdeñable para algunos.

A más de doscientos años de la Reconquista, tanto tememos lo que pueda omitirse como lo que pueda afirmarse. Si lo primero, porque callar ante la auténtica grandeza es ruindad manifiesta e impiedad grave. Si lo segundo, porque las voces oficiales, cuando se expidan, tergiversarán el sentido real de la historia, trágica especialidad que ya vienen ejecutando impunemente.

De allí esta sencilla iniciativa. Cantar las proezas tales como fueron (…)

EL PUEBLO

No me olvido del héroe, ni a mi canto emancipo
del deber de encomiar al señero arquetipo.

Porque en la historia mandan las figuras egregias,
los santos, los guerreros, de convicciones regias.

Sin embargo es justicia que se intente una lista
de quienes se ofrendaron en la gran reconquista.

Anónimos y oscuros personajes menores,
que Dios tiene a la diestra premiando sus fervores.

El infante alistado casi súbitamente,
el marinero diestro o el timonel prudente.

Artilleros, Dragones, Blandengues, Migueletes,
Cuerpo de Voluntarios, consumados jinetes.

Vecinos arraigados como fieles vasallos,
madrazas generosas como Ángela Zeballos,

remitiendo una carta que leo emocionado:
“sólo doy lo que tengo, mi hijo pa'soldado”.

Álvarez Barragaña, enfermo y con dolores
donó el oro, la sangre, su vida entre estertores.

El Sargento Juan Trigo, Sinforiano de Iglesia,
conjurados de estampa patibularia y recia.

El cadete Juan Velázquez que exigía un tordillo,
y a cada cuello gringo prometía un cuchillo.

Los negros y los pardos, el sufrido mulato,
la savia americana del austral Virreynato.

Los que hirvieron el agua y arrastraron obuses,
entre el barro y el frío, con las últimas luces.

El que pidió que a nadie faltara escapulario,
el fraile que cargaba el fusil y el hostiario.

Los que siguen tirando cuando el inglés se rinde,
ni quieren parlamentos ni que la paz se brinde.

Los que sólo se calman cuando ven la espadaña
sesgando nuevamente el pabellón de España.

Los que entierran los muertos, de ambos bandos caídos,
el que alivia al sediento, socorre a los heridos.

Los que dieron su sangre, sin quejas ni desgaires,
y por tercera vez fundaron Buenos Aires.
Antonio Caponnetto

Nota: Los primeros párrafos pertenecen al Pórtico, y éste junto con el poema “El pueblo” integran el libro “Poemas para la Reconquista”, del Profesor Antonio Caponnetto.

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