lunes, 30 de julio de 2007

España: la persecución religiosa de 1936 (y IV)


CUANDO LAS CÁRCELES FUERON TEMPLOS


Ya sólo quedaba con los diecisiete estudiantes supervivientes y los tres hermanos coadjutores un solo sacerdote, el joven Padre Luis Masferrer. Los argentinos Hall y Parussini se despidieron el día 13, provistos de pasaporte para embarcar en Barcelona. La tensión espiritual y humana había llegado al máximo. Los fusilandos anotaban las horas ateniéndose a la última frase proferida por los del piquete la noche anterior:

— Mañana, a esta misma hora, os vendremos a buscar.

Sin embargo, dejaron pasar cuarenta y ocho horas. El Hermano Del Val, que figuraba en la lista negra confeccionada tres días antes, fue librado en última instancia porque interesaban al Comité sus servicios de cocinero. Gracias a ello contamos con su testimonio sobre la evacuación final del salón de actos. Mandaba esta vez a los pistoleros el famoso Torrente, cajero de profesión, que hizo a los condenados la misma propuesta escuchada la víspera por sus compañeros:

— Si queréis ir al frente, os perdonamos la vida.

— Preferimos morir por Dios y por España.

El traslado hacia la muerte fue presenciado también esta noche por curiosos y por sádicos, por indiferentes y por almas compasivas… En la madrugada del día de la Asunción de 1936, en el valle de San Miguel, sobre un ribazo de la carretera de Sariñena, a poco de pasar el kilómetro 3, vitoreando a Cristo Rey, arrodillados en oración, alzando un crucifijo y perdonando a sus verdugos, cayeron acribillados los últimos veinte misioneros del Inmaculado Corazón de María. El mayor tenía veinticinco años.

Queremos destacar aquí, y por nuestra parte, el espíritu de juvenil arrogancia, y generosidad heroica, que alentaba a estos atletas de Cristo horas antes de su holocausto final. Espíritu plasmado en esta frase lapidaria: “Christe, morituri te salutant!” Estas palabras, remedo del saludo con que los gladiadores se despedían del César romano, antes de la lucha a muerte, fueron escritas a lápiz en la cara inferior del asiento de un taburete de piano, único mueble que quedó con vida tras el saqueo inicial del salón.

Como por esta parte la madera estaba sin pintar, pudieron estampar allí sus mejores sentimientos de despedida, varios de los estudiantes. Allí dejaron para la posterior, estos intrépidos jóvenes claretianos seis bellísimas inscripciones que no podemos resistirnos a transcribir textualmente:

“Barbastro, 12 de agosto de 1936. — Con el corazón henchido de alegría santa espero confiado el momento cumbre de mi vida, el martirio, que ofrezco por la salvación de los pobres moribundos que han de exhalar el último suspiro en el día que yo derrame mi sangre por mantenerme fiel y leal al divino Capitán Cristo Jesús. Perdono de todo corazón a todos los que, ya voluntaria o involuntariamente, me han ofendido. Muero contento. Adiós y hasta el cielo. Juan Sánchez Munárriz”.

“Barbastro, 12 de agosto de 1936. — Así como Jesucristo en lo alto de la cruz expiró perdonando a sus enemigos, así muero yo mártir, perdonándolos de todo corazón y prometiendo rogar de un modo particular por ellos y por sus familiares. Adiós. Tomás Capdevila Miró, C.M.F.”.

“No se nos ha encontrado ninguna causa política, y sin forma de juicio morimos todos contentos por Cristo y su Iglesia y por la fe de España. Por los mártires, Manuel Martínez, C.M.F.”.

“Domine, dimitte illis, nesciunt quid faciunt. Verge Moreneta salveu Catalunya y sa fe. A. Sorribes”.

“Queridos padres: Muero mártir por Cristo y por la Iglesia. Muero tranquilo cumpliendo mi sagrado deber. Adiós, hasta el cielo. Luis Lladó, Viladeséns, Gerona”.

“Quisiera ser sacerdote y misionero. Ofrezco el sacrificio de mi vida por las almas. ¡Reinen los Sagrados Corazones de Jesús y de María! Muero mártir. Luis Javier Bandrés”.

“Aquellos días —afirma el superviviente Parussini— escribimos en los breviarios, en los libros, telones y escaleras…”

Escribieron muchas y aleccionadoras frases estos intrépidos y valientes mártires de Cristo, tales como ésta, que cierra, con broche de oro, el relato de este martirio colectivo emocionante: “Pasamos el día en religioso silencio, preparándonos para morir mañana. Sólo el murmullo santo de las oraciones se dejaba sentir en esta sala, testigo de nuestras duras angustias. Si hablamos, es para animarnos a morir como mártires; si rezamos, es para perdonar a nuestros enemigos. ¡Sálvalos, Señor, que no saben lo que hacen!”

Antes de pasar al relato de otros casos no menos elocuentes y aleccionadores, queremos resaltar la frase de estos mártires de Cristo ante el requerimiento y opción de salvar la vida yendo al frente rojo: “Preferimos morir por Dios y por España”.

Ya hemos podido ver y constatar, en su punto, cómo, hoy día, se desprestigia y hasta se intenta condenar, aún dentro del campo católico, esta actitud de los católicos españoles que promueven y sostienen esa unión de ideales: de Dios y de España, de la Religión y la Patria. Soplan otros vientos, ciertamente. Pero, el hecho histórico concreto que comentamos, ahí está: con la elocuencia de un testamento de sangre, dándole valor y consistencia. Ahí está la voluntad expresa de tantos héroes y mártires de nuestra Cruzada Nacional; ahí está la última voluntad de tantos y tantos españoles condenados a muerte precisamente por eso.

Y en nada empaña, ni puede empañar el valor de auténtico martirio cristiano en estos jóvenes claretianos, ese otro noble motivo por el que saben ofrendar sus vidas generosas.

Por otra parte, esta actitud, cristiana y patriótica, será una tónica general a destacar en multitud de víctimas sacrificadas pro aris et focis, por Dios y por España, por la Religión y la Patria. Es por esto que, con toda razón y derecho, sin acudir a argumentos taxativos provenientes de los documentos oficiales de la Jerarquía Española, que así lo declaró en su tiempo, podemos llamar a esta sangrienta Guerra Civil española, Cruzada Nacional. “Cruzada”, puesto que el sentimiento religioso alentó en todas sus víctimas; “nacional”, porque el sentimiento de Patria y holocausto por la misma, fue el complemento obligado de su sacrificio.

Hemos destacado el espíritu de fervor cristiano plasmado en los testimonios escritos de ese grupo de claretianos. Pero no fue, ciertamente, privativo ni exclusivo de los mismos. Este fervor cristiano y apostólico se extendió prácticamente a todas las cárceles, prisiones flotantes y domicilios particulares, sosteniendo la piedad y el temple heroico de los presos y condenados a muerte. Incontables ejemplos podrían aducirse al respecto. Baste uno, entre tantos. El entonces preso don Pompeyo Ollé, refería en carta a su familia, el ambiente de piedad reinante en la Cárcel Provincial de Lérida: “…De los 485, en efecto, que vi salir de la cárcel para ir al tribunal popular y de allí a la muerte, 482 se confesaron antes y recibieron contritos la absolución. Siempre el dolor y la muerte han sido los dos mejores misioneros de Dios. En casi todas las celdas y departamentos se rezan en común las tres partes del rosario, el trisagio y el Via Crucis, y muchos, para poder continuar satisfaciendo su devoción a solas y en otras horas, se construyen decenas de nuditos en alguna cuerda y se hacen escribir en un papel cualquiera los misterios del rosario…

“La cárcel está convertida en un templo; por las paredes resaltan las inscripciones piadosas que marcan a todos la orientación sobrenatural que como cristianos han de dar a su dolor, o son simples gritos del alma llena de fe que allí han dejado tal vez en manos anónimas, o quizá compañeros inolvidables antes de ir al martirio, y que repercuten en las celdas como voces celestes convidando a seguir el mismo camino”.

“He sido feliz y he rezado en la cárcel más que en toda mi vida”, comentaba en 1939 doña Aurelia González Escudero, cuyo esposo, don Germán Olarieta, había sido fusilado en enero de 1937.

Ésta era la actitud y el estado de ánimo de aquellas multitudes de católicos españoles, prisioneros, testigos y víctimas de una Fe que profesaban, sentían y defendían con su sangre.
Ángel García

Nota: Tomado de su libro “La Iglesia Española y el 18 de Julio”, ediciones Acervo, Barcelona, 1977.

domingo, 29 de julio de 2007

España: la persecución religiosa de 1936 (III)


RESONANCIA ESPECTACULAR
DE LAS MATANZAS COLECTIVAS.

LOS MÁRTIRES DE BARBASTRO.

En la mañana misma del 18 de julio, adelantándose precozmente a la mayoría de las poblaciones que iba a dominar la revolución, Barbastro vio sus calles extrañamente concurridas por misteriosos grupos de obreros que a las once y treinta hicieron acto de presencia, en número aproximado de 200, en el edificio del Ayuntamiento. Allí quedó constituido el primer comité rojo y allí acudieron por centenares en la madrugada del 19 todos los militantes y adictos de los partidos del Frente Popular. Desde el comienzo dieron por descontado que el triunfo sería suyo, haciendo caso omiso de la indecisión del coronel Villalba, comandante de la plaza, que terminó echándose en brazos de las milicias populares.

Éstas tuvieron mano libre para lanzarse sin rodeos, en la tarde del día 20, y exactamente a las cinco y treinta, a la invasión formal del teologado claretiano. Con menos violencia que la acostumbrada por entonces en trances similares, los sesenta asaltantes, después de reunida en el patio la comunidad íntegra, se dieron con tesón a un minucioso registro, convencidos, o al menos proclamando a gritos la convicción de que el colegio encerraba un arsenal de armas. No satisfechos por el resultado negativo del registro, detuvieron inmediatamente a los tres responsables de la comunidad: Padres Felipe de Jesús Munárriz, superior de la casa; Juan Díaz, director del teologado, y Leoncio Pérez, ministro. Les tocó a éstos, como primer estadio de reclusión la Cárcel Municipal, atestada ya entonces en un número de detenidos muy superior a su capacidad. En razón de esta insuficiencia serían trasladados el 25 al convento de las Capuchinas, plataforma postrera para su vuelo final en la madrugada del 1 al 2 de agosto.

Descontados otros tres enfermos, a los que le cupo el favor de ser trasladados al Hospital Militar, aunque poco les valiera, el resto de los padres y estudiantes, hasta 54, fueron también detenidos, una hora escasa después que sus superiores. Su paso en ternas por las calles de Barbastro, entre dos cordones de guardias y bajo las miradas amenazantes, curiosas o compasivas de la multitud, provocó un silencio casi religioso. Hasta tal punto que, al cruzarse con ellos por una bocacalle, un buen hombre no tuvo otra reacción que santiguarse devotamente como quien presencia el paso de una procesión. Remontadas las calles de Monzón, Coliseo y Mayor, la comitiva fue a parar a la plaza Municipal, en la parte superior de Barbastro, donde se asentaba el Ayuntamiento y la cárcel, frente por frente del colegio de los Escolapios… Toda la comunidad de escolapios estaba prácticamente bloqueada en el edificio, que albergó desde entonces una población penal de más de 90 clérigos. En ella se habían integrado el obispo y sus familiares, y una veintena de benedictinos provenientes del cercano monasterio de Nuestra Señora del Pueyo. Los cordimarianos habían sido “instalados” en el salón de actos de la planta baja, sin otro lecho que el desnudo suelo, sobre todo a partir del día 26, en que una expedición de milicianos transeúntes cargó con los escasos colchones de la casa. La planta superior, habilitada de ordinario para el internado, fue ocupada por todos los demás: el señor obispo y sus familiares, los escolapios y benedictinos…

Pueden distinguirse claramente tres períodos, bien definidos entre sí, en este angustioso cautiverio. Duró el primero apenas 5 días, desde la llegada de los claretianos hasta el 25 de julio por la tarde. Con ser muy dura la pérdida de la libertad y la expectación de lo incierto, resultaron estas jornadas relativamente tranquilas, si se las compara con las transcurridas desde Santiago hasta el 12 de agosto siguiente (segundo período), en las que imperó prácticamente el terror; y más aún, con las que mediaron entre ese día y la ejecución de cada grupo (tercer período), marcadas con el sello de la agonía… Fue a primeros de agosto cuando la sangre empezó a correr en serio. En la noche del 1 al 2, unos desalmados de las temidas milicias de Ginesta se presentaron en la cárcel municipal exhibiendo un papel, recién expedido por el comité. Decía así: Vale por 20 hombres. Una hora más tarde, dos docenas de cadáveres, calientes y ensangrentados todavía, daban muda fe, junto a las tapias del cementerio, de la siniestra validez del escrito. Entre los fusilados estaban los tres superiores de los misioneros claretianos y otros siete sacerdotes seculares.

Una semana de compás de espera, y el día 8 por la tarde, sale de los escolapios el señor obispo “para declarar”. (Y sufrir un lento y doloroso viacrucis nocturno ante los sayones del comité quienes le dieron cruenta muerte en el kilómetro 3 de la carretera de Sariñena).

Junto al cementerio de Barbastro, y a la misma hora aproximadamente, tuvo lugar tres días más tarde la primera matanza de religiosos cordimarianos. Al salón de los escolapios fueron llegando fatales nuevas sobre lo acaecido a sus superiores y al señor obispo. Por las mismas ventanas exteriores tenía entrada libre al recinto todo el vocabulario del odio que proferían contra ellos, en plena plaza y con ánimo de que se oyera, las gentes más rojas del vecindario. Tampoco se andaban con eufemismos sobre la suerte futura de los reclusos los que pasaban por personal de servicio en la improvisada prisión. Y por si esto no bastaba, contribuía lo suyo para ensombrecer decisivamente el cuadro el confuso fragor de las ametralladoras nocturnas en el cementerio.

Poco pudo extrañarlos que, a las tres y media de la madrugada del mencionado día 11, cedieran bruscamente las puertas del salón de actos al empuje de quince milicianos armados:

— Que bajen los seis más viejos.

Así lo hicieron desde el tablado del escenario del Padres Pedro Cunill, Nicasio Sierra, Sebastián Calvo, José Pavón, el subdiácono Wenceslao Claris y el H. Gregorio Chivirás. Les atan las manos a la espalda y luego por los codos son unidos de dos en dos. El Padre Ortega les imparte desde arriba la absolución que ellos han pedido por señas… Aún sin la visita que, a las siete de la mañana, hizo nuevamente al salón uno del Comité para elaborar una lista con los nombres de los 42 muchachos restantes, éstos daban por cierto que sus horas estaban contadas. El paso de la duda a la certeza robusteció la serenidad de aquellos héroes. Todo fue desde entonces ambientación de su suerte final, ocurrida en dos tandas consecutivas durante la madrugada del 12 al 13 y del 14 al 15 de agosto de 1936.

“Christe, morituri te salutant!” Los que iban a morir saludaban a Cristo y encontraban en Él la razón suprema de su holocausto. El pelotón de pistoleros, con las mismas cuerdas ensangrentadas que habían servido en las noches precedentes a su siniestro menester, invadieron de nuevo el salón, mientras sonaban las campanas de media noche en el reloj de la catedral. También entonces, como en la noche anterior, quisieron catalogar por edades a sus víctimas:

— Que bajen los que tengan más de veintiséis años.

Ninguno los tenía y nadie se movió.

— Que bajen los que pasen de veinticinco.

De nuevo el silencio por respuesta, por la misma razón. El miliciano sacó la lista y leyó malhumorado veinte nombres. Ninguno de los designados —allí estaban Hall y Parussini, ya en las puertas de la libertad, para contarlo— opuso la menor resistencia. Atados con los otros, atravesaron la plaza y subieron al camión, pasada la verja. Con ellos iba también el mayordomo del señor obispo, don Marcelino de Abajo y el teniente retirado de la Guardia Civil, don Felipe Zalama. Cuenta el Padre Mompel que oyó a los intrépidos jóvenes pedir permiso para cantar la salve. Paree ser que a la salida entonaron el “Cantemos al Amor de los Amores”, según los datos que obtuvo el practicante Ramón Ferrer. Todas las referencias ponderan el valor del mentado señor Zalama, que se erigió espontáneamente en jefe espiritual de la expedición y enardeció con sus vivas constantes y estentóreos a Cristo Rey el ánimo ferviente de los religiosos.

Cayeron en la carretera de Sariñena, junto a la hondonada de San Miguel, a 200 metros antes del kilómetro 3.

Refiere el doctor Manuel Mur haber oído aquella noche a los milicianos que, segundos antes de dispararles, habían propuesto a los muchachos el enrolamiento voluntario en el ejército rojo, en dilema con el fusilamiento.

— Nunca como ahora tendremos más seguro el cielo.

Y prefirieron esta solución. Era la una menos veinte de la mañana del 13 de agosto.
Ángel García

Nota: Tomado de su libro “La Iglesia Española y el 18 de Julio”, ediciones Acervo, Barcelona, 1977.

sábado, 28 de julio de 2007

España: la persecución religiosa de 1936 (II)


LA REALIDAD, LA EXTENSIÓN Y LA PROFUNDIDAD

DE LA PERSECUCIÓN RELIGIOSA

Parecerá extraño, pero hay que empezar por afirmar la realización auténtica de la persecución religiosa en España durante la Guerra Civil del 36, y concretamente en “zona roja”. Realidad que se extiende a la espectacularidad de las “sacas” colectivas, al número y calidad de las víctimas, a la crueldad y ensañamiento por parte de sus verdugos, a las causas y condicionantes de las muertes de los victimados de toda edad, sexo y categoría social y jerárquica.

A este respecto, y como testimonio de excepción nada sospechoso traemos a colación las palabras de Salvador de Madariaga: “Nadie que tenga a la vez buen fe y buena información puede negar los horrores de esta persecución. Que el número de sacerdotes asesinados haya sido dieciséis mil o mil seiscientos, el tiempo lo dirá. Pero que durante meses y aún años bastase el mero hecho de ser sacerdote para merecer pena de muerte ya de los muchos tribunales más o menos irregulares que como hongos salían del pueblo popular, ya de revolucionarios que se erigían a sí mismos en verdugos espontáneos, ya de otras formas de venganza o ejecución popular, es un hecho plenamente confirmado. Como lo es también el que no hubiera culto católico de un modo general hasta terminada la guerra, y que aún como casos excepcionales y especiales, sólo ya casi terminada la guerra hubiera alguno que otro. Como lo es también que iglesias y catedrales sirvieran de almacenes, mercados y hasta en algunos casos de vías públicas incluso para vehículos de tracción animal…” (“España. Ensayo de Historia contemporánea”, México - Buenos Aires, 1955, págs. 609-610).

Por otra parte, la misma prensa roja, no se ocultó de manifestar sus intenciones, propósitos y realidades sangrientas e iconoclastas. “La Vanguardia”, de Barcelona, del 2 de agosto de 1936, publicaba ya una afirmación escueta de Andrés Nin, jefe del Partido Obrero de Unificación Marxista (P.O.U.M.): “La clase obrera ha resuelto el problema de la Iglesia, sencillamente, no dejando en pie ni una siquiera”.

Por su parte “Solidaridad Obrera”, de Barcelona también, en su número del 15 de agosto publicaba en cabecera, y con gruesos titulares: “¡Abajo la Iglesia!”. Y como subtítulos, elocuentes y expresivos, añadía: “Treinta siglos de oscurantismo religioso envenenaron las mentes del pueblo español”. “La Iglesia se ha caracterizado siempre por su sentido reaccionario”. “El cura, el fraile y el jesuita mandaban en España. Hay que extirpar a esta gente”. “La Iglesia ha de ser arrancada de cuajo de nuestro suelo. Sus bienes han de ser expropiados”. Ya en el texto, se explayaba en estos términos: “La Iglesia ya de desaparecer para siempre. Los templos no servirán más para favorecer las alcahueterías más inmundas. No se quemarán más blandones en aras de un costal de prejuicios. Se han terminado las pilas de agua bendita”.

“No existen (ya) covachuelas católicas. Las antorchas del pueblo les han pulverizado. En su lugar nacerá un espíritu libre que no tendrá nada en común con el masoquismo que se incuba en las naves de las catedrales. Pero hay que arrancar a la Iglesia de cuajo. Para ello es preciso que nos apoderemos de todos sus bienes que por justicia pertenecen al pueblo. Las órdenes religiosas han de ser disueltas. Los obispos y sacerdotes han de ser fusilados. Y los bienes eclesiásticos han de ser expropiados”.

No es, pues, de extrañar el que las turbas, alentadas con tales soflamas periodísticas, se lanzaran a la calle a poner por obra las consignas de sus mentores y dirigentes revolucionarios. Así, José Díaz, secretario de la III Internacional, en un mitin celebrado en Valencia el 5 de marzo de 1937, podía afirmar con seguridad: “En las provincias en que gobernamos, la Iglesia no existe. España ha sobrepasado en mucho la obra de los soviets, porque la Iglesia en España está hoy aniquilada”. Por su parte “Solidaridad Obrera” del 28 de enero de 1937, confirmaba: “No les queda un altar en pie. No existe un títere con cabeza de esos que colocan en los retablos. No quedan apenas feligreses”. “¿Quiénes han caído bajo el lazo de la justicia popular? —tronaba altisonante y retador— el “Órgano del Frente Aragonés”, antiguo diario “Orientación Social”, de Huesca—. Los curas que en la sombra urdían y tramaban el aniquilamiento del pueblo… Los caciques, mil veces odiados y odiosos, que, envenenados por el curato, ponían todo su dinero al servicio de la traición. Dejad a ese pueblo, dejadlo con su soberana justicia, que él sabrá dar buena cuenta de los facciosos…”

“…militares, políticos, antigua y arqueológica aristocracia y miembros de la Iglesia retrógrada, todos juntos, en montón de infamia, han de caer en la misma maldición, y la justicia de la República, sin desmayos, implacable, serena, hará oír su voz y su sentencia inapelable”.

A la distancia de un mes tan sólo de la actuación de esta justicia popular, en cumplimiento exacto de esa sentencia inapelable, habían sido ejecutadas ilegalmente, tan sólo en Madrid, más de veinte mil personas. Este dato fue confirmado por el mismo Galarza, ministro de la Gobernación, quien hubo de frenar la ola de terrorismo que desbordaba ya las ambiciones más sanguinarias y ponía en peligro y en entredicho la razón de la lucha y la seguridad de la victoria republicana. Esta misma realidad insostenible es constatada por el prohombre de la C.N.T. Juan Peyró, que afirma y confiesa la monstruosidad del terrorismo imperante en la zona roja: “…ya no se trata de saber si esos crímenes los cometen hombres de tal o cual sector. Lo interesante sería que nos decidiéramos a acabar con esa danza macabra de todas las noches, con esa procesión de muertos, que, señalándonos ante el mundo, nos acusa de la misma ignominia que las gentes honradas acusan a los fascistas… Una civilización, por malvada que haya sido, no puede ser suplantada por el salvajismo de unas hordas carniceras”.

El dato global de estas matanzas inaugurales de la revolución roja, de las que la Iglesia, en sus ministros y en sus fieles fue la víctima propiciatoria, es confesado, pues, por los mismos actores de la tragedia. Tal vez, para dar una apariencia legal a tales matanzas, el gobierno republicano procedió a la creación, por decreto, de los famosos tribunales populares, llevaba a cabo el 24 de agosto de 1936. Este decreto concedía atribuciones para juzgar delitos por rebelión, sedición y atentados contra la seguridad del Estado. Estaban integrados por tres funcionarios judiciales como jefes de derecho y catorce jurados, designados por los partidos del Frente Popular y organizaciones sindicales afectas al mismo. Sobre la catadura moral y humana de muchos de esos jefes y jurados pronto la conoceremos por los hechos. Por de pronto, el gobierno republicano, a través de su Fiscal General de la República, en una circular a sus subordinados, daba la motivación doctrinal de su medida y su decreto: “La República es un régimen de justicia y la justicia emana del pueblo…; si ese pueblo noble y grande está dando su vida por un régimen de libertad y de justicia, démosle la justicia que él quiere que le sea dada con el ritmo y el tono que nos marque”.

Tanto el régimen de libertad y justicia popular, como el ritmo y tono del mismo, pronto vamos a verlo retratado, con toda veracidad y crudeza, en los hechos de las matanzas colectivas.
Ángel García.

Nota: Tomado de su libro “La Iglesia Española y el 18 de Julio”, ediciones Acervo, Barcelona, 1977.

viernes, 27 de julio de 2007

España: la persecución religiosa del 36 (I)


EL HECHO Y SU DIMENSIÓN UNIVERSAL Y UNIVERSALISTA


Nos hemos metido ya de lleno, y en concreto, en el relato detallado de esa gran tragedia del pueblo español, dividido y enfrentado todo él en dos bandos, dos zonas, dos posturas ideológicas antitéticas que lo llevarán a una lucha a muerte: en “comunistas” y “fascistas”, rojos y nacionales, ateos y creyentes. Y esto, no en la esfera particular de cada persona, sino en el plano general, sociológico de esos dos bandos, protagonistas de la gran epopeya nacional del 36. Es en este plano superior, universalista, desde donde cabe analizar e interpretar este hecho escandaloso, incomprensible, absurdo, para unos ojos extraños, incrédulos o superficiales.

Nosotros vamos a relatarlo en sus colosales dimensiones numéricas; en su crueldad increíble y refinada; en su sevicia satánica demoledora; en su brutalidad inmisericorde para con las cosas, los símbolos y las personas, encarnación de una Fe y una Religión que estos nuevos perseguidores del siglo XX quisieron e intentaron llevar a su total extinción y aniquilamiento. Vamos a relatar esa total inmolación y universal holocausto de la Iglesia Española, sin distinción alguna de hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seglares de toda edad, condición y tendencia. Vamos a conocer las incontables listas de esa hecatombe martirial impresionante, segadas implacablemente bajo el plomo homicida de las patrullas de milicianos y las turbas desbocadas, en sus “paseos”, “sacas”, “checas”, y demás inventos de la insaciable crueldad humana. Vamos a destacar a su vez, el valor martirial de esos “testigos” de la Fe, miembros ilustres de la Iglesia Española que, en el siglo XX, sabe ofrecer al mundo un martirologio comparable en todo a las grandes persecuciones históricas del primitivo Cristianismo (…)

La exposición de nuestro relato tiende, más bien, a mostrar a la conciencia católica y humana de nuestros días, el carácter distintivo y manifiesto de todas esas muertes pro aris et focis en muchas de ellas. Muertes en las que se mezclaban y unían, a la causa principal de su condición religiosa, sacerdotal, católica, la causa patriótica y las inevitables adherencias políticas, sociales, bélicas. Así muchas de las célebres “sacas” sacrificadas en toda la zona roja, lo fueron con motivo y ocasión circunstancial de los bombardeos nacionales, como en el caso concreto del genocidio de Paracuellos del Jarama, con la excusa fútil y descarada de la proximidad del Ejército Nacional.

No se descarta, ciertamente, en muchas de las víctimas, el motivo pasional, individual y colectivo, causa próxima de su ejecución sumarísima sin juicio ni formalidad alguna. Pero junto a esas concomitancias circunstanciales, estaba siempre, en la intención de los verdugos y la aspiración de las víctimas, el motivo religioso, el odio a la Religión, el carácter sacerdotal, o de consagrados a un Dios a quien ellos, unos y otros, invocaban en última instancia, para bendecirlo o blasfemarlo en las palabras y los hechos. Lo que aquellos esbirros de la revolución roja intentaban, consciente o inconscientemente, era matar la idea metafísica encarnada en unos hombres y mujeres inermes, desvalidos, pero con una fuerza intrínseca en sus almas, sostenedora de su debilidad, que muchas veces tuvieron que admirar y confesar sus propios asesinos.

¡Matar la idea más que las personas! ¡Matar a Dios y reducir a la nada todos sus símbolos, objetos, templos, monumentos, junto con sus servidores y apóstoles! Este sería el sentido profundo y el fin último pretendido por ese impresionante “jaque mate” a la Iglesia Católica Española a cargo del ateísmo militante durante la Cruzada Nacional del 36.

A este respecto, queremos consignar el simbolismo bien expresivo de aquellos milicianos apuntando y disparando, con saña y desfachatez sacrílega, sus fusiles, contra la estatua del Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles, centro geográfico de España. ¡Fusilar a Dios! Este es el sentido plástico y nietzscheano de este gesto insólito en la historia de las persecuciones religiosas. Fusilar a Dios, al Dios de los cristianos, al Dios de la España tradicional, católica. Gesto, por otra parte, repetido en otros muchos lugares de la geografía nacional. En la plaza pública de Trévelez, pueblecito de Sierra Nevada, quizá el más alto de la geografía española, fue también fusilada la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Como lo fue, a su vez, la del Templo Expiatorio Nacional del Tibidabo en Barcelona. Así tantos y tantos cristos y vírgenes venerables, y de valor artístico muchos de ellos, fueron víctimas de la furia iconoclasta, el odio y la execración de las turbas revolucionarias.

Tal vez alguien encuentre razón suficiente de este hecho escandaloso en la particular idiosincrasia del pueblo español, que, llevado de su sentimiento radical, extremista y apasionado, sabe, con toda facilidad, encender una vela a Dios y otra al diablo.

Para nosotros, no es razón suficiente ésta, como no lo son de ese violento y trágico anticlericalismo español, las motivaciones todas: históricas, sociales, políticas y económicas que hemos tratado de desentrañar en los antecedentes remotos y próximos de la Guerra civil.

Es éste un punto de meditación y estudio detallado, sereno, imparcial. Cierto es que el pueblo español es dado a esa radical ambivalencia de sus sentimientos, pero permaneciendo en el plano horizontal de las interpretaciones humanas, no hay explicación lógica de unos hechos de monstruosidad y sinrazón evidentes. Hechos que, a juicio de preclaros historiadores de nuestra Guerra Civil, vienen a simbolizar el absurdo, la locura y el suicidio de todo un pueblo. Por algo, nosotros, quermos mantener para esa guerra civil española, el apelativo de Cruzada Nacional. Para no abocarnos a la pregunta sin respuesta: ¿por qué el pueblo español, “tan católico”, que ha profesado y sigue profesando en su inmensa mayoría la Religión Católica, es el pueblo que con más saña, odio y crueldad, ha perseguido a esa Religión en sus símbolos, jerarquías e instituciones? Nosotros diríamos que precisamente por ser católico, el pueblo español, cometió, o mejor, le hicieron cometer sus mentores y clases dirigentes, ateas y anticlericales ese sacrilegio. De aquellos polvos, salieron estos lodos. De atrás y bien atrás, vinieron las aguas de este desbordamiento con caracteres de diluvio universal. De la “ilustración francesa”, y más: de la protesta de Lutero. Nuestros intelectuales afrancesados, de ayer y hoy, europeizantes a ultranza, anticlericales declarados y decididos, han pretendido acercarnos a esa Europa atea, liberal y marxista. Unos y otros, han tratando, con afán, de extirpar las raíces mismas de la vida colectiva del pueblo español: su unidad de destino en lo universal, que no es otro, según parecer de nuestros mejores pensadores nacionales, que el mantener y transmitir el signo católico de la vida y la historia. Y ese signo inconfundible de su manera de ser, única y exclusiva, es el que se comenzó a atacar en el siglo de las luces, la Enciclopedia, el ateísmo, el Liberalismo y el Marxismo.
Ángel García

Nota: Tomado de su libro “La Iglesia Española y el 18 de Julio”, ediciones Acervo, Barcelona, 1977.

lunes, 23 de julio de 2007

Tres errores sobre la España de 1936


TRES ERRORES

El hecho más considerable que acontece hoy en el mundo, es, sin duda alguna, la guerra civil española. En torno de ella se concentran con pasión, con angustia acaso, y desde luego, con interés vital, las emociones políticas de todos los Estados y de todos los pueblos.

¿A qué causas obedece esta atención apasionada, esta participación íntima del mundo entero en una lucha circunscripta a los límites estrechos de la península ibérica? Muchas personas creen ver en esta guerra el encuentro, el choque de dos ideologías adversarias, enfrentadas hoy sobre la faz del planeta; y atisban el resultado final de la contienda para discernir en él la orientación futura de la historia humana.

Y sin duda los que así piensan tienen razón. Pero sólo en parte. Porque la guerra civil española posee un sentido histórico mucho más profundo. En realidad no representa el choque de dos ideologías enemigas, sino más bien el vano intento de una teoría política y social que pretende abolir la estructura misma de la vida humana. Pero una teoría, por pertrechada que esté de recursos materiales, no puede, no podrá nunca prevalecer sobre lo que constituye la base misma y condición de la existencia humana en el mundo. Las circunstancias, que han precedido y que acompañan la guerra española, han hecho de esta guerra un verdadero experimento histórico.

En efecto, el caso de España suministra la demostración experimental de que ninguna teoría, aunque aparezca y actúe con el refuerzo de los más abundantes aparatos de acción y propaganda, tiene poder para anular o abolir las realidades de la vida colectiva, que son indefectiblemente las realidades nacionales, la realidad indestructible de la nación y del sentimiento patrio. La guerra civil española es pues ejemplar. En ella se ha jugado el porvenir humano del hombre. El triunfo de la nación española sobre los vesánicos esfuerzos que pretendían destruirla, constituye la lección más fecunda y provechosa que la historia ha podido proporcionar al pensamiento.

Ahora bien, si este sentido profundo de la guerra española ha escapado a muchas personas, aun de las más inteligentes y perspicaces, ha sido porque, deficientemente informadas sobre España y la historia reciente de España, han incidido desde el principio de la lucha en algunos errores fundamentales. En tres grupos pueden resumirse estos errores.

El primero ha consistido en juzgar el levantamiento nacional de España como simple sublevación de una minoría ex privilegiada —militares, sacerdotes y ricos— que intentan por la fuerza restablecer su poderío; en suma, considerar el acto del general Franco como un “pronunciamiento”, más o menos parecido a los que España conoció en el siglo XIX.

El segundo error es el de los que creen que la guerra civil española pone frente a frente dos Españas, la una progresiva, democrática, liberal y la otra reaccionaria, despótica, obscurantista.

El tercer error, que se comete al juzgar el caso actual de España, consiste, en fin, en aplicarle un criterio rígidamente formalista, tachando de “ilegítimo” el gobierno constituído por la autoridad del general Franco.

Estos tres errores —que revelan un profundo desconocimiento de lo que ha sido y es la España contemporánea— podrían en realidad reducirse a uno solo: el error de creer que el nacionalismo español es un invento de ahora, un aparato ideológico forjado por unos cuantos reaccionarios, para dar apariencia de objetividad a sus intenciones tiránicas y despóticas.

Frente a esta falsa imagen que la ignorancia sobre España ha podido fomentar en muchas cabezas, debemos oponer escuetamente la realidad histórica de España. Y la realidad —harto desconocida por desventura— es que el movimiento nacionalista español no se ha originado ahora y con ocasión de esta guerra, sino que viene de muy antiguo actuando en lo más profundo de las almas españolas. Desde hace unos cuarenta años, desde 1898, todas las manifestaciones de la vida colectiva española, en las letra, en las ciencias mismas, en la política, en la vida social, representan inequívocamente la expresión de un profundo anhelo nacional, la ambición de restaurar a España, el afán de reponer a España en el nivel histórico alcanzado antaño, la ilusión de recobrar para la hispanidad eterna formas manifestativas capaces de devolverle el brío y pujanza de siglos pasados. Tal es la auténtica realidad del nacionalismo español.

Y en esa voluntad de reafirmación nacional comulgan todos los españoles; todos, incluso los que con las armas combaten el nacionalismo. ¿Por qué —si no fuera así— fingen ahora los jefes marxistas dar a su perdida causa un tinte de patriotismo y hablan de la independencia y de la nacionalidad? No; no hay dos Españas frente a frente. Hay una España, la España eterna, que se ha levantado en un esfuerzo supremo de afirmación apasionada contra unos grupos de locos o criminales, instrumentos ciegos de ajenas ambiciones y propósitos.

Ahora, por conveniencias de su causa, esos hombres del internacionalismo proclaman respeto y adhesión justamente a todo lo que han estado pisoteando, vejando y destruyendo durante tantos años. Ahora hablan de independencia nacional, cuando saben muy bien que no son ellos precisamente los que de veras la defienden. ¿Por qué? Pues porque han comprendido que en el fondo de las almas españolas el sentimiento patriótico tiene tan hondas raíces que, en último término, la emoción nacional es la única que puede estimular la bravura de nuestro pueblo a los extremos de la heroicidad. Y de esa suerte envuelven su intención en un mendaz patriotismo, para mejor disponer de las pobres voluntades que mantienen bajo su dominio.

En ese mismo plano de la ficción falaz se halla la tesis de la ilegitimidad del Gobierno nacional. Ahora conviene al frente popular presentarse como respetuoso del orden legal —de ese orden legal, cuya destrucción era el fin proclamado de las propagandas marxistas—. Ahora resultan eficaces y respetables las palabras legalidad, legitimidad y orden, contra las cuales abiertamente ha peleado siempre el marxismo revolucionario.

¿Qué recurso legal le quedaba a un pueblo profundamente patriota, cuando veía a sus propios gobernantes procurar la ruina de la nación y el aniquilamiento de las esencias nacionales, perseguir y encarcelar a los que gritaban loores a la patria, mientras protegían a los que proclamaban su sometimiento a un poder extranjero, voceando el: “¡Viva Rusia!”? De legitimidad no puede hablarse, como no sea para afirmar una y mil veces la legitimidad del acto que ha salvado a la patria de una invasión extranjera que, en forma de guerra química, mataba las almas con el veneno de una acción solapada, virulenta y destructora.

¿Es acaso ilegítima la conducta del ciudadano valiente que detiene a un guardia loco dedicado a cazar pacíficos transeúntes? Pero en el mundo se conocen mal las cosas de España y no se saben todavía los extremos de indefensión a que, bajo los gobiernos de la República, había llegado la nación española, invadida por la sutilísima penetración de los gases moscovitas.
Manuel García Morente

Nota: Lo transcripto pertenece a un fragmento de su conferencia, pronunciada en el Teatro Solís de Montevideo el día 24 de mayo de 1938, bajo los auspicios de la Institución Cultural Española del Uruguay.

miércoles, 18 de julio de 2007

18 de julio de 1936


ALZAMIENTO

Señálase así el gesto insurreccional con que España reaccionó ante la invasión comunista. El Alzamiento tiene tres fechas: 17, 18 y 19 de julio de 1936, y lleva el merecido apellido de Nacional. Francisco de Cossío escribía en tiempo de la guerra: “Los alzamientos españoles no han sido nunca guerra civil. La guerra civil implica dos concepciones diversas o antagónicas, dentro del proceso histórico, sin que ninguna de ellas atente a los fundamentos esenciales de la integridad nacional. Uno y otro bando son españoles, y la pugna no afecta a las raíces, sino a las ramas, no es el casco del barco nacional lo que peligra, sino las arboladuras. El alzamiento se caracteriza porque el enemigo es exterior, porque el pueblo con él se defiende de una invasión extranjera, porque la lucha no se entabla entre españoles divididos en campos, sino entre españoles y contraespañoles. Es el caso presente, ved frente a nosotros, de una parte, al internacionalismo materialista, y de otra, al escisionismo separatista. ¿Queréis una clave más clara y evidente? Separatistas y marxistas se han entendido no más que por ser enemigos de España. Les ha unido el desamor a España, y esta unión, que es consecuencia lógica del odio, es la que califica a la actual contienda, dividiendo los dos bandos beligerantes en dos sectores perfectamente definidos: españoles y extranjeros”.

El antecedente inmediato del 18 de julio es el 2 de mayo de 1808. También entonces las zonas del poder y los estamentos representativos de la nación se entregan al invasor. No hay diferencias entre los Borbones de 1808 y don Manuel Azaña, ni se diferencian mucho Murat y sus relaciones con las autoridades madrileñas, de Rosemberg y sus relaciones con las también autoridades madrileñas y estatales. Como en 1808, en 1936 son el Ejército y el pueblo los que inician el combate, y la Junta de Defensa de Burgos tiene un eco noble de las Juntas del tiempo de la francesada.

Inmediatamente después del Alzamiento, los periódicos solían titular las apasionantes noticias de aquellos días: “El Movimiento triunfa arrolladoramente en toda España”. Con un aire, sin duda, decimonónico —no se olvide que 17, 18 y 19 de julio de 1936 son los tres primeros días del siglo XX en España— al Movimiento de le apellidó de Glorioso: el Glorioso Movimiento Nacional.

Rafael García Serrano

martes, 17 de julio de 2007

Crítica literaria


Alfredo Semprún:
“EL CRIMEN QUE DESATÓ
LA GUERRA CIVIL”,
Madrid, Libros Libres, 2005.

Después de las elecciones de febrero de 1936 que ganó el Frente Popular, España entró en un estado de convulsión que auguraba un fin sangriento. El verdadero jefe de la oposición pasó a ser José Calvo Sotelo. A mediados del año, cuando la seguidilla de crímenes, incendios y huelgas se hacía cada vez mas insoportable, Calvo Sotelo pronunció un famoso discurso en las Cortes en el cual asumió todas las responsabilidades que el Ministro de la Gobernación pretendía endilgarle.

Poco después, unos guardias secuestraron al dirigente en su domicilio y tras descerrajarle dos tiros en la nuca dejaron su cadáver en el cementerio. Esto sucedió el 13 de julio. Cinco días después comenzaba el Alzamiento Nacional.

El libro de Semprún es una prolija monografía sobre el tema que describe en quince “escenas” desde los antecedentes a las consecuencias del asesinato. Con rigor, elige para el título la palabra “desató”, que es exacta y no “causó” que sería exagerada. Semprún sostiene que no se trató de un crimen de Estado, pues no se ha demostrado que la orden saliera de los despachos del poder. Pero conviene no perder de vista todas las amenazas, todas las incitaciones a actuar revolucionariamente, es decir sin límites, que publicó la prensa y se pronunciaron en las Cortes.

Además, está el recorte del diario “El socialista” que ha aportado David Jato Miranda en “Madrid, capital republicana” y que Semprún no recoge. En ese recorte, a pocos días de iniciada la guerra se da cuenta de la muerte de un miliciano. Y se agrega: “Llegará el día que nuestra pluma se emplee para siluetear a algunos héroes y no será el que menos adjetivos merezca Luis Cuenca… (quien) ocupará un lugar en la Historia. Pero aun es pronto para escribir lo que ese muchacho hizo”. Lo que ese muchacho había hecho —hoy se sabe con certeza— era matar a Calvo Sotelo. Y este dato muestra a las claras que la muerte de Calvo Sotelo fue preparada y ejecutada por afiliados al Partido Socialista que hoy gobierna España.

Mas allá de estas y otras pequeñas observaciones, el libro de Semprún es recomendable para quien quiera informarse sobre este hecho de la historia de España que hoy se procura olvidar.

Aníbal D’Angelo Rodríguez

domingo, 15 de julio de 2007

Los cristeros, hoy


EL TESTIMONIO VIVO DE LA CRISTIADA




Dos sacerdotes amigos, los Padres Murri y Cerroni, estuvieron en México y reportearon a un ex combatiente cristero. Este defensor de Cristo se llama Rafael Magallón. Peleó en Michoacán.

Con sus casi 100 años a cuestas, vive en México Ciudad, en una modesta casa de la Calle Tenayo. El reportaje le fue hecho el pasado 10 de mayo de este año 2007: de él extraemos la extraordinaria respuesta que reproducimos aquí, síntesis de toda una vida de lucha por el México, siempre fiel.

Internacionales


LA DESVERGÜENZA
INTERNACIONAL


Bien dicen que el hombre es un animal que se acostumbra a todo. Desde hace un largo mes todo el mundo lee diariamente en los periódicos o ve por la televisión la forma en que Israel está machacando al Líbano, con las consiguientes muertes de civiles, niños y mujeres incluidos.

En muchos diarios de Buenos Aires —y seguramente del mundo entero— aparecen cartas de lectores de judíos, defendiendo la posición de Israel. Es, obviamente, una consigna (no he dicho una conspiración). El argumento utilizado en todos los casos es que Hezbollah es una organización terrorista que trabaja impunemente con la complicidad del gobierno libanés y que Israel tiene derecho a defenderse.

Con ello consiguen confundir a mucha gente y tienden un manto de inocencia sobre las acciones de Israel. Pero el primer inconveniente que tiene esa tesis defensiva es que corta artificialmente los tiempos, minimiza el conflicto y lo falsifica. Es una operación muy parecida a la de nuestra zurda, que reduce la Guerra Revolucionaria en la Argentina al período de gobierno militar.

Para empezar, y no es ir tan lejos, lo primero que hay que explicar (si alguien puede) es la formación del Estado de Israel en medio de un mar de países y regiones islámicas. Recomendamos al lector que abra un buen Atlas Histórico y observe la superficie (para ni hablar de la población) que ocupa el Estado judío y la zona de predominio islámico.

En segundo lugar, la enemistad a muerte entre islámicos y judíos nace de tres circunstancias:

a) La formación misma del Estado de Israel sin que los judíos puedan alegar para la posesión de esas tierras ninguno de los títulos reconocidos por el Derecho Público Internacional;

b) La expulsión forzada de cerca de un millón de palestinos durante la guerra de 1948. Dichos habitantes continúan exiliados (ellos y sus descendientes) sin que Israel les reconozca ningún derecho;

c) La ocupación por la fuerza de Cisjordania (que debería ser el grueso de un Estado palestino) y su negativa a cumplir las Resoluciones de las Naciones Unidas sobre devolución de ese territorio. No sólo eso, sino que debe allí agregarse la fundación ilegal de colonias judías y la construcción de un muro-cerca que avanza sobre territorios palestinos.

Estos hechos provocaron —con toda justicia— el odio ciego de todo el mundo islámico a Israel y constituyen un antecedente que no puede ignorarse a la hora de juzgar incidentes actuales. Es falsificar y mentir decir que lo que hoy sucede se debe al secuestro de unos soldados israelíes. Se debe a eso, pero sobre todo se debe a los antecedentes que acabamos de recordar.

Muchas veces dijimos que esta historia tiene un costado sobrenatural sin el cual es incomprensible. ¿Por qué los Estados Unidos apoyan a Israel tan incondicionalmente? ¿El lobby judío y su importancia en los medios norteamericanos y en las decisiones financieras?. Bien, pero no basta. Israel es una nación inviable que se sostiene sólo por estas dos cosas:

a) por la desunión de los islámicos y su incapacidad de armar una política conjunta;

b) obviamente, por el apoyo norteamericano.

Hoy parece improbable que ninguna de las dos cosas cambie en el corto y mediano plazo. Pero ¿qué pasará cuando, en el largo plazo, Estados Unidos tenga que afrontar desafíos a su nivel, es decir, por ejemplo, de potencias hoy emergentes como China y Rusia?

Por el momento Israel sobrevive y asesina civiles, ocupa territorios ajenos y hace terrorismo de Estado sin que a nadie en el mundo se le mueva un pelo, todo bajo el paraguas de la ayuda yankee y la mentira por omisión que los medios masivos instalan.

Puede que algún día los judíos israelíes se den cuenta de la ratonera en que se metieron.

Puede.
Aníbal D’Ángelo Rodríguez

sábado, 14 de julio de 2007

Editorial del número 66 de “Cabildo”


KIRCHNER, EL IMPÍO


El pasado 5 de julio debió ser un día importante en la Argentina. Se cumplía el bicentenario de la rendición británica ante las tropas hispanocriollas, ocurrida aquí, en la Ciudad de la Santísima Trinidad, ante la lucha bizarra ofrecida por aquel pueblo y aquellos caudillos impares. Jornada de celebración gozosa debió haber sido, de memoria intacta, de aleccionamiento viril, de gratitud plena y renovada a nuestros heroicos antepasados. Campanas en los templos, banderas bien al tope en cada mástil, salvas de artillería en todo regimiento, palabras oficiales preñadas de belleza e hidalguía, y una Misa mayor a la antigua usanza, debieron presidir y cerrar lo que el decoro signaba como una fiesta nacional extraordinaria.

Nada de eso ocurrió, porque tamaña conducta exige el despliegue de dos virtudes, ausentes hoy en quienes gobiernan y pastorean. La religiosidad, por un lado, y la piedad por otro. La una nos inclina a dar a Dios el culto y el homenaje debido; la otra nos mueve a tributar a la Patria el honor y la honra que reclama y merece. Difícil hallar tamaños dones entre gobernantes polutos y obispos gallinas; e inútil pedírselos a una comunidad sumida insensatamente en burdelescas yeguadas.

Pero no sólo por orfandad de virtudes, sino por sumatoria de vicios, nuestro primer patán dio la nota en aquel día. En los salones del Colegio Militar, presidiendo una cena de camaradería ante los más altos mandos, y tras graznar las consabidas mentiras sobre los derechos humanos, centró su discurso en el aumento salarial del 16,5% para los militares. Luengos detalles técnicos y malabares de cifras, autoalabanzas y compadradas ideológicas completaron el rebuzno, recibido con la cobardía habitual por los uniformados.

¡Era el 5 de julio! Álzaga y Liniers crepitaron en sus tumbas, un ángel arcabucero anudó crespones negros a la bandera, pero aquel hozadero de soldados y civiles kirchneristas vivió con normalidad la profanación de la gloriosa efemérides. Algún furtivo y tenue gesto de desaprobación quedó simulado, y el General de los Cuadros Descolgados retozó cómodamente, una vez más, entre la hez oficialista. El impío había impuesto sobre el día, sobre el espacio y sobre los presentes, el sello ineludible de su salvaje irreverencia.

Horas antes, en La Plata, tras promover a la candidatura presidencial a su propia costilla —que no salida de alfarerías divinas sino de demoníacos enjuagues— llamó “día histórico” al que estaba transcurriendo. Pero no en recuerdo del ilustre bicentenario que se esfumaba entre culposos olvidos, sino a causa del juzgamiento al Padre Von Wernich, quien —según explicó entonces— “deshonró a la Iglesia, a los pobres y a los derechos humanos”. Malvado clérigo que “ayudó a que no estén más con nosotros” sus “compañeros”, contando sin embargo con “todos los medios para expresarse y para defenderse”, en las antípodas de quienes “honraron a la religión”, como “Mujica, Hesayne, De Nevares y Angelelli”.

Al igual que las huestes del brioso escalador de banquetas, las del Cardenal Primado y la Jerarquía enmudecieron o dieron su aquiescencia ante el desquicio verbal. Nadie le dijo al bizcorneto ateo, que el sacerdote apresado es la víctima de un montaje sórdido urdido por el resumidero de terroristas que cogobiernan; que lejos de gozar de libertad de expresión se encuentra encarcelado en condiciones que no respetan precisamente la dignidad del Orden Sagrado, mientras los medios todos, en manos de la izquierda, lo agravian impunemente y lo condenan a priori.

Nadie le dijo que el ministerio sacro no tiene por objeto cuidar del mito de los derechos humanos sino de la altísima realidad de los derechos de Dios; que muchos de esos “compañeros ausentes” por los que finge lágrimas, eran criminales alzados contra la Nación, y que esa clerecía que tiene por paradigmática formaba parte del aparato subversivo.

Nadie le dijo, en suma, que no deshonra a los pobres quien evangélicamente los trata, sino quien políticamente los usa mientras se consagra a la usura y almacena millones en los bancos de la extranjería. El desmadrado Kirchner sumaba a la impiedad su irreligiosidad primitiva, exabruptal y tosca.

Si para Dios no hay héroe anónimo, según reza la ordenanza requeté, tampoco hay días incógnitos. No lo habrá sido en el cielo, aquel 5 de julio, donde moran los caídos y combatientes de una epopeya singular. No lo fue para el puñado de patriotas que lució en la jornada la albiceleste en el pecho, ante la mirada incógnita de los apisonadores de adoquines.

Tendrá la patria su Reconquista y su Defensa. Y los impíos e irreligiosos volverán, como las ratas, a los barcos filibusteros de los que descendieron un día. En el entretanto, seguimos hirviendo el agua y usando de parapetos los tejados para predicar la buena nueva.

Antonio Caponnetto

Nota: Este editorial pertenece al número 66 de “Cabildo”, correspondiente al mes de julio de 2007, que se halla a su disposición en los kioscos.

martes, 10 de julio de 2007

Principescas


INDIGENISMO,
COSA DE PRÍNCIPES

Según la definición del Consejo de las Américas, en 1975, una Corporación Transnacional (CNT) es una empresa de gran envergadura, con sede central en un país, que desarrolla su acción en seis o más países, perteneciendo la mayoría de sus directivos a la Comisión Trilateral. Recordamos que ésta se formó por iniciativa de Nelson Rockefeller, y consiste en el acuerdo de grandes grupos de empresarios de Estados Unidos, Japón y Europa Occidental.

Los miembros del primer país citado pertenecen al Council of Foreing Relations (Consejo de Relaciones Internacionales), una asociación privada, pero que constituye el verdadero centro donde la política exterior del Departamento de Estado de los Estados Unidos y de la Casa Blanca es programada y decidida de antemano, y es el más importante instrumento del que se sirve el Eastern Establishment —la corporación de los mayores capitales de la costa este— representado por el grupo Rockefeller.

Las CTNs tienden a crecer en forma ilimitada, por lo cual buscan establecer filiales en otros países, en los cuales se instalan en condición de monopolio, destruyendo con su enorme poderío económico a las empresas locales. Ahora bien, recordamos que, a su vez, la Comisión Trilateral y el grupo Bilderberg tienen por objetivo transformar a los países en provincias de un nuevo imperio, el Nuevo Orden Mundial (NOM). Para lograr su propósito, a través de las CTN, han decidido determinar la división internacional del trabajo, y utilizando a su antojo la falsa idea de un darwinismo social, en el sentido de un predominio de los más aptos (“el proceso de la selección natural ha controlado hasta el más mínimo detalle de cada rasgo del individuo y del grupo a que pertenece”: Felipe de Edimburgo dixit), se han permitido dividir a los países en elegidos —en función de su ubicación geográfica, insumos, mano de obra barata— para la radicación de industrias, los que quedarán relegados a la producción primaria, y los excluidos, que deberán resignarse a la pobreza extrema y eterna.

Para lograr sus fines es necesaria la destrucción de los Estados Nacionales. Al respecto, reitero lo dicho en otros artículos: que Jimmy Carter (demócrata – Consejo de Relaciones Internacionales) fue invitado, junto con otros 18 personajes que luego integrarían su gabinete en 1976 al ser electo, a la reunión inaugural de la Comisión Trilateral en Tokio (del 23 de octubre del año 1973), convocada por Nelson Rockefeller (republicano). Entre ellos figuraba Richard Gardner (Consejo de Relaciones Internacionales), su futuro embajador en Italia, quien manifestó en “Foreing Affairs”, órgano oficial del Consejo de Relaciones Internacionales (abril de 1974) que “…llegaremos a poner fin a las soberanías nacionales, corroyéndolas pedazo a pedazo”.

Zbigniew Brzezinski (Consejo de Relaciones Internacionales),por su parte, dejó sentadas en su obra “La Era Tecnotrónica” las bases para la sustitución del sistema internacional de Estados, por otro manejado por las CTN como rectoras de un soñado unimundo; y Sol Linowitz (Consejo de Relaciones Internacionales), que fuera directivo del Marine Midland Bank, en cuya casa de Nueva York (140 Broadway – Nueva York – 10015 – USA) se depositan los fondos destinados a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo provenientes de Amnesty Inernational (MI 6) y CELS, éstos últimos aportados por la Fundación Ford (CIA).

De acuerdo con estas premisas, las leyes serían dictadas a los gobiernos, que actuarían como agentes locales de la intrusión extranjera, según los intereses de las CTNs, y como no existe proyecto político sin proyecto cultural previo, la educación será también dirigida en el sentido de los intereses de dichas corporaciones, siguiendo la característica subordinación de la educación a todo sistema totalitario.

Dice Brzezinski en su libro: “…es posible que la mayor intervención de las empresas en educación favorezca la adaptación más rápida al proceso de enseñanza de técnicas y conocimientos científicos más modernos”.

Naturalmente, esto se logra por medio de una estrategia psicológica de aproximación indirecta, por medio de desinformación, saturación de consignas, adaptación a condiciones de deterioro moral progresivo, apatía ciudadana y fragmentación social. Al respecto, decía Don José Ortega y Gasset en “La España Invertebrada”, que es indispensable para la formación de una Nación, formular “un proyecto atractivo de vida en común”; su inexistencia permitirá el predominio de tendencias centrífugas o separatistas, como en el caso de catalanes y etarras en España.

Ahora bien, una clasificación divide a las operaciones de propaganda en:

a) objetivos de cohesión, y

b) objetivos de disgregación.

Teniendo estos últimos como fin, habrá que crear la enemistad dentro del “grupo blanco”, o distintos sectores de la sociedad, acentuando diferencias o quejas, impulsando intereses propios por sobre los de la Patria o el bien común.

Así se logra dividir para imperar, creando bandos que se aniquilen entre sí, en una estrategia sin tiempo, y sin mostrar el poder. En caso de no existir diferencias o quejas en una sociedad, nada más oportuno que inventarlas.

Y hablando de agentes locales, el 11 de octubre de 1978, la Inspección General de Personas Jurídicas aprobó, por Expediente N° 7271/61451, la creación del Consejo Argentino de Relaciones Internacionales (CARI), firmando el acta fundacional Roberto Alemann (Ministro de Economía del Gral. Galtieri), José M. Dagnino Pastore (Ministro de Economía del Gral. Bignone), Oscar Camilión (Ministro de RR.EE. del Gral. Viola, luego Ministro de Defensa de Menem), Roque Carranza (Ministro de Defensa de Alfonsín), Jorge Wehbe (Ministro de Economía del Gral. Bignone).

También es miembro José Alfredo Martínez de Hoz, quien no necesita presentación; fue quien se ocupó de la más importante de las dos fases de un plan, la de destrucción de la economía nacional, cuya primera fase, el operativo de distracción, constituyó el accionar de la guerrilla terrorista. Pertenece al Grupo de los 30, al igual que Domingo F. Cavallo, recordamos, presidente del B.C.R.A. durante el gobierno del Gral. Bignone, Ministro de Economía de Menem y miembro de la Comisión Trilateral. También lo son: George Bush padre ( Consejo de Relaciones Internacionales), Bill Clinton (Consejo de Relaciones Internacionales – Comisión Trilateral), el Gral. Vernon Walters, quien participó, junto con el Gral. Alexander Haig, en las tratativas por el conflicto de Malvinas con Nicanor Costa Méndez (CARI), y Sir Henry Kissinger (Consejo de Relaciones Internacionales – Comisión Trilateral - Bilderberg).

El 18 de junio de 1982 tuvo lugar la reunión inaugural de Diálogo Interamericano, ONG de las Naciones Unidas, que elaboró el Proyecto Democracia, con la presencia de David Rockefeller y S. Linowitz, cuyos objetivos fueron: aceptar los dictámenes del FMI, las premisas del NOM, el fin de las soberanías nacionales y la promoción del malthusianismo. Participaron por Argentina: Raúl Alfonsín, los citados José M. Dagnino Pastore, Oscar Camilión y Octavio Bordón (CARI, Embajador en Washington del Sr. Kirchner). No sorprende, entonces, que la Ley Nacional de Educación quiera imponer dócilmente “la sociedad del conocimiento, la ciencia y la tecnología”, siguiendo casi literalmente el texto de Brzezinski, ni que se promueva “la plena participación de las leguas y de las culturas indígenas en el proceso de enseñanza y aprendizaje”.
Al respecto, es claro el Príncipe Felipe (“...el hombre es un accidente peligroso que perturba el equilibrio de la naturaleza, y por tanto se lo debe limitar o suprimir”, “Sydney Times”, 20 de junio de 1980) en su intención de mantener desocupados vastos territorios, y libres de todo desarrollo por medio de la acción de Desarrollo Sustentable (Business Action for Sustainable Develpment – BASD), cuya cabeza es Carlos, Príncipe de Gales. Al ser un plan global, el indigenismo no es aplicable sólo a nuestro país, sino, como lo proponía el Club de Roma, a todos los grandes espacios vacíos: Australia, Amazonia, Patagonia, los que “deben explotarse en beneficio dela humanidad”. Ya nacionalistas australianos han denunciado el plan que, con la excusa de los derechos de los indígenas, reserva los recursos naturales para la explotación monopólica por parte de las CTN.

Por eso no es raro que los mapuches tengan una representación en Liverpool y los wichís otra en Londres, ni que en nuestros gobiernos desde 1976, civiles o militares, radicales o justicialistas, revisten miembros del CARI, en general ministros de economía.

Luis Antonio Leyro

miércoles, 4 de julio de 2007

Poesía que promete


EN EL BICENTENARIO DE
LA SEGUNDA INVASIÓN INGLESA:

LA ORACIÓN DE LINIERS

Llegó antes de la Misa,
como era su costumbre,
se arrodilló en la nave
del lateral derecho,
no ve expuesto el Santísimo
y se golpea el pecho;
tres veces por mi culpa,
clamó con pesadumbre.

Dos palabras pronuncia: decadencia y frialdad
para explicar los frutos de la invasión corsaria,
pero entonces eleva una larga plegaria
a la Virgen que sabe Señora de bondad.

“Señora del Rosario, yo nací en La Vandée,
donde aldeanos y nobles, despreciando el confort
partían a la guerra con Grignion de Montfort,
el marqués de Bonchamps o el Teniente D'Elbée.

“La tierra de los muertos por el escapulario,
caídos en defensa de la fiel Tradición,
de bravos promesantes al Sacro Corazón
o guerreros cantando a los pies del Sagrario.

“Tú ya sabes, Señora, que te amé de pequeño
en Niort, cuando a los Monjes del Oratorio iba,
y que puerto tras puerto al que mi nave arriba
canto el Salve Regina en loor a tu empeño.

“Navegué mares bravos contra los berberiscos,
en Mahón capturé las fragatas inglesas,
yo sé de la perfidia que ronda en sus cabezas,
son ovejas infieles, sin pastor, sin apriscos.

“En el Royal Piemont me enseñaron galopes,
no temo si el terreno es llano o cumbre alta,
me foguearon hidalgos de la Orden de Malta,
serví a España, Señora, mis mejores estoques.

“Tú que lo sabes todo, María, pon tu mano
en el sable que guía este humilde vandeano.
Tomaré sus banderas, rendiré la insolencia,
las tendrás a tus pies, Señora de clemencia.

“Permíteme entregarte como prenda y testigo
los trofeos ganados al hereje enemigo.
Y permite a este pueblo que en tu nombre se goza
ofrecerte el triunfo en batalla gloriosa”.

· · ·

Se marchaba Liniers, lo esperaba la historia,
afuera, por el atrio, alguien vivaba a Cristo,
calaban bayonetas, ya todo estaba listo,
la Virgen del Rosario guardaba la victoria.

Antonio Caponnetto

Tomado de su libro “Poemas para la Reconquista”, de agosto de 2006.



martes, 3 de julio de 2007

Aniversarios


RICARDO CURUTCHET,
A DIEZ AÑOS DE SU MUERTE


Hace diez años, en la medianoche del 3 de julio de 1996, murió en su hogar, junto a los suyos, Ricardo Curutchet. Lo sabía y se preparó al tránsito con las mejores armas del cristiano. También lo sabíamos nosotros, pero advertimos ahora que no estábamos del todo preparados para el dolor de su ausencia. No será posible olvidarlo y más difícil aún será reemplazar su figura.

Era señor de estilo irrepetible: caballeresco sin afectaciones, reflexivo sin poses doctorales, humorista sin asomo de vulgaridad; llano y humilde sin falsas modestias, pronto para la justificada ira, mas no colérico; un memorioso sin anacronismos y enteramente veraz en el decir y en el obrar, debido a lo cual perturbaba con frecuencia a los estrategas de la simulación o del cálculo.

Señor de estilo, hasta el final y siempre: para hablar y para escribir, para actuar en privado y en público, para proclamar la verdad combativamente o para aceptar la enfermedad que le mordía el cuerpo al paso de los días. Los griegos usaban para designar a estas almas una palabra inevitable: aristocracia. Y Cervantes escribió que del Quijote pensaban sus contemporáneos: “parecíales otro hombre de los que se usaban”. Ambas cosas necesitamos para evocar a Ricardo.

Junto al estilo, la pietas. Pulida virtud que cultivó de un modo heroico, tanto en el amor servicial a la Patria cautiva como en la lucha contra sus enemigos internos y externos.

No se doblegó ante las amenazas, no cedió en la adversidad, no se dejó seducir por sobornos concretos y tentadores que nos consta le propusieron y que rechazó con viril dignidad.

Ni se rindió tampoco ante las propuestas de figuración política a expensas del testimonio claro. Despreciaba a los nacionalistas de ocasión, oportunistas o negociadores, que son serios hacia afuera y frívolos por dentro. Alguna vez dijo: “no puedo confiar en quien nunca se ríe”; que era su modo de advertirnos sobre los sepulcros blanqueados.

Pero admiraba profundamente a quienes habían sabido bien amar a la Argentina, y tenía en esto una objetividad que no hacía acepción de personas sino justicia con cada protagonista del pasado y del presente.

La Argentina le debe a Ricardo Curutchet el haberla pensado; el haberla soñado como fue y como debía ser; el haberla rescatado con su coraje y su inteligencia de la hediondez democrática a la que se la llevó como a una prisionera maltratada.

Y un rasgo más asoma en tan incompleto recuerdo. Su Fe Católica, que vimos crecer incluso, a medida que la soledad o los reveses humanos iban poniéndolo a prueba. Una Fe ilustrada y a la vez sencilla, devota, sin estériles cuestionamientos.

Cuando muchos se hicieron “teólogos” para analizar la crisis de la Iglesia, él se hizo rezador y penitente. Mientras asomaban curiosos eclesiólogos prontos para explicarlo todo, él se aferraba al Misterio y a la Gracia con la enorme discreción de quien no quiere mostrarse sino ampararse en lo sobrenatural.

La última vez que habló públicamente —invitado por Patricio Randle ante un puñado de amigos y de camaradas— nos pidió una Misa mensual por la Patria. Desde antiguo le rondaba esta idea y esta ineludible necesidad. “Hay que impetrar a Dios por la Patria”, fue una de sus consignas muchas veces repetida.

Y la última vez que conversamos privadamente, semanas antes de su muerte, nos habló de las postrimerías. La visita de un conocido sacerdote italiano dedicado a propagar mensajes marianos, fue la ocasión de tal plática.

Estaba ocupado en la reflexión sobre el fin. No el suyo ante todo, sino el definitivo y universal Fin, que no veía lejano de cara a lo que sucede hoy en el mundo.

Tiene que haber un rincón especial en el Cielo para los hombres de estilo, de piedad y de Fe. Si la misericordia ya se lo ha concedido, le pedimos que desde allí nos acompañe y nos sostenga.

Entretanto, desde este rincón austral de la tierra, seguimos en batalla y en vigilia. Como quería, como lo vivió intensamente, como nos impulsó a hacerlo con su ejemplo de tantos años y de tantas nobles fatigas.

Antonio Caponnetto

Nota: Este artículo fue publicado en el número 57 de la Revista “Cabildo”, correspondiente al mes de julio de 2006.